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El investigador oñatiarra José Antonio Azpiazu acaba de publicar un libro que supone un nuevo enfoque a lo ya escrito sobre la destrucción de San Sebastián. “1813: crónicas donostiarras: destrucción y reconstrucción de la ciudad” nos acerca un poco más la vida de aquella sociedad donostiarra que, tras la quema de la ciudad por los ingleses, no duda en volver a ponerse manos a la obra y crear un nuevo espacio en donde resurgirá el espíritu decidido de sus habitantes.
“La verdad es que este libro nace por casualidad. Mi línea de investigación tradicional ha ocupado los siglos XVI y XVII, pero en mi búsqueda de documentación sobre aspectos de cultura material del San Sebastián surgido tras la destrucción de hace dos siglos, di con un caudal de información inédita que no dudé en utilizarla para esta publicación. Fui el primer extrañado por todo lo existente en el archivo de protocolos de Oñati. Era una nueva prueba de que Oñati queda muy lejos de San Sebastián. He analizado así mismo la Chancillería de Valladolid y los archivos de Tolosa y la capital. Y para mi trabajo he elegido el período 1813-1823”.
Azpiazu refleja en su libro aspectos de la sociedad donostiarra de la época, una realidad que puede resultar extraña para los legos ya que, en opinión del investigador, es difícil imaginar la forma de vida de una población ocupada durante cinco años (1808-1813) por los franceses, a los que siempre consideró invasores. Contra lo que pudieron pensar los ingleses, nunca los donostiarras fueron aliados de los franceses.
“La población sufrió las consecuencias de una ciudad ocupada militarmente por los franceses. El San Sebastián de la época no llegaría a los 10.000 habitantes, la mayoría residentes en la actual Parte Vieja. Una población dedicada al comercio, con un nivel de vida medio alto, si bien la ordenación urbana no ofrecía muchas comodidades. Cuando llegan los ingleses en 1813 se encuentran con una ciudad con bastantes personas adineradas, a las que no dudan en expoliar, al igual que hicieron con todos aquellos a los que la soldadesca entendía podían robarle algo. Fue una consecuencia lógica de la guerra”.
Sin embargo, es opinión de Azpiazu que los mandos ingleses —los generales Wellington y su ayudante Graham— bien pudieron evitar la destrucción de la ciudad. Pero no lo hicieron. Y en su investigación, Azpiazu apuesta por pensar que actuando de esa forma Inglaterra estaba intentando hacer desaparecer de la faz de la tierra una ciudad que durante siglos le había hecho competencia en los mares.
“Los ingleses no solamente destruyeron la ciudad de manera ignominiosa sino que quisieron hacer desaparecer hasta la memoria histórica de la misma. Fueron destruidos los archivos públicos, civiles y eclesiásticos, así como la mayoría de los privados, incluyendo los de los notarios. No dejaron prácticamente referencia escrita histórica. Su deseo era que no se volviera a hablar más de aquella ciudad. Pero los ingleses se equivocaron de plano, ya que a los ocho días escasos de aquel 31 de agosto, las autoridades donostiarras se reunieron en Zubieta y decidieron trabajar sin tregua por la reconstrucción de San Sebastián y del espíritu emprendedor de sus habitantes. Esa postura decidida es lo que más impactó a los ingleses. Pasará medio siglo hasta que la ciudad salga más allá de sus murallas y comiencen a verse los frutos de aquella decisión de 1813. Pero si algo es cierto, ello es que la ciudad San Sebastián actual es, pura y llanamente, resultado del espíritu de Zubieta”.
Azpiazu refleja en su libro aspectos de la sociedad donostiarra de la época, una realidad que puede resultar extraña.
José Antonio Azpiazu remarca en su libro el papel de muchas mujeres en aquel despertar posterior al momento trágico de la destrucción. Ha querido reflejar con claridad la valentía, fidelidad y arrestos con que las donostiarras se enfrentaron a una realidad que les rodeaba.
“En la ciudad trabajaban cantidad de mujeres como sirvientas en casas de familias adineradas. Tras el desastre del 31 de agosto, muchas de esas familias se vieron en serias dificultades y fueron precisamente las sirvientas quienes se preocuparon de que los miembros de las mismas pudieran salir adelante. Y ello se ve reflejado claramente en cantidad de testamentos que entre 1813 y 1823 se realizan, en los que el testador reconocía los servicios recibidos por quien en su día se echó sobre los hombros la responsabilidad de la casa, y la hacían beneficiaria de todo o parte de los bienes testados”.
Con la publicación de su libro Azpiazu piensa que ha cubierto un hueco en la historiografía donostiarra. Pero muestra, así mismo, su desencanto en cuanto al poco interés que, en su opinión, se ha tenido desde algunas instancias con la efeméride del segundo centenario. Piensa que se ha perdido una gran oportunidad para ir ahondando en la realidad de un acontecimiento que hizo variar la historia de la ciudad.Jose Antonio Azpiazu (Legazpi, 1944)Historiador y antropólogo, ha investigado aspectos relacionados con los modos de vida vascos con la pretensión de llegar al gran público sin prescindir del rigor académico. Además de una amplia colección de artículos publicados en revistas especializadas y de sus colaboraciones en diversas publicaciones, ha escrito libros que han tenido muy buena acogida. Entre ellos destaca su tesis doctoral, dirigida y prologada por Don Julio Caro Baroja, Sociedad y vida social vasca en el siglo XVI. Mercaderes guipuzcoanos, 1990; Mujeres vascas: sumisión y poder, 1995; Esclavos y traficantes, 1998; Balleneros vascos, 2005; La historia desconocida del lino vasco, 2006; La empresa vasca de Terranova, 2008; Esa enfermedad tan negra, 2011.Donostia constituye uno de los centros clave de sus investigaciones. Sus trabajos históricos han quedado reflejados particularmente en artículos publicados en la revista Itsas Memoria, y en la obra San Sebastián, ciudad marítima, ed. José María Unsain, donde el autor ofrece un amplio estudio referente a los siglos XVI y XII donostiarras.