Mari Karmen Mitxelena. Andereño retirada: El objetivo de las andereños de entonces era el niño y su educación

2011-03-18

VELEZ DE MENDIZABAL AZKARRAGA, Josemari

BELAXE. ITZULPEN ZERBITZUA

Durante los últimos cincuenta años, la estructura de la sociedad vasca ha estado formada por distintos tipos de movimientos. Esto es así porque, para garantizar nuestro futuro, los vascos tuvimos que hacer denodados esfuerzos por reconstruir una estructura social que hace alrededor de medio siglo se encontraba totalmente desmantelada. Y entre todos esos movimientos hubo uno que brilló con luz propia y que, fruto de una poderosa voz popular, se extendió a toda Euskal Herria. Cuando el sistema educativo en euskara era casi una utopía, surgió un colectivo audaz e instruido, que reivindicó para el euskara los mismos derechos que posee cualquier otro idioma. Lo que podríamos denominar movimiento de andereños no fue la flor de un solo día. Fue un movimiento basado en un trabajo silencioso y continuado. Y, cincuenta años después, los logros de ese colectivo están escritos con letras de oro en nuestra historia.

¿Qué le parece si comenzamos esta entrevista hablando de su vida?

Nací en el barrio San Esteban de Usurbil y viví allí hasta cumplir los veinte años. Luego nos trasladamos al barrio Agiña, donde construimos una casita. Hace trece años me vine a Donostia a vivir.

Nací en Usurbil, en 1938. En nuestro barrio no había escuela y teníamos que ir al pueblo a estudiar. Y como para ir por la carretera teníamos que recorrer cada vez una distancia de tres kilómetros, solíamos coger como atajo la vía del tren y atravesar un túnel de setecientos metros. Cuatro veces al día, entre idas y vueltas. Nuestra maestra era Maritxu Olariaga, donostiarra y euskaldun. En aquella clase estábamos setenta niños y niñas de diferentes edades. Tengo buenos recuerdos de aquella época. Por ejemplo, no tuvimos ningún problema con nuestra lengua, aunque tuviéramos que realizar nuestros estudios en castellano. Otra cosa curiosa era que esa maestra impartía clases particulares a las 8 de la mañana y nosotros solíamos ir a aquellas clases, ya que en horario normal, con tantos alumnos, no se podía profundizar demasiado en los estudios. En matemáticas, al menos, todo lo que posteriormente me resultó de utilidad al hacer el bachillerato lo aprendí allí. Luego, a medida que íbamos creciendo, por las tardes enseñábamos a los más pequeños a leer ya escribir. Tal vez fuera entonces cuando me entró la pasión por la enseñanza.

Cursé el bachillerato en Donostia. En aquella época nadie de nuestro entorno iba a Donostia a estudiar. Yo, en cambio, tuve esa oportunidad, por mediación de Olariaga. Empecé a estudiar con las monjas teresianas. Fueron unas vivencias dignas de recuerdo las de aquella época. ¡Cuántas horas metíamos! En comparación con los actuales jóvenes de la ESO, es un cambio enorme el que se ha dado desde entonces. Empezábamos a las nueve de la mañana —yo siempre legaba corriendo por culpa del tren— y no terminábamos la jornada hasta las 7:30. Llegaba a casa a las 8:30 y, después de cenar, tenía que ponerme a hacer los deberes.

Las chicas de aquella época normalmente no cursaban estudios superiores, así que, a los quince años, me surgió la posibilidad de trabajar en una fábrica. En casa no había mucho dinero, por lo que un sueldo más era de gran ayuda. ¡Cuántas lloreras me acarreó aquella propuesta! Porque yo quería seguir estudiando. Y, al final, lo conseguí: entré en la Escuela de Magisterio de Ategorrieta e hice allí los tres años de carrera. Mientras estábamos estudiando, no nos dábamos cuenta de lo retrógrado que era el sistema educativo de entonces, ya que se seguía utilizando la misma metodología de hacía ochenta años.

Estando en segundo, vino a la escuela una joven profesora llamada Jone Forcada, que había hecho las prácticas con Elbira Zipitria y estaba trabajando en la pequeña Ikastola Kaiko de Donostia. Preguntó si había alguien que supiera euskara y allí estaba yo, entre otros, porque cerca de la mitad del alumnado era euskaldun. La idea de Jone era coger a alguien para que impartiera algunas horas de euskara a varios alumnos por las tardes, y como yo estaba libre, empecé a ir a la Ikastola Kaiko, a enseñar euskara a cuatro alumnos del colegio francés. En aquella época, Elbira, Karmele, Jone, Itziar, Faustina... todas trabajaban en pequeñas ikastolas de Donostia. De esta manera emprendí mi trayectoria. Además de enseñar a aquellos niños a leer y a escribir, también les contaba cuentos y me ocupaba de los preparativos para la Primera Comunión en euskara. Y así fue como llegué donde Elbira, ante quien me presentó Jone.

Foto: Josemari Velez de Mendizabal.

En su trayectoria se encuentra, por tanto, con Elbira...

Sí, y estuve catorce años con ella. Al principio haciendo prácticas con Elbira y posteriormente en lugar de Jone, cuando ella dejó la enseñanza. Así que empecé a trabajar en 1957 en la Ikastola Kaiko, después de terminar la carrera y de hacer las prácticas. Esos años fueron en su mayoría muy bonitos y entrañables. Los padres de los niños eran militantes del euskara, como nosotros. Teníamos grupos de diez alumnos por la mañana y por la tarde. A partir del segundo año, las tareas fueron multiplicándose y los grupos aumentaron. Por mis manos pasaban unos treinta alumnos todos los días. Los padres tenían un gran mérito, ya que aunque los niños daban solo dos horas en el aula, luego tenían que trabajar durante otras dos en casa, lo cual exigía a los padres una dedicación enorme. Así estuvimos hasta 1968.

Pero hacia 1964 empezaron a llegar las solicitudes de formación de profesores para el movimiento de las ikastolas, que ya se había extendido a los pueblos. Había que formar andereños. Elbira era muy rigurosa en ese sentido, creía que antes de empezar en la enseñanza era necesario, como mínimo, realizar un año de prácticas. Y fue la misma Elbira la que me pidió que cogiera a dos profesoras en prácticas. Así fue como iniciamos la formación de profesores, para dar respuesta a las demandas que surgían en la provincia. Elbira imponía una condición: tener título de maestra. En su opinión, nosotras éramos “unas malas maestras españolas”, aunque tuviéramos título, o dicho de otra manera, éramos unas maestras mediocres que habíamos sido formadas en la retrógrada pedagogía española y que, además, habíamos cursado nuestros estudios en castellano.

Ha mencionado la influencia que tuvo Elbira en usted, pero seguro que son muchos los que desconozcan quién fue Elbira Zipitria...

Elbira era zumaiarra, nacida en 1906 en una familia de tres hermanos: la hermana monja que vivía en Marsella, el hermano y ella. Fue a Donostia a vivir, por motivos de trabajo de su padre. Allí, gracias a una ayuda de la Diputación de Gipuzkoa, llegó a ser maestra. Participó en Eusko Ikaskuntza, en temas relacionados con la educación. Tenía dos rasgos fundamentales: el euskara y la pedagogía. Cuando terminó la carrera, en 1928, ya había empezado a trabajar en la Ikastola Koruko Andre Maria, de la Parte Vieja. Poco después estalló la guerra y, como antes de la guerra había sido una militante activa y destacada del PNV, tuvo que escapar al otro lado del Bidasoa. Vivió en Sara, con los Labaien, y en ese pueblo de Lapurdi trabajó en la casa-ikastola con los niños de las familias de aquí que también se habían exiliado. Aprovechó para aprender bien el francés. Y como tenía unas estrechas relaciones con su hermana monja y con otros profesores, aprendió de los métodos pedagógicos franceses más progresistas. Después de pasar varios años allí, volvió a Donostia y reinició su labor pedagógica en la casa del médico Arriola, en 1942. Un años después tuvo que marchar a la casa de los Goenaga, ya que el creciente número de alumnos le exigía un espacio más grande. Conocía las corrientes pedagógicas más progresistas desarrolladas en Europa —Pestalozzi, Montessori, Frenet, Piaget— y con frecuencia nos decía que ella no había inventado nada nuevo, sino que se había limitado a aprender los mejores y más novedosos métodos para adaptarlos a nuestro entorno, incorporándoles el carácter y la personalidad vascos. Otra peculiaridad muy a tener en cuenta de la metodología de Elbira era la coeducación, esto es, que chicas y chicos estudiaban juntos y en igualdad, realizando todos las mismas tareas. Así, por ejemplo, podía pedir a los chicos que dieran biberón a las muñecas, para que aprendieran a ser luego unos buenos padres.

Podría decirse que Elbira fue el punto de partida de un movimiento que se materializaría posteriormente... pero cuando volvió del exilio a Donostia, no dispondría de mucho materia pedagógico, ¿no?

Había poco donde elegir, ciertamente. Si había algo curioso para nosotros era el “Xabiertxo” de Ixaka Lopez-Mendizabal. Era un librito que tocaba todos los temas. Era como una pequeña enciclopedia, pero había pocos ejemplares y no se podía reeditar...

Foto: Josemari Velez de Mendizabal.

Allí es donde quería yo llegar, ya que Elbira basaba su sistema pedagógico en el conocimiento directo...

Elbira se valió de las teorías y de las mejoras implementadas por otros pedagogos. Tenía un talento innato para eso. Las actividades que utilizaba para el aprendizaje y la enseñanza se basaban en las experiencias ante los alumnos, partiendo de lo que ya sabía, y poco a poco iba construyendo nuevos contenidos. En la actualidad, eso se denomina constructivismo. En aquella época no sabíamos qué significaba eso, pero las ideas estaban allí y las poníamos en práctica. Nosotros de pequeños aprendíamos los nombres de los lagos y los ríos de todo el mundo, pero dónde nacía el río que pasaba frente a nosotros, por qué pueblos pasaba, lo que producían los agricultores etc. lo aprendí con Elbira, por poner solo un ejemplo.

Las matemáticas las enseñaba de una forma especial: siempre empezaba con cosas concretas, utilizaba muchísimo las canicas, los peces, las mariposas, las cerezas, las velas, los ratones y otras muchas cosas para aprender las tablas y demás, esto es, para llegar a la abstracción final.

Hicieron un trabajo extraordinario a partir de la década de los 50, recogiendo el testigo de sus predecesoras, y trabajaron en la más dura clandestinidad. Le tocaría también vivir tiempos difíciles...

Yo estuve trabajando un montón de años en aquellas ikastolas clandestinas y los primeros años fueron bastantes tranquilos, no tuvimos tantas dificultades. Luego, claro, cuando el movimiento de las ikastolas fue extendiéndose, los inspectores y funcionarios de educación no estaban dormidos, sino que tenían sus sospechas y sus recelos. Fue sobre todo cuando empezamos a formar a las andereños cuando tuvimos que soportar mayores presiones. El año 1967 fue muy duro en la Ikastola Kaiko, en cualquier momento teníamos a la policía llamando a la puerta. Nosotras tomábamos nuestras medidas, pero aun así no era fácil, ya que los niños eran los niños... Cuando nos temíamos algo, pedíamos a los niños que vinieran a la ikastola sin mochila. Y en aquellos tiempos en los que la ikastola solía estar en una casa normal y corriente, llegué a esconder a los niños bajo la cama. Algunos días cogía a los niños y los llevaba a la casa de algún alumno y les daba clase allí mismo, para alejarlos de la policía. Teniendo en cuenta que fueron los años más duros de la dictadura, es admirable el riesgo que tuvieron que asumir muchos padres. Eso no se puede olvidar.

Hay que mencionar que aquel 1967 impusieron también la cartilla de escolaridad y nosotras, aunque fuéramos maestras, no teníamos potestad para administrarla. Así que tuvimos que empezar a llamar a algunas puertas y, al final, nuestros niños consiguieron sus cartillas, alguno en la escuela de la localidad de Aia, pero la mayoría de ellos con la ayuda de otras escuelas de Donostia —monjas de San Bartolomé, Marianistas, Jesuitas, Corazón de Jesús...— es ciertamente de agradecer la protección que nos brindaron en aquellos tiempos tan difíciles. Pero aquella situación no podía durar mucho. Así que nos juntamos cuatro profesoras, Elbira Zipitria, Koro Aldanondo, Miren Terese Aleman y yo. Hasta entonces, solamente Elbira daba clase en su casa. Las demás las dábamos en otras casas particulares que no eran la nuestra. Para tratar de solucionar aquella situación nos juntamos con los padres de nuestros alumnos y, en primer lugar, acudimos a la Iglesia para solicitar su ayuda, ya que para entonces ya habían empezado a crearse ikastolas por todas Gipuzkoa bajo su protección. Al mismo tiempo, creamos la asociación, Orixe Kultura Elkartea, cuya principal misión sería impulsar la ikastola.

Mientras estábamos ocupados en eso, no disminuyó la labor de inspectores y funcionarios y, consecuentemente, vivimos unos momentos muy duros, poniendo en más de una ocasión en peligro el proceso de legalización de la ikastola. Sin embargo, conseguimos superar todas las dificultades y, en el curso 1969-70, nos concedieron el permiso, con la obligación de conseguir un lugar más adecuado para la enseñanza. Afortunadamente, en aquellos momentos Orixe Kultura Elkartea ya estaba trabajando en eso.

Foto: Andres Espinoza.

En esos años que menciona existía ya en Donostia una residencia que se dedicaba a la formación de andereños y, además, el movimiento de las ikastolas de Gipuzkoa iba cobrando fuerza...

Sí, Donostia estaba bastante organizada, pero en los pueblos no tenían la posibilidad de seguir nuestros pasos. Estos tuvieron que comenzar como colegios normales. Y el movimiento se inició con aulas de unos treinta alumnos. Hubo que formar a muchas profesoras sin título de magisterio, sobre todo a profesoras que se encargaran de los niños más pequeños. La mayoría de ellas, sin embargo, con el transcurrir de los años fueron consiguiendo el título.

¿Se puede decir que la experiencia de Donostia fue la primera de Euskal Herria?

No me atrevo a decir tanto, pero lo de Donostia sí que fue un fenómeno aparte, gracias a Elbira Zipitria. Recuerdo que, cuando estaba en aquella pequeña Ikastola Kaiko, solía venir Maria Angeles Garai de Bilbao a donde Elbira. Ella fue la primera andereño de Bizkaia de la posguerra y solía venir con el tolosarra Xabier Peña. Junto con Peña, solía venir otras andereños de Bizkaia, después de Maria Angeles.

El movimiento de las ikastolas siguió adelante. Se demostró que era posible el sistema educativo en euskara. Hemos pasado 40años educando a niños y jóvenes en euskara... ¿Se han cumplido las predicciones de entonces?

Yo creo que se han cumplido en gran medida. La preocupación constante de Elbira era que teníamos que formar a los niños mejor que nadie. Ella sabía que, si nuestros niños fracasaban en los siguientes grados educativos, no se iba a culpar de ese fracaso a una supuesta incapacidad de aquellos niños, sino al propio euskara. Pero nuestros niños normalmente salían muy bien preparados de la ikastola. Y si era necesario por parte de las andereños hacer un esfuerzo especial con algún niño, pues hacíamos de buen grado ese trabajo individualizado con los alumnos. Nuestro objetivo era el niño, el niño y su educación, que tenía que ser lo más completa posible. Tanto las profesoras como los padres éramos militantes Así, el euskara consiguió prestigio con la ikastola: teníamos en la misma aula a hijos de empresarios y de pescadores.

Han pasado los años, la sociedad ha cambiado profundamente y ha reconocido su trabajo de diferentes maneras. El año pasado, la Diputación de Gipuzkoa concedió la Medalla de Oro al colectivo de andereños de los sesenta. Creo que pueden tener razones para sentirse satisfechas...

Sí. Estamos satisfechas en general por el trabajo realizado. Nadie nos obligó a ser andereños y emprendimos ese camino por propia voluntad. El nuestro ha sido un trabajo que ha dado un buen resultado. Después de estar cincuenta años trabajando, el reconocimiento de la sociedad te proporciona una alegría increíble. Yo he trabajado durante cincuenta y cinco años como andereño y llevo muy dentro el espíritu de andereño. Fue muy emocionante reunirnos más de cien andereños en la Diputación Foral de Gipuzkoa.

Ciertamente, educaron a los niños de las primeras ikastolas utilizando pedagogías innovadoras y han pasado medio siglo trabajando. Basándose en su experiencia, ¿cómo ve la situación actual del euskara?

A Elbira le oí decir muchas veces que la calidad del euskara iba a disminuir pero que el número de hablantes iba a aumentar, y me parece que eso es exactamente lo que ha ocurrido en gran medida. Me gustaría poder transmitir de alguna manera a las siguientes generaciones el amor por el euskara y por la cultura vasca que sentíamos nosotros y los padres de aquella época. Verdaderamente, creo que el futuro es nuestro. Mari Karmen Mitxelena (Usurbil, 1938) Nació en el barrio San Esteban de Usurbil y vivió allí hasta cumplir los veinte años. Luego se trasladamos al barrio Agiña y desde hace trece años vive en Donostia. La pasión por la enseñanza le entró bien pronto. Tras cursar el bachillerato en Donostia se inscribió a la Escuela de Magisterio. Las chicas de aquella época no solían cursas enseñanza superior, pero Mari Karmen lo tenía claro. Cursando segundo en la Escuela de Magisterio comenzó a impartir clases de euskara en la Ikastola Kaiko y allí conoció a Elbira Zipitria. Pasaron largas temporadas impartiendo clases en ikastolas clandestinas y puede decirse que dedicaron su vida a educar niños. De hecho, ha pasado 45 años como profesora y como ella dice “llevo muy dentro el espíritu de andereño”. En 2010 la Diputación de Gipuzkoa concedió la Medalla de Oro al colectivo de andereños de los sesenta.
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