Juan Miguel Gutierrez. Cineasta: Darte cuenta de que eres capaz de captar lo invisible es lo más satisfactorio de hacer cine

2009-09-11

SALA, Teresa

El cine es su vida. Y lo es porque no lo necesita para vivir. Así de claro y así de contundente suena Juan Miguel Gutiérrez cuando habla de esa pasión que le empuja a coger la cámara y salir fuera a filmar, a traspasar la mera fachada y llegar más lejos. A contar y compartir historias. Los días 18, 19 y 20 de septiembre se proyectará en la sección Zabaltegi del Zinemaldia (Festival de Cine de San Sebastián) su última creación: “Zuzendu, mesedez! - ¡Enfoquen, por favor!”, un documental que prende mostrar los que fueron la vida y los procesos de creación del fallecido Juanjo Franco, un creador multidisciplinar, “una persona de ciencias muy emocional” y, sobre todo, “un gran amigo”.

¿Qué motivos le han impulsado a hacer el documental sobre Juanjo Franco?

Son varias las motivaciones. Existe un motivo casi ético, hay muchas personas que está dando testimonio de un compromiso a todos los niveles, desconocidas por ser humildes y haber trabajado con pequeños presupuestos. En este sentido, me parecía una especie de reivindicación moral. Juanjo Franco era para mí un ejemplo de cómo se pueden hacer las cosas de una manera muy profunda, sin tener una repercusión mediática importante. Además, fue un amigo íntimo, con el que yo compartí infinidad de cosas y éste ha sido mi pequeño homenaje. El tercer motivo me llegó a raíz del paso del tiempo, me di cuenta de que dentro de 30 años los nietos de Juanjo se preguntarán quién era su abuelo, y a mí me parece bonito que tengan un testimonio. Por eso, al final, la película está dedicada a los nietos. En el momento en el que el tiempo destruya de alguna manera la memoria, todavía les quedará un lugar en el que buscar el rastro del abuelo. Esta triple motivación me ha hecho crear una película muy desde el sentimiento, aunque creo que se trata de un filme muy ordenado que intenta entrar desde cómo funcionaba él a nivel creativo. También me he metido en territorios con los que quizá no todo el mundo esté de acuerdo.

Como en la mayoría de sus cintas, supongo que predominarán las entrevistas.

La película tiene un doble hilo conductor. Por un lado, está mi voz en off, que va contando experiencias con respecto a él y analiza su manera de funcionar, y, por otro, está el hilo conductor de su mujer, Mari Loli Agirreolea, quien, de alguna manera, retraza los tiempos concretos de los acontecimientos y pone ese toque tan sentimental y personal. También hay entrevistas con personas a las que Juanjo conoció a lo largo de su trayectoria vital. Juanjo era un hombre muy humilde, no le gustaba hablar de las cosas que hacía. Únicamente las personas del círculo concreto en el que se movía en ese momento sabían a qué se dedicaba: la pintura, Eusko Ikaskuntza, los realizadores de cine... Pero las personas de cada círculo no sabían que había desarrollado facetas creativas en otros ámbitos. Para quienes hacíamos cine, por ejemplo, era una sorpresa saber que hacía pintura. Solamente un grupo reducido cercano a él le conocían en su conjunto.

Entonces, ver el documental también supone redescubrir a Juanjo Franco.

Sí, así es. Era un personaje con muchísimas facetas.

¿Qué ha supuesto hacerla?

Ha sido muy estimulante. Por un lado, ha supuesto un ejercicio de memoria pero, por otro, me he encontrado a mí mismo, porque juntos hemos vivido muchas épocas “heroicas” y muy estimulantes, en unos tiempos en los que funcionábamos de manera clandestina, aunque no nos jugáramos el tipo, ni mucho menos (risas).

¿Por qué el título Zuzendu, mesedez! - ¡Enfoquen, por favor!?

Juanjo estaba convencido de que los proyeccionistas eran bastante chapuzas y proyectaban mal las películas. Era verdad y, en aquella época, él les ponía una especie de mira patrón para que enfocaran correctamente. Yo he optado por este título en recuerdo a aquella historia, y también para reflejar la necesidad que hay de enfocar bien a un personaje para verlo nítidamente en todas sus facetas. Se me han quedado muchas cosas fuera, pero lo esencial está ahí.

¿Cómo se conocieron?

Nos conocimos en el año 1976, cuando yo volví de Bélgica. Trabajaba en la radio, y se me ocurrió hacer un programa de tertulias con realizadores de cine vasco. En aquellos años el cine vasco no era prácticamente nada, estaba Amalur y alguna cosita más, y ya está. Pero descubrí que existía una corriente subterránea de cine amateur que estaba haciendo cosas muy interesantes. Reuní a varios realizadores y entre ellos se encontraba Juanjo. Hice un monográfico con él, vino a la radio a proyectar sus películas y me quedé absolutamente fascinado. Tenía una calidad de mirada verdaderamente importante: desde películas que recordaban mucho a cosas de Robert Flaherty, hasta cintas de carácter muy iconoclasta, con un humor muy curioso e intelectual, con juegos de palabras y de números.

¿Cómo era? ¿Qué rasgos le caracterizaban?

Era un hombre de ciencias muy curioso, porque no era nada frío. Era una persona de números, cálculos y estructuras, pero también era emocionalmente muy caliente. Y, por supuesto, muy inteligente. Trabajamos juntos y a nivel creativo no nos hemos separado casi nunca, aunque cada uno siempre ha seguido con su línea. Durante bastantes años trabajamos juntos en Eusko Ikaskuntza, y también dimos muchas clases juntos.

¿Él supo que iba a hacer una película sobre su persona?

Decidí hacer la película después de su muerte. Él nunca supo de la existencia del filme, ni yo pensé en hacer nada, pero cuando murió fui a su casa porque se había encontrado cantidad de material que él tenía y que se iba a perder. Había de todo, películas, esquemas, guiones, bocetos... En aquel momento sugerí a la familia que, en lugar de tener ese material en casa que se entregara a la Filmoteca. Se entregó todo a la Filmoteca y allí hicieron las copias oportunas, yo conocía bastante bien el material, pero hacía casi 30 años que no lo había vuelto a ver. Cuando me reencontré con él me pareció algo tan luminoso y moderno, a pesar de ser cosas de los años 60, que me di cuenta de que había que dejarle ver la luz.

Zuzendu, mesedez!

¿Cuánto tiempo ha invertido en la creación del filme?

He estado trabajando en la película aproximadamente un año. Pero no se trata de medidas de tiempo acordes con el cine convencional. Yo no tenía plazo para entregarlo y lo he hecho en mi tiempo libre, después de trabajar, a mi ritmo.

¿Sorprenderá?

Quienes no le conocen de nada descubrirán a un personaje muy rico dentro de un cine experimental y comprometido con el país. Quienes ya le conocen se encontrarán con un hombre que guardaba muchísimas facetas.

¿Está contento con el resultado?

Sí, creo que he logrado un ritmo muy sabroso entre lo emocional y lo intelectual.

Prácticamente todas sus películas tienen un tinte autobiográfico.

El cine es mi vida. Y cuando digo que es mi vida me refiero a que no lo necesito para vivir. El cine no me da de comer, no es eso lo que pretendo. Por eso, hago cosas que verdaderamente me salen de dentro, tengo la libertad total de hacer lo que me da la gana.

Y eso se nota...

Sí, se nota en una doble faceta: primeramente, en que yo hago lo que quiero sin ninguna cortapisa. Y, en segundo lugar, que tengo la libertad de hacer una película al año. Yo creo que hay muchas personas con gran potencial creativo a quienes les es muy difícil poner en marcha una película por imposiciones comerciales y económicas. Yo, sin embargo, no tengo esos impedimentos.

Además, hace cine con muy pocos medios.

Sí, hago películas con presupuesto cero. No hay que engañarse, porque luego mis documentales no se pasan en círculos comerciales, quedan relegadas a círculos más pequeños. Aunque el Zinemaldia es una plataforma muy maja, eso es innegable.

¿Cómo es asomarse a la realidad desde detrás de una cámara?

Descubres que hay una cámara cuando la gente se olvida de ella. A la hora de grabar una entrevista primero hablo bastante con las personas y luego, cuando decido que voy a filmar, pongo la cámara detrás de mí. Ni siquiera controlo el encuadre. Cada vez que hablo con las personas pretendo que tengan una conversación conmigo y que me cuenten sus confidencias a mí, coloco la cámara de tal forma que parece que están hablándole a la cámara, pero en realidad me están hablando a mí. Yo mismo me encargo del montaje y la edición, tenemos una pequeña productora: Zazpi t’erdi, donde monto mis películas. Trabajo en mi profesión hasta las tres de la tarde y luego tengo tiempo para dedicarme al cine.

Isiltasun kalea.

¿Le gusta trabajar solo?

Sí, es algo que agradezco mucho.

¿Qué es lo más satisfactorio de hacer cine?

Encontrar que eres capaz, por una serie de benditas casualidades, de captar lo invisible, lo que las personas tienen detrás, lo que arrastran de alegría, de tristeza... Eso es lo que realmente hace que la película suba de nivel.

¿Es difícil lograrlo?

Es algo que llega de forma muy natural. Hay personas con las que no funciona, y ya está, no ocurre nada. Hay que saber crear un ambiente de confianza y hay personas con las que, sencillamente, no entro. La culpa no es de ellos, probablemente es mía por no saber entrar.

¿Recuerda alguna situación especial o memorable?

Bueno, es algo que se da en todas las películas que haces, es el momento en el que notas que sucede algo, un plus, algo que sube y te emociona, aunque no tiene que coincidir necesariamente con motivos emotivos. Si alguien te está contando cómo murió su marido y está a punto de llorar te emocionas, es lógico, pero yo me refiero a otras cosas: en Motema na Ngai (2008), por ejemplo, hay una persona que habla y, de pronto, se oye ruido de unos pasos, alguien que camina en el piso de arriba. Como realizador y técnico, puedes pensar que hay que detener el ruido. Sin embargo, la persona está hablando de la necesidad de aceptar al otro. Y que a esa persona se le plantee, de forma inoportuna, la presencia del otro y que terminé aceptando esa realidad es algo que me emociona mucho. Porque en el momento en que se oyen los ruidos mira a la cámara y dice: “ha llegado el vecino de arriba”, y sonríe. Eso a mí me emociona, porque estás descubriendo cosas más allá de la propia imagen, que lo que te está contando es verdad, porque realmente sí acepta al otro. Es entonces cuando ves lo invisible. Sucede por un cúmulo de casualidades, pero hay que estar ahí, y no parar.

¿Cómo elige la temática de sus películas?

Todas nacen de obsesiones personales, ninguna llega por encargo. La temática de Tabula rasa (2004), por ejemplo, surgió cuando, una vez pasados los 50 observé cómo vamos cambiando a través de la piel, fue algo que me interesó y a partir de ahí creé la historia. Yo soy muy aficionado al monte, me encontré con una serie de pueblos abandonados en el Pirineo y se me ocurrió que las piedras tendrían que haber vivido infinidad de historias y que me las podrían contar y de ahí salió Bozes lexanas (2005), un documental sobre la muerte y la resurrección de los pueblos.

¿Cuál fue su primer contacto con el cine? ¿Cómo se encontró con él?

Mis padres eran muy aficionados al cine, y en Errenteria (Gipuzkoa) existía la costumbre de ir al cine prácticamente todos los domingos, había hasta asientos reservados. Los niños nos quedábamos en casa y teníamos el aliciente de que nuestra madre nos contaba la película cuando llegaba, lo hacía, además, con infinidad de detalles. Mi padre era directivo del cineclub local, daba algunas conferencias, era muy aficionado y supongo que fue entonces cuando se me plantó la semillita. Durante los años que viví en África me aficioné un montón, allí tuve la oportunidad de ver un cine absolutamente espléndido.

Motema na ngai.

Estudió cine en Bélgica.

Sí, en la Escuela Superior INSAS de Bruselas, un centro muy exclusivo a nivel de calidad, en la que sólo elegían a doce alumnos. La enseñanza estaba muy volcada hacia la práctica, con profesores que estaban haciendo películas reales. El programa de curso era realmente extraño, porque no sabías qué ibas a tener la semana siguiente, pero increíblemente bueno. Recuerdo que no entraba quien quería, había una serie de pruebas de admisión de tres semanas de duración, al final eligieron a 12, entre los que se encontraba un único belga. En un ambiente así disfruté muchísimo, tuve el privilegio, además, de tener a André Delvaux como profesor, en mi opinión uno de los grandes cineastas europeos.

Trabaja por las mañanas y al cine le dedica su tiempo libre. Si pudiera, ¿dedicaría toda la jornada a la creación de películas?

La verdad es que estoy muy contento con la dinámica que llevo ahora, pero también es cierto que no sé lo que voy a hacer, porque el año que viene me jubilo del trabajo reglado. No sé si voy a tener más o menos tiempo.

¿Tiene algo pendiente?

Durante mucho tiempo intenté entrar en ficción, pero no funcionó. Escribí dos guiones y los paseé por todas partes, para quedarme con la sensación de que no los leía nadie. Al final recibí una llamada de Elías Querejeta, fui a Madrid y tuvimos una entrevista, quedamos en que había que revisarlo y que volveríamos a sentarnos. Pero en aquel momento le era imposible porque estaba rodando Las cartas de Alou. Ya no volvió a llamar y lo dejé.

¿Le gustaría rescatar algo de aquello?

Hace mucho que no lo leo, pero me imagino que habrá envejecido bastante.

¿Y saltar a la arena de la ficción?

No lo sé. En aquel momento me hubiera gustado mucho, pero en los últimos años he recibido tales gratificaciones con el género documental... Me parece tremendamente rico y creo que la ficción no se le va a poder acercar nunca. En las cintas de ficción se establece una barrera entre la persona y el personaje. Con el documental te acercas a la persona, pero con la ficción a quien te acercas es al personaje. El documental también es manipulación, pero en un grado mucho menor.

¿Qué pautas sigue como espectador?

Veo mucho documental, escribí un manual para la Casa de Cultura de Intxaurrondo, en Donostia, sobre el proceso de creación de documentales. Explicaba todo el proceso de creación de un documental: cómo acercarse, cómo cruzar la barrera entre lo superficial y lo profundo... Es algo que me entusiasma. Aunque también veo bastante ficción. La verdad es que me gustan todos lo géneros. Entre otras cosas, soy asiduo del Festival de Cine de Terror de Donostia, y algunos se sorprenden.

¿Le gusta ver sus películas?

Me encanta ir a los pases de mis películas. Y comentarlas luego con los espectadores, eso es imprescindible. Las planteo casi como un camino iniciático que comienza con el primer título. Una proyección sin comentarios me parece muy frustrante.

¿Acepta bien las críticas?

Creo que todo el mundo tiene derecho a hacerlas. Juan Miguel Gutiérrez (Errenteria, 1945) Estudios Superiores de cine en la Escuela Superior INSAS de Bruselas. Tutor: André Delvaux. Trabajó en Donostiako Herri Irratia. En la actualidad trabaja en HABE realizando audiovisuales para la euskaldunización de adultos. Últimas realizaciones: 2004: Tabula Rasa. Doc. Largometraje 2005: Bozes Lexanas. Doc. Largo 2006: Isiltasun Kalea. Doc Largo 2007: Angor. Doc Largo 2008: Motema na ngai.Doc. Largo 2009: Zuzendu, mesedez!. Doc. Largo 2007: Hiru kontakizun krudel. Cortometraje Documental/Ficción. Fechas de las proyecciones de “Zuzendu, mesedez! - ¡Enfoquen, por favor!” durante la 57 edición del Festival de Cine de San Sebastián (septiembre de 2009): Viernes 18 de a las 19:00 (Príncipe 9) Sábado 19 a las 18:00 (Príncipe 10) Domingo 20 a las 19:30 (Príncipe 10)
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