Joaquín Gálvez. Escritor y niño de la Guerra: He ido abandonando casas, algunos recuerdos, vivencias..., pero afortunadamente, todavía me queda la memoria

2006-11-17

SILLERO ALFARO, Maider

“Tener 13 años en el 36" es el libro en el que Joaquín Gálvez ha plasmado todas sus vivencias de una guerra, la Guerra Civil española, que comenzó hace ya 70 años. A ésta le siguió la II Guerra Mundial, que sorprendió a Gálvez en Francia. Es por eso que el título que en un principio quiso poner a su libro fuera: “de niños de la guerra a esclavo de Hitler”. Este hondarribitarra ahora afincado en Donostia nos ha abierto las puertas de su casa y de su larga e intensa vida y, a ritmo de marchas alemanas (“no es masoquismo, sólo para ambientarnos”, nos dice), comenzamos a “desgranar recuerdos”. El libro

Joaquín, recientemente acaba usted de publicar su libro Tener 13 años en el 36...

Sí, es un libro de anécdotas sueltas de mis vivencias de la guerra, pero de vez en cuando a la tragedia le he intentado meter algo de humor para que no sea tan dramático.

¿Le ha resultado duro recordar esa época de su vida?

No ha sido duro porque lo he ido desgranando poco a poco y con mucha sinceridad. A mí me viene un pensamiento, por ejemplo “patada en el culo”, y a partir de ahí desarrollo una historia.

¿Cómo surge la idea de escribir este libro?

Yo escribía cosas para la revista La voz de los olvidados que se publica en Francia, en Saint Cyprien, donde estuve en un campo de republicanos españoles. Un día decidimos recopilar todos esos escritos, así que el mérito es del editor que le ha dado forma, yo sólo he desgranado mis recuerdos.

¿Cómo es una persona que ha vivido todo lo que usted ha vivido?

Por una parte soy muy callejero, muy extrovertido, me gusta mucho la gente, pero al mismo tiempo también soy muy hogareño porque perdí 3 casas; no tengo recuerdos; ni un mecano, ni un dibujo, ni un diploma del colegio... nada.

¿Tuvo que dejar 3 hogares?

Sí. Salimos de Irun en el año 36 por culpa de la guerra, casi con lo puesto, y tras pasar por Hendaya y Poitier al mes llegamos a Catalunya, donde formamos otra casa. Una vez más se acercan las tropas y mi padre nos manda el mismo telegrama: “Carmen (mi madre), esta vez iros a Francia”. Y así lo hicimos. Volvimos a Francia y a los 5 meses estalla la Segunda Guerra Mundial, así que también tuvimos que abandonar aquella bajera con dos camas en la que vivíamos. He ido abandonando casas, recuerdos, vivencias..., pero afortunadamente, todavía me queda la memoria. Pero también me acuerdo de muchas canalladas, cosas miserables que te hacen sentir “une petite merde” (lo digo en francés porque suena mejor).

Dice que su padre les mandó un telegrama ¿no estaba él con usted y con su madre?

Mi padre fue leal a la República y luchó para impedir que el enemigo entrase en Euskadi. Mi hermano tampoco estaba con nosotros; fue voluntario a las filas Republicanas. La última vez que vi a mi padre fue en febrero del 39 atravesando un riachuelo en Biure, un pueblecito de Gerona. Íbamos nosotros camino de la frontera de Francia (en ese mes entramos 500.000 cuando los franceses no esperaban más que 50.000 y desbordamos todas las previsiones). Allí nos despedimos y no supimos nada de él hasta el año 1960, salvo una carta “estándar” en la que le pedía a mi madre un jersey de cuello vuelto y una pipa y en la que nos comunicaba que sería liberado en breve.

¿Así fue?

Mentira. Luego lo mandaron al campo de exterminio de Mauthausen. Como le decía, no supimos nada hasta el año 60, pero a mi padre lo asesinaron allí, en el campo de prisioneros en abril del 41, imagínese.

¿Y su hermano Francisco?

A mi hermano lo fusilaron en el 39. Era capitán del Ejército Republicano en las milicias vascas y luego, cuando se organizó el Ejército Popular de la Republica, encuadrado en la 40ª Brigada Mixta, en la ciudad Universitaria, en Madrid. Llega el final de la guerra y un Teniente Coronel de Regulares lo fusiló. Hoy, todavía, se le da por desaparecido según un edicto hecho público en 1979 que dice “el final de la guerra le sorprende en Madrid, ciudad en la que a finales de marzo es hecho prisionero, perdiéndose desde entonces el paradero del mismo”.

Desgraciadamente no pudo pasar mucho tiempo con su hermano, ¿qué recuerdos tiene de él?

Recuerdo que lo detuvieron en el años 34 y que fue un disgusto en la familia. Mi padre un hombre republicano y el hijo metido el las Juventudes Socialistas Unificadas, las de la facción comunista. Un día que iba con mi madre a visitar a mi hermano en el fuerte de Guadalupe me dijo la ama: “Joaquín, tú no te metas nunca en política”. No ama, no, le dije yo. Y eso nos quedó como un lema que me repetía cada vez que podía. Llegada a Francia

Nos comenta que tras dejar Irun y Catalunya usted y su madre paran en Francia, ¿cómo fue el viaje?

Entramos en un campo de concentración, más bien era un “campo de triaje”, a unos 12 kilómetros de la frontera. Fuimos desde Castelldefels hasta la frontera francesa (180 km) a pata, bombardeados, con granizo, con nieve... y mi madre recogiendo nabos y remolachas por el camino. Pasábamos por las masías y no nos podían dar nada de comer porque los soldados se lo habían llevado todo. Pero los catalanes se portaron muy bien conmigo.

¿Y la llegada a Francia, cómo fue?

Cuando llegamos nosotros en febrero del 39 allí había un eslogan de la derecha típica francesa, que decía “Antes Hitler que el Frente Popular”, que era el que estaba entonces; socialistas, comunistas... Y efectivamente, con la ocupación alemana nosotros éramos los rojos, los revolucionarios, los anarquistas... Imagínese, yo un chaval de 17 años y el corazón a la izquierda como mi padre. Él, mi padre, era Republicano, Teniente de Carabinero, un hombre de orden... así murió el pobre.

Pero entre Catalunya y Francia también “visitó” Bretaña, ¿por qué motivo acabó allí?

Porque nos dispersan.

¿Qué relación tuvieron con los alemanes?

Los soldados alemanes, con 18 años y el ombligo redondo, exactamente igual que nosotros. Nos bañábamos en las playas: ellos a un lado y nosotros al otro en calzoncillos, pero tenían el mismo cuerpo, ni raza ni nada... Al fin y al cabo, todos tenemos el ombligo redondo, esa es mi máxima.

¿Cómo les trataron?

La española era una de las nacionalidades que parece que tenía cierta personalidad y se imponía algo. Los franceses estaban muy acoquinados y los pobres polacos y rusos más acoquinados todavía. Les trataban como a razas inferiores.

Cuéntenos alguna anécdota de su relación con los alemanes...

Mi madre le lavaba la ropa a un soldado alemán y a cambio nos traía pan, queso, salchichón y además era muy cariñoso... porque ¿qué nos separaba a nosotros de los alemanes? El fascismo y que éramos republicanos. Claro yo con 17 años y muy tirado para adelante me parecía mal y tenías mucho miedo, pero... era la necesidad.

¿Alguna otra?

Una vez vi a un soldado alemán llorando. Claro, no ibas a preguntarle qué era lo que le pasaba porque lo mismo te pega un tiro, pero todavía me acuerdo de él y me queda la duda de por qué lloraría el soldado. ¿Habría caído algún compañero? ¿Sería un demócrata? (estaban 7 millones de anti-nazis cuando llegó Hitler al poder, que no pudieron desaparecer todos aunque pasaron por campos de concentración) ¿sería alguno que había visto la caída de Francia y pensó que después venía la caída de toda Europa?... La vuelta a casa

Por fin llega el momento de volver a casa. Tras pasar tanto tiempo fuera, ¿cómo es el regreso a sus raíces?

Emocionante. Llegar a la estación de Hendaya, pasando por Biarritz... ¡“joder”! Yo no soy nacionalista ni patriotero, pero me tira el Bidasoa. Emocionante Jaizkibel al fondo, San Marcial, Peñas de Haya, el barrio de Santiago, las riberas de Playaundi... se te despiertan todos tus recuerdos.

Imagino que la vuelta, sin ningún bien material sería muy dura ¿tuvieron algún tipo de ayuda?

La verdad es que tuvimos muchísima suerte. Llegamos a San Sebastián donde teníamos unos familiares que nos acogieron en su casa. Mi tío era el director del Hotel Londres por lo que fuimos a parar a una villa “de mil demonios” en la que había doncella, cocinera... No me faltaba de nada.

Menudo contraste...

Sí, muy grande. Me gustaba ir a la biblioteca y mirar a la gente, observarles. Para mí todo era un mundo nuevo.

Muchos niños de la guerra comentan que la integración es muy difícil, ¿cómo le fue a usted?

Fue algo complicada. Mi primo me metió en su cuadrilla, pero yo no encajaba. Se iban a tomar “txikitos” a la parte vieja, iban a misa, a un baile en Hernani... ¡Imagínese, yo no sé jugar ni a las cartas! Yo venía de otro mundo mucho más realista. Las conversaciones de los chicos y las chicas me parecían pueriles e iban muy “emperiquetados”, con unas chaquetas blancas... yo era muy diferente.

Y con todo lo que pasó, aún tuvo que ir a la mili...

Para mí la mili fue como un balneario después de todo lo que había pasado. Estuve en Estella, Zumaia y luego a Roncesvalles, detrás de los “makis”, fíjate. ¡Mi corazón con ellos y yo recibiendo órdenes de perseguirles! ¡La mili es la mili! Yo que estaba acostumbrado al ejército inglés y luego al alemán, esos eran ejércitos perfectos. Cuando vine aquí pensé que esto era un ejército de “mierda”.

Tras haber trabajado como leñador, minero, en plataformas para aviones y haber realizado trabajos forzados en la guerra, ¿en qué se empleó a su vuelta?

Entré en Iberduero y me hice experto en informática, me enviaron a Bilbao donde trabajé como coordinador de cerebros electrónicos. Lo que me diferenciaba de mis compañeros es que ¡yo no tenía equipo de fútbol, ni acciones, ni apartamento en la Rioja!

¡Qué diferentes sus vivencias con las de los jóvenes de ahora!

Es que ahora están en el siglo XXI, les disculpo en ese sentido, pero ¡qué juventud! Se apreciaban una serie de valores tan-tan básicos, entonces teníamos ideales ahora no tienen. Poca religión, poca política. No tienen necesidad de cambiar el mundo. Todo cambia a mucha velocidad. Por ejemplo, yo compro 4 revistas francesas, Le express que es o era socialista, Le Figaro de derechas, Le Point de centro y Nouvelle Observateur comunista no marxista. Antes había matices, tendencias, pero ahora sólo ves perfumes, zapatos italianos para los hombres, coches... hay un nivel de vida muy aburguesado, la clase obrera se ha aburguesado.

Es que ahora se vive de otra forma...

Los jóvenes vienen a las 5 de la mañana, se van juntos de a Benidorm... antes uy... Me acuerdo de la última vez que me confesé, en 1955 para casarme, me dijeron que en Capuchinos tenían más manga ancha. El cura me preguntó “¿pecas mentalmente, hijo?” “Pues claro”, le dije, “porque para anunciar un cuarto de baño aparece una tía con un liguero y una pierna al aire...” se me quedó mirando el padre capuchino y me dijo “Pues tienes razón hijo mío, te absuelvo”. Hay un erotismo a flor de piel, para lo bueno y para lo malo. Sí, se vive de otra forma, bueno, mejor dicho, ahora se vive porque antes todo era pecado. “Nací vasco en Hondarribia,

tengo el carné de identidad español,

me crié en Irún,

me formé en Catalunya,

me eduqué en Francia,

me domaron... a la alemana.

Soy un espermetozoide.

Y me llamo Joaquín”. Estas son las líneas que Joaquín dice mejor le definen. Un hombre al que le gusta sentarse a tomar café en el Boulevard y hacer dibujos de la gente que pasea por allí. Los libros los devora, tiene toda la casa llena, encima de la mesilla unos cuantos pendientes de leer todavía. Nos cuenta que cuando por fin pudo volver a su hogar tras los años de guerra los primeros ejemplares que pidió en la Biblioteca Municipal fueron Abajo las armas de la Baronesa Bertha de Suttner y Guerra y Paz de Leon Tolstoy, ambos prohibidos en la época. También leía literatura franquista “para sopesar los dos lados”. Habla catalán, francés, alemán, italiano y ahora está aprendiendo ruso por su cuenta. Así es Joaquín, emprendedor, simpático y amable. Será porque después de todo lo que ha sufrido ya no puede ver ni una injusticia más.
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