Lucía Lacarra. Bailarina: Esta es una profesión en la que te quieren por lo que haces, no por quién eres

2010-11-26

SALABERRIA, Urkiri

Llamamos por teléfono a la hora concertada. Lucía, amable, sin prisas y acogedora nos atiende desde Munich, donde es la bailarina principal del Ballet de la Ópera. Pocas veces en la vida el deseo, el talento o un don eclosionan tan tempranamente en una persona. Hablando con ella, da la sensación de que incluso antes de ser concebida, Lucía ya había decidido ser bailarina.

Nace en Zumaia en invierno, a finales de marzo del 75 y con el deseo de ser bailarina...

(Se sonríe) Yo quizá lo vería como el principio de la primavera. La verdad, no tengo un recuerdo del momento en que surgió el deseo de ser bailarina. Siempre lo he llevado dentro, no tengo la sensación de haber querido nunca ser otra cosa.

Foto: David Allen.

¿Hubo quizá alguien cercano que en su infancia le inculcara desde bien pequeñita el amor a la danza?

No, qué va, en mi familia no había nadie que tuviese relación ni con el arte, ni con la danza mucho menos...

Entonces, ¿de dónde sacó ese deseo de ser bailarina?

Lo cierto es que de niña no decía que quería ser bailarina sino “yo voy a ser bailarina”. Era como una certeza que tuve siempre. Mi madre suele contar que cuando de pequeña me ponía a llorar, lo único con lo que me calmaba era poniéndome sobre la cama un joyero antiguo que tenía, uno de esos que al abrirlos sonaba la música y bailaba una bailarina que giraba mediante un sistema de imanes. Podía estar mirando girar la bailarina durante horas. La verdad es que no sé de dónde pudo venirme el amor por la danza porque en esa época tampoco había ballet por la televisión, ni tenía acceso a la danza de ningún modo. Así que ni yo ni nadie sabemos de dónde me viene, yo creo que lo llevaba dentro. Para mi la danza era una necesidad, no me identificaba si no era bailando.

Pero, una niña de cinco años que comienza en la Ikastola en Zumaia...

Desde entonces le pedía a mi madre que me llevara a Zarautz o a algún sitio para hacer ballet. Recuerdo que cuando veíamos en alguna revista a la princesa Grace Kelly en la escuela de Montecarlo yo le decía que quería ir y ella me respondía “sí, sí, sí... te llevaré algún día con estas niñas”, riéndose y yo me enfadaba muchísimo y le decía, “tú te ríes de mi, no me tomas en serio...”. Y así, hasta que no abrieron una academia privada en Zumaia (en la que por cierto yo fui el primer nombre inscrito), no empecé a estudiar ballet.

Con lo que en realidad, ¿con cuántos años comenzó?

Pues relativamente tarde, porque empecé con nueve años. Allí empecé con Maite, una chica joven que nos daba una clase semanal, y desde el primer día le llamó la atención mi actitud. Gracias a ella, dos años después consiguieron convencer a la ama para que me llevara a Tarragona a un cursillo. En aquella época todos le decían que yo era bonita, que tenía algo... pero ella les contestaba que sí, que en Zumaia podía ser bonita, que no era difícil porque no había tantas... en ese aspecto era bastante escéptica y no se tomaba muy en serio mi decisión de ser bailarina. Pero era tal mi pasión, mi ilusión por la danza que pensó en ir a Tarragona para que me diera el batacazo y al ver otras niñas mejores pues se me quitaran las fantasías.

Foto: Wilfried Hösl.

Es una actitud como muy “guipuzcoana”...

(Se ríe) Sí, es una mujer con los pies muy en la tierra, no quería que me dejara llevar por los pajaritos, o que yo me creyera que iba a ser algo que no iba a ser. Entonces, aprovechando las vacaciones fuimos a Tarragona y la que se dio el topetazo fue ella porque no se esperaba que todos se volcasen conmigo y le dijeran que tenía un don para la danza. Yo estaba feliz allí, tomando clases todos los días, pero creo que para mi madre fueron unas vacaciones deprimentes y se le caía el mundo al suelo.

Entonces se dio cuenta de que en verdad iba a ser bailarina.

Bueno, tomó conciencia de ello. Allí todos le decían que iba a ser su responsabilidad, porque detrás de una buena bailarina hay siempre una madre que la comprende, la ayuda y la apoya. Lo cierto es que fue algo que ella no se esperaba, y tampoco sabía cómo asumirlo. Piensa que estamos hablando de una niña de Zumaia.

¿Tiene hermanos o hermanas?

Sí, una hermana dos años mayor que yo.

Con lo que nos encontramos en una familia en la que la hija pequeña de once años tiene un talento... ¿Cómo lo hizo su madre?

Bueno, cuando estuvimos en Tarragona le dijeron que me llevara al Liceo de Barcelona, a lo que ella respondió que era imposible... así buscando opciones le dijeron que me llevara a Donostia, a la academia de Mentxu Medel.

Es así como entra en Thalía y comienza su carrera, en serio.

Bueno, ahí comenzó todo el proceso. Tuve la gran suerte de caer en manos de Mentxu. Una mujer maravillosa, apasionada de la danza y que a mi madre le dio una gran seguridad. Mi madre veía que Mentxu era muy profesional, pero que hacía las cosas con cabeza, con cariño, con corazón. Así que poco a poco Mentxu fue ganando terreno, empezamos con dos días a la semana y fuimos incrementando el número de clases hasta que llegamos a ir todos los días de Zumaia a San Sebastián.

Foto: Wilfried Hösl.

Pero era usted una niña...

Sí, muchas personas en Zumaia le miraban a mi madre como si estuviera loca. Pero mi madre me tranquilizaba diciendo que ella era Azpeitiarra y que le daba igual lo que le dijeran. Así pasaron dos años hasta que Mentxu le dijo a mi madre que ella no podía enseñarme más y que tenía que seguir adelante. Para mi madre era algo muy duro, pues yo soy la pequeña, la cariñosa. “Lucía tiene algo...” le decía Mentxu “...y tiene que salir ya”. Mi madre se resistía, pues sabía que todos estaban hasta los quince, los dieciséis... Ir a Madrid suponía un gran salto y un gran esfuerzo, pero me preparé y saqué las dos becas a las que me presenté, una de la Diputación Foral de Gipuzkoa y otra del Gobierno Vasco.

¿Y cómo se preparó?

Pues con trece años me fui a San Sebastián. Ese año me quedé en la casa de una señora que vivía justo al lado de la academia y que estaba acostumbrada a tener estudiantes; con lo que me pasaba toda la semana fuera y volvía a casa el fin de semana. Recuerdo el primer domingo que pasé sola: El primer domingo justo antes de empezar el colegio en que mi madre me llevó a San Sebastián y me quedé sola en la habitación. Recuerdo que aquel fue el día más duro de todos, me di cuenta de que si quería bailar se acabó mi casa, se acabó mi familia, se acabó Zumaia y se acabó todo. Fue de golpe, cogí conciencia de golpe. Tener que presentarse con trece años sola, a un colegio nuevo donde no conoces a nadie... fue un madurar de repente y darte cuenta de que toda tu vida será así: estar sola. Fueron unas horas duras en las que lloré todo lo que hizo falta y cuando al día siguiente mi madre vino a verme (porque el lunes por la tarde mi madre vino a estar conmigo), me dijo “es tu decisión, ¿te merece la pena?” le contesté que sí y ella me dijo “sigue adelante” pero “ya sabes que si algún día no puedes más, no debes sentirte mal por nada y no tienes que dar ninguna explicación, vuelves y se acabó”. Para mi fue muy difícil, pero tengo claro que si quieres algo tienes que pagar algo; en mi caso yo lo había elegido, pero para mi familia fue algo impuesto por lo que fue más difícil y más duro.

Con lo que el salto a Madrid, a la compañía de Víctor Ullate...

No me pilló de nuevas. Ya sabía qué era estar sola. Pero era feliz porque me pasaba todo el día bailando. Lo cierto es que fue todo muy rápido porque al año ya estaba bailando en la compañía.

Foto: Gert Wegeilt.

Creo que en la compañía de Víctor Ullate la premisa gira en torno al rigor, la disciplina y la seriedad, ¿le supuso esto algún sacrificio extra?

A mí no, porque desde que me puse el primer día en la barra de Zumaia, me tomé la danza con una seriedad poco frecuente en una niña de esa edad. Desde el principio yo me sentía que estaba “trabajando”. Recuerdo que en alguna fiesta de fin de curso de Talhía, la academia de Mentxu, solíamos hacer una barra de calentamiento delante de los padres para luego bailar. Normalmente las niñas salían saludando a sus padres, sonriendo... pero yo ni miraba. Mi madre a veces me decía (un poco ofendida) “oye, que todas las niñas están saludando a sus padres pero es que tú ni me miras”, a lo que yo le contestaba que “estaba trabajando”. Todo el rigor y la disciplina de Víctor Ullate no me hizo sentir mal en ningún momento, al contrario, todos estos años la sigo manteniendo. Es más, a día de hoy, en esta mi cuarta compañía, no concibo el no aprenderte un ejercicio en una sola clase, porque cuando no te aprendes el ejercicio haces que el resto del grupo se retrase. Siempre oyes las típicas excusas del “estoy cansado”, “ayer estuve bailando...” y para mi eso es inconcebible, nunca me han tenido que decir nada en ese sentido.

La verdad, visto desde fuera, da la impresión de ser un mundo muy austero, muy duro. ¿Cómo se lleva el que tu cuerpo sea a la vez tu instrumento de trabajo y tu soporte para vivir?

Creo que en ese sentido debes tener clara tu vocación. En mi caso, ni fumo, ni bebo, no me gusta excesivamente salir hasta las tantas de la noche porque a esas horas no disfruto y pienso que voy a perder el día siguiente, no sé, no me cuesta ser bailarina. Si sumamos las horas que paso en el escenario mi jornada es la de tres bailarinas; es decir, en mi compañía hago el trabajo de dos y los días libres estoy de gira, de gala, de viaje... para hacerte una idea, en el mes de septiembre solo he tenido un día libre. A mí trabajar me llena de energía; para mí es más agotador estar tirada en el sofá que estar bailando. Por supuesto que me canso, pero es algo normal en mi vida, ¡normal estar cansada con todo lo que hago! (riéndose).

¿Y cómo compagina su vida profesional con la personal?

Pues tengo la gran suerte de que mi marido es también bailarín y me comprende en todo. Imagínate que tienes una pareja que es de fuera de este mundo y le dices, “¡ah!, sí cariño, este mes solo tengo un día libre, así que olvídate de cualquier cosa que quisieras hacer”. En ese sentido al ser los dos bailarines (y partenaire), todos esos fines de semanas que salgo fuera lo hacemos juntos y para nosotros son como pequeñas aventuras: este fin de semana en Grecia, y al siguiente en París y al otro en Ucrania... Piensa que también tenemos muchas horas libres intercaladas entre las actuaciones y los ensayos. Por otra parte, la suerte de tener un marido que también trabaja conmigo es que muchas experiencias bellas que normalmente no pueden compartirse con nadie, las con-vivimos.

Foto: Charles Tandy.

¿Y los niños?

Yo tengo toda la intención.

Pero a un niño no le puedes decir “con la ama, solo puedes estar un día al mes”.

(Se ríe). A ver, llevo ya veinte años haciendo esto. Las prioridades van cambiando, al principio todo es nuevo: ir a una gala, que te inviten a una compañía, cualquier cosa es nueva. A los treintaicinco años y con el camino que he recorrido, pocas cosas son nuevas para mí. Ahora tengo ganas de centrarme más en mi vida privada; además, soy muy realista y esta es una profesión en la que te quieren por lo que haces, no por quién eres. Poco a poco tengo que pensar en ir equilibrando la balanza, bailar menos y vivir más porque es el futuro que le espera a un bailarín, no se puede bailar hasta los 60 años. Creo que además el reloj biológico me está marcando como mujer... Seguiré bailando por supuesto, pero porque es mi manera de expresarme.

Ya que hablamos del futuro, ¿qué sensación le da la juventud de la sociedad occidental, hoy en día?

Hay de todo, como en todos los ámbitos de la vida. Pero sí que creo que hay un cambio de mentalidad enorme con respecto a nuestra época. Hoy en día, me da la sensación de que todo se quiere conseguir sin ningún tipo de esfuerzo, se quiere todo “ya”, todo se tiene que dar más fácil. En mi caso, yo he ido cambiando de compañía, de país, de mentalidad de trabajo porque tenía claro que eso es lo que me enriquece y me transforma en quien soy hoy en día. Creo que en la actualidad hay demasiado conformismo, se ha perdido un poco “esa garra” que te hace querer avanzar en lo que haces.

¿Es la danza una necesidad vital de los humanos?

Qué te voy a decir... Creo que sí. En mi caso no concibo una vida pasiva porque soy extremadamente activa. Algo parecido a lo que sucede con las baterías de los coches, cuanto más trabajo, más energía creo en mi misma.

¿Conoce alguna disciplina que estudie a las culturas por su danza?

Creo que es algo que debiera hacerse, porque cuando ves la historia, en todos los países, la danza ha sido siempre un modo de expresión tanto como ha podido ser la palabra, tanto como ha podido ser cualquier modo artístico. La danza siempre ha sido un modo de expresión, de desahogo, de emoción, de celebración. Desde los tiempos de la pre-historia, cuando se ha querido expresar algo se ha movido el cuerpo siguiendo unos determinados ritmos, con ruido, con música. La evolución de la danza a través de los tiempos da muchas claves sobre las culturas... La gente de pueblo, la aristocracia, cada uno tenía sus modos de moverse, pero todos podían hacerlo, todo el mundo podía cantar, todo el mundo podía bailar.

Foto: Charles Tandy.

¿Pueden reconstruirse coreografías desaparecidas? ¿Cómo se sabe en un momento determinado cómo se bailaba tal o cual danza?

Sí, sí que se puede. Hay escritos que pueden interpretarse a través de claves bastante complejas. Por ejemplo, en la última versión de “El corsario” accedimos a la coreografía inicial de la creación que estaba escrita en un libro y que solamente se podía encontrar en el museo de Boston. Lo que sucede es que hay muy poca gente que entiende esos códigos.

¿Tiene sentido mantener esas coreografías tal y como fueron creadas?

Es algo discutible. Yo estoy a favor de adaptar las cosas, porque hoy en día no se baila como hace cien años, ni tan siquiera como se bailaba hace cincuenta... y si hiciéramos las cosas tal y como se hacían entonces haríamos un ridículo total, porque quedaría absolutamente fuera de contexto. Por supuesto que puede mantenerse el paso, pero actualizado. Para explicar lo que digo, imagínate que cogemos una historia del cine mudo para hacer una película hoy en día, pero planteamos que los actores deben actuar como hace cien años, pero hablando. Crearíamos unos efectos absolutamente extravagantes, con sobreactuaciones, pantomimas... y hoy en día un actor trabaja haciendo que su papel sea creíble. Con la danza sucede lo mismo, se puede crear la misma coreografía pero adaptada a cómo se mueven las personas ahora y cómo reacciona la gente ahora.

A la hora de hablar de danza, ¿distingue entres los bailes populares y el ballet?

Los bailes populares son en muchas ocasiones la raíz de la danza clásica, en la Euskal-dantza hay muchísimos pasos que son la raíz de pasos que tenemos en ballet, pasos que existen mucho antes de que existiera el ballet clásico. No hay que menospreciar nunca los bailes populares, porque son la misma esencia modelada en tonos, en circunstancias diferentes. Lucía Lacarra (Zumaia, 1975) Lucía Lacarra salió del Estudio “Thalia” de Mentxu Medel, en 1989, rumbo a la Escuela y a la compañía de Víctor Ullate (1989-1994), apoyada por una beca de la Diputación Foral de Gipuzkoa. Cuatro años después, alcanza la categoría de Bailarina Principal en el Ballet de Marsella (1994-1997), dirigido por Roland Petit. De ahí, cruza el Atlántico, para convertirse en la estrella principal del Ballet de San Francisco (1997-2002). En la actualidad, brilla con luz propia en el Ballet de la Ópera de Munich. En todos estos años de carrera profesional al más alto nivel, ha cosechado los principales galardones del mundo de la danza. Entre ellos, destacan el Premio “Danza&Danza” a la Mejor Artista del Año (1995), el Premio “Positano” en Venecia (1995), el Premio “Isadora Duncan” (1999), Premio “Nijinsky” en Mónaco (2002), Premio “Benois de la Danse” en Moscú (2003), Premio “Sabino Arana” (2004), Premio Nacional de Danza (2005). En 2007, se convirtió en la primera bailarina española invitada a participar en el Concierto de Año Nuevo de Viena, dirigido por Zubin Mehta. Fue nombrada ‘Bayerisches Kämmertanzerin’ (Bailarina de Cámara de Baviera), en 2008. Premio Trayectoria Artística 2009 de la Asociación de Profesionales de Danza de Gipuzkoa. Recientemente, ha recibido el Gran Premio “Dance Open” (2010), en San Petersburgo, de manos de Natalia Makarova.
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