Siempre es una buena noticia que un museo cumpla cien años, aunque supondrá un periodo más ajetreado de lo normal. ¿Cómo lo están afrontando?
Pues la verdad es que lo llevamos muy bien, de momento el año va estupendamente. Estamos muy contentos de cómo se está desarrollando este centenario.
¿Qué menú ha preparado la pinacoteca para celebrar este cumpleaños?
Pues lo hemos planteado sobre una idea de celebración de los apoyos que el museo ha recibido en sus cien años de vida. Acabamos de publicar la Guía de Artistas Vascos, que está teniendo un éxito tremendo, y, además, hemos hecho una exposición: con un cuadro de cada artista hemos hecho un recorrido rápido para darse cuenta de la pujanza que ha tenido el arte vasco desde el siglo XIX. Hemos arrancado así con la convicción de que ellos fueron uno de los pilares para que este museo funcionara, fueron un motor muy importante de modernidad. Y es un motor que ha servido para que la máquina siguiese funcionado a esa altura. Además de este homenaje, presentamos una exposición sobre el siglo XIX, porque queremos saber qué tenemos en el museo y en qué condiciones lo tenemos, estudiando nuestra exposición. La siguiente va a ser “De Goya a Gauguin”, una muestra que se ha hecho ya en otros lugares, pero que aquí llega con un catálogo más grande, aumentando el número de obras. Un centenario es un buen momento para hacer una reconsideración de lo que tienes y de lo que eres. Por otra parte, ahora tenemos la exposición de Peter Blake. Hacemos lo que podemos por traer exposiciones de carácter internacional, que no sólo aporten a nuestra ciudadanía unos datos internacionales, sino que también podamos aportar desde aquí cosas a la comunidad internacional. El interés por los autores internacionales, el no estar sólo mirándonos el ombligo, es otro de nuestros objetivos. La ambición es desmedida pero son los presupuestos los que nos sitúan en el territorio que podemos tocar. Después de “De Goya a Gauguin”, vamos a tener la gran exposición de Sorolla, son cuadros que han hecho furor en Valencia y que espero que aquí también atraiga a mucho público. Al adelantarla a este año hemos tenido que retrasar un año la de Murillo, que llegará en octubre de 2009.
Repasemos la trayectoria de este museo desde 1908...
Este museo ha sido una institución que, a pesar de los altibajos que ha podido tener estos cien años por razones de desatención en momentos políticos no muy brillantes que hemos padecido, ha tenido siempre como una especie de implicación muy grande en la gente. Siempre se ha visto como una referencia, se le ha visto como algo propio. La gente ha apoyado mucho el museo. Los coleccionistas por una parte, ya desde el origen, fueron capaces de ser quienes formularan las primeras colecciones. Y las primeras donaciones resultaron ser la base de la colección. El museo es una de las guindas del pastel de aquella burguesía emergente cuando el territorio empezó a enriquecerse con la explotación minera, la siderurgia y los astilleros y, luego, la banca. A partir de mediados del XIX, se crea una sociedad nueva, más dinámica. En ese contexto aparece mucha gente aficionada al arte. En 1908 es cuando se concibe el museo en la Diputación y el Ayuntamiento de Bilbao, apoyado por muchos burgueses, coleccionistas y aficionados al arte. El tercer factor, además de las instituciones y de esos particulares de la burguesía de entonces, son los artistas que aparecen. Surge un núcleo fuerte de artistas vascos: el tolosarra Lekuona, el bilbaíno Barroeta, el también bilbaíno Zamacois, Martín Amigo, De la Cuadra... Aquella sociedad estaba esperando que apareciesen unos hijos en forma de artistas, y aparecieron. Estos artistas van a ser amigos directos de los grandes genios que funcionan en París. Todos ellos, para 1908 ya han ido a París y han sembrado la semilla de una nueva pintura. Y ellos van a apoyar la idea del museo. Empiezan a conseguir piezas, hacen que las instituciones las compren, los coleccionistas donan y ellos mismos aportan sus cuadros. Fueron un elemento importantísimo.
Con una trayectoria tan brillante tiene que dar un poco de rabia seguir siendo el segundo museo de Bizkaia...
Somos el segundo desde hace diez años, porque antes éramos el único (risas). El Guggenheim está cumpliendo su función de una manera maravillosa, porque su función no es sólo ser museo, sino representar la transformación de la ciudad y, de hecho, lo ha conseguido. Su función es impecable y admirable.
¿Y puede ser que, gracias al Guggenheim, el Museo de Bellas Artes haya acaparado más atención?
Efectivamente, a nosotros se nos ha hecho más caso desde que está el Guggenheim. Nuestras dificultades han sido mucho mayores antes que ahora. Este museo ha ido creciendo con mucho esfuerzo, con mucha fe por parte de mis antecesores y de las instituciones y artistas. Todos ellos han hecho que el esfuerzo se mantenga a pesar de las dificultades, básicamente presupuestarias. Esas dificultades son mucho menores ahora, de hecho estamos viviendo el mejor momento de toda la historia del museo. Nuestros presupuestos son los mejores de siempre, compramos más regularmente que nunca, podemos hacer unas exposiciones fantásticas... Lo que hemos conseguido es tener tres exposiciones destacadas al año y poder anunciarlas en septiembre y, además, tener otras tres o cinco más. Se ha estabilizado la oferta de exposiciones y de programas. Y todo eso es señal de que la atención es mayor ahora que nunca, algo que yo atribuyo al Guggenheim.
¿Y se nota la llegada de más público extranjero arrastrado por el museo de titanio?
No cabe duda de que hay visitantes extranjeros que antes no había, pero nosotros tenemos el 70%-80% de los visitantes locales y entre el 20%-30% de fuera, algo que en el Guggenheim es justo lo contrario. A la gente que viene a Bilbao no se le induce a venir a este museo como se le induce a ir al Guggenheim. No nos ponen el autobús en la puerta, no se si algún día lo harán, ojalá, pero ahora mismo no. Aún así, nosotros cumplimos una misión diferente a la que hace el Guggenheim, suministramos cultura a nuestro entorno más próximo, y hacemos una labor científica por estudiar el arte vasco, por traer autores que merecen la pena, por adquirir patrimonio que consolide la colección y la oferta cultural. Para eso se creó el museo y seguimos haciéndolo. Si además podemos atraer a más turistas, pues maravilloso, pero nosotros no tenemos capacidad para crear esa nueva situación, eso tendrá que ser desde las instituciones y operadores turísticos privados.
¿Qué le respondería a una persona que argumente que ir a un museo es una actividad aburrida?
Es algo que todavía se escucha. ¿Crees que la gente se divierte haciendo gimnasia? Es muy aburrido, pero la gente visita los gimnasios con entusiasmo. Eso no significa que las consecuencias de esos actos no sean útiles. Visitar el museo tiene un principio de conocimiento que, lógicamente, necesita un esfuerzo. Conocer lleva a poder discernir mejor la realidad en la que te mueves, te lleva a tener un equilibrio más profundo con las cosas de tu alrededor y contigo mismo. Quien no sabe percibir esa belleza es que no ha ejercitado suficientemente su conocimiento.
¿Y a quién se excusa diciendo que no entiende de arte?
Pues le diría que haga algo por entender, porque para manejar un móvil o un ordenador algo ha tenido que aprender. Yo no sé porqué la gente tiene la creencia de que tienes que tener ciencia infusa para saber de arte. Hay que leer libros. Es verdad que puedes disfrutar del arte sin todo ese bagaje, pero se disfruta más con cierto bagaje. Es imposible que te guste algo con lo que no has tenido una relación. Si no has estado nunca delante de un cuadro, ¿cómo no te va a aburrir? Hay que sacar el carnet de conducir para disfrutar de un coche. Desde su origen, el hombre sabe que su relación inteligente con el mundo pasa por un montón de cuestiones que son duras, de aprendizaje, de conocimiento y de fraguarse a sí mismo hacia una concepción adulta de las cosas.
Un museo tiene que procurar estar bien relacionado con otras pinacotecas del mundo. ¿En qué punto está el de Bellas Artes?
¡Nos llevamos bien con todos! Es obligado que las relaciones sean lo más fluidas posibles. Con el Prado tenemos una relación estupenda. Por ejemplo, nos deja “La marquesa de Santa Cruz” en los últimos tres meses del centenario, que, oficialmente, es en octubre. Tenemos una excelente relación con pinacotecas de Catalunya, Valencia, Sevilla, Francia, Italia, Inglaterra...
¿Es tan buena la relación del museo con las instituciones locales?
Pues sí, pero siempre hay algo que pedirles, es nuestra obligación, siempre les estamos pidiendo cosas. Unas veces nos dan y otras no, pero eso no significa que la relación no sea óptima. Ellos tienen que distribuir lo que hay de una manera equitativa entre todos. Nuestra obligación es forzar la máquina y hacer que este museo crezca.
Este mes de mayo cumple usted seis años al frente del museo. ¿Qué balance hace de este periodo?
Ha sido una experiencia excelente, agradezco enormemente que se pensara en mí para este puesto. He hecho lo que he podido para desarrollar el museo y creo que se han conseguido cosas: se han estabilizado los programas y hay un mayor conocimiento de nuestra colección. En esas dos facetas me gustaría que se me reconociera, por si acaso no se me reconoce, lo digo yo (ríe).
Ahora hay que trabajar en hacer crecer la colección, organizarla cada vez mejor, conocerla cada vez mejor, tenerla cada vez mejor cuidada, plantear exposiciones más ambiciosas... ¡Esto es un proceso infinito!
¿Y cuál diría que ha sido el mayor hito conseguido por el museo a lo largo de la historia?
(Pensativo). Yo elegiría como hito una adquisición, una entrada en la colección. Hay dos cuadros que son los que más me gustan de la colección, así que sus entradas me parecen esenciales. Pero como sólo puedo elegir uno escogeré el más internacional de los dos, un Gentileschi (1.597-1.654). Esa pintura, cuando entró en este museo, le dio un empaque singular como obra cosmopolita. Gentileschi, caravaggista, está trabajando en la corte inglesa cuando pinta este cuadro. Representa algo de una cultura muy ambiciosa, muy sofisticada, muy rica de expresión y de concepto.
Otro de los grandes momentos del museo responde a su ampliación. ¿Satisfecho con su nuevo aspecto?
Creo que el museo está precioso. El Guggenheim es un hito internacional de la arquitectura de principios del siglo XXI, y es un edificio fastuoso, pero el nuestro también es de una enorme belleza y de una gran adecuación a su función. Creo que tiene itinerarios que son muy bellos. Es un museo muy apreciado por los arquitectos, que cumple una función de receptáculo del arte con gran belleza y sentido práctico simultáneamente. Pero esto sigue creciendo. La colección ha crecido un disparate. No sólo hemos comprado mucho, sino que hemos recibido donaciones enormes y vamos a seguir recibiéndolas. Todo esto nos va a llevar a una necesidad de ampliación en pocos años. No sé cuándo podrá plantearse, pero es algo que está ahí.
¿Y por qué tanto el Guggenheim como el Bellas Artes tienen restaurante? Es una vieja costumbre en Europa y Estados Unidos. El que haya restaurantes de calidad es por la calidad de la gastronomía vasca. Nosotros tenemos una gran admiración por la gastronomía, estamos convencidos de que es una de las Bellas Artes. Cuéntenos, ¿qué planes tiene el museo una vez terminado el centenario?Para 2009 las pautas son las mismas: seguimos pensando en hacer exposiciones sobre nuestros artistas. Habrá una antológica de Vicente Ameztoy otra de Anselmo Guinea, tendremos la exposición del “Joven Murillo” como gran cita para el año que viene y hay algunas otras por cerrarse. La tónica va a ser la misma. Luego, a lo largo del año, puede haber alguna sorpresa... pero no puedo concretar qué sorpresa puede ser... ¡Porque sino dejaría de ser sorpresa! Javier Viar Olloqui (Bilbao, 1946) Licenciado en Farmacia por la Universidad Complutense de Madrid en 1969. Ha sido presidente del Colegio Oficial de Farmaceúticos de Bizkaia. Durante 14 años ha sido miembro del consejo de administración del Museo de Bellas Artes, del cual es director desde el año 2002. Así mismo, fue miembro del primer comité asesor de compra de obras del museo Guggenheim de Bilbao, junto a Kosme Barañano, Javier Gonzalez de Durana y Jose Manuel Bonet entre otros. Es uno de los mayores conocedores de la obra de Rafael Ruiz Balerdi. Apasionado con la escritura, se desenvuelve perfectamente tanto en la crítica de arte como en la literatura, ha colaborado tanto en periódicos (El Correo, El País, El Mundo del País Vasco, Bilbao) como en revistas (Gazeta del Arte, Kurpil, Común, Pérgola, Margen Cultural, Composición Arquitectónica, Album, REKarte). También escribe textos para catálogos de exposiciones y libros. El director del Museo de Bellas Artes de Bilbao es autor de poemas, novelas –en 1991 obtuvo el Premio Pío Baroja con La sangre del doral–, y de cuentos –Premio Ciudad de Irun en 1992 por La muerte de la novia–. Estas son algunas de sus publicaciones: El Paraíso a cambio; El ángel y la cripta de Zumárraga; La agonía del ángel; Balerdi. La experiencia infinita / Balerdi. Azkengabeko esperientzia; La imagen de Bilbao en las revistas ilustradas...