Gaizka Fernández Soldevilla y Raúl López Romo. Historiadores: La tolerancia se aprende y se trabaja en el día a día, pero sin ingenuidades

2012-11-14

AGUIRRE SORONDO, Juan

Dos jóvenes historiadores vascos, Gaizka Fernández Soldevilla y Raúl López Romo, son los autores de “Sangre, votos, manifestaciones: ETA y el nacionalismo vasco radical (1958-2011)” (Tecnos, 2012), un libro valiente y esclarecedor sobre el recorrido de ETA y su entramado civil desde sus orígenes hasta la actualidad. Complementando la historia política con la historia social y la cultural, a lo largo de 400 páginas la obra desmenuza cada uno de los tres vectores que han marcado la estrategia de la autodenominada “izquierda abertzale” en su evolución durante más de medio siglo: la violencia, la participación electoral y la movilización social.

El libro está dedicado a quienes les enseñaron a ustedes dos el “valor de la tolerancia”. ¿Quizá ahí está la clave de nuestro futuro?

Durante mucho tiempo en Euskadi han prendido con fuerza ideologías excluyentes basadas en el odio nacional o también, en menor medida, en el odio de clase. En este sentido nuestro libro pone en cuestión el pensamiento dicotómico (que separa a las personas tajantemente entre los de dentro y los de fuera, los de arriba y los de abajo, buenos y malos) por las simplificaciones que acarrea. El respeto al que no piensa igual que uno es, sin duda, una base cívica, un principio absolutamente deseable. La tolerancia se aprende y se trabaja en el día a día, desde los espacios locales en los que se mueve cada uno. Pero tiene que tratarse de una tolerancia bien entendida, sin ingenuidades, porque todas las ideas no son igualmente válidas ni defendibles. Aquellas que persiguen la eliminación de una parte de la sociedad no caben en democracia.

Portada del libro “Sangre, votos, manifestaciones: ETA y el nacionalismo vasco radical (1958-2011)”.

Hablan de una nueva Transición que, más allá del adiós a las armas, permita superar definitivamente la cultura de la violencia.

La democracia no es solo una arquitectura institucional, sino que, a un nivel más microscópico, se va fraguando en las actitudes sociales. El nacionalismo vasco radical tiene pendiente realizar su particular transición a la democracia. Ello no implica acatar los planteamientos del otro, sino asumir que la sociedad vasca es política y culturalmente plural y que ellos no representan más que a un fragmento de la misma. Otros ya hicieron esa transición décadas atrás.

La principal lección del libro es que la tragedia vasca no fue una fatalidad inevitable.

Desde la perspectiva del nacionalismo radical Euskadi había sufrido una invasión “española”, así que la única forma de asegurar la supervivencia del pueblo vasco era coger las armas. En eso consiste lo que llaman el “conflicto”: una guerra para recuperar la supuestamente perdida independencia original. Ese relato se basa en una lectura maniquea, sesgada y partidista de la historia, pero, como señala Walker Connor, “lo que más relevancia política tiene no es la realidad, sino lo que la gente cree que es real”. Así pues, divulgando una versión adulterada del pasado, ETA ha conseguido transferir la culpabilidad de sus actos al “Estado”. Los etarras han alegado que solo asesinaban en legítima defensa, y mucha gente los ha creído. Sin embargo, los miembros de ETA tenían libre albedrío y se decantaron por la violencia desestimando otras alternativas. Lo hicieron, además, en una fecha concreta: junio de 1968, cuando la dirección de la banda decidió empezar con los atentados mortales. “Txabi” Etxebarrieta precipitó los acontecimientos cuando asesinó por la espalda a un guardia civil de tráfico. Pero no tenía por qué haber sido así.

En su libro se explica detalladamente cómo ETA nació y creció como organización antiespañola más que antifranquista.

Los miembros de ETA se sentían herederos de los gudaris de la Guerra civil, de los carlistas del siglo XIX e incluso de episodios más remotos, entendidos todos como parte de un mismo “conflicto”, que había comenzado mucho antes del nacimiento de Franco. Desde su punto de vista, la dictadura era el último episodio de aquella lucha, nada más. Los etarras, como aclararon alguna vez, no habían luchado contra el régimen, sino contra España, entendida como metrópoli colonizadora. El objetivo fundacional de la organización no era otro que lograr un Estado-nación independiente, monoling?e y política y culturalmente homogéneo. El problema fue que gran parte de las fuerzas antifranquistas no lo quisieron ver hasta que fue demasiado tarde.

La ideología de izquierdas, ¿qué peso real ha tenido más allá de los discursos?

La “izquierda abertzale” se ha autodenominado así por pretender que su nacionalismo se conjugaba con alguna variante del marxismo. No obstante, tanto su doctrina como su actuación responden a la versión más intransigente del nacionalismo radical. Su socialismo, más bien sentimental, ha sido un elemento secundario. Por ejemplo, en la “alternativa KAS” (el principal documento programático de ETAm y HB) la única reivindicación con carácter de clase era una vaga mejora de las condiciones de vida de los trabajadores. Además, siempre ha rechazado pactar con formaciones vascas no nacionalistas, por muy de izquierdas que fueran.

¿En qué medida los liderazgos personales pudieron marcar las trayectorias divergentes de las diferentes ramas de ETA?

Por lo general las direcciones de ETA han sido colegiadas, pero en ocasiones uno de sus líderes destaca por encima del resto y marca la dirección a seguir. Hay varios casos reseñables. José Miguel Beñaran (“Argala”), el jefe político de ETAm, apadrinó HB cuando EE parecía a punto de monopolizar el espacio de la “izquierda abertzale”. Luego, al detectar que los partidos que conformaban HB querían actuar con autonomía, ordenó tomar el control de la coalición y se deshizo de los disidentes. HB quedó como brazo electoral de ETAm. Desde entonces hasta hace muy poco el nacionalismo radical ha estado subordinado a la organización terrorista. Fue un planteamiento opuesto al de Eduardo Moreno Bergaretxe (“Pertur”), el líder intelectual de ETApm. Él propuso crear un partido, EIA, núcleo de Euskadiko Ezkerra, que ejerciese de vanguardia dirigente, mientras que ETApm pasaba a retaguardia. Y eso explica, en cierto modo, la disolución de una parte de esta organización en 1982.

Alguien explicó los totalitarismos del siglo XX con esta fórmula: “El patriotismo no es suficiente: hay que odiar a alguien”.

Claro, para que una persona tome una pistola y diga que está dispuesto a matar a otra, a la que no conoce, solo por lo que ésta representa, es preciso que piense que la víctima encarna el mal absoluto. Por ejemplo, puede que un policía sea un hombre honrado, una bellísima persona, pero para los terroristas lo que cuenta es que tal policía forma parte de un grupo que ha sido demonizado de forma maniquea. Las formas como se llega a construir esa imagen negativa son variadas y se transmiten en los círculos de socialización más inmediatos al individuo: la familia, la cuadrilla de amigos, las lecturas, las fiestas... Por eso es más fácil dejar las armas que erradicar la intolerancia, que tiene unas raíces profundas en nuestra sociedad.

Los autores del libro Raúl López Romo y Gaizka Fernández Soldevilla.

En un pasaje del libro se lee: “ETA no ha matado por irreflexión sino precisamente por todo lo contrario, por un exceso de racionalización”. Ahora bien, ¿no ha sido la adhesión emocional el gran factor movilizador?

ETA, al contrario de lo que puede hacer un psicópata, no ha actuado con espontaneidad, escogiendo sus víctimas aleatoriamente, sino siguiendo un discurso (el del “conflicto vasco”) que ha dado sentido y lógica a los atentados. Naturalmente eso no quiere decir que ETA haya sido sensata o haya tenido equidad en sus juicios. La lógica terrorista es perversa porque ha servido para acabar con la vida de cientos de personas amparándose en consideraciones políticas particulares. Los argumentos para defender la violencia muchas veces están basados en emociones (odio, resentimiento), pero también en criterios instrumentales.

Es reveladora la manera como los diferentes aparatos militares (tanto de ETApm como de ETAm) a través de las finanzas han conducido por la brida a sus brazos políticos (los conocidos “cierres del grifo” a quien discutía su diktat). Como en el capitalismo más descarnado, aquí también el que paga, manda.

El tema financiero es un buen ejemplo del tipo de vínculos que se establecían entre las distintas organizaciones durante la Transición. Las dos ramas de ETA hacían donaciones sistemáticas a sus partidos afines: una parte del botín que recaudaban gracias al “impuesto revolucionario” y a los secuestros acabó sufragando los sueldos de los liberados, publicaciones, propaganda, campañas electorales, etc. Pero había diferencias. Mientras ETApm daba dinero a EIA sin pedir nada a cambio, ETAm exigía sumisión. Cuando LAIA cuestionó el caudillaje de los milis, se les acabó la financiación. Para un partido pequeño eso suponía reducir considerablemente sus posibilidades de supervivencia. Así que, efectivamente, el que paga, manda.

Cuando un sector de ETApm dejó las armas (proceso que en el libro se describe con detalle), las víctimas fueron olvidadas. ¿Cómo podrá evitarse que esto se repita?

Para aquellas víctimas del terrorismo que fueron asesinadas ya es demasiado tarde. Lo que podemos hacer los vivos es, en todo caso, tener en cuenta lo que su muerte significa: el intento de algunos por imponer mediante la fuerza un determinado proyecto de país. Para aquellas víctimas que han sufrido la pérdida de un ser querido o resultaron heridas, extorsionadas o secuestradas, una de las mayores afrentas sería ver amnistiados a unos presos de ETA que no han hecho ninguna autocrítica, que siguen pensando que lo que hicieron estuvo bien. Y lo que hicieron no fue luchar por sus ideas, sino matar por sus ideas. Iniciativas como llevar el testimonio de víctimas del terrorismo de ETA y también de los GAL a las aulas son muy positivas para avanzar hacia una sociedad con menos sectarismos, con unos principios éticos más sólidos. Gaizka Fernández Soldevilla (Barakaldo, 1981) Licenciado en Historia por la Universidad de Deusto (2003), se dedica profesionalmente a la enseñanza en el IES Marqués de Manzanedo (Santoña, cantabria). Actualmente está culminando su tesis sobre ETA político-militar y Euskadiko Ezkerra en la UPV/EHU bajo la supervisión del profesor José Luis de la Granja. Especialista en la pasado reciente del País Vasco, ha participado en diversos congresos. Es autor de varios capítulos en obras colectivas y de una decena de artículos en revistas académicas como Historia Contemporánea, Historia del Presente, Pasado y Memoria, Revista de Estudios Políticos, Sancho el Sabio, Alcores, Cuadernos de Alzate, Spagna Contemporánea y Tabula. Raúl López Romo (Bilbao, 1982) Doctor en Historia por la UPV/EHU (2010). Actualmente dispone de un contrato postdoctoral del Gobierno vasco a través de Ikerbasque Foundation for Science. Sus líneas de investigación se centran en el estudio de los movimientos sociales y el pasado reciente de Euskadi. Es autor de los libros Del gueto a la calle: el movimiento gay y lesbiano en el País Vasco y Navarra, 1975-1983 (2008) y Años en claroscuro: nuevos movimientos sociales y democratización en Euskadi, 1975-1980 (2011), así como de una docena de capítulos y artículos académicos en revistas como Trienio, Historia Contemporánea, Alcores, Cuadernos de Alzate e Historia, Trabajo y Sociedad.
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