Introduzcámonos en tu mundo laboral...
Mi trabajo está directamente relacionado con las excavaciones arqueológicas, fundamentalmente de contextos prehistóricos y relacionados con sociedades cazadoras-recolectoras. Dentro de ese campo, mi investigación va centrada de manera especial en el análisis del polen fósil. A través de él se puede conocer el paisaje vegetal de la época y, al conocer las distintas asociaciones vegetales existentes, se pueden inferir las condiciones paleoclimáticas.
Y en ese entramado, cuál viene a ser la labor en la excavación...
Evidentemente el primer trabajo es la prospección. Una vez constatado que existe un yacimiento con interés arqueológico, bien en cueva o al aire libre, comenzamos la excavación propiamente dicha. El trabajo de campo se adapta al lugar y tenemos que ser conscientes de que el material que recuperamos nos permite conocer la evolución del ser humano, tanto física como social y culturalmente. La reconstrucción, por tanto, se hace en base a los materiales recogidos, que son los que han durado hasta nosotros, lo cual no quiere decir que fueran los más utilizados en la época. La industria lítica es común en las excavaciones, muy superior en cantidad a herramientas y utensilios fabricados con materia orgánica, como pueden ser el hueso o la madera. En nuestro contexto geográfico, por las características de los sedimentos, la madera no se conserva. En Alemania, por poner un ejemplo, en un contexto de turberas han aparecido lanzas del paleolítico inferior de más de 200.000 años y que están hechas en madera endurecida al fuego. Aquí eso no se ha conservado. En otro aspecto, el referente al consumo de frutos, las avellanas y las bellotas se conocen bien porque se conserva la cáscara que es resistente, pero existen muchas semillas que han desaparecido con el trascurrir del tiempo.
Las excavaciones arqueológicas hoy en día son labor de equipo, diferenciándose de lo que hace unas décadas suponía empresa de una determinada persona... ¿Cómo actúas en ese equipo?
Si soy la responsable de la excavación me corresponde gestionar, recuperando los materiales y la información que nos pueda ofrecer, sobre dónde y cómo han aparecido, qué tipo de dificultades han podido presentar, condiciones de sedimentación, incidencias que hayan podido influir en las frecuencias estratográficas etc. Y correlacionar el trabajo con los diferentes investigadores que colaboran y van a estudiar los diversos aspectos a analizar, y cuya visión conjunta nos va a permitir preparar la historia de ese yacimiento.
Y dentro de todas esas especialidades ¿qué es la palinología?
Se trata de la ciencia que estudia el polen. Lo que sucede es que cuando se estudia el recogido en un ambiente arqueológico o en un sedimento de carácter antrópico, en donde ya el polen se encuentra fosilizado, a esa parte de la ciencia se la denomina paleopalinología. Tenemos la suerte de que el polen está constituido por una sustancia muy resistente, que permite, por un lado, la conservación del propio polen a lo largo del tiempo en el sedimento y, por otro, que lo podamos recuperar en laboratorio tras un tratamiento químico. Tratamiento agresivo, necesariamente, al estar obligados a utilizar tanto elementos ácidos como básicos.
Dentro de ese equipo multidisciplinar ¿cuál es el tipo de información básica que se puede recuperar?
Por un lado obtenemos la información paleoambiental, que nos ofrecerá datos sobre el entorno mientras duró la vida del yacimiento. Realizaremos estudios paleobotánicos, que incluirán los pólenes, semillas y maderas quemadas; estudios sobre fauna, en base a restos de grandes animales mamíferos y de los micromamíferos como pueden ser ratones, anfibios etc. Muchas veces éstos nos ofrecen una información de tipo climático muy valiosa; tendremos los estudios sedimentarios, que nos informarán sobre aspectos básicos en la vida del yacimiento. Todo ello nos permite ir montando el puzzle de la evolución del clima. Y los otros tipos de información son, como ya he dicho antes, los que nos permiten acercarnos a la evolución cultural, social, tecnológica: qué tipo de materias primas utilizaban para sus herramientas, a dónde se desplazaban a buscarlas o desde dónde las traían etc. Antropológicamente, nos informará de la evolución de ese tipo humano, en relación a sus enfermedades e, incluso, de tratamientos que se hayan utilizado, por ejemplo, para curación de fracturas de huesos.
Gracias al avance de las distintas ciencias, la información que vamos obteniendo es mayor y más exacta. Hace algunos años era impensable hacer las dataciones de una pintura rupestre, debido a que la materia que se necesitaba para ello suponía una agresión a la propia pintura. Hoy en día, con la mejora en la detección a través del C-14, con una minúscula muestra nos es suficiente para saber con exactitud la fecha de tales manifestaciones artísticas, llevándonos grandes sorpresas.
¿Cómo puede el polen ayudarnos a descifrar el pasado de nuestro planeta?
Como ya he comentado, nos permite conocer las asociaciones vegetales existentes en el pasado. Igualmente, nos puede dar una idea sobre la fecha en la que aparecen en el entorno las diversas especies. Y una vez de que el hombre se convierte en productor, nos aporta información sobre el proceso de antropización del paisaje: cuándo se produce por primera vez la introducción de especies alóctonas al territorio, que en nuestro caso es a partir del neolítico con los cereales. Por lo tanto, desde el neolítico estamos influyendo con nuestro proceder en la transformación del paisaje. Las necesidades de nuevos campos para la ganadería, es en el neolítico cuando en nuestro entorno se introduce la oveja, nos obliga a intervenir. La sedentización del ser humano y la construcción de poblados trae consigo nuevas formas de paisaje, con inmediatos procesos deforestadores. Si un estudio paleopalionológico sobre lo existente hasta esa fecha estaba estrechamente relacionado con las condiciones climáticas, a partir de que el ser humano cambia su proceder y se convierte en productor, las variaciones en el paisaje no son exclusivas del clima sino que en una parte muy importante es consecuencia de la actuación del ser humano. Y el paisaje que nos pueda parecer más natural hoy en día, es consecuencia de actuaciones en épocas prehistóricas. Ahí está el ejemplo que se está obteniendo en los Pirineos, en donde el hayedo, esas grandes extensiones de haya existentes en la Euskal Herria pirenaica, es una consecuencia de la desforestación en esas zonas que se produjo a partir de la edad del bronce. En todos los diagramas realizados, es a partir de hace unos 3.000 años que se aprecia un aumento espectacular del haya, que se mantiene hasta nuestros días. Yo tengo detectada en varias ocasiones una presencia de polen de haya pero muy por detrás de otros árboles de hoja caducifolia, como pueden ser los robles, avellanos etc. que serían los más abundantes en el típico bosque mixto existente en aquellas épocas. El paisaje que tenemos está directamente relacionado con el proceso de interferencia que hizo el ser humano desde la prehistoria.
El haya, como digo, ya existía antes de la aparición humana. Tengo realizados estudios sobre el particular en Urdaibai y en Sollube que me llevan a principios del holoceno —10.000 años— y junto a un elenco importante de taxones arbóreos —robles, alisos, avellanos, encinas etc.— hay valores de haya. El cambio, sin embargo, se producirá a partir de la edad del bronce. Respecto a otras especies como el castaño o el nogal, que se ha solido decir que su presencia en el territorio se vio favorecida por la presencia romana, tengo que decir que hemos encontrado esos árboles también en época prehistórica, incluso en el pleistoceno superior —12.000 años.
Mari Jose Iriarte, profesora de Investigación de Ikerbasque, desarrolla su labor de investigación en el área de prehistoria de la UPV-EHU.
Como es conocido, el clima ha ido variando mucho y en poco tiempo. Eso lo hemos visto muy bien en el yacimiento de Labeko Koba, en Arrasate-Mondragón. En dos mil años se pasa de un paisaje con poca vegetación arbórea pero en la que aparecen elementos caducifolios como roble, castaño y aliso, a otra en la que no hay más que pinos, con mucho frío —corroborado por la fauna de la que tenemos constancia, como mamuts, rinocerontes lanudos, marmota, reno— y que además suponía la no existencia de materia prima suficiente como madera. En estratigrafías de épocas posteriores de Labeko Koba, se observa que aparecían unos cuadraditos de hueso totalmente calcinados. Haciendo experimentaciones hemos deducido que se trataba de materia prima que utilizaba el hombre para hacer fuego, materia que no producía humo ni olía mal. En ese período no se llega ni a 1% de polen arbóreo, luego no tenían madera para calentarse y aquellos pobladores echaron mano de otros recursos.
El clima varía incluso en época histórica. Ahí tenemos el período cálido medieval y la pequeña edad del hielo. No quiere decir que en esta última, que se extendió hasta la segunda mitad del XIX, hizo un frío enorme. Pero se dan oscilaciones muy bruscas. Hace 20.000 años, en el período máximo glaciar, sucedió algo parecido, y quienes vivieron en aquella época se adaptaron en cada momento a la situación de maneras diferentes. El clima, por lo tanto, evoluciona y su tendencia puede ser hacia una glaciación o hacia una situación interglaciar —como lo que vivimos ahora— pero siempre de forma oscilante. Quienes vivieron en la época prehistórica en un momento de clima benigno pudieron ver crecer especies caducifolias, cuyos restos en forma de polen encontramos hoy en día.
¿Cuál es el polen conocido con más larga datación?
El registro más antiguo que tenemos pertenece al asentamiento al aire libre de Irikaitz en Zestoa. Las condiciones climáticas son las de un período interglaciar, semejante al nuestro y probablemente con mejor clima que el actual y paisaje similar. La única diferencia es que aparecen “carpinus”, una especie que hoy en día no existe en el norte peninsular. No sabemos por qué desapareció hace ahora 60.000 años. Se trata de una especie muy similar al castaño, por lo que no comprendemos su desaparición. Debemos tener en cuenta que los períodos interglaciares no son iguales, y que las condiciones varían de uno a otro. En el actual nuestro, por ejemplo, el nivel del mar marca una diferencia sustancial. La cota en los anteriores era superior, lo que significa que se había deshelado más cantidad de agua. Sin embargo en el máximo período glaciar la zona de Jaizkibel, por ejemplo, la línea de costa estaría situada a unos once kilómetros mar adentro. Eso implica que una gran parte de nuestra prehistoria se encuentra bajo las aguas, y que la gestión del territorio por la gente que vivía en aquella época era totalmente diferente, por la existencia de valles inexistentes hoy. Ello conlleva así mismo diferentes movimientos de la fauna. No debemos intentar comprender nuestro pasado prehistórico desde las condiciones climáticas actuales ya que el paisaje que veían los pobladores de entonces era diferente. En el yacimiento de Santa Catalina, que está debajo del faro de Lekeitio, hoy puedes oír las conversaciones de los pescadores en su barquito que faenan a tus pies. Cuando el hombre vivió allí, casi con seguridad no veían el mar. Allí hemos encontrado el resto más reciente de reno, de unos 10.000 años de antigüedad.
Nosotros en estos momentos estamos afectando al clima con nuestra actitud agresiva diaria. El sufrimiento del planeta es una realidad. ¿Qué hacer ante un hecho como el de Holanda, donde la mayor parte del país está levantado por debajo del nivel del mar? A quien se le inundó en su día la cueva pudo salir y subir a nuevos territorios. ¿Pero ahora? El nivel del mar está subiendo no sólo por el deshielo. ¿Cuánto supone la extracción masiva que se está realizando de los acuíferos? Hay factores directamente relacionados con nuestra actuación condicionada por elementos fundamentalmente económicos. De ser únicamente de tipo climático, las variaciones han pasado a ser motivadas por múltiples razones y nosotros estamos cada vez más en medio del meollo.
Efectivamente, cuando oímos hablar de antropización nos vienen a la imaginación la desaparición de bosques en el Amazonas o el deshielo de los polos. Pero también se debe considerar en ese sentido la mala gestión que cada uno de nosotros hacemos con el medio ambiente...
La antropización del paisaje es la interferencia del ser humano en su entorno medioambiental. Cosa que se puede realizar por diversos modos. Algo, por ejemplo, como el plantar la “cortaderia”, esa especie de plumero que algunos ven bonita, se ha transformado en problema por ser especie invasora. A veces somos conscientes de lo que se hace, lo cual es peor. Pero puede ser involuntaria. Haciendo prospección en Jaizkibel encontramos un tipo de seta que semeja una estrella de mar, de color naranja y con brazos. ¿Y esto que hace aquí? nos preguntamos a su hallazgo. Y llegamos a la conclusión de que es una especie originaria de Nueva Zelanda, que llega a Europa en la primera guerra mundial y al País Vasco, concretamente, con la importación de lana desde Australia. La lana trae las esporas y sin darnos cuenta se ha introducido una nueva especie invasora.
Mari Jose Iriarte ha dedicado muchos años a la investigación arqueológica donde se ha especializado en análisis del polen fósil, la paleopalinología.
¿Cuál es la especie animal introducida más antigua?
La oveja, que se introduce en el neolítico, época en que ya existe la agricultura, hace 6.500 años aproximadamente, según dataciones que hemos realizado en el sur de Navarra. A la vertiente atlántica, según nuestros estudios, llega poco más o menos en la misma época, por lo que la diferencia entre ager y saltus sobre la que tanto se ha hablado no ha sido tanta. Lo que puede comprenderse así mismo porque los pasos entre distintos valles en ese espacio geográfico no llegan a 500 metros de altura.
¿Y qué vegetal se introdujo antes que cualquier otro?
Los cereales: trigo, cebada, centeno etc. Es lo primero que se importa, y posteriormente el crecimiento de tipos de vegetal sube de manera espectacular, sobre todo para ser utilizado como forma de alimentación humana.
¿Qué tipo de polen entre los encontrados reivindica ser el más autóctono en nuestro país?
La especie arbórea que siempre ha estado en nuestra zona, bien con frío o con calor, es el pino. Con toda la mala fama que tiene, la verdad es que ha tenido un gran papel en nuestro paisaje. Cuando la climatología ha sido buena el pino comparte espacio con otras especies, caducifolias o no. Pero cuando el frío ha apretado es el que resiste, acompañado a veces del abedul y del enebro. Cuando acaba el período de la glaciación, en que el pino y el abedul han jugado un papel colonizador, son las caducifolias las que le quitarán terreno al pino. En mis estudios polínicos, puedo tener períodos en los que no se encuentran robles o avellanos. Pero nunca han dejado de aparecer los pinos.
¿Se está llevando bien por nuestro sistema educativo ese deber de influir de manera positiva en el medio ambiente y de sensibilizar a las generaciones venideras acerca de un tema tan trascendental?
Yo creo que el sistema educativo está haciendo esfuerzos muy notables para concienciar a los alumnos desde pequeñitos sobre la importancia del medio ambiente. Pero pienso que son el entorno familiar y el de amigos los que deben funcionar a otro nivel. El día a día en el hogar y en la calle hay que cuidar de manera decidida.
¿Hasta cuándo puede aguantar el planeta tierra un ataque como el que viene sufriendo en los últimos cincuenta años?
La tierra ha sufrido en su existencia muchos ataques. Y ha sabido adaptarse. Con la extinción de los dinosaurios por la caída de un meteorito supuso a nivel medioambiental la desaparición de una gran parte de especies y a otros más pequeñitos, como eran los mamíferos, les llegó la oportunidad y se expandieron por el planeta. Lo mismo sucede con especies herbóreas y vegetales. El problema es que nosotros somos otra especie animal y puede que la tierra no sea capaz de adaptarse a los ataques que sufre por nuestra parte.
Por lo que hay mucho que hacer...
¡Claro que sí! Conocemos el planeta bastante bien, pero siempre aparece una nueva especie animal o vegetal que nos sorprende. La propia labor de conservar lo que tenemos ya es enorme. Ello supone un esfuerzo por nuestra parte, que todos deberíamos estar dispuestos a realizar.Mari Jose Iriarte ChiapusoEstudió en las universidades de Deusto y País Vasco, obteniendo en esta última la Licenciatura en Geografía e Historia (1985), el Grado de Licenciatura (1986) y el doctorado (1994). Desde 2002 es investigadora contratada por el Grupo de Investigación de Alto Rendimiento en Prehistoria de la Universidad del País Vasco, en Vitoria, encargada del estudio de las secuencias palinológicas asociadas a depósitos arqueológicos y naturales, tanto pleistocénicos, como holocénicos. Además de éste, que constituye su principal perfil, dirige, codirige y estudia yacimientos paleolíticos y mesolíticos en nuestra región, como el conjunto arqueológico de Jaizkibel o la cueva de Bolinkoba. De su participación en numerosos congresos y la colaboración en diversas revistas y monografías se ha derivado una larga lista de publicaciones desde el año 1989.Fuente: Sociedad de Ciencias Aranzadi