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Andrés Moya / Catedrático de Genética en la Universitat de València

2017/06/21

Andrés Moya / Catedrático de Genética en la Universitat de València

Memoría y promiscuidad a propósito del futuro posthumano

Cualquier reflexión sobre el futuro de la especie humana requiere una similar sobre su origen y evolución. Nada mejor para vislumbrar el futuro que nos espera que indagar en cómo hemos llegado hasta aquí y qué sinuosos caminos hemos tenido que recorrer, algunos de los cuales acabaron en vías muertas. Cuando examinamos la historia de nuestro género nos encontramos con interesantes hallazgos que pueden ilustrarnos sobre caminos futuros. El primero de ellos es el de la extinción de diferentes especies del género Homo. ¿Fueron experimentos evolutivos fallidos? Probablemente, pero esta es una observación irrelevante. Simplemente no se dieron las condiciones para su evolución; determinadas fuerzas ambientales y factores genéticos inapropiados no permitieron que esos linajes evolucionaran. Pero fueron experimentos naturales que podrían haber prosperado. No es esto algo inhabitual en la evolución biológica; en realidad es más bien la norma. Toda la historia de la vida está plagada de experimentos fallidos, aunque también de algunos otros que han sido exitosos. Esta dualidad no podemos obviarla y es importante para la tesis que aquí voy a defender. Por otro lado, ya dentro de nuestra especie, y considerando el singularmente importante componente de la evolución cultural, también nos aporta ejemplos de extinción de culturas y civilizaciones que han dado paso a otras nuevas que, en alguna medida, han tomado el testigo de la continuidad, de la permanencia. No voy a entrar a considerar qué elementos, componentes o características de esas culturas extintas han dejado huella en esas otras que las suplantaron. Pero si aceptamos paralelismos entra la evolución biológica y la evolución cultural, de igual forma que los componentes biológicos o genéticos de linajes extintos dejan huella en los que le suceden, también lo hacen los componentes de culturas extintas en culturas supervivientes. Esta memoria es particularmente evidente en nuestra especie porque, en una suerte de feliz combinación interactiva entre lo biológico y lo cultural, la memoria de lo desaparecido está convenientemente registrada. Este es el primer gran mensaje que deseo transmitir. En nosotros existe un registro de lo ya desaparecido; y no es algo meramente trasportado y no operativo; en modo alguno. Tanto lo que es biológico como lo que es cultural de eso que ya desapareció está activo y funciona a la par con lo que es genuinamente producto propio de nuestra más reciente biología o nuestro último logro cultural. No deseo generalizar esta afirmación hasta llevarla al absoluto de que todo aquello que desapareció queda en lo que ahora somos. Probablemente han existido registros biológicos y culturales que se han perdido para siempre, así como otros que ya no serán operativos o funcionales en modo alguno. Pero es conveniente dar un margen de confianza a que algo de lo que hubo queda en nosotros. La segunda gran reflexión pertenece a la promiscuidad en la biología y en la cultura. Me parece muy pertinente a los efectos de vislumbrar el futuro de nuestra especie. Estoy plenamente convencido de la existencia de múltiples experimentos que han estado a la base de la generación de novedades biológicas y culturales. Se trata de la fusión de entes biológicos, o de entes culturales, una unión calificable de 'contra-natura', aunque en realidad debiera ser considerada como 'pro-natura', promotora de novedad natural, biológica o cultural. El mundo microbiano está plagado de estos fenómenos de fusión o transferencia. Pero nos sorprendería, o no tanto, saber que estos experimentos también han estado en la base o la generación de nuestra especie. Ahora sabemos que somos algo neandertales, y probablemente también denisovanos. Nuestra especie, la que emigra de África tuvo oportunidad de fundirse, en determinados enclaves, con representantes de otras especies de nuestro género que habían emigrado desde África anteriormente, especies que se extinguieron. Esta consideración refuerza mi primera tesis sobre la persistencia de lo desaparecido. Pero en este momento solo quiero traer aquí el concepto a los efectos de ver que la propia promiscuidad pro-natura ha podido tener un papel importante para el éxito que supone sobrevivir o pervivir en el tiempo. Me gustaría recurrir a estas dos herramientas -memoria y promiscuidad-, cuya utilización nos puede ser de gran ayuda para pensar sobre nuestro futuro posthumano. Porque, en efecto, somos capaces de vislumbrar o imaginar que podemos desaparecer, pero lo haremos dejando nuestra memoria en otros entes. No sería algo anti-natural o anti-cultural. Todo lo contrario, más bien algo normal en la evolución de la vida. No veo mayor problema en que esto pudiera acontecer y, aceptando el principio de memoria que permea lo vivo, una memoria que persiste en los que se suceden, podemos no temer dejarnos en futuros otros. El principio de promiscuidad pretende ser otra de las herramientas a considerar a la hora de la generación de novedades posthumanas. Aquello que asistió a nuestros antepasados a cruzar la barrera de su especie es algo muchos más esencial que una mera perversión. Es la voluntad de sobrevivir por medio del deseo. Nosotros vamos a promover, o estamos promoviendo ya, una suerte de combinaciones pro-natura que suponen la creación de entes nuevos y novedosos, entes que nunca antes han existido y que prometen, o no, convertirse en algo exitoso, algo persistente. Solo fue una cuestión de voluntad por medio del deseo lo que nos llevó a buscar a otros que luego llegaron a formar parte nuestra. Así será también lo posthumno: en ente híbrido, como lo somos nosotros, aunque solo alguno de tales engendros tendrá éxito. No estoy pensando en competencia darwiniana más allá de los estrictamente biológico; pero es evidente que algo determina lo que se impone, y no todo lo que se inventa, ni todo lo híbrido, tienen garantizada su pervivencia. En cualquier caso, algo se impondrá. Y ese algo posthumano, de llegar a ser, será híbrido, será producto de la acción de la voluntad, en este caso voluntad plasmada en la racionalidad, de combinar para crear nuevos entes. Lo que nos lleva a promoverlos, repito, es la voluntad, una fuerza sempiterna de la historia de la vida biológica (deseo) y cultural (razón). La memoria y la promiscuidad nos asisten en nuestra historia evolutiva y la aceptación voluntaria, desde la razón y la consciencia, de que entes híbridos posthumanos nos suplanten no hay que entenderla en clave de enfrentamiento, sino de pura aceptación natural, tal y como los hijos suceden a los padres.
Andrés Moya Instituto de Biología Integrativa y de Sistemas (Universidad de Valencia y CSIC), Valencia. Fundación para el Fomento de la Investigación Sanitaria y Biomédica de la Comunidad Valenciana (FISABIO), Valencia. Centro de Investigación en red en Epidemiología y Salud Pública (CIBEResp), Madrid.
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