En nuestras calles y rincones se puede dar con multitud de bellos ejemplos en este sentido. Una de esas personas comprometidas es Txema Auzmendi. Un jesuita de enraizada fe cristiana y mente abierta que, sin exagerada retórica, ha hecho llegar su aportación a multitud de ámbitos de nuestra sociedad.
Antes que nada, ya que es usted un hombre tan polifacético, ¿por qué no nos hace una radiografía de sí mismo?
Nací en Ordizia hace sesenta años, en el seno de una familia trabajadora de siete miembros, de los cuales yo era el último. El pertenecer a una familia trabajadora ha tenido importancia en mi vida, ya que con doce años y gracias a una beca pude acudir a la Universidad Laboral de Gijón, que era el pomposo nombre con el que el franquismo bautizó a la Escuela Profesional de esa ciudad. La verdad es que nunca fui nada hábil para los trabajos manuales, pero de todas formas empecé a estudiar.
Fue allí donde conocí a los jesuitas y hubo uno que me marcó sobre todo: el andaluz Adolfo Chércoles. Me maravilló su forma de ser y su modo de tratarnos y se me abrió un nuevo mundo. Y me dije a mi mismo: Yo quiero ser como éste. El mensaje que recibí de él no fue solamente la atracción hacia Dios, sino, sobre todo, el amor y el respeto por los demás.
Me acerqué a Loiola y me entrevisté con el superior de los jesuitas, Intxarraundieta. Tenía quince años y él me invitó a que cambiara de estudios y a que terminara el bachillerato que había comenzado en Ordizia. Y me propuso que fuera a Xabier. El hecho de que no hubiera mucho dinero en casa no fue un impedimento para mis estudios y, más aun, esa situación mi dio la oportunidad de ver el mundo y la vida de una manera distinta.
En Xabier permanecí dos años y posteriormente continué en Donostia. Con diecinueve años vine a Loiola y el maestro de novicios Legorburu me dijo que terminara mis estudios universitarios. Conseguí ingresar en el noviciado justo el año en el que se cerró, en 1968. En años anteriores habían ingresado de media unos cuarenta al año, en 1967 tres y, en nuestro caso, fuimos sólo dos. Por lo tanto, esa realidad que no es de crisis en la Compañía se inició en 1967 y aquello fue un dato más que indicaba el advenimiento de un mundo nuevo. Había pasado el Concilio Vaticano II, la Iglesia había abierto sus puertas... y parece que más de uno se enfrió. Nos llevaron al monasterio cisterciense de Veruela. Aquel era un lugar maravilloso, pero para los cistercienses, y no tanto para los que queríamos ser jesuitas. Pasé un año allí, hubo algunos incidentes por nuestras protestas y los superiores se convencieron de que aquel no era un lugar adecuado para nosotros. Aquel estilo de vida no se correspondía con la vida que íbamos a llevar.
Nos trasladaron a Zaragoza, a un piso. Allí estábamos tanto los novicios como los que estaban acabando la carrera. Allí estudiaban, entre otros, el físico José Mañón y el matemático Álvaro Alemany. Desde nuestra perspectiva espiritual, aquello fue un acercamiento a la vida ordinaria. Empecé la carrera de Filosofía en Zaragoza y continué los estudios en Deusto durante tres años. También me adentré en el euskara en la comunidad de jesuitas de Santutxu, con el profesor Román Garate. Éramos doce alumnos, entre los que se encontraba Patxi Goenaga. Fue una hermosa manera de conocer y de vivir el mundo vasco.
Cuando terminé filosofía continué con los estudios de teología. Los tres primeros años los hice en Deusto, viviendo en la comunidad vasca de Santutxu. Como siempre me ha tirado la ética y los valores y derechos humanos aprendidos con Román Garate, me pareció que podía ser interesante trasladarme a Alemania. Quería profundizar en las enseñanzas de los filósofos alemanes y, al mismo tiempo, estudiar a Karl Marx. Pasé dos años en Frankfurt, y cuando terminé la licenciatura en teología volví a Deusto a acabar el doctorado y a dar clases. Trabajé como ayudante de Román Garate en temas sobre derechos humanos en euskara. Y estuve así cuatro años.
Fue entonces cuando murió mi hermana Kontxi y aquello fue una revolución interna para mi. Toda mi vida se puso patas arriba: la fe, Dios... Quería mucho a mi hermana, que tenía un hijo pequeño, y yo no entendía su muerte... Aquel suceso me perturbó hasta el punto de estar a malas con Dios. Entonces, como teníamos que realizar nuestra tercera probación, es decir, la última etapa de nuestra educación, le propuse al superior provincial que me permitiera ir a México con Miguel Elizondo. Aceptó y la estancia en México fue maravillosa, como un hermoso regalo. Los ejercicios espirituales me vinieron muy bien y me di cuenta de que Dios no intervino para librar a Jesús de la pasión. Y entendí que cuando Jesús pronunció aquello de “¿por qué me has abandonado”? esperaba una respuesta para este mundo, y no para el otro. La experiencia mexicana fue muy satisfactoria y me trajo mucha luz. Tuve la oportunidad de reflexionar sobre la actitud que hemos de tomar ante la muerte, el sufrimiento y en cuanto a la fe. Me ayudó a comprender mejor cómo hacer soportable el padecimiento. También me encontré con la experiencia del pueblo autóctono, ya que cuando fui a visitar a mi hermana que vivía en Guatemala pude conocer el mundo de los indígenas.
Hay otro caso en el espectro vasco de alguien a quien el hecho de vivir con los indígenas de Guatemala le proporcionó la posibilidad de reconciliarse con la cultura vasca y el ser humano: el del mondragonés Iokin Zaitegi.
No me extraña nada eso. He conocido un jesuita de Guatemala cuyos familiares eran todos guerrilleros y andaba con ellos, ayudándoles. Las autoridades lo consideraron guerrillero y mancharon su buen nombre. Él me dijo que fue en Innsbruck donde descubrió el mundo indígena.
La estancia en México, por tanto, fue muy fructífera para mí. También pude trabajar en una cárcel terrible, situada en las Islas Marías del Pacífico. Después de eso, y antes de volver a Euskal Herria, le escribí a mi superior de entonces, Juan Plazaola, explicándole que no me veía haciendo la tesis doctoral en Bilbao y que para hacer la tesis me tendrían que esconder en algún sitio.
En mi interior guardaba el profundo planteamiento desarrollado por Sobrino, Ellacuria y aquellos otros jesuitas en la Universidad de El salvador: Universidad sí, pero, ¿para qué? ¿Al servicio de quién? ¿Qué carreras? Yo creía que en Deusto —aunque en comparación con las comunidades de América la realidad social fuera muy distinta— también era necesario llevar a cabo una reflexión similar y seria. Planteé el tema pero no conseguí lo que esperaba y, en cambio, me ofrecieron el camino de Loiola. Nada menos que para dar clases en el colegio diocesano Iraurgi de Azpeitia y para hacer un seguimiento de la Escuela Apostólica que teníamos en Loiola para jóvenes aspirantes a jesuitas. Por eso vine a Loiola en 1988, aún sin haber realizado los últimos juramentos. Y aquí encontré una comunidad diferente, con un ambiento distinto, sobre todo porque era euskaldun. ¡Podía hablar en euskara con la mayoría de los compañeros! Así pasé tres años.
Foto: Andrés Espinoza.
Y eso teniendo en cuenta que también trabajó en Deusto, con Román Garate...
Y contento, porque además de ser un gran amigo, era un hombre muy inteligente, cristiano íntegro... Pero no veíamos clara mi tarea en la Escuela Apostólica de Loiola. En aquella época, el jesuita urrestildarra Xabier Lesaka había vuelto enfermo de África y andaba de colegio en colegio transmitiendo la experiencia que había adquirido con los indígenas africanos. El objetivo de sus exposiciones entre los jóvenes era ilusionar a alguno de ellos para que se hiciera jesuita. Pero no convenció a ninguno. Yo cada vez veía más claro que para ser jesuita los jóvenes debían vivir en un mundo normal, sin estar encerrados en Loiola. Por tanto, mi trabajo en aquella escuela no tenía sentido. Me aceptaron su cierre y entonces yo planteé a mi superior José Luis Zinkunegi trasladarme a Guatemala, en sustitución de otro jesuita que estaba a punto de terminar su estancia allí. “¿Y por qué no a Radio Popular?” me respondió.
Sobre periodismo sabía bastante poco. Pero en la radio estaba Luxio Agirre, que me conocía bien de haber estado juntos en Santutxu. Hablé con Luxio y él me animó, pensando que los temas sobre ética podrían ser interesantes. Así entré en Radio Popular, en 1989. Y allí he estado durante 21 años.
Ha mencionado anteriormente la experiencia vivida en aquella cárcel de México. Parece que aquello tuvo su continuidad en la denominada Loiola Etxea...
Loiola Etxea es un proyecto surgido hace diez años. Es humilde en cuanto a su estructura, pero importante para muchas personas, para gente que viene de la cárcel o de la calle y para muchas personas que han vivido allí. Se trata de una idea muy sencilla. Antes de su creación, algunos chicos y chicas jóvenes y un jesuita ya se dedicaban a tareas de ayuda en la cárcel de Martutene, en Donostia. El jesuita era Juan Ramón Trabudua, bien formado en el mundo de las drogas. Hay que decir que por entonces se usaba como albergue una vivienda abierta en 1996 por Karmelo, el capellán paúl de la cárcel, para personas sin familia que salían con tres días de permiso. El mismo Karmelo se hacía responsable de esas personas durante el tiempo que permanecían fuera de la cárcel. Con Karmelo empezaron a trabajar Juan Ramón Trabudua y algunos laicos. Sin embargo se dieron cuenta de que algunos comportamientos del interior de la cárcel se repetían en aquella vivienda —trapicheos y demás— y pensaron que hacía falta otra fórmula más familiar para vivir con aquellas personas. Vieron que se necesitaba una oferta más completa y más humana. Y pusieron el ojo en Loiola Etxea. Por aquel entonces yo era superior de la comunidad de Alza y, cuando me lo planteó Juan Ramón, recurrimos a Ignacio Etxarte, que era el superior provincial. Aunque era un hombre abierto, él no tenía gran experiencia en temas sociales. Pero, para nuestra sorpresa, nos dieron permiso para utilizar Loiola Etxea para aquel proyecto. Y el mismo Etxarte me propuso ser el responsable del mismo proyecto. En Alza me encontraba muy a gusto, porque era una comunidad pequeña y euskaldun, pero al dirigirme por ese nuevo camino, se abrió un mundo nuevo ante mí.
Foto: Maider Sillero Alfaro.
En este maravilloso proyecto ha habido de todo: sufrimientos, muertes... pero también esperanza. Han tenido la oportunidad de ser respetados como personas dignas. Y a mi, que soy jesuita y religioso, me ha enseñado una manera distinta de vivir, directamente relacionada con el evangelio y trabajando con gente pobre y sin familia...
Con esa decisión, se comprometía con un aspecto más oscuro de la vida no abandonó el mundo del euskara —ahí estaba Egunkaria— y escribió lo siguiente, nada menos que en la cárcel: “Quiero vivir con el espíritu de Jesús...” Ha podido compaginar todo, por un lado la solidaridad, por otro su pasión por la cultura vasca... Ahora, una vez conocida la sentencia sobre el caso Egunkaria, ¿cómo se siente tras toda esa vorágine?
Pues tengo un doble sentimiento. Uno de alegría, después de librarnos de esa gran carga y esa injusticia que nos ha caído encima durante siete largos años. Digamos que ha acabado de una manera correcta, ya que la sentencia ha sido muy contundente, muy clara, y a mí me gustaría abrir con ella los ojos a mucha gente, ya que considero que, si no es la misma, otra injusticia muy similar puede darse ahora...
¿Se refiere a Udabiltza?
Sí. Me acuerdo de ellos y de los jóvenes que quedaron libres después pasar dos años largos en la cárcel con confesiones realizadas bajo tortura de la Guardia Civil... Pero volviendo al caso Egunkaria, ha quedado claro que nosotros no trabajábamos a las órdenes de ETA. Por supuesto, también cometimos nuestros errores...
Como en cualquier empresa...
Eso es. Pero no con mala intención. Por lo tanto, hasta ahí, la sensación es de alegría. Y también siento desasosiego. Ahí ha habido grandes responsabilidades, tanto por parte del juez instructor del Olmo, como de los mandos de la Guardia Civil y también de algunos políticos. Cerrar un periódico no es como cerrar una empresa cualquiera. Eso lo reconoce la misma sentencia. Y ahora no existen responsabilidades para nadie, no hay responsables. Y no estoy hablando de una hipotética venganza, no. Pero sí de la responsabilidad que se le debe a la rectitud y a la justicia. En este Estado que se dice democrático no se pueden cometer esas barbaridades.
¿Reaccionó correctamente la sociedad vasca?
En mi opinión, la respuesta fue muy importante. El proceso ha sido largo y creo que sin esa respuesta la sentencia de Madrid no hubiera sido la que fue. Creo que la respuesta fue positiva, empezando por el lehendakari Ibarretxe. Recibimos un gran apoyo de algunos partidos de la Comunidad Autónoma Vasca, de los sindicatos, de personas sencillas...
Conoce el mundo, también el periodismo... ¿Hay lugar para la esperanza?
Si no la hubiera... ¡se acaba la vida! Profesionalmente no me siento capaz de decir por dónde deberían tirar los medios de comunicación. Pero mientras seamos personas, afortunadamente siempre habrá alguien que trabaje buscando resquicios de libertad. En ese sentido, la salida está en las personas. Sean cristianas o no, creyentes o no... hay personas que trabajan en busca de ventanas para la esperanza. También en el mundo de la prensa, por supuesto. Es cierto que existen grandes obstáculos, fundamentalmente por el hecho de que el control está cada vez en menos manos. ¡Pero eso puede romperse! En mi opinión, al menos, tal y como entiendo al ser humano, siempre hay lugar para la esperanza.
Foto: Maider Sillero Alfaro.
Entonces también tenemos que verle esperanzado en lo que respecta a Euskal Herria...
Estoy más esperanzado que hace dos años. No sé que saldrá de este movimiento, porque no soy adivino del futuro, pero creo que se avecina algo nuevo. Y los pasos se van a dar necesariamente. El final de la violencia traerá consigo poder terminar con una gran fuente de sufrimiento. Y eso abrirá puertas... ¿Queremos ser independientes? Necesitamos de la utopía, no para imponer nada, claro, sino para ofrecer. No podemos trabajar como oscuros misioneros, ya que no se puede convertir a nadie. En Euskal Herria necesitamos eso: ofrecer utopía, a través de nuestra vida. Tenemos que convencer a nuestros jóvenes de que crear esta Euskal Herria merece la pena...
Me parece que esa utopía necesita utopistas. ¿Cómo se entiende, entonces, que un hábil soñador como usted inicie una nueva aventura lejos de Euskal Herria?
Yo no me voy a alejar de mi camino. El utopista puede trabajar en cualquier sitio. Aquél que encuentre el tesoro de la utopía lo llevará con él a cualquier sitio al que vaya. El sitio no es sólo Euskal Herria. Si amas a tu pueblo, si quieres que sea cada vez más libre, más cohesionado, con integración de los inmigrantes, con los grandes obstáculos que tenemos —por ejemplo, dos estados—, en resumen, si sueñas con ese pueblo, estás soñando a la vez con los pueblos indígenas o con los europeos: Cataluña Córcega, Galicia, Occitania, Escocia... Si una utopía se limita a mi mundo, no es una verdadera utopía. Y lo mismo podríamos decir a nivel personal. Si yo cuido sólo de mi pequeño mundo, mal.
Es verdad que me voy a Cuba. Me han dado permiso para estar ahí tres meses, de momento, y luego ya veremos. Básicamente, yo siempre he soñado con salir fuera, desde que soy jesuita. Quiero compartir mi vida de otro modo con los demás. Para cuando se produjo la sentencia, yo ya tenía dos ideas: Por un lado, en caso de quedarme en Euskal Herria, trabajar en Nafarroa por la cultura vasca. Por otro, irme a América. Araba, Bizkaia, Gipuzkoa y Nafarroa forman una única provincia en la estructura de los jesuitas —la de Loiola— y a mi me pareció que no era tan difícil que me mandaran a Nafarroa. Y así lo planteé, porque creo que la Compañía podría hacer algo más por la cultura vasca. Pero me dijeron que no, tal vez porque mi situación era muy especial. Por lo tanto, me decidí por la segunda opción: Cuba. Hay pocos jesuitas en la isla, tenemos poca presencia, sin universidad ni colegio. Ese era el punto de partida, y luego también tuve en cuenta la situación de Cuba. Aprecio muchas de las cosas que se han hecho en Cuba, y también hay partes oscuras. Pero amo lo que se ha hecho allí y la realidad que han conseguido, aunque se esté complicando. Por lo tanto, me veo bien en Cuba, y como hizo el jesuita italiano Mateo Ricci en China, me gustaría reforzar una presencia amistosa. Ampliar la comunidad cristiana, celebrar la eucaristía con ellos y —si tenemos libertad para ello— compartir las incidencias de cada cual, eso es lo que quiero llevar a cabo. Txema Auzmendi (Ordizia, 1949) Empezó el Bachillerato en Ordizia y en 1962 se fue a la Escuela Profesional de Gijón. De 1964 a 1966 terminó el bachillerato en Navarra. De 1966 a 1968 estudió en el colegio de Jesuitas de San Sebastián y en el 68, a los 19 años, entró en la Compañía de Jesús (se ordenó sacerdote en 1978). Después, estudió Filosofía en la Universidad de Deusto y se licenció en Teología en Frankfurt (Alemania) entre 1978 y 1980. Realizó el doctorado en Deusto y allí fue ayudante de Roman Garate de 1980 a 1984. Pasó un año en México y en 1985 le destinaron a Loyola, Azpeitia, donde pasó tres años hasta que en 1988 empezó a trabajar en Herri Irratia. Tras pasar 12 año en la casa de Altza, San Sebastián, se trasladó a Loiolaetxea sin dejar su trabajo en la radio. Tras la resolución del caso Egunkaria Auzmendi ha decidió seguir su labor como jesuita en Cuba.