Igor Yebra. Bailarín: Estar en el escenario es como un empacho de adrenalina; sientes todas las emociones al máximo

2005-07-22

BREA, Unai

GARMENDIA IARTZA, Koro

Nació y se inició en el ballet en Bilbao; algo más tarde de lo habitual, pero afortunadamente no demasiado. La capital vizcaína que tan grandiosa se manifiesta en los chistes, sin embargo, se le quedó pronto pequeña. Y sus padres adoptaron una sorprendente decisión al permitir a su jovencísimo hijo marcharse a Madrid con el objeto de progresar en su carrera. Es fácil que una ciudad como la capital deslumbre a un chico de quince años, pero la fascinación de Igor Yebra por el ballet era mucho más fuerte. Y no cesó en su empeño, hasta convertirse en uno de los mejores bailarines del mundo. Hoy, a punto de cumplir 31 años, reparte su tiempo entre los escenarios y los aeropuertos. Últimamente, por motivos que todos conocemos, también aparece en la prensa del corazón, pero no estamos aquí para perder el tiempo en esas cosas, sino para conversar sobre la danza clásica. Yebra regresa ocasionalmente a su Bilbao natal. Así lo hizo a finales de junio, por ejemplo, para participar en calidad de profesor en el Taller de Danza Clásica de los IV Encuentros de Arte y Cultura de Bilbao, organizados por la UPV/EHU, BBK, el Ayuntamiento de Bilbao y la Diputación Foral de Bizkaia, en los que Igor Yebra lleva varios años al frente de la coordinación del espacio dedicado a la danza clásica. Nos citamos poco antes de dar comienzo a una de las clases, aunque, dada la apretada agenda que presentaba el bailarín, compartimos con él menos tiempo del deseado. Pero con mucho gusto, eso sí.

Al parecer, se inició en el ballet un poco tarde...

Empecé con doce o trece años, cuando normalmente se empieza aproximadamente a los siete. Por fortuna, tuve suerte, porque, al haber hecho tanto deporte, tenía una fisonomía adecuada. Y es que el ballet, a fin de cuentas, es también un deporte. Un deporte de élite.

Pero se necesitará más flexibilidad que en el resto de las disciplinas deportivas...

Sí, ésa es la mayor diferencia con respecto a casi todos los deportes, aunque hay algunos que requieren mucha flexibilidad; la gimnasia, por ejemplo. Para practicar el ballet clásico –la danza contemporánea es otra cosa-, los músculos tienen que ser muy finos, tal como establecen los cánones de belleza clásicos. El mismo nombre lo dice: lo clásico es aquello que los antiguos griegos consideraban hermoso. Los músculos deben ser finos, flexibles y fuertes al mismo tiempo.

Se inició en el ballet en Bilbao, ¿no es así?

Sí, en Deusto.

Pero al poco de comenzar su carrera, ingresó en la compañía de Víctor Ullate, en Madrid, cuando no contaba más que con quince años...

Al principio pasé un año en Bilbao. Tuve la suerte de que mis padres me ayudaron mucho. Al ver las enormes ganas que tenía de seguir adelante, a los catorce años me dieron permiso para irme a Madrid. Ahora, al analizar las cosas desde la distancia, me parece increíble haber terminado donde estoy. Podía haber seguido un camino equivocado. La cuestión es que tuve mucha suerte por recibir el apoyo de mis padres. Me fui a Madrid, a la compañía que Víctor Ullate acababa de crear. Como no tenía muchos chicos, y yo, además, era bastante alto, entré en la compañía directamente. De modo que mi trayectoria ha sido poco común, porque no he estudiado en una escuela al uso. Mi escuela ha sido el escenario.

¿Y cómo se las arregla un quinceañero en Madrid, y además sin padres?

El primer año estuve en siete casas distintas. Cambiaba continuamente: un mes en casa de unos familiares, otro mes en casa de unos conocidos... Me resultaba difícil, porque mis horarios no eran los habituales. Pero al cabo de aproximadamente año y medio de mi llegada, empecé a tener un sueldo como profesional, y gracias a mis ingresos y al apoyo de mi familia, alquilé un piso para que pudiera vivir yo solo. Fue algo realmente extraordinario, increíble. Estoy muy agradecido a mis padres por la confianza que depositaron en mí. De todos modos, no es algo que aconseje. Pese a mi juventud, sabía perfectamente qué era lo que quería hacer, y que no me podía andar con tonterías. Sabía que para nuestra madre suponía un gran esfuerzo económico el tenerme allí. En todo momento he sido muy consciente de ello; nadie me lo ha tenido que recordar. Entraba en el centro de Víctor Ullate a las nueve y media de la mañana, recibía clases durante dos horas y media, ensayaba con la compañía hasta las cinco y media de la tarde, y desde las seis y media hasta las nueve seguía recibiendo clases. Llegaba a casa hacia las diez de la noche. Así, de lunes a sábado. Como entenderá, después de una jornada tan dura, y de tantas horas, el cuerpo no está para otras cosas. No se debe ceder ante las tentaciones.

Actualmente vive a caballo entre Madrid y varias ciudades...

Sobre todo entre Madrid, Roma y Burdeos. Tengo un contrato como bailarín permanente en la Ópera de Roma, y otro en la Ópera de Burdeos. Y, en los huecos que me dejan, intento bailar en diversos lugares. Hace poco he regresado de Budapest, tras bailar con el Ballet Nacional de Hungría, y dentro de poco tengo previsto marcharme a Rusia.

También ha estado en tierras australianas...

Sí, estuve en mis comienzos como freelance, con un contrato de seis meses. Tienen una compañía fabulosa y trabajamos muy a gusto. Fue una experiencia maravillosa. Además, el país es muy hermoso. Totalmente recomendable.

Hay que tener valor para irse hasta allí...

Me fui porque el director de la compañía, tras ver mi actuación en el certamen Maya Plissetskaya de Moscú, me presentó una oferta muy buena. Puede que el Australian Ballet resulte desconocido para la mayoría de la gente, pero los que andamos en el mundo del ballet sabemos que es una de las mejores compañías del mundo. El único problema es que está en Australia. Es la compañía que más representaciones realiza en todo el mundo: unas 180 al año...

¡Una cada dos días!

Sí. El período de ensayos es muy breve. Al regresar de las vacaciones, los bailarines suelen tener un mes para ensayar. Luego, llega la temporada de las representaciones, pero siguen ensayando. Los bailarines tienen su propio horario de trabajo: por la mañana, ensayan de diez a dos o tres de la tarde, y por la noche participan en la representación.

Al parecer, hay pocos hombres en el ballet...

Aquí sí, pero no en el extranjero. En los países en los que trabajo (en cualquier país del este de Europa, en Italia, Francia...), no tienen ese problema. En cualquier caso, es cierto que suele haber más mujeres que hombres. El ballet clásico abre más puertas a las mujeres; hay más trabajo para ellas.

¿Y por qué razón no se animan más hombres?

Simplemente, por una cuestión de tradición. Socialmente, el ballet no está muy arraigado, ni entre los hombres, ni entre las mujeres. No hay infraestructuras, y tampoco se vislumbra un futuro muy claro. No se ha "vendido" bien. Y la gente tiende a elegir lo que le venden, lo que le entra por los ojos. Eso es evidente.

¿Y qué hay de la fisonomía, de la musculatura? ¿No les resulta a los hombres más difícil bailar el ballet?

No, no creo que eso tenga nada que ver. Además, hoy, con la alimentación y demás, las fisonomías han cambiado mucho. No me parece que dé ningún problema.

¿Le parece que tenemos cultura como espectadores de ballet?

Yo creo que sí. Las pocas veces que he tenido ocasión de actuar en este país, o cuando viene una compañía extranjera, los teatros se llenan. Yo creo que sí que hay público o, mejor dicho, una base de público.

En una ocasión leí en una entrevista realizada a un profesor de ballet que cuando llegan los ballets rusos los teatros sí que se llenan, pero que, en los demás casos, no resulta tan fácil...

Todas las veces que he venido, incluso con la compañía de Víctor Ullate, los teatros se han llenado. Siempre. Lo que las palabras del profesor de ballet demuestran es que, efectivamente, la gente acude a lo que le "venden". Al público en general se le "vende" que los ballets rusos son los mejores del mundo, y toda la gente va a verlos. Por eso digo que tenemos que cambiar la historia, que tenemos que demostrar que también nosotros somos buenos, y que tenemos que hacer algo para que la gente venga a vernos.

Por cierto, alcanzó un tremendo éxito en Rusia, al quedar segundo en el certamen de Maya Plissetskaya. ¿Fue algo así como vencer a un equipo de fútbol inglés, y además en Inglaterra?

(Risas). Sí, fue duro. Recuerdo que había participantes de todo el mundo, pero, de los que llegamos a la final, yo era el único que no era ruso. Los rusos siempre piensan que son los mejores, ya sea en ballet como en cualquier otra disciplina. De modo que su reconocimiento, como en aquella ocasión, significa que no has hecho mal trabajo.

En alguna entrevista ha declarado que la danza clásica se encuentra estancada y no avanza lo suficiente.

No es del todo cierto. Para que algo llegue a estancarse, antes tiene que funcionar. Pero es que en la danza clásica no hay nada. Nada que puede estancarse.

Y, sin embargo, hay cantidad de compañías...

¿En España?

¡Ah! Usted se estaba refiriendo a España...

Sí, claro. El extranjero es otra cosa. Dondequiera que voy, cuando representamos “El lago de los cisnes” o “La bella durmiente”, el teatro se llena hasta los topes y las entradas se agotan. Pero eso pasa conmigo y con cualquier otra compañía de ballet. El ballet clásico es como la ópera, como representar “La Traviatta”, por ejemplo. Habrá quien diga que hay que hacer cosas nuevas, innovar dentro del clasicismo, romper con los moldes tradicionales, buscar nuevas tendencias, etc., pero la base, el fundamento, está siempre ahí, y es la que más éxito tiene y más público atrae.

¿En el ballet hay que ensayar tantas horas como la gente se imagina?

Sí, hay que meter muchas horas. Puede que no ocho al día, pero sí unas tres o cuatro, como mínimo, de ejercicio físico ininterrumpido. El ejercicio físico que se realiza en cualquier otro deporte, o al menos en muchos, es poco comparado con el que nosotros hacemos.

¿Sólo hacen ejercicio físico? ¿No bailan?

Bueno, para mí todo es lo mismo. Además, un bailarín es bailarín desde que se levanta hasta que se acuesta. Es una manera de vivir.

¿Y está bien retribuida?

No. Y mucho menos teniendo en cuenta cuánto tiempo podemos estar en activo. Los bailarines, en general, se retiran a los 40 años. Llegados a esa edad, tenemos que abandonar nuestra profesión y buscarnos otro medio de vida. En mi opinión, deberíamos recibir otras sumas para poder seguir viviendo al llegar el momento de la jubilación, pero no es así. Ganamos lo justo para vivir como cualquier otra persona.

¿Cómo ve usted su futuro? ¿Se plantea seguir trabajando durante largo tiempo? Por otra parte, ¿qué ocupación vinculada al mundo de la danza puede desempeñar un bailarín tras obtener la jubilación?

Puede trabajar en muchas cosas: como coreógrafo, como profesor... La enseñaza es una de las posibilidades. Pero no me impongo plazos. Me parece una tremenda estupidez. ¿Qué pasa si mañana me cae una teja a la cabeza? Adiós a todas las expectativas y planes.

Hay un tema sobre el que siento una gran curiosidad: ustedes ensayan ante un gran espejo...

Sí.

¿No se sienten más inseguros al actuar en un escenario?

Sí. En una ocasión mencioné algo de eso en una entrevista, y pusieron mi frase como titular. Son palabras que, extraídas de su contexto, pueden resultar muy duras. Lo que yo dije es que todos los bailarines somos tremendamente egocéntricos e inseguros. Egocéntricos porque, como cualquiera que sube a un escenario, tenemos que serlo; de lo contrario, seríamos incapaces de aguantar la presión que supone el actuar ante cientos de personas dispuestas a juzgarnos. Es necesario ser egocéntrico y pensar que eres el mejor del mundo. Y somos inseguros precisamente por lo que usted comentaba: los bailarines han vivido, desde los cuatro años, rodeados por tres paredes y un espejo. Durante horas, durante días, ése suele ser el mundo del bailarín. Aunque, dicho sea de paso, es una tendencia que me gustaría romper, para abrir nuestro mundo más hacia al exterior. No me gusta trabajar con espejos, entre otras cosas porque te devuelve una imagen que no se corresponde con la realidad. Sólo muestra lo exterior, no lo interior, con lo cual se corre el peligro de trabajar sólo las apariencias. El espejo me parece un arma de doble filo.

¿Qué siente al salir al escenario? ¿Piensa en los espectadores, en algo en especial? ¿O no piensa en nada? Incluso a estas alturas, sigo pasándolo mal antes de dar comienzo a la representación. Pero, en cuanto empiezo a bailar, los temores desaparecen por completo. Es imposible explicar lo que se siente. Es como un empacho de adrenalina; sientes todas las emociones al máximo. Igor Yebra Iglesias (Bilbao, 1974) Al año de empezar a aprender ballet en Bilbao se marchó a Madrid, a la recién inaugurada escuela de Víctor Ullate, en la que ingresó de inmediato. En la capital compaginó los estudios con el trabajo, y se formó de la mano de profesores como Karemia Moreno, Angela Santos y Pino Alosa. Obtuvo el título del Real Conservatorio de Danza de Madrid, con matrícula de honor. Entre 1987 y 1996 fue primer bailarín del Ballet de la Comunidad de Madrid. Mientras, siguió enriqueciendo su repertorio neoclásico con coreografías de Van Manen, Van Dantzing, Linkens y Christe, entre otros. Desde que en 1996 emprendiera su andadura en solitario, ha bailado con varias compañías en calidad de artista invitado: Australian Ballet, Atter Balleto, Ballet de la Ópera de Niza, Ballet Nacional de Cuba, Ballet Nacional de Venezuela, Ballet del Kremlin, teatros Bolshoi y Kirov, Scottish Ballet, Ballet de la Ópera de Roma, Ballet Nacional de Lituania, Ballet La Arena de Verona, etc. En 1996 recibió el premio "Danza y Danza", que se concede al mejor bailarín de Italia, y ese mismo año quedó en segundo lugar en el certamen Maya Plissetskaya de Moscú. El 1 de agosto cumplirá 31 años.
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