Jose Antonio Arana Martija ha fallecido el 27 de abril del 2011. Os presentamos la entrevista que le hicimos para Euskonews el pasado 23 de abril en su cada de Gernika.
La devoción de Euskal Herria por la música ha llegado a ser un tópico. Nuestro pequeño país ha dado grandes músicos y la tradición musical se ha insertado en todos los niveles sociales, ubicando dicho tesoro cultural en lo más alto. Pero si hay algo característico de la identidad de Euskal Herria es su lengua, el euskera. Para que siga siendo País Vasco, es necesario conservar el euskera, porque sin él se perdería la esencia vasca. A lo largo de la historia el euskera ha dado grandes y prolíficos trabajadores. Jose Antonio Arana Martija ha podido unir la música y el euskera en sus planteamientos vitales y, además, los ha unido con maestría. Por ese motivo, Eusko Ikaskuntza le ha concedido recientemente el Premio Manuel Lekuona, por su gran aportación cultural a lo largo de toda una vida.
Foto: Euskaltzaindia.
Vino al mundo en los tiempos de la II República y nada menos que en Gernika... o mejor dicho, ¡en Lumo! ¿Qué recuerda de ese breve período de su vida antes del inicio de la guerra?
En primer lugar, con respecto a lo que ha mencionado en la introducción sobre al euskera y la música y parafraseando a Víctor Hugo, diría que, más que la lengua, es la música la que distingue a un país y que el País Vasco se distingue también por su música. En consecuencia, ésas dos son las herramientas que he utilizado a lo largo de mi vida, de forma conjunta. El euskera y la música han sido para mí unas herramientas muy queridas y cercanas para mostrar y expresar la identidad del País Vasco.
Dicho esto, me gustaría aclarar que Lumo es un barrio de Gernika, pero antes era una anteiglesia. Y como anteiglesia, Lumo tenía el fuero de Bizkaia; a Gernika, por el contrario, como villa que era, le correspondía la legislación española, la de Logroño. Por eso prefiero considerarme a mí mismo como lumotarra. ¿Qué recuerdos tengo de mi pueblo antes de la guerra? Me llevaron al exilio con seis años, por lo que tengo muy pocos recuerdos de aquella época. Mi padre era capitán de barco y trabajaba en el buque Axpe Mendi de la compañía “Sota y Aznar”. Con la llegada de Franco le cambiaron el nombre a Monte Albertia. Nos fuimos al exilio en un barco inglés y volvimos a casa en el Monte Albertia. Desde la proclamación de la II República hasta la guerra recuerdo muy bien la casa del abuelo Meliton. Allí nací, en el tercer piso, y como por lo visto era el preferido de la abuela Kontzesi, pasaba allí la mayor parte del tiempo. El abuelo era de Ibarruri, de una familia originaria de Gorriti, en Navarra, y recuerdo que hablaba medio en verso. Por otra parte, cuando tenía cinco años, mi padre vino una vez a Bilbao y me trajo un pequeño coche, en cuyo interior cabía yo, y solía bajar la cuesta que va desde la Casa de Juntas hasta la casa de mi abuelo.
Empecé en la ikastola con dos años y recuerdo a la profesora elantxobetarra Sabina Ardanza. Me tuvo en su regazo en más de una ocasión, porque era muy pequeño. Aunque en la ikastola fuera todo en euskera, teníamos un problema con el catecismo, ya que el párroco de la parroquia de Santa María, José Domingo Iturraran, prefería el castellano. Por ese motivo, los jesuitas nos daban catecismo en euskera, prácticamente a escondidas. ¡Y como profesores teníamos a Felipe y Juan Jose Goikoetxea... y a Raimundo Olabide!
Un par de días antes de que ocurriera el bombardeo, la gente de aquí empezó a marcharse y como la madre de mi padre —la abuela Salvadora— vivía en Muxika, nos fuimos allí. Vimos el bombardeo desde una colina encima de su casa.
Tras el bombardeo marchan al exilio, hacia Francia...
Estuvimos un mes en Bilbao, en un caserío de Mallona, y de allí mi tío Agustín, hermano de mi madre, nos llevó a Laredo. Él trabajaba como chofer del comandante de gudaris Jose Estornes Lasa. Mi quinto hermano nació en Laredo. En los dos meses que pasé allí fui a la escuela. Cuando el ejército de Franco entró en Bilbao, nos fuimos en tren a Santander y de allí nos llevaron a Nantes en un barco carbonero inglés que estaba atracado en el puerto. Pero antes el barco hizo escala en la bocanadel puerto de Burdeos y unas personas que se acercaron en una barca preguntaron si había alguna persona de Gernika. Mi madre se identificó y un par de horas después volvieron aquellos amigos con alimentos y caramelos. Era mi padre quien los mandaba; para entonces, ya estaba escondido. ¡Qué alegría nos llevamos! Pero seguimos adelante con nuestro viaje hasta llegar al puerto militar de Nantes. Por los recuerdos que tengo, la República Francesa se portó muy bien con nosotros. Nos dejaron una casita en el pueblo de Villemandeur. Allí enfermé, de tifus, y me llevaron al hospital de Montargis. Permanecí tres meses ingresado sin poder visitarme nadie de la familia. Veía a mi madre de vez en cuando, al otro lado del cristal de la sala en que estaba yo. Ése es el recuerdo más duro que tengo. Una vez curado, nos mudamos al poblado de Rivedoux de Île de Re, donde estuvimos hasta septiembre de 1939. Volví a aquellos lugares hace unos diez años, porque quería agradecer a aquellos lugareños la acogida que nos prestaron. Mi padre estaba en La Rochelle y aparecía de vez en cuando por casa. Entonces nació mi sexto hermano y la familia decidió que debíamos volver a Bilbao. Y embarcamos en el “Monte Albertia”.
La abuela de Muxika vivía en Bilbao y permanecimos en la capital durante un año antes de volver a Muxika, donde nos quedaríamos hasta 1950. Desde la víspera del día de reyes de ese año soy “villano”.
Foto: Euskaltzaindia.
Vuelve a Gernika y surge en Vd. la vocación sacerdotal...
Primero fui al seminario de Gordexola. Estuve un año bajo la dirección de Patricio Ruiz de Azua. Para el segundo curso me enviaron a Bergara. Y allí conocí a Andres Mañarikua, recién llegado de Roma de defender su tesis doctoral “El matrimonio de los esclavos”. ¡Y era profesor de matemáticas! De Bergara a Gaztelu-Elexabeitia. Allí tuve de profesor a Andres Ibañez Arana y con él aprendí dos cosas que me vendrían muy bien en el futuro: por una parte, leí la tesis de Ibañez antes de que la defendiera, ya que me pidió corregir los errores ortográficos; y por otra, le ayudé a organizar la biblioteca. Aquél fue mi primer contacto serio con los libros.
Para el cuarto curso nos trasladaron a Vitoria-Gasteiz. Aunque el director de su biblioteca era Jose Zunzunegi, en ella trabajaba también Andres Mañarikua y, como me conocía de Bergara, me pidió fuera su ayudante. Y eso hice, por lo que se me dieron todas las facilidades para acceder a los libros. ¿Y qué ocurrió? Pues que tuve la oportunidad de leer a autores que estaban prohibidos —Unamuno, Dante...—. Guardaba esos libros debajo de mi cama. Pero me los encontraron en una inspección. Y el castigo impuesto fue absoluto: me enviaron a casa, para siempre. Ocurrió el 17 de enero de 1947. Tengo la fecha muy grabada.
¿El hecho de no acceder al sacerdocio le abrió entonces las puertas del derecho?
No pude convalidar el Bachillerato automáticamente y lo logré a través de la reválida. Los otros dos cursos los realicé en Gernika. Y también son de aquella época las dos primeras visitas al cuartel, ya que una compañera de clase, hija de un guardia civil, me denunció argumentando que era nacionalista. Me dieron una buena paliza.
El curso preuniversitario lo preparé con Maria Angeles Larrea, en Amorebieta-Etxano, y ella me acompañó a Valladolid a hacer el examen. Como iba a comenzar la universidad pero no tenía muy claro por dónde podía tirar, visité a Andres Mañarikua y éste me aconsejó que estudiara Derecho en la Universidad de Deusto. Los dos primeros años los hice allí, pero tuve que dejar Deusto porque mi padre me necesitaba para las tareas administrativas de un negocio que acababa de abrir en Gernika. Seguí con la carrera, pero por libre, y la terminé en Valladolid en 1954.
Es ya un hombre de leyes. ¿Pero cuándo surge su afición por la música?
Para cuando acudí al seminario ya era tiple en la parroquia de Gernika y tomaba clases de piano. También aprendí a tocar un poco el órgano, con Juan Ojanguren, quien introdujo la polifonía en Gernika y nos enseñó gregoriano. Siendo tiples cantábamos cuatro o cinco misas gregorianas. Cuando llegué al seminario de Vitoria-Gasteiz, por lo tanto, sabía ya un poco de música y nos comunicaron que quienes estuviéramos interesados podríamos aprender armonía con Julio Valdes. Y así fue como empecé. ¡Quién sabe cuántos Tantum Ergo a tres voces escribí en aquella época! Como he dicho antes, estuve muy poco tiempo en el Seminario, pero salí de allí con amplios conocimientos de armonía.
Un año después de volver a casa del Seminario, en 1948, se organizó un Congreso Eucarístico en Busturialdea y canté como tenor segundo en el coro parroquial, bajo la dirección del organista Juan Ojanguren. Poco a poco le fui cogiendo gusto a la música. Me cambió la voz y pasé a los tonos bajos. Como es conocido, antes del Concilio Vaticano II las mujeres tenían prohibido subir al coro y, cuando cantábamos alguna misa a cuatro voces, las mujeres —que hacían las voces de tiples— debían actuar desde abajo, con el director Antonio Lekube, mientras Julio Bareño nos dirigía a nosotros en el coro. Tras el Concilio, por el contrario, se refundó el coro mixto, puesto en marcha por Sebero Altube en 1922. Y me eligieron director. A partir de entonces, además de cantar música litúrgica introduje también profana y de ahí surgió la Coral Andra Mari.
Por otro lado, fundé la Academia de Música Municipal, junto con el director de la Banda de Música de Gernika.
En esa época hace Vd. un gran trabajo en torno a la música. Y en seguida pasa a la investigación...
Como he dicho, pasé de la música pasiva a la música activa, muy activa, y posteriormente vino la investigación. El punto de inflexión está concretamente en 1968, cuando estaba en la cárcel. Enseñé música y euskera a los reclusos, todas las tardes, turnando las materias. Entonces me di cuenta de que tenía muchas carencias y que la música vasca aún tenía grandes espacios por descubrir. Comencé a investigar y me desplacé a Madrid para visitar e informar de mis propósitos a los músicos Luis de Pablo, Carmelo Bernaola, Agustín Gonzalez Acilu y Pablo Sorozabal. Y de paso saber también en qué estaban trabajando ellos. Asimismo, comencé a catalogar órganos. Y con datos de ese tipo completé mi primer libro, Música Vasca.
Foto: Euskaltzaindia.
Quien quiera saber algo sobre la música vasca debe acudir a ese libro suyo...
Jamás pensé que Música Vasca se utilizaría tanto. En la medida en que lo iba escribiendo enviaba copias a Norberto Almandoz, por aquel entonces organista de la catedral de Sevilla, y tenía en consideración los consejos que me daba él. Le pedí que escribiera el prólogo pero, como lo rechazó, lo hizo Bello Portu. Se presentó el libro en Musikaste. Con aquella labor recopilé un archivo enorme y al publicar el libro, como para entonces tenía ya cierta relación con Eresbil, dejé el archivo en Eresbil, es decir, más de cinco mil documentos.
Ha mencionado la cárcel, ha dicho que aquélla fue una oportunidad para trabajar con la música y el euskera. Poco después de salir de la cárcel, el euskera se convirtió en su profesión...
Antes de ingresar en la cárcel, en 1966, fundé en Gernika la una ikastola Sebero Altube. Tuvimos nuestro conflicto con el párroco de aquella época, sobre si éramos nacionalistas o no. Pero, como dice Vd., en 1969 comencé a trabajar en Euskaltzaindia, de forma no oficial. Había conocido a Azkue en 1951, siendo alumno de Deusto, en la sede de Euskaltzaindia de la calle Ribera de Bilbao. Supe que el cancionero de Azkue estaba a la venta y fui a comprarlo. Y posteriormente, cuando comencé a investigar en torno a la música, acudí a Euskaltzaindia, ya que allí estaba todo el fondo musical de Azkue. Y comencé a clasificar y catalogar ese material. En aquella época era vice-secretario Jose Luis Lizundia. Se hizo un trabajo tremendo. Y cuando llegó el momento de pasar de Ribera a Arbieto, yo me quedé en Ribera, con Nere Altuna, organizando todos los documentos musicales de Azkue.
Por aquel entonces Alfonso Irigoyen era el bibliotecario de Euskaltzaindia, pero poco tiempo después, a propuesta de Enrike Knör y con el beneplácito de Aita Villasante, presidente de Euskaltzaindia, me nombraron bibliotecario de la institución y comencé a trabajar en Euskaltzaindia de forma profesional. Y nada más comenzar a trabajar me di cuenta de que había una gran carencia, en todos los aspectos. Acudí a vendedores de libros antiguos, librerías especializadas, instituciones... De esos quinientos volúmenes que podría haber cuando comencé hemos pasado a los 90.000 actuales. Hemos hecho un trabajo enorme, bajo mi dirección y con la colaboración impagable de Nere y Josune Olabarria. Cuando me jubilé, nombraron director a Pruden Gartzia.
Jon Bilbao me aconsejó en cierta ocasión que no me preocupara tanto de ser bibliotecario sino que trabajara más como bibliógrafo. Y ése ha sido el eje fundamental de mi dedicación. Quien acuda a la biblioteca de Euskaltzaindia debe encontrar un servicio apropiado, que le pueda ayudar en lo que esté buscando. Y estoy muy orgulloso de lo logrado.
Foto: Josemari Velez de Mendizabal.
Ha mencionado varios nombres: Julio Valdés, Sebero Altube, Resurrección María de Azkue, entre otros. Otro que quedará ligado a Arana Martija a partir de ahora es el de Manuel Lekuona, ya que Eusko Ikaskuntza le ha otorgado el premio que lleva su nombre, en la edición de 2010... Vd. conoció muy bien a Lekuona...
Es curioso que el recuerdo del Premio sea una imagen de Remigio Mendiburu. Y yo, en un curso en torno a la cultura vasca titulado “Sakonki” que impartí durante todo un año, utilicé como logotipo otra imagen de Mendiburu, junto con la siguiente frase de Oteiza: Sakonki maite dut nire herria, sakonki amorrazten dit nire herriak (amo profundamente mi país, me enfurece profundamente mi país).
Le tenía mucho cariño a Manuel Lekuona, así como a su sobrino Juan Mari. Barandiaran y Lekuona fueron quienes revivieron la cultura vasca desde el Seminario de Vitoria-Gasteiz, a comienzos del XX. Mi afición por el bertsolarismo llegó con la “Literatura Oral Vasca” de Lekuona. Leyendo aquel libro llegué a la conclusión de que una parte importante del bertsolarismo es la música, la melodía. Y ahí encontré un nuevo ámbito para mis trabajos. En consecuencia, como pensaba que los textos y las melodías deben ir junto con sus pentagramas, cuando Euskaltzaindia organizó los Campeonatos de Bertsolaris, publiqué un libro en torno a ese tema.
Y al mencionar a Lekuona, también debo mencionar, ineludiblemente, a Barandiaran, ya que ayudé a Don Jose Miguel cuando estuvo en Gernika. Oficiaba misa a las 7 de la mañana en Santa María, desayunábamos en la Taberna Vasca y luego íbamos a las cuevas de Forua, a excavar. ¡Es increíble cómo podía ser tan humilde, con todo lo que sabía!
No querría terminar esta entrevista sin mencionar otro nombre: Maiteder Bareño.
Cuando publiqué el libro “Música Vasca”, la dedicatoria fue la siguiente: “Euskal Herrian sortu ninduten aita eta amari, Euskal Herrian izaten laguntzen didan Maitederi, eta Euskal Herriari” (A mis padres que me engendraron en el País Vasco, a Maiteder que me ayuda a vivir en el País Vasco, y al País Vasco). Si no me hubiera casado con Maiteder, no seguiría aquí. Con todos los aprietos que he pasado —cárcel, enfermedades, problemas económicos...—, no sólo ha sido mi compañera, sino que ha sido yo mismo. Maiteder es una mujer de Gernika que hizo uno conmigo; nos hemos amado mutuamente y hemos sacado adelante a cinco hijos e hijas maravillosos; todos ellos trabajan a favor del euskera y de Euskal Herria. Gracias a nuestra ama, porque de hecho yo también le llamo ama.
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Homenaje a Jose Antonio Arana Martija
Jon Erkiaga Jose Antonio Arana Martija (Gernika, 1931)
Tras exiliarse en Francia estudió humanidades en el Seminario de Vitoria-Gasteiz donde fue discípulo de Julio Valdés. Posteriormente se licenció en derecho por las Universidades de Deusto y Valladolid y realizó estudios de Ciencias Económicas.Ha compaginado su trabajo en diversas empresas vascas con el estudio de la cultura vasca. Fundador de la ikastola Seber Altube, tras muchos trabajos de investigación euskérica, fue nombrado Académico correspondiente y Bibliotecario de Euskaltzaindia en 1979 y Académico de número y Tesorero en 1988.Es miembro de la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País, del Instituto Americano de Estudios Vascos y de Eusko Ikaskuntza-Sociedad de Estudios Vascos de la que fue presidente de la Sección de Música en 1987. Su actividad cultural se dirige principalmente hacia la música, el folklore y el bertsolarismo. Ha publicado numeroso trabajos en la revista Euskera y en 1962 comenzó a colaborar en Tesoro Sacro Musical. Asimismo colaboró semanalmente con la “Hoja del lunes” de San Sebastián escribiendo sobre músicos vascos. También ha sido colaborador de la Enciclopedia Catalana y de la Enciclopedia General Ilustrada del País Vasco (Auñamendi) y de las revistas Txistulari, Dantzariak, Jakin, Aranzazu, Euskor, Mínima, Boletín de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, Egan, Boletín del Instituto Americano de Estudios Vascos, etc. Sobre historia de la música vasca ha tomado parte en varios libros colectivos como Lur eta Gizon, Etre Basque, Euskal Herria, Historia eta Gizartea, Enciclopedia Histórica Geográfica, Bizkaia 1789-1814 entre otros. Aparte de numerosos artículos y algunos libros como Elai-Alai, Ópera vasca en Vizcaya, Canciones de Navidad, Opera Omnia Vasconice y la Bibliografía Bonapartiana destacan dos obras fundamentales Música vasca (1976) con una segunda edición ampliada (1987) y Eresoinka (1986). En 1962 organizó el ochote Bogamazua con los que grabó cuatro discos y en 1978 la Coral Andra Mari de Gernika que dirigió durante diez años. Juntero electo por Bizkaia (H.B.) en las elecciones a Juntas Generales de 3 de abril de 1979. En junio de 2004 recibe el Premio Urrezko Luma dentro de la Feria del Libro de Bilbao. Eusko Ikaskuntza le hace entrega del premio Manuel Lekuona 2010. Jose Antonio Arana Martija fallece el 27 de abril de 2011 a los 80 años. Fuente: Auñamendi Eusko Entziklopedia