Salvador Marzana, Eduardo Aparicio y Ramón Agesta. 75 años de la proclamación de la II República: La II República, en vivo

2006-04-14

CIFUENTES, Miguel

El próximo 14 de abril se cumplen 75 años de la proclamación de la II República. Los vascos Salvador Marzana, Eduardo Aparicio y Ramón Agesta ofrecen desde el recuerdo una emotiva e histórica narración en primera persona de aquel acontecimiento.

Aún le brillan los ojos cuando evoca en su memoria aquella madrugada del 14 de abril de 1931. Una jornada y media después del triunfo de la izquierda en las elecciones municipales del día 12, Eibar se convertía en la primera localidad del Estado en proclamar la II República.

A las 06.50 horas de la mañana, la mayoría de sus habitantes se congregaba junto al Ayuntamiento para ver ondear la bandera tricolor. Eran momentos de euforia y de entusiasmo para los miles de ciudadanos que ansiaban un cambio de régimen político. Momentos históricos que, 75 años después, siguen narrándose en primera persona.

“Estaba en casa. Escuché que se iba a proclamar la República y salí a la calle. Allí me junté con los amigos del barrio para comentar la noticia, y todos nos dirigimos hacia la plaza del pueblo. Eibar era muy republicano, y la congregación fue multitudinaria. Entonces, el concejal más joven, Mateo Careaga, izó la bandera en el Ayuntamiento. Luego, más tarde, el bombero municipal Azpiazu, conocido como Eltzartza, cambió la placa del nombre de la plaza (que pasó a denominarse De la República en lugar de Alfonso XIII)”, recuerda Salvador Marzana. Salvador Marzana, de 88 años, muestra en su casa de Eibar fotografías de los momentos vividos tras la proclamación de la República, como la visita de Alcalá Zamora a la villa armera.

A sus 13 años, este eibarrés compaginaba en aquel momento su asistencia a la escuela con su afiliación al partido socialista. Ahora, a los 88, rememora con nostalgia aquellas primeras horas del día 14. “La gente estaba muy contenta. En un principio se dijo que nos habíamos precipitado, que aún no se había proclamado la República en Madrid, pero esa incertidumbre sólo fue momentánea.

Por la tarde ya era una confirmación tanto allí como en otros muchos lugares (Barcelona fue la segunda localidad en proclamar la República y Madrid hizo lo propio a las 15.00 horas). Los votantes de izquierdas celebraban el cambio con emoción, deseosos de afrontar una nueva etapa, y el himno de Riego comenzaba a dejarse oír por todas las esquinas. Yo participaba en la banda municipal de música, y recuerdo que estuvimos tocando unas cuantas piezas”, asegura.

A muchos kilómetros, en una pequeña localidad de Cuenca (Mira) a la que tuvo que desplazarse por motivos familiares, Eduardo Aparicio compartía esa sensación de felicidad: “Nada más cruzar la calle, el día 14, me encontré con una bandera republicana. Recuerdo que en aquellos tiempos se multiplicaban como setas. Todo el mundo andaba de un lado para otro y se desencadenó un gran entusiasmo. Eran tiempos de esperanza”. El concejal más joven de Eibar, Mateo Careaga, izó la primera bandera republicana a las 06.50 horas del 14 de abril

Natural de Leint Gatzaga, Eduardo tenía entonces 14 años y comenzaba a hacer sus pinitos en el sector del ferrocarril, en el que también trabajaba su padre. Hoy, camino de los 90 y desde su domicilio en Donostia, no tiene dificultades para narrar el ambiente de mediados del 31. “Al principio hubo mucha alegría, sobre todo en los jóvenes socialistas, republicanos y anarquistas. Había un gran afán por instruirse, por saber todo aquello que se ignoraba. Acudíamos a las conferencias y a las charlas que se impartían, deseosos de captar el mayor conocimiento posible. Eran momentos también de enfrentamientos con la Iglesia”.

“Yo crecí en un entorno socialista y a los 16 años pasé a formar parte de esas juventudes, pero más tarde, en el 36, entré en el partido comunista. Veía en este último una mayor organización e implicación. Aún me acuerdo de la extrañeza en casa, lo veían como algo raro”, comenta mientras asegura que no le sorprendió la llegada de la República, porque “ya se presagiaba a través de los periódicos de la época”.

Eduardo y Salvador reflejan el sentir socialista de aquella etapa. Desde un rincón de Irun, el nacionalista Ramón Agesta acerca a otra visión de la misma realidad. Muy cerca de cumplir los 92 años, repasa con tranquilidad lo sucedido durante los inicios de la II República. Eduardo Aparicio, de 89 años, muestra dos imágenes de Lenin y Dolores Ibarruri, ‘La Pasionaria’.

Por entonces, afiliado ya al PNV, trabajaba como recadista en la aduana de Hendaia: “En Irun había mucha gente republicana y, desde el partido, acogimos la llegada de la República con respeto. Después, la alegría se fue haciendo mayor. Supimos evolucionar y entendernos, e incluso el nacionalista Irujo pasó a formar parte del Gobierno. La República era también mejor para nosotros, comprendía más que la monarquía nuestra situación, y parecía reconocer los derechos forales”.

“Al principio hubo algún problema por el aspecto religioso. El hecho de que la autoridad eclesiástica apoyara a la derecha hizo que el PNV mandara una comisión a Roma para explicar que política y religión eran cosas diferentes, pero en esos momentos no les llegaron a escuchar”, añade Ramón.

Éste coincide con sus predecesores al narrar el bullicio que se respiraba en la calle los días después de la proclamación del nuevo sistema. “Había mucho movimiento de sociedades, se veían muchas banderas y se cantaba como himno nacional el himno de Riego”, afirma, mientras improvisa a viva voz aquel estribillo tan repetido en aquellas fechas.

Los primeros meses

La II República era, en 1931, una realidad. En ese momento, con Niceto Alcalá Zamora como presidente, y con Manuel Azaña en el Gobierno, los seguidores de izquierdas esperaban un cambio real también en la práctica.

“La gente quería mejoras sociales, y éstas se dejaron ver desde un primer momento. Se consiguió la jornada laboral de ocho horas, la tarde libre de los sábados, había una mayor libertad... Además, las mujeres pasaron a tener un papel muy importante”, opina Salvador Marzana, que recuerda la importancia que cobró Eibar en esa época, en la que recibió el calificativo de Muy Ciudad Ejemplar. “El pueblo fue objeto de muchas visitas ilustres, incluida la del propio Alcalá Zamora, que causó gran expectación”, subraya mientras muestra una fotografía ilustrativa de la inolvidable visita del entonces presidente.

Para Eduardo Aparicio, en cambio, la renovación se produjo sólo a medias: “Hubo mejoras en algunos sitios. Los sindicatos cobraron más fuerza y se abrieron varios foros de debate, pero el obrero no percibió una mejoría inmediata. Creo que hubo un cierto desánimo, porque no se respondió a las expectativas generadas. Además, el caciquismo siguió existiendo”. En opinión de Ramón Agesta, ese freno a la euforia inicial llegó motivado, en buena parte, por las penurias económicas. “Sí hubo algunos avances, como la jornada de ocho horas, pero lo cierto es que los exiguos recursos monetarios limitaban la capacidad de obrar”, agrega. Tras el bienio reformista o social-azañista (1931-1933) llegó el bienio radical-cedista (1933-1935), caracterizado por desarrollar una política conservadora de derechas. Durante los días posteriores a la proclamación de la II República se respiraba bullicio en la calle. El nuevo sistema era una realidad y los seguidores de izquierdas esperaban un cambio real en la práctica.

Alejandro Lerroux se situaba al frente de un Gobierno apoyado por la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) de Gil Robles. Hubo más confrontación, marcados en gran media por el levantamiento obrero de Cataluña y, especialmente, de Asturias.

“Aunque seguía la República, había cambiado la forma de gobernar. Lo que sucedió en Asturias fue seguido con mucha expectación en Euskadi. Yo creo que en aquellos años no se le dio margen de actuación al gobierno de izquierdas. Ocurría como ahora, que la derecha era siempre contraria se hiciera lo que se hiciera”, señala Marzana, que recuerda la dura represión contra 172 eibarreses por los sucesos revolucionarios de octubre de 1934. Entonces, en la localidad armera, miles de ciudadanos se habían manifestado contra el poder de Madrid, acudiendo al banco de pruebas de armas para dotarse de ellas.

Después, en el 36, la situación volvió a dar un nuevo vuelco con el triunfo del Frente Popular. “El denominado bienio negro, entre 1933 y 1935, fue un paso atrás. Un retroceso. Después llegaron nuevas mejoras, como la aprobación de la Reforma Agraria, pero fue ya en 1936 (cuando las nuevas Cortes elevaron a la Jefatura de Estado a Azaña). El triunfo de las izquierdas trajo consigo una intensa movilización popular y se creó un clima de tensión social, con un enfrentamiento civil por parte de los falangistas”, recuerda vivamente Eduardo Aparicio. Ramón Agesta, de 92 años, relata desde su domicilio de Irun cómo vivió ese periodo histórico afiliado al PNV.

El fin del lustro republicano

Por aquel entonces “ya se presagiaba el golpe de Estado”, que se materializó meses después, con el alzamiento militar de Melilla en la jornada del 17 de julio.

Un día después, la rebelión se extendió a toda España. Había comenzado la Guerra Civil. Eduardo recuerda con nitidez la etapa anterior al golpe: “Veíamos que algo se tramaba. Había una ofensiva feroz por parte de la derecha. Prácticamente, Calvo Sotelo llamó a la Guerra Civil, y los pistoleros falangistas empezaron a matar gente. A partir de las elecciones se aceleraron las cosas, y se sucedieron los enfrentamientos entre los falangistas y las MAOC(Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas)”.

Poco después, Eduardo Aparicio, que regresaría a su casa en 1946 de manera clandestina, acudía a Madrid para combatir en la Guerra Civil. Lo hizo en el mismo bando que Salvador Marzana. Este último cayó preso al término de la contienda y fue enviado a un campo de concentración en Donostia.

Posteriormente trabajó en Sondika dentro del Batallón de Trabajadores y fue enviado a luchar en la II Guerra Mundial. Pese a su buena conducta, asegura, “siempre” estuvo mal mirado por su condición de “rojo”, y “nunca” contó con la confianza de quienes ostentaban el poder.

El caso de Agesta fue diferente. Con el inicio de la Guerra Civil pasó a formar parte del grupo de resistencia del PNV que se organizó en Hendaia, para denunciar ante la prensa la represión que sufrían los nacionalistas. En 1940 fue cogido preso y enviado al campo de concentración de Gurs, cerca de Las Landas. Tiempo después llegó como preso a Inglaterra, donde conoció a su mujer. Años después, esta vez en París, siguió trabajando como informador del Gobierno Vasco. Tres historias particulares, y tres testimonios que permiten comprender más de cerca la realidad social de la II República en Euskadi. Son relatos en blanco y negro de una verdad con diferentes caras. Salvador, Eduardo y Ramón ponen voz a su verdad. 75 años después, a través de gestos como los suyos, la historia se permite hacer un nuevo esquivo al olvido para permanecer viva en la memoria. Artículo publicado en Noticias de Gipuzkoa el 2 de abril de 2006.
Partekatu
Facebook Twitter Whatsapp

AURREKOAK

Marina Bidasoro Arocena. Egailaneko Zuzendari Kudeatzailea: Azken urteotan ez da asko aldatu lanbideen izena, baina gaur egungo profesionalek zerikusi gutxi daukate duela 20 urtekoekin

 

Irakurri

Hasier Etxeberria. Idazlea: Nik beti pentsatu izan dut ipuingilea naizela

 

Irakurri

Áurea Díaz de Guereñu. Gerrako umea: Ez dut izenik gogoratzen, ezta leku eta data askorik ere, baina estualdia bai. Hori, oraindik ere sentitzen dut

 

Irakurri

Estefanía Reina Pancha eta Sandra Feng. Donostiako Peñaflorida Institutuko ikasleak: Ez dugu egokitzeko arazorik izan, haurrak ginela etorri ginen eta

 

Irakurri

Jesús Luna Agurrea. Lux Zinemaren sortzailea eta “La otra gran prueba”ren egilea: Zineak entretenitzeko elementua izan behar du, baina baita heztekoa ere

 

Irakurri