Larrañaga y Yolanda Jubeto. Doctoras en Economía: Este sistema no funcionaría si no se hicieran muchos trabajos que no se visibilizan

2017-10-04

BELAXE. ITZULPEN ZERBITZUA

¿Qué es la economía feminista? ¿Cómo ha surgido ese concepto?

Mertxe Larrañaga (M.L.): Podríamos decir que la economía feminista es una corriente de la disciplina económica. Se basa, por un lado, en la economía y, por otro, en el feminismo, como su propio nombre indica. Tiene diversas características. Se puede decir que es una corriente crítica. Es crítica no solo con la realidad, sino también con las explicaciones que la economía ofrece sobre la realidad.

La economía feminista se ha desarrollado principalmente en las últimas décadas. En las universidades no ha tenido mucho éxito pero sí lo ha tenido en la sociedad, en las organizaciones no guberntales, en los movimientos sociales... El análisis del reparto del trabajo en función del sexo ha sido muy importante para el desarrollo de la economía feminista, ya que, en cierto modo, es su punto de partida.

Yolanda Jubeto (Y.J.): Además, también cabría afirmar que la economía feminista ha intentado oponerse a la economía ortodoxa.

Como fecha de inicio suele citarse la década de los 80, ya que la asociación económica estadounidense con más renombre aceptó un panel sobre economía feminista en uno de sus encuentros anuales. A partir de ahí, comenzaron a publicarse libros y, a mediados de los 80, salió el Feminist Economics... Es verdad que al principio estuvo ligada al movimiento académico estadounidense y al entorno anglosajón, pero, después, se ha ido extendiendo. El movimiento feminista ha hecho suya la economía feminista en muchos lugares y, particularmente, en América Central y en América del Sur, además de en el País Vasco. De esa forma, se ha dejado de considerar una noción exclusivamente académica. Su influencia ha sido muy reducida en la Facultad de Economía y Empresa, pero en determinados movimientos ha tenido un gran calado y, desde mi punto de vista, es un factor esperanzador porque quiere decir que la economía feminista está estrechamente relacionada con nuestra vida diaria; por tanto, ser consciente de ella es tarea de todas las personas. Para mí esa es la parte más interesante de su recorrido.

Yolanda Jubeto

“Cabría afirmar que la economía feminista ha intentado oponerse a la economía ortodoxa”.

La economía feminista tiene en cuenta otras actividades que son imprescindibles para el sistema. Son tareas que no están relacionadas con la producción, por las que no se percibe un sueldo o a las que se les asignan sueldos precarios. ¿Por qué?

Y.J.: Porque, al fin y al cabo, la economía ortodoxa ha centrado sus objetos de estudio en torno al mercado, con la finalidad de medir transacciones en las que el único valor que se tiene en cuenta es el capital, todo se mide en función del dinero y de las relaciones mercantiles. La aportación de la economía feminista es muy significativa porque tiene en cuenta prácticas básicas y fundamentales que quedan fuera del mercado como son, por ejemplo, las tareas relacionadas con el cuidado y el propio desarrollo del concepto de cuidado, que es cada vez más amplio. Antes se hablaba más de las tares domésticas, luego se ha hablado más de las tareas relacionadas con el cuidado y, actualmente, se conjugan ambas. La economía, por lo general, no las ha reconocido como actividades económicas y las personas que las realizan no tienen la consideración de personas activas; no se las tiene en cuenta. Sin embargo, todas esas tareas son la raíz que sostiene la actividad económica. Desde el punto de vista de la economía feminista, son fundamentales y por eso las comparamos con frecuencia con la teoría del iceberg: constituyen la parte más importante de lo que no se ve; es la parte que asume la mayor carga de trabajo. Sobre las mujeres recaen las tareas relacionadas con el cuidado. Las mujeres cuidan de la nueva generación (niños y niñas), de la anterior (las personas ancianas), además de ocuparse de cuidar el hogar físicamente (tareas domésticas). También es verdad que, en función de la clase social, las mujeres burguesas contratan a otras personas —normalmente a otras mujeres— para que hagan esas tareas, lo que conlleva la salida al mercado de trabajo, pero, por lo general, se hace en unas condiciones muy precarias.

¿No es así, Mertxe?

M.L.: Sí, yo creo que esa es una de las aportaciones más importantes. El sistema de indicadores y este sistema no funcionarían si no se hicieran muchos trabajos que no se visibilizan. Las personas que se dedican profesionalmente a la economía han utilizado como excusa para no contabilizar dichas tareas el hecho de que no se traducen en dinero, razón por la cual no pueden incluirse dentro de la economía.

Como has mencionado, el concepto del cuidado es cada vez más amplio. Las actividades relacionadas con él siempre han sido importantes y una de sus características es que se van a seguir necesitando, así que continuarán siendo importantes también en el futuro. Hoy en día se corre el riesgo de que se mercantilicen; con eso no queremos decir que se deba hacer o no, sino que está apareciendo esa tendencia. En el ámbito de los cuidados, el sector público tiene mucho que decir. Lo cierto es que se realiza en entornos privados, que la forma de contratación suele ser precaria y que suele estar en manos de mujeres. Ese es el riesgo, el de hacer negocio con todos estos trabajos. No obstante, analizar este fenómeno es seguramente la aportación más importante de la economía feminista.

Y.J.: Sí, se trata de visibilizar lo que, en general, no se ha tenido en cuenta.

Cuando se celebró el primer congreso sobre Economía Feminista en Bilbao (en concreto, en 2005, en nuestra facultad), el tema principal fue ese, intentar romper las fronteras del mercado. Veíamos que dichas fronteras falsas estaban, precisamente, en el núcleo de la economía feminista. Por otro lado, es obvio que hay mercantilización y que deberemos incluirla siempre en nuestro análisis.

M.L.: Se trata, en definitiva, de no limitar el estudio a los mercados y afirmar, por el contrario, que el objetivo de las actividades económicas es el de vivir bien; es decir, se trata de colocar en el centro a las personas y a la calidad de vida de las personas. Un dato interesante es que posteriormente han surgido también otras corrientes en ese mismo sentido.

Mertxe Larrañaga

“Se trata, en definitiva, de no limitar el estudio a los mercados y afirmar, por el contrario, que el objetivo de las actividades económicas es el de vivir bien; es decir, se trata de colocar en el centro a las personas y a la calidad de vida de las personas”.

La economía feminista no comparte las explicaciones que ofrece la economía ortodoxa. ¿A qué explicaciones se hace referencia?

M.L.: La economía feminista cuestiona muchos conceptos que se han utilizado habitualmente en economía y uno de ellos es el concepto del trabajo. El trabajo no es solo aquello que se hace a cambio de un salario. No hay que limitar el análisis a los mercados.

Cuando se limita a los mercados, la economía ortodoxa entiende que los agentes económicos, los mercados, son independientes y que funcionan bien así, es decir, gracias a la mano de obra que no se visibiliza. Afirma también que los sujetos económicos tienen características muy particulares. En concreto, los sujetos económicos son siempre racionales, es decir, adoptan todas las decisiones de manera racional. Son independientes, autónomos y absolutamente egoístas. Siempre se mueven en el mercado, nunca han sido niños, no se ponen enfermos y permanecen activos en el mercado tomando decisiones cuyo objetivo es obtener casi siempre la renta más alta. La economía feminista cuestiona todas esas creencias y afirma que un sujeto de esas características no ha existido nunca. Es cierto que somos egoístas pero también tenemos muchas otras cualidades, no solo la del egoísmo, la de la racionalidad, etc.

Y.J.: Al fin y al cabo, las personas dependemos en gran medida unas de otras. Desde que nacemos hasta que nos morimos necesitamos servicios de otras personas y, cuando nos quedamos solas, somos conscientes de nuestras debilidades. Según la teoría económica, solamente buscamos beneficios. De esa forma, cuanto mayor sea nuestro beneficio económico, mayor será también nuestra felicidad. Por ello, el mercado nos lleva a aumentar el consumo como medio para estar más cerca de esa felicidad.

Antes comentabas que el eje central debía ser el bienestar de las personas; sin embargo, cuando la economía ortodoxa hace referencia al bienestar, únicamente valora la renta, tan solo habla de consumismo. Sitúa el consumismo en el centro, en lugar de dar importancia a aquello que realmente necesitamos. Por un lado, nuestro entorno es fundamental, así que dependemos de la ecología: ¿qué haríamos sin árboles? ¿Podríamos vivir sin la naturaleza? No, nos moriríamos. Además, también dependemos de las personas.

La economía ortodoxa no acepta nada de todo eso y, por ese motivo, desde el punto de vista de la economía feminista, hemos decido llamarla «economía sin corazón». No tiene corazón, ni emociones, ni empatía con el resto. A menudo, nuestras decisiones no tienen un precio de venta por el que canjearlas; sin embargo, contamos con muchas cosas para vivir mejor con la gente, para crecer. En nuestro pueblo —y también en otros— se hacen trabajos de buena vecindad. Hacemos algunas actividades conjuntamente por nuestro bien y por el de las demás personas, y porque pensamos que las relaciones sociales son fundamentales, son la piedra angular de nuestro bienestar. Puede haber un punto de egoísmo, ya sabemos que es necesario para vivir mejor, pero la economía ortodoxa divide nuestro espacio, nuestra vida, ignora aspectos que son imprescindibles y que la economía feminista desea colocar en el centro.

M.L.: Tomando esa idea como punto de partida, hay otro concepto que es también muy criticable. Se trata de la medida del bienestar entendida como la renta per capita. La economía feminista considera que hay que buscar otros criterios de medida. Si llevamos los análisis económicos al extremo, caemos en el absurdo. Si fuésemos completamente racionales y actuásemos solo en función de dicho egoísmo, llegaríamos a situaciones tan absurdas como invertir más en los hijos o hijas más inteligentes y menos en los menos inteligentes; y eso no coincide en absoluto con la realidad.

Yolanda Jubeto eta Mertxe Larrañaga

“Cuando la economía ortodoxa hace referencia al bienestar, únicamente valora la renta, tan solo habla de consumismo. Sitúa el consumismo en el centro, en lugar de dar importancia a aquello que realmente necesitamos”.

Una de las preocupaciones principales de la economía feminista es el aumento de las desigualdades en el mundo. En general, ¿no deberían preocuparse de ello todas las personas que se dedican a la economía?

Y.J.: De hecho, cada vez hay más personas expertas en economía que hablan de desigualdad y de desigualdad económica. Por ejemplo, tenemos el libro de Piketty, sobre el capital en el siglo XXI; y también se han hecho varios intentos en el mundo de la banca, de la mano de antiguos economistas como Stiglitz y Milanovic. No obstante, para la economía feminista las relaciones de poder son un tema central y como en las relaciones de poder hay también una gran disparidad —entre hombres y mujeres de diversos ámbitos y también entre diferentes hombres y mujeres—, a través de la interseccionalidad, le da mucha importancia al poder económico y a la concentración del poder económico.

En la actualidad, la renta está cada vez más concentrada. La propia banca nos lo dice. En el informe anual del Banco Nacional de Suiza se indica claramente que el número de personas que controla la mayor parte de la renta es cada vez menor. La mayoría de la riqueza, más de la mitad, se concentra en el 1 %; y si le añades el 10 %, casi más de la mitad, dos tercios. Es muy preocupante.

Sin embargo, ¿por qué se piensa desde la economía ortodoxa que esa situación es normal? Pues porque está a favor del sistema capitalista y porque el aumento de las desigualdades forma parte del núcleo de nuestro sistema capitalista patriarcal, constituye una parte importante de su naturaleza. Tal y como indica su propio nombre, el objetivo es la acumulación del capital y la acumulación se facilita cuando se reduce el número de manos entre las que se reparte. Marx, entre otros, lo decía ya en el siglo XIX. Por tanto, si defiendes el capitalismo, no puedes criticar mucho las desigualdades económicas ni las desigualdades sociales que conlleva (las desigualdades entre colectivos, entre mujeres y hombres...). Les parece que son aspectos secundarios y que, finalmente, el propio mercado encontrará el equilibrio, aunque no sabemos cuándo...

Lo que se ve con claridad es que la diferencia entre esa teoría económica y el mundo real es cada vez mayor; por eso, no ven venir las crisis, en su marco teórico no hay lugar para ese tipo de vicisitudes.

Ese aspecto forma parte de tu investigación, sobre todo.

M.L.: Sí, desde luego, se puede afirmar que durante mucho tiempo las desigualdades han sido un aspecto muy, muy secundario para muchas personas expertas en economía. Es verdad que hoy en día está creciendo la preocupación por las desigualdades, pero en esa filosofía subyace la idea de que lo más importante es crecer y luego, de una forma o de otra, acabará llegando. No importa cómo suceda y cuánto le tocará a cada persona; lo importante es que les llegará algo, incluso a los que están abajo. Sin embargo, después, vemos que no sucede así, que las desigualdades son muy grandes y que los porcentajes de acumulación son cada vez menores; por eso, lo consideramos injusto.

La economía feminista siempre ha puesto sobre la mesa las desigualdades; sobre todo, las desigualdades de género, pero también las desigualdades sociales. Intentamos analizar todas las desigualdades, tanto las que se dan entre mujeres y hombres, como las que tienen lugar entre las mujeres y entre los hombres. Antes has hablado de interseccionalidad y, de hecho, no somos iguales, no hay una uniformidad exclusiva. Es necesario hacer cruces de datos: por ejemplo, la variable del sexo con la de la clase o con el nivel de renta; o con la edad, con el nacimiento... La desigualdad debería ser el tema central de la economía.
 

Yolanda Jubeto

“El aumento de las desigualdades forma parte del núcleo de nuestro sistema capitalista patriarcal, constituye una parte importante de su naturaleza”.

Los estereotipos siguen mandando con mucha fuerza.

M.L.: Hoy en día la realidad ha cambiado mucho, no es igual que la de hace 20 años y mucho menos que la de hace 50 años. Sin embargo, las desigualdades entre mujeres y hombres siguen siendo muy grandes, no estamos en el mismo nivel. Las tareas domésticas no se reparten equitativamente, ni tampoco se reparte igual la vida dentro y fuera de casa. En el mercado, a menudo (no siempre), estamos en lugares diferentes. Son muchas las razones que explican esa situación pero una de ellas es la fuerza de los estereotipos. Se piensa y se habla de los estereotipos y, seguramente, a menudo se explican mediante argumentos biológicos. Parece que las personas tenemos características diferentes: unas somos más capaces de hacer unas cosas; y otras, de hacer otras. Por tanto, tenemos características distintas, nos movemos de forma diferente, las emociones también tienen que ver en ello, etc.

Los estereotipos ejercen mucha fuerza e influyen enormemente, por ejemplo, en la elección de los estudios, en la contratación de una persona (según sea hombre o mujer). También se piensa que funcionamos de distinta manera en el trabajo, que nos comportamos de distinta forma a la hora de abandonar el trabajo. Es importante superar todos esos estereotipos, porque, aunque seamos diferentes en muchos aspectos, no hay razón para generar desigualdades de poder. Todas las personas tenemos capacidades; sin embargo, hoy en día la fuerza de los estereotipos sigue siendo considerable.

A mí me preocupan particularmente los estereotipos que se dan entre las personas jóvenes y su influencia, sobre todo, en la franja de edad de los 20 a los 25. El papel de la escuela en ese terreno es muy importante, pero también el de los medios de comunicación y, a decir verdad, no sé cómo se puede afrontar ese problema.

Y.J.: No, no es fácil. Como has dicho es un tema que viene de muy lejos. Especialmente en nuestra sociedad, ser mujer siempre se ha relacionado con ser madre. La maternidad se ha centrado únicamente en torno a las mujeres y los hombres suelen quedarse fuera de todo lo que la rodea. Por tanto, la carga recae sobre las mujeres y se deja en sus manos una gran cantidad de responsabilidades. Tras la maternidad viene todo lo demás y, aunque la división sea cultural, está muy idealizado.

A mí los estereotipos machistas me recuerdan mucho a los estereotipos racistas. Hace un siglo, en el debate sobre las razas se afirmaba que las personas de algunas razas, de algunas etnias, no eran tan inteligentes como las personas occidentales. Se trata de una noción antigua porque ya Aristóteles defendía que ni las personas esclavas ni las mujeres tenían alma. Está claro que, dada la gran diversidad de dependencias enraizadas, no se está empleando la energía necesaria para hacer frente a dichos estereotipos. En el propio sistema educativo se ve que protegemos numerosas jerarquías: unas veces de forma consciente; y, otras veces, no. Se establecen jerarquías y fronteras entre pueblos, entre personas, entre mujeres y hombres o dependiendo del lugar de nacimiento. Podemos preguntarnos por qué las personas inmigrantes solo pueden hacer un tipo de trabajos y otros no; por qué razón se piensa que las mujeres pobres tienen muchas carencias; por qué se ignoran sus capacidades... Jerarquizamos constantemente y ahí radica la importancia de los estereotipos. Y, también, influye el desconocimiento.

Desde mi punto de vista una solución puede ser mejorar la complejidad de otras realidades y la de las mujeres; ir conociendo modelos diferentes. Los estereotipos se basan, en gran medida, en la simplificación. Toman parte de la realidad pero la simplifican tanto que generan mentiras. Por tanto, debemos conocer mejor nuestras capacidades, nuestra diversidad y nuestra potencialidad. De todas formas, el pensamiento machista continúa muy extendido y superarlo es un gran reto.

Mertxe Larrañaga

“La economía feminista siempre ha puesto sobre la mesa las desigualdades; sobre todo, las desigualdades de género, pero también las desigualdades sociales”.

Nos han dicho que el acceso al mercado nos abre muchas oportunidades a las mujeres, que nos pone el mundo al alcance de la mano. ¿Es real ese derecho de elección?

Y.J.: ¿Somos libres para elegir? Desde una perspectiva histórica, está claro que somos más libres que antes. En el pasado, había límites más explícitos. Por ejemplo, hasta comienzos del siglo XX, las mujeres tenían graves obstáculos para acceder a la educación formal, algo que muchas de ellas ya habían denunciado en los siglos anteriores. El acceso a determinadas profesiones también estaba limitado o, directamente, prohibido. Por tanto, desde el punto de vista histórico, ha habido un avance y es cierto que hemos accedido al mercado laboral. Hoy en día, dentro de la población activa, hay muchas mujeres que trabajan o que están en el paro, y que no imaginan su futuro sin trabajar, sin tener ingresos propios. Yo creo que desarrollar una vida propia es un requisito imprescindible. Sin embargo, las características del mercado laboral nos ponen muchas trabas. Los trabajos parciales los desarrollan, sobre todo, las mujeres, que son quienes asumen también las peores condiciones laborales. Además, se pide a la mujer que realice jornadas laborales parciales, porque, igual que se decía antes, sus tareas realmente son otras: las tareas del cuidado, las domésticas... Las mujeres tienen que sacar adelante todas esas otras tareas y eso genera estrés. Las jornadas de trabajo de las mujeres son dobles o triples: el empleo externo, la casa, la comunidad, el trabajo voluntario, el trabajo social, el político y otros muchos.

Actualmente, se nos exige mucho, se nos pide ser «super women». Por lo general, se nos pide más que a los hombres en todos los terrenos; especialmente, en las empresas o en el espacio público. En el caso de los hombres, se da por hecho que saben hacer un montón de cosas; no se les pide que lo demuestren, pero a las mujeres, sí. Siempre parece que acabamos de llegar al espacio público, porque hasta hace muy poco no podíamos formar parte de él. Podría decirse que seguimos ahí, entrando y saliendo, y que en muchos lugares no nos ven como auténticos pares.

Es evidente, por tanto, que los retos que tenemos por delante son grandes y que queda mucho por hacer. Además, en este sistema, las disparidades surgen por sí mismas y las personas tenemos que unirnos y cambiar muchas cosas entre todas. Si queremos cambiar la situación, tenemos que cambiar el sistema. De todas formas, aun así, considero que ha habido un gran avance. A pesar de que sigue habiendo desigualdades, se ha avanzado en la educación formal, en el acceso al mercado laboral, en el espacio público, etc. Mi valoración es optimista.

M.L.: Si tenemos en cuenta la evolución histórica, me parece innegable la silenciosa revolución que han llevado a cabo las mujeres a lo largo del siglo XX, así como los importantes logros que han conseguido para muchas, muchísimas mujeres en diversos terrenos: la autonomía económica, la autonomía personal... Ha sido muy importante, desde diversos puntos de vista. Sabemos que, en cuanto a educación, el nivel de estudios de las mujeres es más alto que el de los hombres. En ese terreno, se han dado grandes pasos. ¿Suficientes? Seguramente, no. Como comentabas anteriormente, las desigualdades siguen ahí, junto con la división de tareas, la segmentación en los puestos altos (sobre todo, en determinados sectores; por cierto, convendría debatir si esos puestos son realmente tan importantes, lo cual generaría amplias discusiones)... Hoy en día sigue considerándose normal que las mujeres se encarguen de las tareas domésticas y este hecho frena algunas oportunidades reales de las mujeres.

En ese sentido, pienso que, en general, se están limitando las oportunidades de determinadas personas, de las personas jóvenes, porque el proceso de precarización no sé dónde va a terminar. En el pasado, todo el mundo tenía un empleo, pero quizás en el futuro no va a ser posible y no sabemos muy bien qué cambios se van a generar en esa situación. Hay que observar atentamente dichos cambios.

Y.J.: Todo ello también puede dar paso a economías alternativas o, al menos, puede impulsar determinados cambios. Por ejemplo, las nuevas tecnologías ofrecen nuevas posibilidades, al tiempo que también ponen sobre la mesa algunos riesgos. Quizás, en lo que respecta a la organización económica y social, e incluso al orden económico, podría pensarse que estamos a las puertas de un cambio profundo. Por eso, puede ser una oportunidad, pero también conlleva riesgo.

M.L.: Estos momentos siempre son momentos de oportunidades, pero también épocas de riesgo, es decir, de riesgo de que aumenten las diferencias entre clases.

Y.J.: Sí, vivimos en un mundo complejo.

Mertxe Larrañaga y Yolanda Jubeto

Mertxe Larrañaga y Yolanda Jubeto.

Yolanda Jubeto Ruiz

Profesora de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU). Desde el año 1999, es profesora del Departamento de Economía Aplicada I. En los últimos años, entre otras materias, ha impartido clases sobre Economía del Desarrollo y Economía Feminista. La primera, dentro del Grado de Economía; y la segunda, en diversos estudios de máster. Asimismo, es socia de la Universidad Vasca de Verano y durante varios años ha formado parte del Departamento de Economía, principalmente, impartiendo clases sobre Economía del País Vasco (Euskal Herriko Ekonomia).

Tras finalizar su tesis de doctorado sobre presupuestos con perspectiva de género, ha participado en muchos seminarios sobre la integración de la perspectiva de género en los presupuestos. En ese sentido, junto con Mertxe Larrañaga, ha participado en labores de formación o de asesoramiento técnico en Bilbao, Mallorca, Abadiño, la Diputación Foral de Gipuzkoa y el Ayuntamiento de Barcelona. Además, ambas contribuyeron a especificar los contenidos de los presupuestos con perspectiva de género que la Universidad del País Vasco elaboró para 2011 y para 2015. Por otro lado, desde sus inicios, en 2006, participa en la red europea de personas expertas que analizan la integración de la perspectiva de género en los presupuestos (European Gender Budgeting Network). Además, desde hace una década, es integrante de la Asociación Internacional para la Economía Feminista (International Association for Feminist Economics). En el Estado, se han celebrado cuatro congresos sobre Economía Feminista y Yolanda Jubeto ha participado en los cuatro. Dentro de su labor como docente, también imparte clases en el máster dedicado al Feminismo y en los másteres que tratan la Economía Solidaria. También es miembro del instituto Hegoa, dedicado a los Estudios del Desarrollo y Cooperación Internacional. En los últimos años ha participado en varios proyectos y es profesora de los estudios de máster.



Mertxe Larrañaga Sarriegi

Profesora del Departamento de Economía Aplicada I, en la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU). En los últimos años, entre otras materias, ha impartido clases en las áreas de Economía Internacional y Economía Feminista. La primera, dentro del Grado de Economía; y la segunda, en diversos estudios de máster. Es investigadora del instituto Hegoa.

De sus últimos trabajos, cabe destacar que ha trabajado como coordinadora y editora del monográfico sobre Economía Feminista que ha publicado en 2017 la revista vasca de Economía, Ekonomiaz.

Ha participado en diversos proyectos sobre la integración de la perspectiva de género en los presupuestos, junto a Yolanda Jubeto. Entre otros, ha colaborado en proyectos de Bilbao, Mallorca, Abadiño, la Diputación Foral de Gipuzkoa y del Ayuntamiento de Barcelona. También ha contribuido en la especificación de los contenidos de los presupuestos con perspectiva de género que la Universidad del País Vasco elaboró para 2011 y 2015. Mertxe Larrañaga ha participado en los cuatro congresos que se han celebrado en el Estado sobre Economía Feminista.

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