En el seminario se forman los futuros sacerdotes. Desde la actual coyuntura social, ¿qué significa esa labor?
Hay ejes que son iguales para toda la Iglesia universal. Pero con los cambios tan rápidos y tan profundos que ha habido en nuestra sociedad, la formación de nuestros sacerdotes ha tenido que variar también de manera decidida. El Seminario cambia motivado por las personas que llegan, por el mundo en que vivimos y, en la medida que podemos preverlo, por el futuro que nos espera. Intentamos ser fieles a la esencia de la iglesia, pero estando atentos a los cambios socio-económico-culturales y religiosos.
Una organización como la iglesia, con más de 2.000 años de existencia, ¿Por qué ha durado tanto? ¿Por su adaptación a los cambios sociales o por su oposición a los mismos?
Hay análisis múltiples sobre la Iglesia y su relación con la sociedad, muchos de ellos realizados desde una profunda distancia y otros muchos, no siempre coincidentes, desde el interior de la propia Iglesia. Está claro que la Iglesia, por una parte, se ha opuesto a algunos cambios y, en otras ocasiones, ha sido la estimuladora de los mismos. Por ejemplo, en el XIX estuvo enfrentada con lo que significó la Revolución Francesa y las corrientes liberales que surgieron en Europa. Sin embargo, al mismo tiempo, las grandes congregaciones que se fundaron en Francia, e incluso entre nosotros, fueron pioneras en la oferta educativa, que hasta entonces no llegaba a las capas populares. La Iglesia se asusta ante los cambios liberadores, que más tarde se convertirán en la base de la declaración de los Derechos Humanos, pero en el área práctica abre fronteras en el campo educativo.
Con toda la que está cayendo en el aspecto económico ¿es más fácil que surjan vocaciones? ¿La crisis económica beneficia a la crisis vocacional?
De momento, nadie golpea las puertas del Seminario pensando que de cura va a tener una nómina, pequeña pero segura. Me gustaría creer que esta crisis va a suponer, ya no sólo en el campo vocacional sino en la sociedad en general, una reflexión sobre lo que se nos había vendido como un progreso creciente, sin fin, que de repente se desmorona. Habíamos apostado a un mundo que no es viable. Va a ser durísimo hacernos a la nueva situación, sobre todo para los jóvenes que han crecido en un mundo que ha resultado irreal. Estoy convencido de que este recorrido hacia un entorno diferente va a suponer, para algunos, dar cabida a preguntas profundas. No soy tan inocente como para pensar que esto será el caso de todos. De ese cuestionamiento se derivarán en muchas personas cambios en los planteamientos sobre el sentido de la vida, que podrían desembocar en una toma de postura religiosa. Así ha sucedido en otras grandes crisis y podemos pensar que en la actual se producirá un efecto similar. Y no lo digo desde la esperanza de que inmediatamente aumente el número de seminaristas, sino porque creo que es algo necesario para que crezcamos en humanidad. Y eso podría llevarnos a formular preguntas de tipo religioso. El temor es que no escarmentemos ni siquiera en las actuales circunstancias y que nos quedemos sin dar un salto cualitativo respecto a algo que ha demostrado, rotundamente, su falsa consistencia.
La llegada de los jóvenes al sacerdocio, al igual que —en general— a cualquier otro trabajo es cada vez con mayor edad. Incluso la formación en materias no propias del sacerdocio es mucho más sólida. ¿Ello quiere decir que el nuevo sacerdote va a “aguantar” más en su labor?
Hace unos días hemos ordenado en el Seminario un sacerdote, dos diáconos —futuros sacerdotes— y un diácono permanente. De los diáconos, uno es técnico en turismo, con experiencia de trabajo. El otro es licenciado en Geografía e Historia. Son trayectorias muy distintas a las de mi generación. Y así sucede en el resto de seminarios que conozco.
Debido, precisamente, a esa trayectoria profesional más sólida ¿van a aguantar más que los anteriores en su labor? No necesariamente. Y no lo digo por las personas citadas que conozco, sino porque la tónica cultural general es de no aguantar. Los matrimonios son más frágiles, la fidelidad duradera en los partidos políticos y otras instituciones organizativas o asociativas es algo pasado. No se asumen compromisos de por vida. Y con los sacerdotes puede suceder lo mismo: por mucha formación que tengan, la duración no está asegurada. Yo diría que por muy profundas que sean las convicciones personales, el clima cultural no ayuda a la perseverancia. En el caso de los sacerdotes, pienso que van a tener que pelear tanto o más que nosotros para mantener una coherencia en su ministerio. Un temor que algunos tenemos es que, como el ambiente cultural es tan poco cariñoso con la experiencia religiosa o creyente, los sacerdotes puedan caer en la tentación de refugiarse exclusivamente en ámbitos que ofrezcan un tipo de seguridad doctrinal, comunitaria, a la defensiva. Antes, ahora, y en el futuro, para ser serios en lo de ser curas, hace falta ponerse cada mañana tras las huellas de Jesús.
“La comunicación desde el ámbito institucional de la Iglesia es muy complicada y las noticias de los últimos tiempos respecto a los problemas en el Vaticano, con un espectáculo de fuerzas peleando, compitiendo, aparentemente por amor y servicio a la iglesia, son altamente preocupantes.”
En un mundo de comunicación a velocidad supersónica y de lectura de los hechos rápida y de manera superficial, las constantes noticias que se dan en torno al Vaticano ¿no influyen negativamente en el acercamiento de los jóvenes a la iglesia como institución?
Como institución, como comunidad de seguidores de Jesús, esas noticias nos influyen muy negativamente, tanto a los jóvenes como a muchos adultos. La comunicación desde el ámbito institucional de la Iglesia es muy complicada y las noticias de los últimos tiempos respecto a los problemas en el Vaticano, con un espectáculo de fuerzas peleando, compitiendo, aparentemente por amor y servicio a la iglesia, son altamente preocupantes. Los daños originados a la imagen y a la credibilidad de la iglesia son amplísimos, en una batalla que no ha cerrado nada y ha abierto nuevos frentes. Hay algo que no se está gestionando ni remotamente bien. ¿Qué hay detrás de todo ello para que los destrozos sean tan grandes? Y la paradoja es que el ataque viene de dentro, con el calado que eso tiene. Se están produciendo daños difíciles de reparar. El engranaje institucional está sufriendo muchísimo. ¿Será capaz la Iglesia de hacer las reformas necesarias para que el entramado institucional, necesario por un lado, sea más ágil, colegiado, con mecanismos de control más transparentes?
La realidad del clero vasco es la que es, con una plantilla de sacerdotes de edad avanzada y con poquísimas esperanzas de mejorar en ese aspecto. Los pueblos de Álava son un claro ejemplo de ello: servicios dominicales sin poder atender, o pudiendo hacerlo con una asistencia de fieles verdaderamente insignificante. ¿Cómo se contempla ese panorama desde el Seminario?
El Seminario participa en la reflexión que se está realizando en el conjunto de las diócesis vascas. Ha habido, y hay, reuniones de obispos, vicarios, sacerdotes, agentes pastorales y personas implicadas en la vida eclesial, en un intento por ver qué está sucediendo entre nosotros y tratar de dar nuevas respuestas. Los que formamos el Seminario participamos activamente, buscando luces en otros ámbitos regionales donde también están viviendo el fenómeno del cambio. La realidad social del País Vasco ha cambiado mucho, y rápidamente, y quizás donde más se ha notado es en Álava. En otros países, como Francia, la evolución ha sido más pausada, ya que viene produciéndose desde el XIX.
Nuestro cambio ha sido comparado con el que ha tenido lugar en Quebec, que fue un mundo social e institucionalmente católico y de la noche a la mañana se transformó radicalmente. En el Seminario estamos muy atentos a cómo deben evolucionar los servicios pastorales y a cómo vamos dando respuestas: las unidades pastorales, rearticulación de parroquias, colaboración de laicos en celebraciones dominicales donde no hay sacerdote, Caritas y nuevos servicios sociales, etc. La Diócesis, nuestra Facultad de Teología, han organizado conferencias ofrecidas por expertos europeos en torno a estos temas. Hemos leído con mucho interés el último número de la revista Lumen Vitae, de Bruselas, dedicado exclusivamente a la evaluación en Francia, Suiza, Bélgica, Italia, Alemania y en Quebec de la experiencia de adaptación pastoral a sus realidades sociales, con un ejemplo verdaderamente significativo como el de la diócesis de Poitiers. Por tanto, pienso que nos encontramos muy al tanto de lo que se mueve en estas materias. No añoramos el pasado, que no volverá; tampoco estamos angustiados.
Nos ha tocado vivir el Evangelio en esta época y a ello nos tenemos que ceñir, tratando de vislumbrar el futuro de un catolicismo con perfiles muy difíciles de dibujar ahora. Por ello vamos haciendo planes a corto plazo. Confiamos en que algunas de las coordenadas teológico-pastorales en las que nos movemos, tengan rasgos de una cierta duración. Pero el panorama que contemplamos en nuestro diario caminar nos lleva a ser cautos, y a cuidar con mimo un nuevo despertar religioso, tanto de los niños como de los adultos. Las experiencias que están surgiendo nos animan a seguir por ese camino. Estamos, por lo tanto, en un presente muy móvil. Tratamos de establecer puntos de referencia fundamentales que permitan adaptaciones permanentes. Queremos ofrecer algo digno a todos los que tengan un interés por descubrir, y vivir, una experiencia religiosa, creyente, cristiana. En este sentido, todo lo que hacemos por acercar a todos el Evangelio, la Palabra de Dios, es ponernos en el buen camino.
“La Iglesia ha evolucionado, muchas veces dentro de sus propias contradicciones. Todo ello forma parte de la evolución de las grandes instituciones.”
En ese deseo de innovación ¿cómo debemos entender la existencia de una corriente de jóvenes vascos que optan por realizar sus estudios sacerdotales en seminarios ajenos al país, y por ello en ambientes diametralmente opuestos al ambiente que luego van a encontrar en su labor diaria, y la mayoría en condiciones de oposición al avance y adaptación a los nuevos espacios?
Habría que estudiar cada diócesis, y puedo decir que en la de Vitoria-Gasteiz no ha sido un fenómeno significativo. Cada una de las diócesis tenemos una historia diferente en este campo.
¿Pero cómo debemos entender que se realicen convenios con seminarios del exterior de la diócesis —San Sebastián, por ejemplo, que lo hace con el de Pamplona, en contra del Consejo Presbiteral—? El convenio Donostia-Vitoria Gasteiz suscrito en tiempos del obispo Uriarte y que estaba en vigor, tenía el visto bueno de dicho Consejo...
No gobierno la diócesis de Vitoria... ¡cómo para gobernar las otras! Pero hay algo que me preocupa, porque es un problema que se arrastra en nuestras Diócesis y en general en la Iglesia: ¿qué peso tiene en las decisiones del obispo el Consejo Presbiteral? Algún teólogo dice, con mucha razón, que tenemos una pregunta sin resolver en todo el período post-conciliar “¿Cuál es el significado en la Iglesia de la palabra aconsejar? Porque si el Consejo Presbiteral, el Consejo Pastoral, no tienen un peso específico y van a actuar como órganos consultivos, fácilmente prescindibles, no tienen sentido. Para eso es mejor crear un equipo técnico que reparta tareas y las haga cumplir. ¿Hasta dónde debe llegar el efecto de la consulta? En mi opinión, el Consejo no debe ser para imponer nada al obispo, pero éste debe tomar muy en serio lo que se le dice.
El caso de la salida de este seminario de los seminaristas de San Sebastián fue muy doloroso para nuestro Seminario y para mí como Rector, respetando que el obispo tiene derecho a tomar esa decisión. Y en el caso de Donostia, más allá de cómo haya sido tratado el tema, también es cierto que la diócesis pertenece al arzobispado de Pamplona y eso supone un vínculo especial. Son consecuencias de la división de la de Vitoria en tres, en 1950, Vitoria y Bilbao pasamos a formar parte del arzobispado de Burgos.
¿Está “secularizada” la Iglesia, como ha afirmado recientemente algún obispo vasco?
Cuando se habla así, parece que se están subrayando los aspectos negativos de la secularización. También Benedicto XVI habla de la secularización interna de la Iglesia. Si tenemos en cuenta los discursos del Papa, sin embargo, también hay una manera positiva de entender la secularización. Este es un fenómeno socio-cultural, inicialmente europeo, que viene gestándose desde hace siglos. Es un recorrido saludable si por ello se quiere dar a entender la afirmación del individuo como persona con sus derechos frente al control de un poder religioso que pretenda imponerse al resto de la sociedad. La separación de poderes dentro del estado es parte de ese camino, como lo ha sido una cierta comprensión de la laicidad. Otra cosa es preguntarse si no hay comprensiones del estado que han caducado. Tal vez una nueva comprensión del espacio público, donde quepa lo religioso, nos ayudaría a encontrar nuevos equilibrios. Cualquier creyente, salvo algún soñador nostálgico, está de acuerdo en que el proceso secularizador ha contribuido positivamente a cambiar nuestra historia, impulsado incluso por el propio dinamismo del evangelio. También hemos visto las tragedias y el sufrimiento de millones de personas por haberse creído algunos, ateos o creyentes, más que Dios. En la medida que valoras profundamente a la persona y su conciencia, y te sitúas junto a ella como prójimo, estamos en el corazón del evangelio. La propia Iglesia ha evolucionado, muchas veces dentro de sus propias contradicciones. Todo ello forma parte de la evolución de las grandes instituciones.
Generacionalmente nos ordenamos al calor del Concilio Vaticano II. Hemos recibido una formación que nos ha hecho sensibles y abiertos a todo el proceso de secularización. Éramos estudiantes de teología cuando se publicaron los famosos libros sobre la muerte de Dios, lejos del ambiente de armoniosa y organizada vida espiritual propio de épocas anteriores. El debate llegaba afortunadamente a nuestras aulas y ello iba permitiéndonos una más efectiva y real formación. “Sincero para con Dios” del obispo anglicano John Robinson o “Teología radical y la muerte de Dios” de W. Hamilton formaban parte de nuestras lecturas. Entre amigos, solemos decir que más allá de los fallos humanos, hemos sido profundamente fieles a lo mejor que recibimos en nuestra formación del Seminario y estamos muy satisfechos por haber crecido al amor del Concilio Vaticano II. Por lo que a mí respecta, ha sido una experiencia extraordinaria, una gracia de Dios, haber sido testigo de cómo el Concilio iba floreciendo en América Latina. Los cuatro que marchamos en enero de 1973 a Ecuador para trabajar allí, nos preparamos con Luis Alberdi, glorioso misionero de Los Ríos durante muchos años. Antes de viajar, leímos y subrayamos los documentos de Medellín, de 1968, primera gran “recepción” del Concilio en América Latina.
“Hemos intentado movernos siempre en el respeto a la persona, a sus derechos, a su conciencia, a su dignidad, sensibles a la injusticia que golpea a los pobres, a distinguir entre economía, política y la fe, la Iglesia.”
Pero la secularización a la que me refería, ¿es algo malo?
Yo creo que, sustancialmente, nos hemos secularizado en lo bueno. Hemos intentado movernos siempre en el respeto a la persona, a sus derechos, a su conciencia, a su dignidad, sensibles a la injusticia que golpea a los pobres, a distinguir entre economía, política y la fe, la Iglesia. Si eso es una expresión de la modernidad y del proceso de secularización, estimo que se trata de algo valiosísimo que hemos tratado de vivir, compartir, anunciar, desarrollar allá por donde hemos andado. Nada de ello nos ha hecho perder la dimensión espiritual profunda, ni el sentido de la gratuidad. Es posible que en alguna ocasión no hayamos acertado a la hora de formular las críticas a éste o aquel proceso social. Pero estimo que cuando se proclama institucionalmente que la iglesia está secularizada, hay que exponer los motivos, para que la afirmación no sea solo negativa. Los ejes de las grandes conquistas de la humanidad: Derechos Humanos, libertad, derechos sociales y políticos etc., han pasado por nuestra formación, por nuestras vidas. Hemos tratado sinceramente, en un viaje de ida y vuelta permanente, de buscar sus raíces y sus horizontes evangélicos. Haber pasado por América Latina, con sus santos, profetas y mártires, ha marcado nuestras vidas. La opción preferencial por los pobres, la Iglesia de los Pobres, el Dios de la Vida a veces se me quedan en palabras, pero vienen de lo más profundo de la experiencia de la fe.
¿Les parece que nos hemos adaptado “demasiado”? Yo creo que no es así, tengo la convicción de haber tratado de actuar, casi siempre, críticamente. Defiendo esta manera de ser cristiano y de ser sacerdote. La acusación de habernos secularizado debe interpelarnos, pero no debe influir en que demos pasos atrás en las conquistas sociales y en la reforma de la Iglesia. Es saludable, sí, una llamada de atención para que busquemos siempre nuevas maneras de “decir Dios” en nuestras culturas, en nuestra historia. Lo que haya que plantearse de novedad, deberá hacerse sin retroceder sobre el camino que la humanidad y la Iglesia han recorrido juntas. Luis Mari Goikoetxea (Murgia, 1947) Nació en Murgia (Álava) en 1947. Es ordenado sacerdote en 1972. Del 73 al 89 ha ejercido su ministerio en Ecuador y Perú, trabajando con colectividades marginales y con jóvenes estudiantes de América latina. Entre 1989 - 1992 estuvo en la parroquia de Llodio. Los seis años siguientes estuvo en Suiza como consiliario internacional de Pax Romana. Luego, párroco de Amurrio. En 2003 fue nombrado Rector del Seminario Diocesano de Vitoria-Gasteiz.