Borja Cobeaga. Director de cine: Que dos cortometrajes vascos hayan sido nominados al Oscar ha marcado mucho; la gente se ha dado cuenta de que esto va en serio

2008-05-23

SALA, Teresa

Descuelga el teléfono en algún lugar de los alrededores de Madrid. Está buscando localizaciones para su ópera prima, una película de larga duración llamada Pagafantas que narra la historia de un chico que no es correspondido por la mujer que ama. Una vez más, se trata de comedia, el género más arriesgado en opinión de Borja Cobeaga, porque es el único que “tiene una demostración física de su éxito”. Él cree en lo que hace y confiesa que asume riesgos porque si no los proyectos “carecerían de sentido”. Vivir del cine es su máxima aspiración: “Hacer el número suficiente de películas para poder salir a cenar siempre que me apetezca”, confiesa.

¿Qué nos puede contar de Pagafantas?

Se trata de mi primer largometraje. He escrito el guión con Diego San José, con el que ya he trabajado en Vaya Semanita. Se trata de una comedia sobre la humillación masculina. Es una película que trata de un chico que se queda pillado por una chica, ella le ve como amigo y él cree que hay una historia de amor. Por eso se llama Pagafantas, porque el término empieza a popularizarse bastante. Incluye persecuciones, escenas en alta mar... no sé, es un filme muy loco, pero a la vez bastante triste, porque cuenta el drama de un chico, del que todos los demás se ríen. Estoy muy ilusionado con el proyecto, me apetece mucho hacerlo y creo que, sobre todo, va a ser una película muy divertida.

Se trata de su primer largometraje, ¿ha llegado a él como si alcanzara una meta? ¿Los cortometrajes son el camino que desemboca en una película de larga duración?

El objetivo no es el largometraje, sino vivir del cine. La verdad es que en todo este tiempo no he podido decirme a mí mismo en voz alta que era director de cine, sino que era alguien que trabajaba en televisión que de vez en cuando hacía cortometrajes. Yo he trabajado como realizador y director y esa ha sido mi profesión, pero soñaba con poder vivir de hacer cine. No es tanto el hecho de hacer un largo, lo que me apetecía era dedicarme exclusivamente a ello, y es difícil vivir haciendo cortometrajes siempre, así que el camino natural es llegar a las películas de larga duración. Esto no significa que deje de hacer cortometrajes, porque imagino que entre largo y largo siempre habrá historias que requieran contarse en cinco o diez minutos. No pienso abandonar ninguno de los dos formatos.

El proceso de realización de la película habrá sido más largo y costoso.

Sí, por supuesto. Sobre todo, lo que me parecía escalar el Everest era escribir un guión de largometraje. Muchas veces se alaba de los directores de cortometrajes, porque son capaces de sintetizar una historia en diez minutos. Pero a mí lo que me parece realmente difícil es mantener el interés durante hora y media. El gran salto cualitativo para mí ha sido la escritura de un guión extenso, el cambio lo he vivido sobre todo en el planteamiento de la escritura.

Vuelve a cobijarse en la comedía, un género que ha abrazado desde el principio de su trayectoria.

Así es, y yo creo que me sale de forma completamente natural. No me siento a escribir pensando que voy a escribir una comedia. Parto del interés que siento por una historia determinada y, como siento cierto afecto por los personajes más patéticos, la comedia surge de manera natural, en ella, los personajes no se comportan de una manera cómica, sino, simplemente, como son ellos en realidad. No puedo evitarlo. Además, hay algo maravilloso en la comedia y es que es físicamente comprobable si funciona o no. A pesar de que una sala esté llena de gente, con un drama u otro tipo de género no sabes a ciencia cierta si la película está funcionando, pero con la comedia sí, porque funciona si la gente se ríe. Lo peor que puede pasar al proyectar una comedia es que los espectadores no se rían y a la salida te confiesen que les ha gustado muchísimo la película. Eso es imposible, porque no se han reído, no ha habido una manifestación física. La comedia es un género que conecta muy bien con el público porque enseguida sabes si funciona o no, y eso es muy atrayente.

Pero el fracaso también es más sonoro.

Claro, pero ahí está el riesgo. Si no se asumen riesgos no tiene sentido.

Como espectador, ¿también prefiere los filmes cómicos?

No, la verdad es que veo todo tipo de cine, como espectador no tengo predilección por ningún género. Entre mis películas favoritas hay comedias, dramas o cintas de suspense. Pero la verdad es que me producen mayor admiración las historias que son capaces de hacerme reír.

¿Hay un antes y un después en la trayectoria de Borja Cobeaga desde que el cortometraje Éramos pocos fuera nominado al Oscar?

Antes de la nominación ya tenía el proyecto de Pagafantas bastante avanzado. Sí es cierto que la candidatura al Oscar ha hecho que la iniciativa engorde y que tenga más empaque, pero tengo severas dudas de que me haya marcado. Desde luego, en mi vida diaria no ha habido ninguna alteración. Los platos sucios siguen apilándose y la ropa se acumula sin planchar por arte de magia. No noto cambios radicales, luego, por supuesto, está la expectativa que pueda generar un nuevo proyecto mío, pero tampoco siento esa presión. De hecho, una de las peores cosas que me podía haber pasado es cambiar de decisión a raíz de la nominación y hacer una película seria sobre un humanista del siglo XVIII en lugar de la comedia loca que pensaba llevar a cabo. Tomarme en serio a mí mismo hubiera sido un gran error. Yo sigo hacia adelante, con la misma ingenuidad y la misma ilusión de siempre.

¿Cómo supo que su ópera prima iba a ser una comedia sobre la humillación masculina?

Siempre me ha gustado este tema, pero en él he desembocado de una forma un poco complicada. En un principio, me encargaron hacer la adaptación de una novela con la posibilidad de partir de cero. Yo acepté el reto, pero partí tan de cero que, al final, lo que hice no tenía absolutamente nada que ver con el libro. Salió este guión que surgió a partir de una acumulación de ideas que había tenido con mi coguionista Diego San José. Fue fruto del propio trabajo, uno no se sienta en una mesa y dice “voy a hacer la historia del Pagafantas”. Surgió pensando en otras cosas.

¿Cuál es la novela que le propusieron adaptar?

Me pidieron hacer la adaptación de Flash, de Massimo Bruni, quien, probablemente me odiará.

¿Crea las historias a golpe de intuición?

No, es la primera vez que me ocurre algo así. Normalmente mis cintas surgen de historias que me han ocurrido a mí mismo, a mis familiares o amigos. De hecho, la película Pagafantas se nutre de experiencias propias y ajenas.

En alguna ocasión ha mencionado que aspira a dirigir una parodia sobre la realidad que vive la política vasca, ¿no es algo demasiado complicado?

La verdad es que estamos viviendo tiempos bastante revueltos. Por un momento parece que renace el optimismo pero luego vuelve a imperar un bajón descomunal. La situación es muy cambiante, y no sabes a qué atenerte. Pero mi proyecto no trata de hablar tanto de sensación política, como de la situación social que crea el ambiente político. Por un lado están los políticos, hablando, atacándose y refutándose constantemente, y, por otro, se encuentra lo que se vive en la calle todos los días, algo que me parece mucho más interesante. La película trataría sobre lo politizado que está todo en Euskadi. Leer un periódico determinado, saludar de una forma concreta o llamar a tu padre “aita” o “papá” marca mucho. Este es el mundo que me interesa trasladar a la gran pantalla. No se trata de un filme en el que habrá etarras, concejales o atentados. Mi intención es reflejar el nivel social de todo eso, que, además, creo que es lo que francamente interesa, lo que a mí, personalmente, me ha interesado.

Además, abordará el tema desde la comedia. ¿Los vascos no sabemos reírnos de nosotros mismos?

No se trata de eso. Cuando yo me siento a escribir una historia sobre lo politizado que está Euskadi, no me siento a escribir una comedia, pero la realidad, tal como es, resulta cómica vista desde fuera. Alguien que oculte la cabecera del periódico que está leyendo cuando se cruza con una persona determinada puede llegar a ser cómico para quien observa la escena desde fuera. Con perspectiva, y a pesar de que al protagonista no le parezca nada cómico, puede llegar a presentarse como una ridiculez. La comedia que a mí me gusta es aquella que refleja algo que no tiene gracia para quien lo vive, pero que puede ser muy chorra visto desde la distancia. No me siento a pensar qué punta puedo sacar a acontecimientos determinados. Voy a tratar de exponer situaciones reales que tengan un reverso cómico por lo ridículas que son. Pero en estos momentos estoy centrado en Pagafantas y no sé cuándo podré realizar esta película.

Afirma que sueña con vivir del cine, ¿es su máxima aspiración?

Sí, así es. Me gustaría hacer una película cada cierto tiempo, y que eso me dé dinero suficiente para salir a cenar mucho, que es lo que más me gusta. Me da igual tener una casa con muebles de cartón, mi gran afición es salir a cenar. Y si me preguntan qué prefiero, si hacer cine o salir a cenar, tengo serias dudas a la hora de formular la respuesta.

¿Sale a cenar todos los días?

A diario no, pero sí con gran frecuencia.

Ha optado por trabajar en Madrid, ¿es tan difícil hacer cine en Euskadi?

La verdad es que tengo un pie dentro y otro fuera. Generalmente resido en Madrid, pero soy capaz de mudarme a Donostia o Bilbao, donde puedo instalarme durante un año entero. La oferta para hacer un largometraje me llegó desde una productora madrileña, y esa es la principal razón por la que estoy trabajando en Madrid. De todas formas, tengo una productora vasca. Y, al igual que yo, también quiero que mis películas tengan un pie dentro y otro fuera. Es algo que me parece ideal.

La cantera de cineastas vascos es muy prolífica y productiva, ¿son mejores que el resto?

No lo sé. La cantera es espectacular. Incluso la de generaciones anteriores, donde se encuentran Julio Médem, Bajo Ulloa, Alex de la Iglesia, entre otros. No sé si tiene que ver con las condiciones atmosféricas, porque si te fijas, te das cuenta de que el cine que se hace es muy variado. Una película de Médem no tiene nada que ver con el cine que hace Enrique Urbizu... No se puede hablar de que hay muchos directores vascos con unos objetivos comunes y con un punto de vista unificado. Yo creo que el hecho de que haya generaciones de cineastas anteriores genera nuevas canteras. Es algo que se retroalimenta bastante. Es muy probable que una adolescencia como la mía, marcada por Acción mutante o La madre muerta, repercuta en querer hacer más cine.

En una entrevista anterior afirmó que la culpa de su afición por el cine la tiene un casete de Bienvenido Mr. Marshall que su madre le ponía constantemente.

En parte, sí diría que fue el detonante. Yo crecí en un entorno en el que la afición al cine era desmedida hasta el extremo de que mi madre grabara en un casete Bienvenido Mr. Marshall y me lo pusiese como si fuera una especie de perro de Pavlov. Desde que tengo uso de razón he querido ser director de cine, no he deseado dedicarme a otra cosa. Mi entorno ha influido bastante y también el hecho de encontrarme con personas que me han impulsado a hacer más cine, como Nacho Vigalondo o Koldo Serra.

¿Es cierto que empezó a hacer películas en el jardín de su casa cuando tenía nueve años?

Sí, empecé a los diez.

Y, ¿qué tipo de filmes se ruedan a esa edad?

Pues, cintas con títulos imposibles como Alto voltaje, Comando Águilas Rojas o Sin escapatoria. Eran películas sobre la Guerra de Vietnam en las que salían niños con pistolas de plástico. Las grabábamos sin guión y sustituían a los sábados por la tarde en la bolera o delante de la televisión. Era algo muy gracioso, una locura. Ni siquiera las montábamos, grabábamos y punto. Luego todo fue cobrando seriedad. Unos años más tarde se nos ocurrió que quizá sería mejor escribir las historias sobre papel, y así nació el guión en mi vida.

Pero llegó a estudiar cine.

Bueno, estudié Comunicación Audiovisual, pero como formé parte de la primera promoción de la carrera, no sé si llegué a estudiar cine o un baturrillo de todo. Lo bueno es que me permitió encontrarme con un montón de personas que se convertirían en mis amigos y que me motivarían.

¿Dónde reside la satisfacción?

Creo que lo mejor, lo más fascinante y bonito de todo esto, es que una idea que puedas tener tú solo en la intimidad de tu casa, sea capaz de mover a 50 o 100 personas. El hecho de que un grupo de personas se vea envuelto por una historia que tú has ideado y que empiece a tomar forma es lo más bonito que hay.

¿Acostumbra a ver sus películas?

Me forro a ver mis cortometrajes. No sé qué ocurrirá con el largometraje, no sé si, después de presentarlo en algún festival, pagaré la entrada para repetir en una sala llena de gente. Me imagino que, probablemente, cuando llegue ese momento ya estaré inmerso en el siguiente proyecto.

Se ha hablado mucho de la crisis del cortometraje y de la falta de consideración que padece, sin embargo, da la sensación de que cada vez se realizan más películas cortas, ¿qué opinión tiene a este respecto?

El cortometraje no ha sufrido una crisis. La crisis la ha padecido su reflejo institucional. Por un lado, en grandes festivales de países de todo el mundo ha habido una gran repercusión del cortometraje español y dentro no había ese reconocimiento. Estábamos viviendo un momento de esplendor que no se correspondía con la realidad que vivíamos en el Estado. Esto es algo que chocaba mucho. Sin embargo, yo creo que el tema del cortometraje en Euskadi está muy cuidado y muy bien reflejado. Hay conciencia de hacer muy buenos cortometrajes que se ven en pantallas de todo el mundo. Que dos cortometrajes vascos hayan sido nominados al Oscar en los últimos años –7:35 de la mañana (Nacho Vigalondo, 2003) y Éramos pocos (Borja Cobeaga, 2005)– ha marcado mucho, y la gente se ha dado cuenta de que esto va en serio.

¿Hay algún director o cineasta que le haya motivado especialmente?

Por la formación familiar que he tenido, y por culpa de mi madre, siempre me ha gustado el cine clásico. El director que más he admirado es Howard Hawks, su cine me parece fabuloso, porque es muy divertido y entretenido, cuenta grandes cosas y cambia mucho de género, algo que me parece admirable. Entre los actuales me identifico con Alexander Payne, director de Entre copas, que tiene un estilo de comedia realista con punto melancólico que me interesa mucho.

¿Tiene algún reparto o alguna película ideal?, ¿una historia que sueñe con rodar algún día?

La verdad es que tengo la idea de filme que siempre he soñado hacer con dos actores concretos, pero no sé muy bien porqué. Se trata de una película que sueño con hacer con Gene Hackman y Ricky Gervais, para mí el mejor actor de comedia del mundo. El filme se llamaría Cápsula, pero se trata de una fantasía lejana.

¿Cuál sería el argumento?

Narraría la historia de un señor que, un buen día, al ver a Ghandi en la televisión le entrarían ganas de tener una biografía propia en película. Su problema es que vive la vida más aburrida del mundo, no le ha pasado nunca nada. Contrata a un director para que ruede una película sobre su vida, pero no tiene ningún interés. La titularía Cápsula porque el protagonista quiere guardar la película de su biografía en una cápsula del tiempo y enterrarla para que la descubran en el futuro.

¿Cree que llegara a hacerla?

Es uno de los proyectos que más me apetece hacer, y aunque no sea con Gene Hackman, espero hacerla, por ejemplo, con Luis Tosar.

Ha estado en Hollywood, donde, entre otras cosas, ha conocido a Steven Spielberg... ¿le gustaría trabajar allí o prefiere quedarse en casa?

De momento prefiero quedarme aquí y hacer mi carrera aquí, aunque una película como Cápsula creo que debería rodarse en Estados Unidos. Pero ahora me decanto por quedarme, y una de las razones es el idioma; a mí me gusta mucho el diálogo, y me sentiría raro trabajando en un idioma que no domino al 100%. De momento, prefiero desarrollar mi carrera aquí, más tarde ya veremos.

¿Hacer películas implica tener un filtro específico hacia lo cotidiano?

Sí, totalmente. Desde hace un par de meses estoy pensando en Pagafantas 24 horas al día. Es inevitable. Si algo caracteriza a este trabajo es que un domingo a las cuatro de la tarde estás pensando en la película que tienes en mente. Hay muchas profesiones a las que les ocurre esto, pero a los nuevos directores se nos mezclan mucho los aspectos de hobby, profesión y ocio.

¿Cuesta desprenderse de las historias? Como las historias que cuento parten de mi vida personal no es que me cueste desprenderme porque, en realidad, siempre están ahí. Borja Cobeaga (Donostia, 1977) Se licenció en Comunicación Audiovisual por la Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea (UPV/EHU), aunque su contacto con las cámaras se remonta a mucho antes, ya que empezó a hacer cine en el jardín de su casa cuando sólo tenía diez años. En 2001 es nominado a los Premios Goya por el cortometraje La primera vez. En 2003 asume el mando del programa de humor de ETB Vaya semanita, y también realiza programas como Gran Hermano, Confianza ciega, El submarino o Territorio Champiñón. Guionista de programas como Splunge o En buena compañía, en 2006 co-escribe la película La máquina de bailar, dirigida por Oscar Áibar. En 2005 realiza el cortometraje Éramos pocos, con Mariví Bilbao, Alejandro Tejería y Ramón Barea, por el cual es nominado al Oscar en 2007. A pesar de ello, no fue nominado a los Premios Goya, nominación que sí había logrado con La primera vez. En 2007 rueda Limoncello, un cortometraje realizado en honor a los antiguos westerns, por el que es nominado al Fotogramas de Plata.
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