Ramon Labayen. Ex político, Euskaltzale: Una sociedad, un idioma, una cultura… y de ahí una nación

2011-10-21

VELEZ DE MENDIZABAL AZKARRAGA, Josemari

BELAXE. ITZULPEN ZERBITZUA

Política, cultura, empresa... Ramon Labayen es protagonista de muchos ámbitos. Desde pequeño ha estado atrapado por un ambiento cultural. Esa característica le llevó a ser militante de EAJ-PNV y consejero de Cultura del primer Gobierno Vasco. Más tarde fuer alcalde de San Sebastián y le imprimió al cargo un signo especial. Labayen lleva a su pueblo muy adentro, y siempre está dispuesto a renacer y fortalecer la conciencia vasca.

Nació en Tolosa, en 1928. ¿Cómo recuerda aquellos años anteriores al exilio?

Como recuerdan los niños. Aquel era un mundo pequeño, de baserritarras enriquecidos por la industrialización, de nueva burguesía. Muy conservador y católico, en el que el catolicismo era una fórmula para ganarse el cielo. El ambiente en mi familia era euskaltzale, más cultural que político. Mis primeras experiencias fueron las de la ikastola, y he de decir que soy ex alumno de la primera ikastola Laskurain. El ambiente de aquella ikastola era el del Renacimiento Vasco, y tuvimos de maestra, entre otras, a Ixasi Munita. Nuestra primera comunión la organizó la ikastola en la iglesia de los franciscanos, el 7 de julio de 1936. Faltaban diez días para que empezara la broma.

Aquel ambiente euskaltzale que vivió en su familia se debe a su padre, Antonio Mª Labayen. Su casa de Tolosa era un pequeño Ateneo...

Sí. Mi padre recibía allí como amigo a curas de todas Gipuzkoa. Y, por supuesto, a euskaltzales. Jose Mari Agirre “Lizardi”, que vivía al otro lado de la calle, era como da casa para nosotros. Y nos visitaban habitualmente “Orixe”, “Aitzol”, Lupe Urkiola, Antonio Garmendia y otros muchos. También venían franciscanos. Mi padre solía decir que los frailes comían primero en el convento y la segunda comida la hacían en nuestra casa. Era un hombre muy reservado. Creo que nunca fue un hombre político. Aunque fue nombrado alcalde de Tolosa, creo que fue realmente porque le embarcaron en política. Concretamente, fue el tío de mi madre, Doroteo Ziaurritz, quien le impulsó a ello. Él sí que era del PNV y, durante la guerra, llegó a ser presidente del EBB.

Como euskaltzale que era, a mi padre le atraía el teatro. Era admirador de la cultura alemana, y tradujo al euskara algunas obras de Bertold Brecht. Vivíamos en un mundo tranquilo, dogmático y de fórmulas concretas. Mi padre era un hombre muy religioso. Mi madre, en cambio, era más liberal. Recuerdo que, cuando mi padre se hizo mayor, solía estar a menudo rezando, y mi madre le decía que lo que necesitaba era menos oración y más resignación.

Nada más empezar la guerra, tuvieron que marcharse de Tolosa, a Ipar Euskal Herria... ¿Qué tal llevó esa etapa de su vida?

Hubo diferentes etapas. Cuando comenzó el alzamiento, mi padre y muchos del PNV pensaron que aquello iba a ser otra sanjurjada, creían que iba a acabar en unos quince días. Como era verano, fuimos a Zarautz, como cada año. Viendo que los carlistas avanzaban, mi madre y los dos hermanos nos fuimos a Oñati, mientras mi padre iba con las tropas hasta Mutriku, desde donde se embarcó en un gasolino y pasó a Donibane Lohizune. A la vista de eso, mi abuelo nos consiguió una licencia de una semana para pasar la frontera, y pasamos al otro lado en el coche de Ildefonso Kalparsoro, con la señora Teresa Bandres, que hizo todo el camino llorando, porque acababa de perder a su hijo Luisito, que era falangista. Eso lo recuerdo claramente. El marido de Teresa era secretario de Tolosa y tuvo que irse a Baiona.

Nosotros tres llegamos a Ziburu y, en lugar de siete días, nuestro exilio duró diez años. No era fácil acostumbrarse a aquel ambiente. Recuerdo las reuniones que hacían allí los que marcharon de aquí. Y todavía puedo ver a “Aitzol” en Sokoa, tomando chocolate con mis padres. Esa misma noche se embarcó en el barco “Galerna” y tres días después supimos que le habían fusilado en el cementerio de Hernani.

Mis padres me metieron en el viejo colegio Sainte Marie de Donibane, que era de los maristas, y nos pusieron a todo el grupo de refugiados en un aula. Todos los de aquella aula éramos vascos abertzales y catalanes a favor de Franco y, para los frailes, nosotros éramos “les rouges”, los rojos. De esa época recuerdo las discusiones políticas que teníamos en clase. Nos dieron un único libro: un diccionario. A un muchacho de ocho años, un diccionario no le dice absolutamente nada, y yo lo tiré al río. Siempre digo que, al principio, no fuimos aceptados. El fascista Jean Ibarnegaray y los caciques de su casta intentaron discriminarnos y, por ejemplo, a nuestros curas muchas veces no les dejaban dar misa.

A medida que las cosas fueron suavizándose, en 1938 nos mudamos a una casa en Sara que encontró para nosotros mi tío Jesus Elosegi. Todos éramos euskaldunes y yo aún no entendía ni jota de francés. Lo primero que aprendimos fue la estrofa de los niños de la Marsellesa. En aquella época pensábamos que Franco iba a perder la guerra, pero cada día que pasaba éramos más pesimistas. Sin embargo, cuando los republicanos ganaron la primera batalla de Teruel, los refugiados de Sara tomamos café por primera vez, aunque la mayoría de nosotros andábamos bastante escasos de dinero. Pero cuando los fascistas volvieron a vencer... ya nos habíamos acostumbrado y los mayores decidieron seguir tomando café.

Nuestra casa se convirtió en lugar de encuentro para mucha gente, entre otros, para Elvira Zipitria y para “Orixe”. Recuerdo que la familia del famoso catedrático de Madrid Ignazio Bolibar era vecina nuestra. El hijo de Ignazio era el secretario de Negrín. Cuando se perdió la guerra, Ignazio Bolibar recibió una oferta de la Universidad de México para trabajar, y allí se marcharon.

Nosotros nos fuimos de Sara a Donibane Lohizune, en 1939, y fue allí donde empezó mi formación en serio. El colegio Sainte Marie que he mencionado antes era para los hijos de los tenderos de Donibane, ya que en él se cursaban, sobre todo, estudios comerciales. Pero como otros muchos queríamos hacer Bachillerato, se abrió una academia “Cours Louis XIV”, y fui a estudiar allí. Aprendí bastante sin pegar ni golpe, ya que eran muy buenos profesores, la mayoría de ellos llegados del norte de Francia, huyendo de la guerra europea. Aprendí muy bien Humanidades: latín, francés, historia... De matemáticas, en cambio, no aprendí nada. No iba a clase y mis padres, que bastante trabajo tenían buscando alimento y trabajo, no se daban cuenta de mis piras. Aquellos profesores nos inculcaron la afición por las Humanidades, de forma que tradujimos la Eneida de Virgilio del latín al francés. También escenificamos la guerra de Troya, que era muy llamativa para nosotros: yo era Héctor, y Karlos Almandoz, mi amigo íntimo, Aquiles. Nos sumergimos totalmente en aquel mundo enriquecedor de los clásicos.

Podría decir que fue en aquella época cuando surgió mi afición por los soldados de plomo. Es sabido cómo celebran los franceses las ceremonias relacionadas con el ejército: desfiles, uniformes, etc. Aquel mundo me atrajo y me enamoré de la fuerza y del ejército. Seguramente, si me hubiera quedado en Ipar Euskal Herria, habría sido militar.

“En mi época en el Gobierno Vasco teníamos fe, además de fuerza y vigor. Hoy en día, no lo tengo tan claro”.

Ha mencionado esa afición suya, que se convirtió también en oficio: los pequeños soldados de plomo Labayen. Se convirtieron en un referente a nivel mundial. ¡Esa sí que es buena!

Era un trabajo de artesanía y es cierto que se hicieron mundialmente famosos. Incluso hoy en día, mirando en Internet, se encuentran innumerables referencias sobre mis soldados. Puse un taller, pero como el lehendakari Karlos Garaikoetxea nos impuso la incompatibilidad de nuestro cargo con cualquier otra actividad, al final tuve que cerrar el taller. Más tarde continué, pero de una forma más simple. Por lo tanto, esa propensión al ejército la enfoqué por medio de mis soldaditos, que estaban basados en la historia. Les llamaba “gudariño” (soldadito). Los conocimientos que he aplicado en ese oficios son fundamentales para comprender mejor la historia, ya que las vestimentas de los soldados, la organización, etc. están basadas en la historia.

Cuando volvió del norte al sur de Euskal Herria y terminó sus estudios de química, comenzó a trabajar. En 1978 consiguió su primer cargo público, en el Ayuntamiento de Donostia...

Fui miembro de la Gestora de Donostia. Pertenecía al Batzoki del Antiguo y Jesus Mari Alkain hijo me propuso entrar en la Gestora, como jefe del PNV. Acepté y estuve hasta las primeras elecciones municipales de 1979, siendo presidente de la Gestora Ramón Jauregi. Las elecciones las ganó el PNV, nombramos alcalde a Jesus Mari Alkain padre y yo ejercí de concejal hasta 1980, esto es, hasta que nació el Gobierno vasco.

Así es, ya que le nombraron consejero de Cultura del primer Gobierno Vasco de la posguerra. Aquellos fueron unos momentos decisivos...

Sí. Yo elegí la Consejería de Cultura, ya que el lehendakari Garaikoetxea me ofreció otra opción: la Consejería de Interior. ¿Que cómo lo recuerdo? Diría que, en aquella época, teníamos fe, además de fuerza y vigor. Hoy en día, no lo tengo tan claro. Nuestra ilusión era dar una continuidad al gobierno anterior. Para nosotros, Jose Antonio Agirre era un mito en forma de hombre de Estado, ya que aquel gobierno de antes de la guerra tuvo todo tipo de competencias, incluido el ejército. Por lo tanto, intentamos crear un vínculo entre el nuevo Gobierno Vasco y el anterior. Para nosotros, Garaikoetxea era el tercer lehendakari, el sucesor de Leizaola.

¿Eran ustedes políticos o ciudadanos que ejercían la política?

Sin duda alguna, éramos ciudadanos corrientes. Nosotros no ejercimos en el Gobierno Vasco como miembros de un partido. Garaikoetxea también era así, y por eso surgieron líos y problemas entre el Gobierno y el aparato del Partido.

Usted se involucró sin descanso en tareas de mucho calado en pos de un nuevo resurgimiento de Euskal Herria. Además, ha sido amplio de miras y nunca se ha escondido detrás de unas siglas...

A mi lo que me interesa es la nación. Soy de antes de la guerra y estoy endurecido por la guerra. Los sucesos como el fusilamiento de Aitzol que he mencionado antes te endurecen. Pero, por otro lado, en el exilio no nos enseñaban ningún partidismo. El presidente del EBB, Doroteo Ziaurritz, nunca nos hablaba del partido. Para él, lo más importante eran la nación y el Gobierno. Éramos unos niños que creíamos en la nación. Teníamos colgado en el aula de clase un retrato del presidente de Francia, Albert Lebrun, pero para nosotros, el otro presidente era Jose Antonio Agirre. Por lo tanto, yo siempre he actuado en ese sentido y, para mi, los partidos son instrumentos, no dogmas o religiones. Muchas veces los partidos se convierten en un estorbo para trabajar por la nación. Surgen divisiones y odios. En aquel Gobierno, la nación era el concepto u objetivo principal. Y una de mis tareas de entonces, a falta de estado, era, al menos, dotar al Gobierno de un protocolo de estado. Me parecía que necesitábamos una especie de liturgia, ya que el simbolismo es necesario en un estado.

“Muchas veces los partidos se convierten en un estorbo para trabajar por la nación. Surgen divisiones y odios”.

¿Permaneció aquella liturgia?

Garaikoetxea no era en absoluto partidario. Recuerdo que, cuando vino Adolfo Suárez por primera vez a Ajuria Enea, preparamos la ceremonia con mucho cuidado. Le pedimos a Carmelo Bernaola que armonizara el “Gora ta gora”. Cuando apareció Suárez, le salió a recibir el lehendakari a las escaleras, con la ikurriña izada en el mástil y las trompetas de los miñones tocando el himno. Cuando vio aquello, Suárez se puso firme... pero Garaikoetxea no. Ahí radicaba la diferencia.

No sé si consiguió llevar el concepto de nación a todos los miembros del gobierno, ya que en aquel equipo había todo tipo de “abertzales”. Pero, al menos, lo intentó y algunos proyectos fundamentales llegaron a culminarse: EITB, HABE, Orquesta de Euskadi...

Trabajar en aquel primer Gobierno vasco fue un privilegio y una gran suerte, ya que todo estaba por hacer. Había que culminar todos esos proyectos a la fuerza. Sin embargo hubo, como es normal, muchas cosas que no pude llevar a cabo, por ejemplo, el ballet nacional. No ha mencionado que también puse en marcha la Escuela de Teatro, pero luego Joseba Arregi la eliminó.

Mi principal objetivo era crear recursos para el euskara. Tenía claro que el euskara no podía perdurar sin tener radio ni televisión. Era un instrumento fundamental para el desarrollo de nuestra lengua. Yo calificaba la Consejería de Cultura como Consejería de Defensa. Necesitábamos instituciones que fortalecieran la columna vertebral a la nación. Creamos Euskal Telebista sin permiso, como una aventura.

Que salió bien. Y en el Estado Español —incluida Cataluña— miraban a Gasteiz asombrados del coraje y la fuerza que mostraban ustedes...

Así es. El consejero de Cultura de la Generalitat, Max Cahner, vino varias veces a donde nosotros, para ver qué tipo de recursos usábamos en aquella carrera que estábamos ganando. Había uno que era básico, por supuesto: el concierto económico, la amplia autonomía que nos concedía. Y en ese caso, aunque el nivel técnico de nuestro equipo humano era muy bueno, también contábamos con otro aliado: el Servicio de Intervención Presupuestaria del Gobierno Vasco. El consejero de Economía y Hacienda, Pedro Luis Uriarte, se convirtió en una pieza importante en aquel proceso constructivo, ya que tuvo que hacer lo indecible para que nuestros proyectos no quedaran paralizados por los servicios de la administración. Nuestro objetivo principal era la legitimidad vasca y trabajábamos para conseguirlo por encima de cualquier obstáculo. Teníamos la legalidad española en contra nuestra, pero nosotros, como vascos, nos sentíamos legitimados para llevar a cabo cualquier proyecto. Hoy en día no se lleva eso... por desgracia. Se ha perdido el sentido de la legitimidad. Y no tenemos que mirar solo a Patxi López... El Gobierno Vasco se ha convertido en una institución administrativista y la funcionarización no ayuda nada en la construcción nacional.

Ahora que menciona eso, ¿ayuda el cambio de nombre del EAJ-PNV?

En mi opinión, no tiene sentido. ¿Qué la palabra nacionalista está mal vista en Europa? ¿Y qué le debemos nosotros a Europa? ¡Disgustos, nada más! Han creado la Europa de los estados, implantando la inviolabilidad de los estados que forman esa institución. Desde ese punto de vista, el futuro que nos han deparado es bastante negro.

“Creo que existe en la sociedad una especie de capacidad para identificar las razones que dificultan nuestro desarrollo como pueblo. Y también creo que tenemos claro dónde está el camino para seguir adelante”.

¿No es curioso que se pretenda cambiar la denominación únicamente en castellano?

Yo soy jelkide. Jaungoikoa eta Lege zaharrak (Dios y las Viejas Leyes). Pero si se trata de revisar el nombre, habría que hacerlo en ambas versiones. En el seno del partido hay opiniones contrapuestas. Ahí está, por ejemplo, la ley del aborto: los representantes del PNV de Madrid tuvieron que votar a favor...

Usted digo una vez que los vascos éramos el dolor de espalda de Madrid...

Yo creo que sí. Pero desde Madrid siempre encontraremos sentimientos distintos hacia nosotros. Por un lado, nos quieren. Por otro, nos odian. A la vez que nos muestran admiración, también nos tienen envidia. Para nosotros, el problema es la Constitución de Cádiz. Seguro que celebran su aniversario el año que viene. Ese día, nosotros tendremos que poner las ikurriñas a media asta y con crespón negro.

¿Cree usted que existe esa conciencia entre nosotros?

¿No se debe crear o reforzar esa conciencia desde el mundo de la cultura? De todas formas, creo que existe en la sociedad una especie de capacidad para identificar las razones que dificultan nuestro desarrollo como pueblo. Y también creo que tenemos claro dónde está el camino para seguir adelante. Los datos muestran, por ejemplo, que en Tolosalde hay en estos momentos cuatro mil niños en las escuelas. Los padres de cuatro de ellos han escogido que sus hijos se eduquen en castellano. Eso quiere decir que los padres jóvenes tienen un sentimiento vasco, es señal de que tienen un sentimiento nacional.

Le veo esperanzado...

Sin duda. Lo que ocurre es que todos queremos conseguir que se materialice al instante aquello tras lo cual vamos. Pero en la historia de este país, la vida de cada persona no llega a representar ni un segundo. Y tenemos que ir con sosiego.

Ahora que menciona el tiempo, un personaje de larga cronología fue Jose Migel Barandiaran, el cual le conoció a usted desde niño. ¿Qué recuerda de aquel ataundarra, cuando se cumplen 20 años desde su desaparición de entre nosotros?

Lo conocí en Sara, en la casa Ibarsoro Berria. Era, ante todo, cura, un cura severo al que debíamos reverencia. En aquellos tiempos, yo no tenía otra conciencia de aquel hombre. Me daba clases de latín... y también coscorrones. La verdad es que no le tenía mucho cariño. A veces, mis padres me enviaban a ayudar a On Jose Migel en alguna excavación. Y me aburría. Y como él comía muy poco, yo también comía poco en aquellas salidas.

Posteriormente, las relaciones cambiaron. Un tío mío compró el caserío Bidartea de Sara y comenzó a restaurarlo. Pero cuando llegaron los alemanes, se volvió a Hego Euskal Herria. Entonces, mis padres terminaron la obra y, a partir de entonces, pasábamos los inviernos en Donibane Lohizune y en verano nos íbamos a Sara. Nosotros volvimos en 1946, y mi padre ofreció Bidartea a Don Jose Migel. Él lo aceptó y, cuando volvió a vivir a Ataun, Barandiaran construyó una réplica de Bidartea, que es la actual Sara Etxea.

“Desde Madrid siempre encontraremos sentimientos distintos hacia nosotros. Por un lado, nos quieren. Por otro, nos odian. A la vez que nos muestran admiración, también nos tienen envidia”.

Con esta nueva pregunta vuelvo a Ipar Euskal Herria: una vez comentó que nuestra sociedad dio una clara muestra de jansenismo, sobre todo cuando los propios militantes no votaron al PNV... Tal vez se refería a la necesaria regeneración ética...

Sí. Se dieron varios escándalos —el del aborto, por un lado, y las corruptelas económicas, por otro— y la militancia castigó al Partido. El abad Saint Cyran era euskaldun y yo creo que nosotros siempre hemos sido jansenistas: justicieros, defensores del derecho en contra de quien sea. ¿Qué es el jansenismo, una virtud o una herejía? Nosotros hemos obrado con rectitud a lo largo de la historia, y por eso hemos perdurado.

Eso quiere decir que hay que saber sacrificar el poder ante la ética…

Claro. Creo que fue Pascal el que dijo que, cuando se empiezan a arrinconar y a menospreciar los principios, al final se pierde todo. Si los intereses a corto plazo dominan esos principios... ¡malo!

Como ya he comentado antes, le veo animado y esperanzado de cara a una planificación política a largo plazo...

Sí, sí. Se está consolidando un país. Como solía decir Carlos Santamaría: una sociedad, un idioma, una cultura… y de ahí una nación. La sociedad es la que crea la nación. La propia etimología de la palabra lo muestra claramente: nascor, nacer. Nosotros surgimos hace mucho tiempo, pero cuando se fortalezcan las realidades culturales, vendrán las realidades políticas. No tiene sentido exigir derechos políticos, si no se refuerzan previamente los derechos culturales.

En una de las paredes de la sala en la que nos encontramos se pueden observar dos viejos documentos. Uno de ellos, de 1871, está firmado por Carlos VII, y en él podemos leer lo siguiente: Rey de las Españas. El segundo es de 1864 y, en él, Alfonso XII se autoproclama Rey Constitucional de España. Hoy en día, ¿Qué es España?

Alfonso XII. Estamos muy lejos de los proyectos de Carlos VII. Yo he tenido buenas relaciones con militares españoles —hasta me dieron una medalla, ¡fíjese!— y en mi discurso les dije que España no sería nada sin la suma de todas las Españas.

A la vista de los momentos que estamos viviendo en Euskal Herria, ¿tendrá nuestra sociedad el beneficio del rearme?

Estamos poniéndolo en marcha. La nación se está fortaleciendo. Hace cincuenta años, en Alza, el 85% de la población era inmigrante. Actualmente viven ahí sus nietos, convertidos en euskaldunes autóctonos. Las cosas van al paso que van. Sabino Arana creó un movimiento nacional cultural. Con unos objetivos políticos, claro, pero fundamentalmente cultural. Antes de la guerra, la mayoría de los personajes culturales estaban relacionados con el PNV: Lizardi, secretario del GBB; la mayoría de los hombres y mujeres del Renacimiento Vasco eran del Partido... En la actualidad, no es así.

Eso me trae a la memoria aquello que mencionó usted en cierta ocasión de que en el PSOE eran unos profesionales de la movilización de masas humanas Actualmente, ¿hay fuerza para una movilización vasca?

Mire lo que ha ocurrido en Gipuzkoa, con Bildu. A nivel de España, no hay diferencia entre el PSOE y el PP. Estamos viendo que la Europa de los Estados ha fracasado. ¿Una moneda única y veintisiete políticas financieras? Lo más normal sería transferir muchas competencias a Bruselas. Por lo tanto, no es lógico tener autonomía financiera dentro de un Estado Autonómico. Por encima de todo, deberíamos estar preparados culturalmente. Ahí está el meollo de la cuestión, esa es la base. La política es una consecuencia posterior. Ramon Labayen Sansinenea (Tolosa, 1928) Nace en Tolosa y estudia en la ikastola Laskurain, en euskera. El padre era alcalde de Tolosa, del PNV, y cuando llega la guerra tienen que huir a Zarautz, luego a Oñati y más tarde a Iparralde. Estudió en colegios de allí y ya de vuelta, siguió el Bachillerato en los Jesuita de Donostia. Se licenció en Químicas en Madrid. Trabajó en la industria conservera en Inglaterra y Navarra, dedicándose, posteriormente, a la dirección de empresas turísticas.Fue el primer consejero de cultura del Gobierno Vasco constituido en 1980, desempeñando el cargo hasta 1983. Así pues, corrió a su cargo la puesta en marcha de la obra cultural y deportiva de E. Jaurlaritza y de entidades fundamentales como Euskal Telebista, Euskadi Irratia, HABE, premios literarios, OBE, Orquesta de Euskadi... En 1983 cesó en su cargo para acceder a la alcaldía de Donostia-San Sebastián.
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