¿Por qué un museo de la boina?
No es simplemente un museo de la boina, es una fábrica. Y entonces ¿por qué un museo? Porque allí había maquinaria muy puntera, muy interesante, curiosa, y una vez en la fábrica, de alguna manera, podemos hacer un viaje a los primeros tiempos de la Revolución Industrial. El proceso de producción, qué tipo de energía se utilizaba... Eso también ha sido importante. Y como todo se ha conservado en muy buen estado, hubiese sido una pena perderlo. Tenemos que ampliar nuestro patrimonio y enseñárselo a la gente. Por otra parte, más que un simple museo, es todo un entorno. Está declarado patrimonio histórico, y la fábrica no es la única razón para ello, también las casas, la capilla (que se usaba de escuela entre semana) y la turbina.
Entonces ¿Que sea una fábrica de boinas es sólo una coincidencia? La boina también se está convirtiendo en artículo de museo...
Sí, a decir verdad, se ha pasado un poco de moda. Pero la clave es la fabricación. Y, aquí, la boina era el producto principal. No es casualidad que la fábrica estuviera aquí. En aquella época, un balmasedano se fue de viaje a México -allí la industria textil era muy importante-, y a la vuelta, como esto era la frontera con Burgos, con Castilla, y la lana pasaba por aquí, se trajo algunos conocimientos; se buscó unos socios y, aprovechando el salto de agua, la lana, etc., montaron la fábrica.
¿Y por qué la boina? Sin duda, se vendía bien en esa época...
Así es. Estaba de moda.
¿Esta era la única fábrica?
En esta zona sí. En Tolosa estaba Boinas Elosegui.
Por lo tanto, la única de Vizcaya...
Sí, sí. Se trabajaba para toda Vizcaya, también se vendía al extranjero y bastante al resto del país. Más adelante, se fabricaron productos para el ejército durante algunos años. En su mejor momento, en la década de los 60, había 130 trabajadores. Y se trabajaba mucho en casa. Antes hemos visto que las boinas se hacían con una tela con forma de jersey de la que se soltaban los puntos. Una vez que se soltaban los puntos, en el momento de pasar la tela por los batanes, quedaban agujeros. Entonces, antes de pasarla por los batanes se cogían los puntos, y eso se hacía en casa.
La mayoría de los trabajadores eran mujeres...
Sí. Yo empecé a trabajar en agosto, y una de las primeras cosas que hicimos fue el vídeo, en octubre. Como la fábrica ha estado funcionando hasta 1992, hemos podido preguntar a muchos trabajadores. En el vídeo se recogen los testimonios de esos trabajadores, y la mayoría eran mujeres. Pero los jefes eran hombres, y había mucha diferencia en los sueldos. Los hombres ganaban más.
¿Y por qué mujeres? En esa época los hombres tenían que estar en la fábrica y las mujeres en casa...
Por el tipo de trabajo. Las mujeres tenemos una forma de ser, una forma de trabajar propias, podemos ser más hábiles, o más firmes, o... Para el trabajo que se hacía aquí también hacía falta habilidad. La máquina conocida como selfactina (del inglés self acting, “actúa por sí mismo”), por ejemplo, hacía 365 hilos a la vez. Hacía falta una habilidad especial para trabajar así y parece que las mujeres somos más hábiles para eso.
¿En las casas de alrededor vivían mujeres o quién?
Familias enteras. Ciertamente era muy curioso. Una característica de La Encartada es que es una colonia de trabajadores. El barrio era muy importante porque aquí tenían toda su vida: vivían, trabajaban, iban a la iglesia, los niños iban a la escuela... Tenían una relación muy estrecha entre ellos; también los antiguos propietarios, aunque vivían en Bilbao, en verano venían aquí, y no había diferencias entre los hijos de los propietarios y de los trabajadores. Por otra parte, las personas que vivían y trabajaban aquí eran unas privilegiadas.
¿Por qué?
Porque tenían energía. Aquí se producía energía, y se utilizaba para alargar el horario de la fábrica por las noches y, sobre todo, en invierno. Pero lo que sobraba se usaba en las casas. Y además tenían agua.
¿Todos los trabajadores vivían aquí?
No. Algunos eran balmasedanos, y también los había de Gijano y de otros pueblos de Burgos. Pero la mayoría balmasedanos.
¿Cómo venían? Esto no está demasiado lejos del pueblo, pero con los medios de transporte de la época...
En bicicleta y así...
Si en estas casas vivían familias enteras, también vivirían hombres ¿Qué trabajo hacían ellos?
Eran los jefes, pero de esos no había tantos, claro. Los demás se dedicaban a arreglar las máquinas y a trabajos más sucios. Aquí se llevaba a cabo todo el proceso, desde la recogida de la lana. Y para mover la lana hace falta fuerza. Además esa lana estaba muy sucia y había que limpiarla. Eso lo hacían los hombres. Y también los trabajos mecánicos. En la parte de debajo de la propia fábrica hay tres talleres: la herrería, el taller de mecánica y el taller de cartón. La herrería y el taller de mecánica se usaban para arreglar las máquinas y hacer piezas de recambio, y ahí trabajaban los hombres. Todo es muy peculiar en realidad. Al fin y al cabo, vivían aquí, y aquí se hacía todo.
Autárquico, ¿no?
Sí, totalmente.
Y toda la familia se dedicaba a ello...
Sí claro, aquí han trabajado varias generaciones. Lo han conocido desde niños...
¿La gente que vivía aquí se dedicaba a alguna otra cosa?
No.
A la huerta o algo...
Tenían un trozo de huerta, para su consumo. Aquí hay tierra suficiente... Hoy en día está todo muy bonito, preparado para gozar. Pero en aquella época no era así. Había campos de cultivo para el consumo y, por otra parte, la fábrica tenía otro aspecto. Los trabajadores podían trabajar aquí haciendo boinas, pero, al mismo tiempo, los propietarios producían txakolí. Una anécdota: hay una persona que ha dirigido el proceso antes que yo desde que se cerró la fábrica hasta que se convirtió en museo. Le ocurrió a él al principio, cuando entró en la fábrica vio un lagar, y ya sabía que servía para hacer txakolí, pero no se le ocurría para qué podían usar un lagar aquí. Empezó a pensar que podía ser para tratar la lana o algo así. Empezó a hablar con la gente y les preguntó: “¿Para qué se usaba el lagar de txakolí?”, “¡Para hacer txakolí, claro!”, le contestaron.
La fábrica se cerró en 1992. Esa forma de vida no duraría así hasta entonces...
No. Al final trabajaba mucha menos gente, y en los testimonios del vídeo se puede apreciar que ese buen ambiente fue disminuyendo poco a poco. En los últimos años quedaban unas 30 personas.
¿Y hasta cuándo ha vivido gente en las casas?
Hasta hace muy poco. La fábrica se cerró en el 92 y las casas se usaron hasta el 95 o 96 más o menos.
¿Por qué decayó? ¿Porque la propia fábrica se quedó anticuada, porque no se vendían las boinas...?
No hay una única razón. Por una parte, la maquinaria se quedó muy anticuada, no se adaptaron a los nuevos tiempos y eso les hizo quedarse atrás frente a la competencia. Además, aquí se seguía realizando todo el proceso, lo que encarecía el producto final. Y luego el tema de la moda. La boina pasó de moda.
Sin embargo todavía se hacen boinas, aunque sean pocas... ¿dónde?
Nosotros las compramos en Tolosa, en Elosegui. Hoy en día es una fábrica moderna. Eliminaron las primeras fases del proceso, y compran los hilos directamente. Eso abarata el precio del producto final y deja más sitio en la fábrica.
¿Y para qué las compráis?
Para venderlas.
Es curioso tener que comprarlas en Tolosa...
Sí, así es, jajaja... Bueno, tenemos de dos tipos. Unas, las buenas, las que se hacían aquí, todavía las hacen allí, en Tolosa, y en ellas hemos recuperado la boina de La Encartada. Aquí, cuando paró la fábrica, paró de un día para otro. De hecho, ese día se quedó como estaba. Por lo tanto, todavía hay bastante material y muchas etiquetas. Elosegui permite que cada uno ponga sus etiquetas en esas nuevas boinas. Nosotros ponemos la de La Encartada, pero no engañamos a nadie porque pone que las boinas las hace Elosegui. Por otro lado, vendemos las de calidad básica -a las que llamamos boinas básicas-, que también las hace Elosegui.
¿Las boinas de aquí tenían algo de especial comparadas con las demás?
Comparadas con las de Elosegui, no. Aquí se hacían bien, pero allí también las hacían bien, y las siguen haciendo así hoy en día.
¿Quién las compra? ¿Extranjeros, gente de la zona...?
Mucha gente de la zona. Y muchas mujeres. También las compran muchos jóvenes, luego no sé si las usarán, pero... Parece que hay gente joven que reivindica el uso de la boina.
Por lo demás, ¿el museo está teniendo éxito?
Sí. Desde que abrimos el 10 de enero hasta ahora han venido 7.800 visitantes. Al principio vinieron bastantes, luego hubo un bajón durante el invierno, pero mayo y junio han sido muy buenos. Viene mucha gente, sobre todo estudiantes -en época escolar-, gente mayor, y mujeres, asociaciones de mujeres.
No sé si la ubicación es buena o mala... Balmaseda es un pueblo precioso que merece la visita por sí mismo y está aquí al lado, pero está bastante lejos de todas partes...
Así es. La cuestión es que el museo tenía que estar aquí necesariamente, fuera de aquí no tendría sentido. Es un entorno muy bonito, pero su ubicación es un obstáculo. Ahora se llega rápido a Balmaseda por la carretera nueva, pero, por ejemplo, en este momento es imposible llegar al museo en transporte público. Puedes venir a Balmaseda, pero desde el pueblo hasta aquí hay que venir andando y eso es un inconveniente. Sé que la Diputación va a hacer un camino peatonal para ir desde el pueblo al campo de fútbol que hay aquí cerca, y ahora mi pelea es que alarguen un poco ese camino, hasta aquí.
¿Los balmasedanos vienen al museo?
Eso es lago que me sorprende. El fin de semana de la inauguración -la hicimos desde el jueves hasta el domingo-, contamos 1.704 visitantes, pero hubo mucha más gente. Fue una locura. Los grupos de visita fueron de 70, 80, 90, cuando lo más adecuado es que sean de 20. Y la mayoría eran de Balmaseda. De los que han venido desde entonces, muy pocos han sido de aquí.
Muchos lo echaban de menos...
Sí, las sensaciones de la gente eran contrapuestas. Por un lado, estaban muy contentos porque la fábrica ha aguantado, porque se han abierto de nuevo sus puertas, y porque veían que lo que fue su forma de vida seguía existiendo, pero cuando entraban no veían las imágenes, las vivencias que tenían en mente. Naturalmente ahora es un museo, no una fábrica. En su época, era mucho más frío, había mucha suciedad, mucho ruido... Y eso les faltaba a los que trabajaron aquí. Todos vinieron a la inauguración.
¿Quedan muchos trabajadores?
En estos momentos unos veinte. Por ejemplo, uno de los guías del museo, balmasedano, trabajó aquí.
¿Qué proyecto tenéis ahora en mente?
Varios. Tenemos la intención de hacer casas de turismo rural en las viviendas de los trabajadores. La razón es doble. Por un lado, hay que respetar la construcción, está protegida y no se puede abandonar. Hay que mantenerla. Y cuando piensas en cómo financiar ese mantenimiento, una de las posibilidades que se analizan es la de hacer casas rurales. Además, queremos llevar allí la tienda y acondicionar una vivienda para mostrar cómo era la forma de vida de los trabajadores de esa época. Eso es lo que se quiere hacer, pero está el problema de siempre: la financiación, el dinero.
Cuando se abrió este museo, a muchos se les ocurrió la misma idea: el museo de la boina; hemos matado a la boina metiéndola en un museo...
He leído algo así en Internet, sí. Yo no estoy de acuerdo. Esto se ha “vendido” como si fuera el museo de la boina, y, como ya he dicho, no es el museo de la boina. Esa pregunta me la hacen muchos periodistas: “¿Cuántas boinas hay?”. “Pues, un par, tres, cuatro... como mucho”. Y se sorprenden: ¿pero cómo que sólo un par? “¿No es el museo de la boina?”. No, no es el museo de la boina, hay alguna, pero muy pocas. Lo que se quiere enseñar es la fábrica, la forma de vida de una época, los procesos de producción, la Revolución Industrial...
A pesar de todo, os falta mostrar la forma de vida, ¿no? Fuera del trabajo...
Sí. Eso se ha perdido. Pero existe la idea. Hablamos del tema con los guías, con los antiguos trabajadores... A un guía se le ocurrió recuperar las fiestas de aquí.
¡También había fiestas! Sí. Esto era el barrio de “El Peñueco”, y tenía fiestas, en la plaza. Puede ser una opción. No para organizarlo como unas fiestas, pero sí como algo especial. Begoña de Ibarra Zuazo
(Bilbo, 1975) Estudió Ciencias empresariales en la UPV. Se licenció en 1998 y después estuvo trabajando durante varios años en empresas privadas, desempeñando distintas funciones. Entre otras cosas estuvo seis años en KAP Produkzioak con Kepa Junkera. Desde agosto del año pasado es la directora de la Fundación Boinas La Encartada Kultur Ingurunea Fundazioa. Es la primera directora, ya que la Fundación se creó el año pasado, a medias entre la Diputación Foral de Vizcaya y el Ayuntamiento de Balmaseda, y “con la intención de proteger, extender y gestionar el emplazamiento de la vieja fábrica de boinas La Encartada”. Por lo tanto, Begoña de Ibarra también es la directora del museo Boinas La Encartada -“es el nombre comercial”, aclara-, desde que abrió sus puertas en enero.