Hay un debate abierto sobre la desaparición de la Filosofía de los planes de enseñanza con la última reforma educativa. ¿Qué opinión tiene al respecto?
Es verdad que se está apartando la Filosofía por ejemplo de los planes de estudios de Bachiller o de la ESO. Pero lo que observo es que hay una nueva entrada por la puerta de atrás de muchas cuestiones éticas, que en realidad preocupan muchísimo ala ciudadanía. Como profesora de Filosofía del Derecho en una facultad de Derecho, doy una asignatura que es Derecho y Ética, y mis alumnos están interesadísimos. Tratamos temas muy actuales como los códigos deontológicos de distintas profesiones, de los juristas, los abogados, los políticos, los funcionarios, los médicos... Y ellos se dan cuenta, y hoy cualquiera nos damos cuenta, de que a todos nos interesan estos temas, que estamos preocupadísimos por ejemplo por la corrupción en la política, la adjudicación de contratos sin transparencia o, por ejemplo, los temas de los derechos de los pacientes.
Quería citar también el tema de las redes sociales. A todos nos preocupa el uso correcto de las redes sociales, el derecho a la privacidad, a la intimidad... Todo esto va a ser difícil regularlo solo a través del Derecho, hace falta una carga de ética personal y de aprendizaje para respetar la imagen de las personas, su intimidad y nos tenemos que entrenar.
Hay una vuelta de la Filosofía a través de la ética pública, el uso de lo que es común a todos: los servicios sociales, el reparto de beneficios, la justicia distributiva. Y hay también la discusión entre los propios y los de fuera: atender a los inmigrantes, derechos y obligaciones de los ciudadanos y redistribuir también con los que vienen de fuera. Todos estos son temas que están continuamente en discusión y hay que aplicar criterios éticos equilibrados.
Usted fue autora de tres manuales de Educación para la Ciudadaníay los Derechos Humanos. ¿Sigue siendo esta una “asignatura pendiente” en nuestro sistema educativo?
Mi mensaje sería que es importantísima la educación en valores políticos y en una verdadera participación política a través de las escuelas, con asignaturas —llámense como se quiera— de Educación para la Ciudadanía (que creo que aquí fue manipulada por un lado y por el otro). Existen asignaturas en Francia, en Alemania (“Politik” y “Sozialkunde”), en valores democráticos. Porque hoy lo que hay es una desafección: la gente no vota, los jóvenes no votan, tanto a nivel nacional como de la Europa comunitaria. Hay que ejercer el derecho al voto. Y en cuanto a los venidos de fuera, a los nuevos ciudadanos, me parece también imprescindible en cuanto tienen nacionalidad —por ejemplo, nosotros tenemos muchos latinoamericanos— que voten, que ejerzan el derecho al voto, que hagan oír su voz a través de los cauces formales de participación política. A eso le doy yo muchísima más importancia que al fenómeno del asociacionismo. Está muy bien asociarse pero en el fondo a veces es un engaño, porque hay que usar los cauces formales de democracia y de creación de leyes, donde se votan las leyes es en los parlamentos. Puedo tener una asociación, ir al txoko, comer, jugar a fútbol... pero tengo que hacer política y para eso tengo que votar, estar en partidos políticos, ser elegible o ser candidato y participar en los partidos políticos, evitar que haya corrupción, y eso requiere una educación política, de ética cívica y de ciudadanía. Es imprescindible.
¿Qué contribución se puede hacer desde el mundo académico e intelectual al quehacer político?
Desde hace dos años soy experta en una comisión en el Consejo de Europa contra el racismo y la intolerancia. Somos 47 expertos, casi todos juristas o personas de ciencia política independientes, no podemos pertenecer a ningún partido político ni tampoco representamos a nuestro Estado. Hacemos una tarea de asesoramiento. Somos independientes porque entre otras cosas tampoco estamos pagados, cada uno tenemos nuestra profesión independiente de esta función, que es ir tres veces al año a Estrasburgo. Y creo que a mí me va más este modo de participación, aunque respeto otros compromisos más personales en partidos políticos, con carné de partido. En mi caso personal prefiero más esta independencia, una mayor neutralidad, y aunque lo otro también tiene que existir porque son opciones personales, la función que yo he desarrollado, y que creo que también es necesaria, ha sido más técnica. Me ha permitido, por ejemplo, hacer la Ley Orgánica de Igualdad entre hombres y mujeres del Estado o contribuir en el Ministerio de Asuntos Exteriores diseñando estrategias de cooperación al desarrollo. Son distintas facetas. He trabajado con diferentes partidos cuando me han pedido cosas concretas, siempre que no vaya en contra de mis ideas o de mi conciencia... así me he sentido bien. “Hay una vuelta de la Filosofía a través de la ética pública, el uso de lo que es común a todos: los servicios sociales, el reparto de beneficios, la justicia distributiva”.
Crisis de fronteras, problemas económicos, debilidad institucional... ¿Sobrevivirá el proyecto europeo?
Yo creo que tiene sentido hoy en día a pesar de la crisis económica y que sí que va a sobrevivir, que es una Europa de valores democráticos. Y en ese sentido la Unión Europea, que fue un poco la idea de los fundadores, tenían una idea de democracia y de no guerras, de pacifismo y de ciudadanía europea... A pesar de que estén en crisis los acuerdos de Schengen... todo eso ha ayudado a que nos sintamos mucho más unidos, incluso en los proyectos Erasmus de estudiantes, todo eso nos ha abierto la mentalidad, ha creado una solidaridad, un sentido europeo. Eso creo que es positivo para todos, a pesar de todos los pesares de la crisis y de lo que se pueda hablar. Sí que le veo futuro y no creo que vayamos a romper la Unión Europea. Incluso creo que el Reino Unido se quedará dentro de la Unión.
Quería añadir un punto que sí que nos preocupa en nuestra Comisión Contra el Racismo en el Consejo de Europa, y es el aumento del racismo y la xenofobia, que no es de ahora, solo que ahora tiene unos tintes diferentes en cuanto al futuro de Europa que comentábamos y la democracia... El aumento de partidos de derecha, partidos ultra en todos los países, y en el que a veces también se dan maridajes un poco curiosos con algunos otros partidos o gente que hubiera votado izquierdas o que son anti sistema. Luego, en fenómenos de espectáculos, como el fútbol que arrastra a mucha juventud, que no conoce ni lo que es un judío, nunca han visto un semita, un hebreo, y sin embargo son antisemitas o se identifican con esa estética. Ese sí que es un fenómeno que me preocupa, que puede destruir la democracia europea.
La inmigración, ¿un problema o una oportunidad para la Europa envejecida del siglo XXI?
Indudablemente creo que es una oportunidad. Yo soy muy positiva y optimista, pero también creo que hay que hacer una inmigración ordenada y reglada. No soy para nada partidaria, como algunos de mis colegas filósofos del Derecho, de destruir fronteras o que podamos asumir un número ingente de inmigrantes (ahora de refugiados de Siria, Eritrea o de muchos de los países en conflicto). Eso es imposible, por mucho que queramos ser compasivos, porque destruiría Europa; no porque seamos unos egoístas, sino porque es materialmente imposible. Todo eso hay que hacerlo de un modo ordenado. Y contando con la inmigración que ya tenemos, está claro que hay que exigirles —de hecho en 11 países de la Unión Europea se hace— unos test de integración y de lengua para adquirir la nacionalidad. Yo creo que esos valores comunes de conocer el Estado de Derecho y la Constitución es lo que hay que exigir. Ese sería el modelo intercultural. Pero no un asimilacionismo a la francesa, y tampoco un meltingpot a lo EE.UU., que es que cada uno esté en su barrio con vidas en paralelo. Es decir, tenemos que encontrar eso común: para mí no es la raza, ni es la cultura, ni la etnia. Hombre, algo de cultura sí que hay pero es el Estado de Derecho y los Derechos Humanos fundamentales, indudablemente el Derecho es parte de la cultura europea. Y el derecho al voto, y educarles en democracia, esa es nuestra tarea, educar en participación política, pero no en una cuestión étnica.
Ha citado el modelo republicano francés, que hoy se halla en una encrucijada. ¿Qué modelo alternativo se puede ofrecer?
Yo diría que Francia ha intentado construir una ciudadanía un poco homogénea, de valores republicanos que estén por encima de las identidades culturales. Con todos mis respetos, desde un punto de vista antropológico, en cuanto a que yo soy además de jurista filósofa, me parece que eso es defectuoso, como lo demuestran muchos de los problemas que hay en Francia. Me gusta más la idea de Charles Taylor, que es canadiense y habla de esas identidades: la identidad social, la identidad de la persona muy arraigada en la propia cultura.
Yo entiendo, y es verdad, que Francia tiene miedo a los modelos comunitaristas, a los guetos, pero sin llegar a eso, sí que es verdad que la ciudadanía, aunque el Estado sea neutral, tiene que estar impregnada de cultura y no se pueden dejar las culturas al margen de la vida pública, de la esfera pública. Y quizá ese sea el único modelo en Europa de este modo, el francés, que lo tenemos muy cerca, a veces nos tira mucho, pero no soluciona las cosas. Pienso que es mucho mejor visibilizar los hechos culturales, las diferencias culturales en todo: en la vestimenta, en la religión, en la comida, en la vida pública, en los servicios sociales, que haya atención a esa diversidad, no pedir una neutralidad, que es imposible porque no me puedo partir como persona, aunque asuma los valores republicanos; que es el Estado de Derecho y la constitución y los valores lo que nos debe unir, a mi juicio, pero arrastrando mi propia identidad, mis raíces.
Y en eso creo que Francia pretende algo que es un imposible. De hecho después de “Charlie Hebdo”, el Presidente dijo: “¡Pues más valores republicanos en la escuela!”. Ya se da “Étique civique” y “Politique”, y hay que darlo, en eso estoy de acuerdo, pero creo que en la escuela también hay que visibilizar incluso la religión, o sea, que no es una cosa para dejar en la vida privada, en la banlieue. Los alumnos que provienen de padres de segunda y tercera generación que son argelinos, marroquíes o tunecinos, también deben poder hablar en la escuela de sus raíces y no solo las francesas, porque sus raíces son híbridas aunque asuman los valores republicanos. “Sí que le veo futuro y no creo que vayamos a romper la Unión Europea”.
En cuanto a algunos modelos o buenas prácticas a imitar, en sentido positivo, yo he vivido cinco años fuera de aquí, en Escocia, en Bélgica, en Alemania, y he estudiado un poco las situaciones de estos países, por ejemplo de Bélgica y Alemania con respecto a la inmigración. Sí me parecen unos buenos modelos como modelos interculturales, que respetan la identidad alemana, por ejemplo, la Constitución, sus derechos fundamentales, pero a su vez han integrado, aunque se diga lo contrario, a tres millones de turcos, y esto es una realidad. En Alemania hay problemas muy puntuales, que son los que salen en la prensa, pero de modo habitual hay una buena convivencia.
Pasa igual en Bélgica, al margen de los problemas entre flamencos y valones, de sus propios problemas de identidades, considero que hay integración. O en Italia, donde he estado recientemente, hace tres semanas haciendo el informe de la Comisión contra el Racismo y la Intolerancia. Italia tiene cinco millones de inmigrantes. Y de Italia nunca hablamos porque no dan motivo para hablar y porque esos cinco millones —no los que están llegando ahora— están ya integrados. Esa es una realidad. Entonces yo creo que hay mucho de positivo en todos estos países que llevan 30 y 40 años de inmigración. Y no nos debemos fijar en lo que salta a la prensa que es lo sensacionalista, sino lo cotidiano y lo del día a día. Hay muchísimos matrimonios mixtos, personas que ya han nacido allí, que hablan perfectamente los idiomas de sus países, que tienen la nacionalidad, que votan... Ése es el logro.
La cuestión de las identidades nacionales está en la agenda de la Comisión contra el Racismo y la Intolerancia. ¿Cómo la observan?
Como acabo de decir, el hecho de estar en esta Comisión contra el Racismo y la Intolerancia del Consejo de Europa me ha aportado muchos conocimientos sobre la situación real no solo de la Europa de la Unión Europea sino de toda la Europa del Este. Porque somos 47 países los que pertenecemos al Consejo, que incluyen Georgia, Armenia, Azerbaiyán, los Países Bálticos, Turquía, Rusia... Y esto ha hecho que también veamos un poco la cuestión de las minorías en la actualidad, lo que se llaman las viejas minorías europeas, “old minorities”. Quizá este es un tema un poco desconocido en este lado de la frontera porque no hemos participado en las dos Guerras Mundiales, y eso ha tenido unas ventajas, pero en Centroeuropa se vive mucho más todo ese resurgir desde la creación de los nuevos Estados-nación que ha llevado a volverse a plantear los temas de lengua, de nuevas constituciones... O sea, no es solo algo de los venidos de fuera, inmigrantes, sino que nosotros ya teníamos todo esto.
Por otro lado, dentro de la propia Europa hay otras minorías que nadie conoce, como los frisos en Holanda, en el norte de Alemania hay también daneses que hoy en día reciben educación en sus lenguas minoritarias, o sea que no son gente venida de fuera. Esto lleva a plantear todo este tema de identidades que es muy actual. Y de otra parte, qué cosas tenemos que exigir a los que vienen de fuera.
La idea de Estado-nación, que es muy denostada, se dice que está en crisis, yo considero, por lo que veo, que no está en crisis. Seguimos funcionando con el concepto de Estado-nación, de frontera, y a mi juicio tiene sentido. Cosa diferente es que haya que modernizar un poco el Derecho, hay que modernizar el concepto de Estado-nación, y modernizar los criterios de adquisición de la nacionalidad y de la ciudadanía, hacer ciudadanías inclusivas. Pero no creo que todo este aparataje que hemos heredado del XIX y del código civil francés, esté trasnochado. Solo hay que abrirlo por ejemplo a las dobles nacionalidades, a una adquisición más rápida de la nacionalidad, pero desde el punto de vista del Derecho sigue estando absolutamente vigente: todos tenemos un pasaporte o dos o tres, pero un pasaporte. Eso va mucho más allá de los sentimientos. Yo también, como vasca tengo mis sentimientos pero cuando me preguntan por esos sentimientos suelo decir, ¿cuál es tu pasaporte? Y a partir de ahí podemos construir otras identidades a nivel psicológico, antropológico, pero la base jurídica de derechos de nacionalidad es hoy por hoy básica.María Elósegui Itxaso (Donostia-San Sebastián, 1957) Catedrática de Filosofía del Derecho en la Universidad de Zaragoza. Doctora y licenciada en Derecho y en Filosofía. Forma parte en calidad de experta de la Comisión contra el Racismo y la Intolerancia del Consejo de Europa (ECRI). Premio Luis Portero de Derechos Humanos Otorgado por la Real Academia Española de Jurisprudencia y Legislación de Granada en 2008. Es investigadora de la Fundación Alemana Alexander von Humboldt. Vicepresidenta del Comité de Bioética de Aragón. Autora de libros como: -Derechos humanos y pluralismo cultural -El derecho a la identidad cultural en la Europa del siglo XXI -El concepto jurisprudencial de acomodamiento razonable (El Tribunal Supremo de Canadá y el Tribunal Europeo de Derechos Humano ante la gestión de la diversidad cultural y religiosa en el espacio público) Desde 1999 dirige: -Aequalitas. Revista Jurídica de igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres.