Se llama Aingeru Epaltza Ruiz de Alda. Aingeru no se oye mucho. Es más habitual Gotzon, Ángel o Anjel. ¿Es su nombre de verdad? ¿O se lo cambió después?
A mí me bautizaron Ángel Tomás, en recuerdo a mi abuelo Ángel y a mi abuela Tomasa, porque nací en el aniversario de su muerte. Los padres de mi madre habían fallecido 10 años antes, en un accidente de avión en Copenhague. Sin embargo, en casa siempre me han llamado Aingeru. A mi abuelo también parece que le llamaban así, antes de 1936, sus compañeros de partido. Hace unos 25 años lo hice oficial en el registro. Como no me dejaron ponerme Tomax, me quedé con Aingeru Tomas, ya que no quise hacer un desprecio al nombre de mi abuela.
Y el apellido Epaltza ¿de dónde viene? Y ¿Ruiz de Alda?
Mi abuelo Txomin nació en la calle Bidebarrieta de Bilbao, aunque la familia provenía de Orozko. Se casó con una mujer de Estella, Maria Arantzadi, de donde son los Ruiz de Alda, aunque al oído se nota enseguida el origen alavés del apellido, concretamente de la zona de Campezo.
De cualquier manera, es usted un pamplonés de pura cepa.
Tres cuartos de Estella, un cuarto de Bilbao, y aun así me considero de Pamplona. Mi padre también nació aquí, en el paseo Sarasate. En el habla pamplonesa, soy un PTV, o sea, “de Pamplona de Toda la Vida”, lo más de lo más. Pero, al contrario que la mayoría de los PTV, “no estoy orgulloso” de ello. La relación que tengo con esta ciudad cada vez tiene menos de amor y más de odio. En mis sueños inconfesables me voy a vivir fuera de aquí.
Iruñea y Iruña: un tema de controversia. Diría que usted prefiere Iruña. De toda formas, “lo nuestro no tiene remedio” y, en vez de un nombre, tenemos dos.
Me sitúo en un término medio. Si tengo que escribirlo en un cartel, pondré Iruña, como ha decidido el Ayuntamiento, pero al declinarlo diré Iruñean, Iruñeko, Iruñetik... como ha decidido Euskaltzaindia. Esa tendencia prevalecerá al final. La forma más extendida entre los euskaldunes ha sido probablemente Iruñea, pero si en la memoria histórica de los erdaldunes de aquí la que ha permanecido es Iruña (“Café Iruña”, “Gráficas Iruña”, “Frenos Iruña”, “Iruña Park”, “Iruña Construcción”...), me parece tirar piedras contra nuestro propio tejado que Euskaltzaindia les enmiende la plana. Necesitamos puentes hacia la mayoría castellanoparlante, no decisiones que nos separen más en nombre de una supuesta corrección.
He aquí una definición para usted: “Un navarro que mira con recelo hacia nuestro occidente”.
Es verdad que ha habido un tiempo en que he sido un fustigador del “guipuzcocentrismo”. Esa postura, además de una crítica fundada, también fue una forma de hacernos ver para los creadores navarros que empezamos hace unos 25 años. Hoy en día las cosas han cambiado en el mundo del euskera, y si otras no lo han hecho no ha sido porque en San Sebastián o en Bilbao se “olviden” de nosotros, sino porque los euskaldunes navarros tenemos la sociología y la política en contra. Hace tiempo que no miro hacia nuestro occidente con recelo. ¡No sabes cómo tira a veces mi cuarto vizcaíno!
Foto: Javier Bergasa.
Se diría que para algunos euskaldunes, sobre todo para algunos abertzales, más que Aingeru es un Demonio, esto es, ¡un provocador!
Algunos euskaldunes son completamente endogámicos. Parece que sólo se relacionan con su gente, siempre oyendo la misma música. Se quedan con la boca abierta cuando oyen decir a un euskaldun lo que no están acostumbrados a oír.
¿Cómo era la Pamplona de su adolescencia?
Estaba cambiando. Una parte de la ciudad estaba saliendo del integrismo católico y del franquismo y empezaba a respirar aires nuevos. Y nosotros estábamos ahí. El monte, los amigos, el rock’n’roll, las borracheras, los porros, el compromiso político de baja intensidad, los sueños... Tengo bonitos recuerdos de esa época, a pesar de que éramos unos negados con las chicas. Teníamos a la cuadrilla demasiado idealizada, algo castrante en el momento de entablar otro tipo de relaciones.
En comparación, ¿cómo es la Pamplona de ahora?
Más seria, más ordenada, más controlada, más gris, más aburrida. En fin, Barcinópolis. Aunque a veces pienso si no seremos nosotros los que nos hemos vuelto más serios, más ordenados, más controlados, más grises y más aburridos. O si no estaremos adornando en demasía aquella época irrepetible de cuando éramos jóvenes, simplemente por eso, porque éramos jóvenes.
¿Imaginó alguna vez una Pamplona distinta a la actual?
En esa época vivimos una ilusión. Creíamos que toda la sociedad iba a nuestro ritmo, excepto una minoría marginal. Nos costó darnos cuenta de que, en realidad, éramos nosotros los que constituíamos esa minoría marginal. La falta de ganas que se siente ahora en todas partes es, en cierto modo, el resultado de esa toma de conciencia.
En su juventud le cautivó el rock-and-roll. ¿Qué queda de ese joven de pelo largo que “veneraba” a Lou Reed?
Poca cosa. Tengo una soberana calva en la cabeza, y la música me molesta para escribir. Me da cada vez más pereza ir a conciertos. Por otra parte, desde que dejé de fumar cada vez salgo menos por la noche. Aun así, cuando escucho música, escucho rock. Sigo descubriendo nuevos cantantes y grupos.
El 8 de febrero cumplió 50 años. ¿Nostalgia?
No demasiada. Puedo echar de menos una conversación con mi difunto padre, el hormigueo de recién enamorado o esos momentos tan ricos en sensaciones de cuando nuestros hijos eran pequeños. Por lo demás, en general, guardo más nostalgia de las cosas que no he hecho que de las que he vivido. En muchos aspectos, ahora estoy viviendo mi mejor época. Periodista
Como periodista, ha trabajado en muchos campos. ¿El Aingeru que de joven quería ser periodista, llegó a hacer el periodismo que deseaba?
Ya estaba trabajando antes de terminar los estudios. Así que enseguida me di cuenta de cómo era la realidad del oficio. Yo me curtí trabajando en los conflictivos plenos de Berriozar y Cáseda, y no en el Congo como corresponsal de guerra.
¿Qué recuerdo conserva de su trayectoria como periodista?
Viví momentos muy divertidos y muy intensos. Sin embargo, también me tocó vivir la parte cutre del periodismo: muchísimas horas, trabajar los fines de semana y a deshoras y la inestabilidad de la empresa. Cuando pude escapar, recién cumplidos los 30 años, sentí que me liberaba de una carga. El periodismo está bien cuando se es joven y libre. A partir de una edad, es mejor cambiar de trabajo.
Foto: Patxi Cascante.
También trabajó en ETB. ¿Qué opina sobre la evolución de EITB?
Desde el punto de vista del euskera, ETB ocupa un puesto destacado en nuestra lista de fracasos. La hemos convertido entre todos en una televisión para niños y jubilados. Ello es sobre todo culpa del partido que ha estado en el Gobierno, pero también de los posibles espectadores que no hemos sido capaces de transmitir a ETB otro nivel de exigencia. Los euskaldunes, los euskaltzales, nos hemos comportado de forma negligente con Euskal Telebista. Ahora, cuando parecía que se estaba haciendo un primer intento para dar la vuelta a esa situación, con la creación de ETB3, en Vitoria está el PSE-EE en el poder. Si es capaz de devolver la dignidad a la televisión en euskera, algo es algo.
¿Para usted qué son los medios de comunicación de nuestro occidente, vistos desde Pamplona?
Si nos referimos a los medios de comunicación en euskera, son los míos. Pero mi punto de vista no es el de la media de los ciudadanos de Pamplona.
Los navarros en general, ¿cómo ven los medios de comunicación del mundo vasco?
Para algunos —menos de los que me gustaría- son los de casa, para otros —más de los que me gustaría que fueran— son forasteros. En medio quedan todas las gradaciones, no siempre según el color político.
¿Qué opina del periodismo actual?
En cuanto a la actividad de los periodistas, me asombra la apatía de los supuestos profesionales. No hacen preguntas. Se ha generalizado el periodismo de notas de prensa. Se han convertido en altavoces de terceros. El contenido de los periódicos se decide en las oficinas de prensa.
¿E Internet, qué es para usted?
Un invento excelente y una excelente fuente de información. En cuanto a conocimientos, puede que sea el fenómeno que más cambie a la sociedad. Yo mismo, ya no sé trabajar sin Internet. Y nuestros hijos no saben divertirse sin él.
Escribe una columna semanal en Diario de noticias. En Argia también escribe con cierta periodicidad.¿Qué representan estas ocupaciones para usted?
A veces es una esclavitud que te hace perder el tiempo, ya que el tiempo que paso leyendo periódicos o rastreando en la red las ediciones digitales no lo utilizo para leer o escribir libros. De todas formas, se parece al ejercicio físico; te obliga a tener la pluma afilada y la cabeza despierta. Por otra parte, con mis artículos llego a gente que nunca leerá mis libros.
El último artículo escrito en Argia se titulaba “Galtzeko denborarik ez” (Sin tiempo que perder). ¿En qué se ha convertido el tiempo?
En un bien preciado y, en mi caso, cada vez más escaso. No estoy en situación de desperdiciarlo. Escritor
Es un escritor productivo. ¿Es la organización del tiempo la clave para ello?
Soy disciplinado, e intento robarle unas horas al día a diario, porque sé que el resultado siempre es producto del trabajo. Las musas tienen que pillarte ante el ordenador, porque si no la inspiración no llega. Escribo despacio, corrigiéndolo todo mil veces. Paso horas con cada folio.
Foto: Elena Ronkal.
¿Por qué escribe? ¿Y para quién?
Por ahí se oye eso de que “escribo para mí” y tonterías por el estilo. ¡Mentira! La mayoría de los escritores nos lanzamos a escribir impelidos por la necesitad de seducir al prójimo. Queremos atraernos a los demás, para que nos amen o para que nos odien, y lo hacemos de la única manera que sabemos, contando historias.
Desde aquél primer libro, Sasiak begiak ere baditik, ¿qué ha aprendido?
A ponerme en el lugar del lector, sobre todo. Al principio no me daba miedo hacer sudar a la gente con pirotecnias lingüísticas. Ahora soy más prudente. Para que un libro se lea, requiere un compromiso entre el escritor y el lector, un punto de encuentro, tanto en lo que se refiere al contenido, como a la forma o al lenguaje. Me ha costado, pero poco a poco lo voy interiorizando.
¿Ha “soñado” alguna vez con otro camino que recorrer?
También he aprendido a relativizar los pequeños sueños. El éxito, el prestigio, la proyección al exterior... Antes, cada vez que sacaba un libro pensaba en esas cosas. A estas alturas ya sé que difícilmente voy a dejar de ser un autor minoritario de una lengua minoritaria, y que no merece la pena quejarse por ello. Me he hecho mi sitio en la literatura vasca. Tengo varios cientos de lectores que aprecian mis obras. Para ellos trabajo, les debo agradecimiento. Si llega algo más, bienvenido sea, pero si no llega, no me sentiré decepcionado.
¿Nunca ha soñado con vivir sólo escribiendo, con entregarse completamente a la creación?
En una época sí. Pero cuando me daban alguna beca o algún premio y cogía una excedencia, a la segunda o tercera semana empezaba a pesarme la soledad. Me gano la vida traduciendo al euskera el Boletín Oficial de Navarra. Algo mortalmente aburrido. Pero estoy con gente, y estar con gente, conversar, escuchar distintos puntos de vista y opiniones... todo eso, además de ayudar psicológicamente, sirve para la literatura. Oyes historias, anécdotas, te enteras de las preocupaciones y alegrías de la gente... Todo eso aporta una gran riqueza después, a la hora de escribir. No hay que olvidar que los escritores somos vampiros de historias ajenas.
Está escribiendo una trilogía basada en la historia. Las dos primeras entregas son Mailuaren odola (Casta de bastardos, en castellano) y “Izan bainintzen Nafarroako errege”, las dos ya en la calle. La tercera en camino. ¿Por qué se ha sumergido en este género de novela?
Nunca he sido un escritor de un género, pero la Historia siempre me ha atraído. Sasiak... mi primera novela se sitúa en las guerras carlistas, y Tigre ehizan (Cazadores de tigres, en castellano), en cambio, en la guerra civil. Mailuaren odota (Casta de bastardos), por lo tanto, no es la primera novela que sitúo en el pasado. La diferencia está en el tamaño del proyecto. He sido ambicioso esta vez, intentando sacarle todo el jugo posible a una época —nuestros siglos XVI y XVII— y al grupo de personajes que esa misma época ha puesto en mis manos. En mi opinión, la Historia nos da escenarios de primer orden para la ficción y espejos donde ver reflejado nuestro presente.
Así que cuando habla del pasado, en realidad habla de nuestros tiempos.
Ante todo, he querido contar una historia que emocione. Pero no se puede negar que en esta trilogía hay un deseo de acercarme de forma literaria a nuestros mitos abertzales. Por supuesto, en el segundo milenio, eso no se puede hacer a través de la épica porque no es creíble, hay que hacerlo desde la antiépica y la ácida ironía.
Los amantes de la novela Rock’n’roll (en castellano con el mismo título) ¿aprobarán el cambio de género y tema?
Alguno ya me ha dicho que a ver cuándo me dejo de gilipolleces históricas y cuándo vuelvo a hacer obras de “fundamento” como Rock’n’roll. Tranquilos. Alguna vez volveré a las calles de nuestro tiempo. Sobre Navarra, el País Vasco, los “euskaldunes”
¿En qué medida define hoy en día al “euskaldun” el refrán “Etxean otso karrikan uso” (Lobo en casa, paloma en la calle)?
El refrán dice eso, pero los euskaldunes nos comportamos al revés, “paloma en casa”. La culpa de todo lo que les pasa siempre la tienen los otros. Nosotros, en cambio, siempre actuamos bien.
Foto: Elena Ronkal.
Una vez dijo “Me siento un escritor de la periferia, pero ya no me castigo por ello”. ¿Se siente marginado como vasco?
Una vez escribí cuál ha sido durante mucho tiempo mi sentimiento y el de algunos de mi entorno: “Entre navarros, demasiado vasco; entre vascos, demasiado navarro”. La última parte de la frase se había ido suavizando durante los últimos años —la primera, en cambio, agudizado— pero otra vez empiezo a notar el mismo sentimiento incómodo. Debe ser “el efecto López”.
¿Es Euskadi nuestra avería?
La palabra que inventó Sabino nos servía al menos para distinguir nuestros sueños de nuestra realidad. Euskadi era el sueño, la “patria” que había que conseguir alguna vez. Euskal Herria, en cambio, nuestra realidad, desde un punto de vista histórico y cultural. Muchos de los que no aceptaban Euskadi no veían mal Euskal Herria. Eso nos ofrecía de alguna manera un punto de encuentro con los que no eran nacionalistas. Los seguidores del PNV por un lado, y los de la izquierda abertzale por otro, han dado a esas dos palabras un uso completamente desgraciado, lo que ha traído como consecuencia que Euskadi sólo sirva para designar a las tres provincias occidentales y Euskal Herria, en cambio, sea una palabra —una idea— en fase de proscripción, sobre todo en Navarra. Una bonita metáfora del descalabro de estos 30 años.
¿Qué deberían hacer los vascos de la Comunidad Foral de Navarra?
¡Si lo supiera! Aquí, el último capítulo del desastre lo ha escrito Nafarroa Bai. Después de fracasar el intento de formar gobierno con el PSN, tenía que haber empleado estos cuatro años para trabajar su cohesión interna y convertir la coalición en un movimiento social. En vez de hacer eso, los cuatro partidos se han dedicado principalmente a pelearse entre ellos sin cesar. Mientras tanto, UPN nos trata a patadas con la bendición del PSN. El esperpento lo cierran los que en la izquierda abertzale creen que va a iniciarse no-sé-qué-proceso que nos va a llevar a no-sé-qué-nuevo-escenario, sin olvidar a los que están convencidos de que unos ciudadanos con un nivel de vida similar al de Luxemburgo se alzarán alguna vez en pro de un estado navarro. Nos queda para rato en las catacumbas y está ya probado que “los nuestros” no nos van a sacar del agujero. Lo más inteligente que podríamos hacer los euskaltzales en Navarra sería entrar masivamente en UPN y el PSN. Está claro que no lo vamos a hacer.
Acaba de escribir “Izan bainintzen Nafarroako errege”. ¿Se imagina una Navarra independiente con un Rey en el trono?
En ese caso yo sería republicano, entre otras cosas porque no estaría menos marginado que ahora por el hecho de ser euskaldun. El reino de Navarra nunca tuvo en cuenta al euskara, sólo lo hizo muy al final, y por impulsar un tipo de religión determinada. Aunque Navarra hubiera conseguido mantener su independencia, su idioma oficial no habría sido el euskara sino otro, ya sea castellano, occitano o francés. Igualito igualito que ahora.
¿Cómo se imagina la Euskal Herria del 2020?
No nos faltarán temas sobre los qué escribir, ya que no espero milagros en nuestro dolido y cansado paisaje. Seremos más viejos y estaremos más hasta las narices de todos nuestro tristes asuntos, pero yo no le veo a esto ninguna pinta de cambiar. A no ser que llegue una generación joven y, de un golpe, nos retiren a todos —escritores, periodistas, políticos, músicos, terroristas, historiadores, militantes del euskera...— mientras nos gritan: “¡Fuera de aquí, calamidades!” Ahí tengo mi pequeña esperanza.
“Hace tiempo que no miro hacia nuestro occidente con recelo. No sabes cómo tira a veces mi cuarto vizcaíno”.
“Algunos “euskaldunes” son completamente endogámicos. Parece que sólo se relacionan con su gente, siempre oyendo la misma música. Se quedan con la boca abierta cuando oyen decir a un “euskaldun” lo que no están acostumbrados a oír”.
“Vivimos una alucinación en esa época. Creíamos que toda la sociedad iba a nuestro ritmo, quitando una minoría marginal. Nos costó darnos cuenta de que, en realidad, nosotros éramos esa minoría marginal. Esa falta de ganas que se siente ahora en todas partes es, en cierto modo, el resultado de esa toma de conciencia”.
“En esta trilogía hay un deseo de acercarme de forma literaria a nuestros mitos abertzales”.
“Euskadi sólo sirve para designar a las tres provincias occidentales y Euskal Herria, en cambio, es una palabra —una idea— en fase de proscripción, sobre todo en Navarra. Una bonita metáfora del descalabro de estos 30 años”. Aingeru Epaltza (Iruña, 1960) Licenciado en periodismo. Tras trabajar en Deia, Euskal Telebista y Navarra Hoy, hoy en día es traductor del Gobierno de Navarra. En 1990 fue nombrado presidente de la Federación de Ikastolas de Navarra. Además, fue miembro del Consejo del Euskera de Navarra; en 1999 dejó su cargo porque no estaba de acuerdo con la política del euskera del Gobierno de Navarra. La narrativa es el eje de su obra, aunque también ha escrito teatro: por ejemplo, en 1984 escribió la obra Mugetan Irri para el grupo Ortzadar. En 1985, ganó el premio literario Nuevos Autores del Ayuntamiento de Pamplona gracias a la novela Sasiak ere begiak baditik ambientada en las guerras carlistas. Más adelante, ganó el premio Xalbador Saria con la novela Ur uherrak, y en 1997 el Euskadi Saria con la novela corta Tigre ehizan. También ganó el Premio de Periodismo Rikardo Arregi en 1990.