¿Por qué fotógrafo?
Básicamente, por dos motivos. Uno de ellos, tratar de entender el mundo, la vida del resto de las personas. Hago fotografía, fundamentalmente, por eso, para comprender otro tipo de vidas, de realidades. La otra razón es que me interesa mucho el lenguaje fotográfico. Utilizo la fotografía para intentar comprender el mundo. El lenguaje fotográfico me resulta muy atractivo por su relación con el tiempo. La fotografía es capaz de hablarnos de momentos pasados, de gente que murió y que una vez conocimos.... Es una relación muy especial. La fotografía congela el tiempo en un papel. Por otro lado, existe otra relación con la verdad, con la realidad. La relación con el espacio me interesa menos.
En esta época digital, en la que todo el mundo tiene una cámara y puede hacer fotos, ¿ha perdido sentido su profesión?
No, en absoluto. El salto ha sido importante, desde luego. Pero lo primordial es la calidad de la mirada del profesional. En este sentido, no ha habido un cambio, y menos a peor. La calidad de la mirada no depende de la técnica. La fotografía sí la tiene desde su nacimiento en 1839. Pero la mirada, no.
¿Es la cámara su tercer ojo, la prolongación de su vista?
Bueno, en el sentido en que traduce a algo tangible lo que yo quiero mirar, sí. Pero tampoco le daría una importancia tan grande. Surge una reflexión fácil: lo importante es lo que miras. Aunque bueno, en el fondo, sí, puede ser la cámara una prolongación de la vista.
¿Y qué le lleva a interesarse únicamente por las personas?
Lo que da la medida de la vida es la persona. Sin duda alguna. En eso se basa mi trabajo. Lo que más me interesa es la relación de las personas con ellas mismas y con el momento, el tiempo en el que viven. En este sentido, fotografía y tiempo encajan perfectamente. De este modo, existe una coherencia. Haces fotos de lo que hay ahora mismo, en este momento.
¿Qué ha visto en ellas a lo largo de los años?
De todo. Todo un abanico de situaciones buenas, malas, deleznables, crueles, alegres.... En el plano negativo, lo que más he visto es el sufrimiento de las personas, sobre todo cuando les hacen sufrir. Todo lo demás no es que sea positivo sino que forma parte de la misma vida.
¿Le molesta que le etiqueten como un fotógrafo comprometido?
Me molesta bastante, porque es algo que se ha convertido en muy habitual. Me molesta mucho. Quiero entender las cosas pero no tengo ningún mensaje que dar a alguien ni cierta labor de misión que tienen otros fotógrafos, ni pretendo transformar la vida de las personas a las que miro. Carezco de actitud apostólica. En el aspecto puramente fotográfico, soy muy poco puritano; es decir, no me importan nada las pruebas, las mezclas... Fotógrafo comprometido... ¿con qué? Esa etiqueta se aplica a profesionales que aspiran a transformar la realidad que miran. En el fondo, se esconde un toque falso. La vida no es así de limpia, tiene muchos matices. No todo es blanco o negro. He hecho trabajos con gentes que pasan penurias tremendas y otras que no. Otros de encargo. ¿Cuál es el compromiso realmente?. El compromiso es mi forma de vida.
Ha retratado jornaleros, campesinos, emigrantes, marginados en general. ¿Es justo este mundo?
No, no, claro que no. Al cabo de los años, tengo la sensación de haber visto una serie de cosas, pero de no haber asistido al drama total, a una matanza por ejemplo. He visto situaciones en las que la gente sufre de una manera muy ambigua. Prefiero mirar las cosas de manera poco evidente. Me gustan los temas fronterizos, digamos, donde las cosas no son fáciles de ver, porque hay mucho matiz. Me siento bien trabajando en este terreno, no por comodidad sino porque te exige mucho análisis, reflexión continua.
¿Intenta cambiarlo, o aunque sea denunciarlo, con su cámara?
Intento entenderlo, que ya es difícil. No intento dar respuestas, sino plantear preguntas. Esto es algo que depende de cada uno.
Su incursión en el cine, en 2004, con “El sueño de Malika”, continuó en la misma línea. ¿Resulta más gratificante el séptimo arte por su mayor capacidad de difusión?
La fotografía, en este sentido, es más limitada. El cine me resulta interesante por la relación con el tiempo completamente diferente a la de la fotografía. Por eso hice el corto. Compartí tema y tiempo con un trabajo fotográfico. El cine documental tiene una gran tolerancia, admite muchos tipos de soluciones y de respuestas. Esa franja en la que se mezcla la imagen fija con la secuencia, con el movimiento te permite mucho juego. Y, desde luego, el cine es más accesible a cualquiera. Con un ordenador doméstico, puedes rotular, titular, realizar un producto cerrado homologable a cualquiera, algo que diez años atrás era impensable.
Su obra ha plasmado personas en diferentes y distantes países del planeta. ¿Por qué no ha hurgado más a fondo en su tierra?
Está equivocado. Donde más he hurgado ha sido en mi tierra. Siempre he pensado, con muchos matices y con esa dependencia de la mirada, sobre mi tierra, he reflexionado sobre ella. Mi trabajo más largo, que me ha ocupado doce años, de manera interrumpida, ha sido sobre el conflicto político vasco. Es el que más sufrimiento me ha producido, el que más problemas me ha acarreado. He viajado, he mirado a otras gentes, pero lo que más me ha marcado como fotógrafo, en el sentido de interés, ha sido este tema.
Disculpe el malentendido pero el “en su tierra” se refería exclusivamente a Navarra, a sus gentes.
A finales de año, publicaré un libro sobre este tema. Si hacemos un recuento de las fotos hechas en Navarra sobre el conflicto vasco son más del sesenta por ciento de la obra. Socialmente, el resorte que me hizo emprender el trabajo sobre los jornaleros tuvo su origen en los andaluces que trabajan el espárrago en Navarra. De ahí, me fui a buscar su origen en Andalucía. Por tanto, creo que la presencia de Navarra es muy importante en mi obra. También he fotografiado romerías... He hecho muchas fotos en Navarra.
Dicho de otro modo, ¿cómo ve Navarra?
Ésta es la peor pregunta de todas. Depende en qué sentido hablemos. Es el lugar donde vivo y, por ello, me resulta muy difícil realizar un análisis. Mantengo con Navarra una relación de amor y odio, como todo el mundo en general. Como ya he dicho anteriormente, cuando hago fotos no quiero transmitir un mensaje. Del mismo modo, vivo en Navarra pero de una manera muy desapasionada. Soy todo lo contrario a alguien que defiende su tierra. No la defiendo porque no sé cuál es. Sé que hay muchos problemas, que no los da la tierra sino sus gentes. Más que hablar de Navarra habría que hablar de los que viven en Navarra, que son los que dan problemas, como en todos los sitios. Las relaciones con las personas tienen momentos buenos y malos. Yo no me siento un defensor de la tierra. Lo importante son tus amigos, tu familia y nada más.
Fotográficamente, ¿transmite prosperidad o decadencia la comunidad foral?
Todo depende de quién la fotografíe. No hay un patrón. Me transmite una mezcla de esos dos conceptos. También hay sufrimiento, pese a las estadísticas y el orgullo de lo suyo de mucha gente. Pero asimismo existe, como en todo territorio, una puerta trasera que da paso a una serie de porquerías impresionantes. Navarra me sugiere un decorado, un escaparate que oculta una realidad que no se muestra, que las gentes que la gobiernan pretenden ignorar, en todos los sentidos. Hay comportamientos absolutamente hipócritas que no los entiendo. Un decorado cartón piedra de prosperidad, de falsedad, con una trastienda tremenda. Por ejemplo, las navarras que abortan tienen que hacerlo en Zaragoza o San Sebastián. En Navarra no aborta nadie. Todos los médicos son objetores de conciencia y las mujeres que abortan parece que no existen. ¡Por favor! Es un botón de muestra de esa hipocresía, de ese decorado. Aunque luego, no sé por qué ni a qué se debe, hay muchísimos navarros que se sienten orgullosos de ese decorado.
Navarro y pamplonés, ¿ha sabido sacar partido de los fotogénicos sanfermines?
No, nada. No es que no haya sabido explotar las fiestas sino que tampoco lo he intentado. Hice fotos en San Fermín durante un par de años, como ejercicio, cuando empezaba. Las fiestas son un buen banco de pruebas para trabajar. Permiten establecer relaciones con personas muy variadas, con situaciones visuales muy distintas... Me siento más cómodo participando de los sanfermines que haciendo fotos. Prefiero vivir estas fiestas, disfrutarlas, que estar pendiente de la cámara. Los sanfermines imponen un forma de mirar en la que no me siento cómodo. Busco estar más tranquilo. Esto no quiere decir que en el futuro, como fotógrafo, no renuncie a ellos.
Ponga su personal rúbrica y autorretrátese.
Persona y fotógrafo van en el mismo sentido, paralelamente. En ambos casos, dudo mucho, porque me gusta. Soy curioso. La duda me lleva a fomentar una actitud de escepticismo, casi militante. Algo me puede interesar mucho pero enseguida puedo empezar a cuestionarlo. Fotográficamente, huyo de lo fácil, acabo cayendo en historias complejas y ambiguas, de mucho esfuerzo, pero que te provocan una satisfacción profesional.
Por último, dispare su fotografía soñada. No la tengo. Todo es demasiado complicado, tal vez por mi actitud ya comentada. Respiro aromas pero no sueños en sí. No soy capaz de plasmar ese sueño. Escenarios idílicos, tampoco. Prefiero lo cotidiano. Bastante tenemos con lo que hay, como para hacer planes, como para proyectar sueños. Clemente Bernard (Pamplona, 1963) Nacido en Pamplona un 7 de mayo de 1963, se licenció en Bellas Artes por la Universidad de Barcelona y comenzó a trabajar como ayudante de Koldo Chamorro. Así permaneció durante varios años, hasta que en 1986 se independizó profesionalmente. Desde entonces, ha colaborado con diversos medios de comunicación y, en la actualidad, lo hace con la agencia italiana Contrasto. Entre sus trabajos destacan “Jornaleros”, sobre los campesinos temporeros andaluces, su trabajo en Chiapas tras la revolución zapatista, “Mujeres sin tierra”, sobre las saharauis, su participación en “Pobres de nosotros”, sobre la juventud marginada y su trabajo sobre el conflicto político de Euskal Herria. Otro de sus reportajes más destacados ha sido “Los olvidados de Tubmanburg”, una ciudad de Liberia, donde por efecto de la guerra civil 35.000 personas permanecieron aisladas sin alimentos ni suministros, hasta que llegó la ayuda humanitaria. Ha participado también en diversos proyectos culturales como “Madrid visto por...”, “Visión mediterránea”, “Una mirada de carnaval”... y en otros como “Cuatro direcciones”y “Open Spain”. Sus imágenes se han mostrado en los RIP de Arles, en la Photokina de Colonia o en “Visa pour l´image” de Perpignan. El año pasado llevó a cabo su primera incursión en el cine, con la película documental “El sueño de Malika”, que se estrenó en el festival Punto de vista. De nuevo, volvió a profundizar en el sufrimiento. En este caso, en los emigrantes muertos en el Estrecho, en esas personas que ya han muerto antes en la soledad de su país. Exposición en ARTaretoa