Rosa Ayerbe. Historiadora: Aprender de nuestro pasado para emprender

2013-06-05

VELEZ DE MENDIZABAL AZKARRAGA, Josemari

La trayectoria académica de Rosa Ayerbe garantiza su autoridad en temas de la Edad Media, especialmente en los relacionados con la historia vasca. Mujer trabajadora, en cualquier momento puede estar inmersa en diferentes proyectos. Es una enamorada de su profesión y se le adivinan opiniones equilibradas, de esas que sólo los expertos que han analizado bien la historia pueden tener.

Se habla de crisis de la historia. Puede que sea así, ya que hemos vivido durante décadas mirando solamente al presente. ¿Cree que es necesario recuperar al hombre/mujer como protagonista del pasado?

La historia siempre ha tenido y debe tener su espacio. Me causa una gran satisfacción conocer que el número de alumnos matriculados en el primer curso en la Facultad de Historia de Vitoria-Gasteiz se acerca a dos centenares. En una situación como la actual, con crisis económica generalizada, el que exista vocación por la historia me resulta gratificante. Debemos tener una visión más amplia de lo que ha sido nuestra historia, y no olvidar que nosotros también estamos haciendo historia en estos momentos.

La historia en la Edad Media está escrita, fundamentalmente, por hombres de iglesia (es cierto que eran de los pocos que podían optar a una educación) ¿no está por ello muy sesgada de un sentido religioso?

Efectivamente los estudiantes orientaban su formación en su mayor parte hacia la carrera eclesiástica, y en menor medida hacia los estudios jurídicos. La Iglesia, entendida como tal la Católica, por su carácter universal ha tenido siempre una importancia fundamental desde la época medieval. Hablamos de una época donde prima el teocentrismo. Si esa Iglesia no hubiera tomado parte en la vida civil, seguramente no habría sido la impulsora de la conquista castellana de América, pues se consolidó la misma gracias a unas bulas papales. Que la historia haya tenido una visión religiosa es normal, porque la propia sociedad medieval es profundamente religiosa. Pero también es cierto que existen otros historiadores o autores no religiosos, o de diferentes confesiones a la católica, que han dejado aportaciones muy valiosas, como es el caso de autores procedentes del mundo musulmán o del hebraico.

¿Fue la Edad Media un período de religión y sumisión?

No se puede generalizar, aunque la influencia de la Iglesia haya sido notable (y el temor a sus censuras y excomuniones), pues siempre ha habido personas que han salido de esa ortodoxia y han hecho su propio camino. Y cuanto más alejados estuvieron de Roma más libremente pensaron. Yo pondría el caso de Lutero, ermitaño agustino, una de las órdenes más duras de la época, que fue capaz de enfrentarse a la línea ortodoxa en general, emprendiendo la crítica llana y directa a la Iglesia católica, aunque eso supuso luego el cisma religioso.

En la historia de nuestro país hay personas que, tras salir hacia la Corte, han abierto camino a la hora de tejer relaciones que han hecho historia, y a su vez han apoyado e influido desde la distancia en el desarrollo del País Vasco...

Desde la vinculación definitiva de Gipuzkoa a la Corona de Castilla siempre ha habido gente que ha hecho carrera, sobre todo desde el punto de vista militar y diplomático, junto al Rey. La reconquista castellana no se puede entender sin la aportación de las milicias vascas en general. Ahí están el Señor de Bizkaia y las mesnadas de nuestros Parientes Mayores, junto al Rey y sus ejércitos. Sin embargo, desde el punto de vista político, la labor que han desarrollado los escribanos o secretarios cerca del Rey ha sido fundamental, ejerciendo una influencia muy beneficiosa para nosotros Y dentro de ellos hay que resaltar de manera especial a Don Juan de Idiaquez. Era hijo de Don Alonso de Idiaquez —fundador del Monasterio de San Telmo en Donostia— que también había servido como secretario al Rey. Quedó huérfano muy jovencito, pues Don Alonso murió en Alemania al servicio del Emperador. Don Juan de Idiaquez se crió y creció junto a Felipe II y se estableció entre los dos una gran confianza. Don Juan fue un hombre bueno, honesto y trabajador, y con su nombramiento como secretario real marcó las pautas de lo que debía de ser una persona de su cargo: confidente y bien pensante. Desde la Corte observaba como nadie lo que podía beneficiar al mejor desarrollo de Gipuzkoa y del País Vasco en general, y aconsejaba sobre cómo y cuándo llevar adelante determinas acciones ante el Rey, en beneficio de los intereses de su tierra de origen. Así lo hizo siempre, por su gran amor a la tierra de sus mayores. Gracias a él la foralidad vasca, y sobre todo la guipuzcoana, se acrecentó y se consolidó firmemente en la Edad Moderna.

Idiaquez fue contemporáneo y además cercano a Esteban de Garibay, otro guipuzcoano que trabajó en la Corte. Alguna vez he definido a éste como comerciante en identidad... por aquello de vender sus servicios genealógicos y heráldicos a los pudientes, necesitados de mostrar una historia, que muchas veces había que inventarla... Pero también es cierto que ayudó a este país desde la distancia...

Es cierto que siempre estuvo dispuesto a echar una mano a su tierra originaria. La Provincia consulta muchos temas con Garibay, a quien reconoce una cierta autoridad intelectual y moral. Es conocido el consejo que dio a las Juntas de que no pidieran a Felipe II que utilizara el título de “Rey de Guipúzcoa” usado anteriormente por Enrique IV y los Reyes Católicos. En opinión de Garibay aquel deseo traería, a la larga, más perjuicios que beneficios, y Gipuzkoa se olvidó de la cuestión. Como historiador, sin embargo, yo creo que desarrolla sus trabajos bajo la perspectiva de sus propias conveniencias, y hay que leerle con cuidado.

Los pueblos en su devenir conforman una identidad y alrededor de ella se organizan sus relaciones internas y externas. Pero la identidad no es fácil de tejer y menos de definir... Hay elementos fijos, como la lengua, el espacio geográfico (el solar)... Pero ¿y el resto de variables? ¿Nos da el estudio de la historia claves sobre ello?

Yo creo que sí nos dan muchas claves. Pero no solamente son la lengua o el espacio geográfico quienes conforman una identidad comunitaria, sino que desde la familia, siguiendo por la comunidad en que vivimos (aldeas o pueblos) y hasta espacios más amplios (valles o comarcas), se van forjando diversos modos de relación entre individuos que van a dar lugar a una forma de vida determinada. Esa forma de vida, la costumbre, da paso a un derecho fundamental —el consuetudinario—, que es básico en la identidad de un pueblo. Por otra parte, también los acontecimientos políticos vividos en comunidad pueden afianzar una determinada identidad. Gipuzkoa, por ejemplo, estaba conformada por tres zonas diferentes (la Gipuzkoa nuclear y las extremas, orientadas hacia Bizkaia o Nafarroa, respectivamente) hasta que en el XV la Hermandad consigue unificarlas y consolidarlas en la Hermandad o Provincia de Gipuzkoa, con el establecimiento de unos límites claros y definitivos, y el afianzamiento del sentido identitario de guipuzcoanía. Con todo, y en mi opinión, el derecho es el elemento básico y fundamental para conocer el devenir de un pueblo, y para establecer sus señas de identidad. Y especialmente el derecho consuetudinario. La costumbre es un derecho que surge de abajo arriba; no es como la ley, que es impuesta a la comunidad por una autoridad. Las sociedades o comunidades se pueden rebelar contra la ley pero no lo harán contra el derecho consuetudinario. Todo lo contrario: lo defenderán, porque ha salido de su seno.

“Vivimos muy condicionados, si bien es cierto que al final seremos nosotros los responsables de las decisiones que tomemos y que influyan en nosotros y en nuestros descendientes”.

Dicen que hoy el hombre es protagonista de su historia. Como observadora del pasado y mujer actual ¿está Vd. de acuerdo con esa afirmación?

Que el hombre es protagonista de la historia evidentemente es un dicho que ha calado, sin embargo yo me pregunto si somos libres para tener tal protagonismo. Es cierto que, cuanto más pequeña y libre sea la comunidad, más controla su presente y su futuro, pudiendo llegar más fácilmente a acuerdos consensuados por todos los componentes de la misma, a modo de “concejo abierto” y universal (base de nuestras “universidades”). Cuando la sociedad se va complicando y se hace difícil la puesta en común directa de ideas y voluntades el protagonismo se va alejando del individuo para ser ejercido por instituciones colectivas (regimientos o “concejos cerrados”, Juntas o Parlamentos, Cortes, etc.) que no siempre consultan ni tienen en cuenta el interés del individuo en sí, sino de la colectividad. Y en tal caso ¿se toman las decisiones con la libertad precisa para que sean las correctas? Las influencias exteriores son tan fuertes que me hacen reflexionar muy seriamente si de verdad somos protagonistas de nuestra historia. Vivimos muy condicionados, si bien es cierto que al final seremos nosotros los responsables de las decisiones que tomemos y que influyan en nosotros y en nuestros descendientes. Con lo cual, caemos en una cierta incongruencia: seremos responsables pero, sin libertad, no podemos ser verdaderos protagonistas.

Cuando se habla de “intrigas palaciegas” parece que debemos remontarnos a épocas remotas... Pero la realidad diaria nos trae un mundo que deja corto a Umberto Eco ¿no le parece?

Es verdad. Siempre han existido y existirán esas intrigas, esos intereses a veces espurios o simplemente particulares que defienden algunas personas cercanas al poder. Sacar el mayor provecho de su paso por los bancos del poder: ese parece ser el objetivo de muchos políticos. Es necesario trabajar por la honestidad, por la ética. Debemos hacer que el servicio público sea de verdad servicio y público. Y que quienes se dediquen a ello busquen el bien común y no el lucro personal. A mis alumnos les digo que tenemos mucho que aprender en este sentido de nuestros antepasados. Es cierto que también ellos cometieron grandes errores, pero intentaron poner remedio a las carencias y tropelías que observaban. Ahí están los llamados “juicios de residencia”, que se hacía a las personas que habían ejercido algún cargo público. No me vale con decir que ya existe la Justicia y se puede denunciar al político ante los tribunales. Antes también existía y ello no impedía que todos y cada uno de los que habían pasado por el servicio a la comunidad, inclusive el Corregidor, se sometieran a esos juicios de residencia, donde cualquier vecino que se sintiera lesionado en su derecho por el mal ejercicio de sus funciones podía denunciar al cargo saliente. Existían las “fianzas” depositadas por los que optaban a los cargos públicos para poder hacer frente al resultado de posibles malas gestiones. Hoy en día vendría muy bien la aplicación de esos usos para frenar las actuales tropelías que vemos en nuestro alrededor. Insisto en decir que del pasado podemos aprender mucho.

Habría que tener en cuenta, así mismo, que el sentido común de que hacían gala nuestros mayores intentó eliminar todo foco de influencias y malversación que se pudiera producir en los ámbitos del poder. En algunos lugares se impidió la existencia de parientes en un círculo de influencia determinado, para evitar conchabarse en un momento dado en el ejercicio de sus funciones. Hoy en día tenemos políticos y políticas rodeados de familiares cercanos y de amigos. Eso no es sano.

Cuando la mayoría de la población desconoce su propia historia —hasta en sus trazos más gruesos— y la tendencia no nos permite ser muy optimistas en ese aspecto, la pregunta ¿sirve para algo la historia? se hace mucho más cruda...

Es una pregunta dura pero es necesaria. Creo que aquellas personas que se ven a sí mismas desde su presente y su incierto futuro, aparte de estar empobrecidas, no van a acertar en las decisiones que vayan a tomar. Nuestra situación política actual, por ejemplo, no se puede entender sin comprender lo que sucedió ahora doscientos años. Si no se entiende lo que ha sido la foralidad, el antiguo régimen, los profundos cambios del XIX, y no se llega a apreciar lo que este país pierde en 1876, difícilmente se va a comprender lo que muchos reclaman, como puede ser el concierto económico o una forma de gobierno autónomo especial ?porque ya vivió un altísimo grado de autogobierno! No se trata de ningún privilegio, sino la consecuencia de una forma de vida, de una historia, de unos sacrificios continuos de la sociedad vasca o guipuzcoana. Es, por tanto, necesario conocer el pasado para proceder con más acierto y asumir lo que nos corresponde. No somos fruto de la generación espontánea. El pasado no nos lastra, nos enriquece y forma parte de nuestras vidas. En el caso concreto de la pérdida o abolición foral, a mis alumnos les digo, a modo de ejemplo, que los habitantes del valle de Aiala renunciaron a disfrutar de su peculiar fuero a fines del siglo XV, y lo hicieron de forma libre por considerar que el fuero castellano era más ventajoso en aquel momento, reservándose algunos particularismos que hoy en día aún siguen gozando. Obviamente, cuando una sociedad renuncia voluntariamente a su derecho pierde la legitimidad de reclamarlo en el futuro. Cosa distinta es cuando se le suprime por voluntad ajena su derecho.

Cierto que es necesario dar un paso atrás para poder salir con fuerza hacia adelante, con ímpetu. Pero da la impresión de que antes era más fácil caminar al ser menor la propia velocidad de la sociedad.

Así es. Los cambios eran mucho más lentos que los actuales. Si a eso sumamos la educación que vamos recibiendo, con una formación continua y competitiva, con proyección y horizontes más amplios y lejanos, es fácil comprender que se nos escapa de las manos la referencia del pasado. Tengo la impresión de que las generaciones que nos siguen no sienten nuestra historia como la podemos sentir los de la nuestra. Se han despegado más rápidamente y los cambios son mucho más bruscos, más traumáticos. Pienso que no por tener que fijar los ojos en un escenario socio-político-económico diferente se debe dejar de ser lo que somos. El pasado forma parte de nosotros, incuestionablemente. Y se trata de riqueza, tanto personal como colectiva.

“No podemos entender la complejidad de nuestra tierra sin saber cómo ha sido nuestra forma de vida, los esfuerzos que a través de tantos siglos, y tras sufrir tantas penurias, ha realizado este País”.

¿Qué le queda al País Vasco de la Edad Media?

Más de lo que nos puede parecer. Paseemos por las partes antiguas de nuestras villas y ciudades y nos daremos cuenta de qué valioso es nuestro patrimonio. Nuestras villas medievales nos están continuamente recordando cómo era la forma de vida de nuestros antepasados. Incluso muchos de nuestros caseríos y casas solares hunden sus raíces en esa Edad Media.

La influencia medieval se hace presente también en nuestra forma de gobierno actual: la parlamentaria, a través de las Juntas Generales (las Diputaciones son instituciones modernas), aunque bastante alteradas en su constitución y funcionamiento. Algunos nombres de cargos públicos remontan su seña de identidad a la Edad Media (alcaldes). Todo el País Vasco goza, en general, de esas características. Por lo tanto, son diversas las manifestaciones con raíz medieval vivas entre nosotros hoy en día. Pero por encima de todo ello, y sin que podamos situar su origen en el tiempo, está el Derecho privado, basado en el consuetudinario. Ese Derecho que surge de abajo a arriba, que regula las familias, las casas y propiedades, la herencia etc. Es un Derecho común a todo Euskal Herria, como se demuestra en muchas tesis doctorales. Se trata de un derecho pirenaico, distinto del que se recoge en el Código Civil, y es uno de los pocos vestigios jurídicos que hemos conseguido mantener, después de la pérdida que supuso la abolición de los fueros en 1876. Derecho privado recopilado por algunos de nuestros territorios (Aiala, Bizkaia y Nafarroa, y últimamente Gipuzkoa), que nos vale como herramienta jurídica. Resumiendo, vivimos aspectos medievales a través de nuestro Derecho privado.

La historia es resultado de la actuación de los individuos insertos en su cultura —tanto como personas físicas como grupos sociales— ¿Está de acuerdo en que, por lo tanto, para estudiar nuestra cultura deberíamos conocer el proceso en que se ha desarrollado la sociedad vasca?

Es fundamental tener esas claves y esa información sobre nuestro devenir. Lo he dicho antes: no podemos entender la complejidad de nuestra tierra sin saber cómo ha sido nuestra forma de vida, los esfuerzos que a través de tantos siglos, y tras sufrir tantas penurias, ha realizado este País. En estos momentos estamos inmersos en una gran crisis económica, pero no pensemos que es la única en la historia. La sociedad vasca ha pasado períodos de mucha hambre, no lo olvidemos. Su población fue diezmada por razones de guerras, a mayor gloria de reyes y señores, en diferentes momentos. Debemos ser realistas en los planteamientos que vayamos a hacer, siempre con el respaldo de un pasado irrenunciable.

El mutuo conocimiento traerá como consecuencia una mayor cohesión entre personas diferentes, participantes en el desarrollo integral de una misma sociedad. Ello podrá dar paso a formas de actuación conjuntas, cara a un futuro que nos está llegando todos los días.

Por todo lo cual ¿podríamos decir que la existencia de conciencia histórica es necesaria para el desarrollo social?

Si necesario es el conocimiento de ciencias, digamos, “aplicadas” para un desarrollo económico de la sociedad, el conocimiento humanístico nos debe de dar las claves para entender lo que somos, dónde se basa nuestra fuerza, qué es lo que mejor podemos saber, y a qué tenemos y debemos aspirar. Aprender de nuestro pasado para emprender. Ese es el paso que la historia nos propicia y al que no debemos renunciar.Mª Rosa Ayerbe IribarDoctora en Historia por la Universidad de Barcelona, inició su actividad docente, en 1977, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Deusto, en el Campus de San Sebastián, impartiendo durante 13 años las asignaturas de Historia Medieval Universal, Metodología y Paleografía y Diplomática. En 1990 pasó a formar parte interinamente del cuerpo de profesores de la Facultad de Derecho de la UPV/EHU, obteniendo la Titularidad de la disciplina de Historia del Derecho y de las Instituciones en 1992. La necesaria combinación de la actividad docente con la investigadora de todo profesor universitario le ha llevado a desarrollar una importante labor investigadora. Su formación histórica y jurídica, y su no menos importante formación en las disciplinas auxiliares de la Historia, especialmente en Paleografía y Diplomática, le han permitido abordar con rigor y profundidad los temas o líneas de investigación y los periodos históricos más variados.De sus más de 50 libros y 70 artículos caben destacar su tesis doctoral sobre la familia de los Guevara, Condes de Oñate, y su expansión por el Valle de Léniz, su memoria de oposición sobre la Administración Forestal en España y el Servicio Forestal de Gipuzkoa, y sus numerosos estudios sobre las Juntas y Diputaciones guipuzcoanas; sobre monasterios y heráldica guipuzcoana, y sobre las más variadas instituciones vascas, especialmente guipuzcoanas, tanto en materia de derecho público como privado.Pero si esta actividad ya es de por sí importante no lo es menos su labor en la ordenación y edición de catálogos de archivos, especialmente monacales, y en la transcripción y edición de fuentes documentales. Destacan, por ello, los apéndices documentales que acompañan casi siempre a sus estudios y, especialmente, la propia labor de edición de fuentes, siendo la más importante, sin duda, la edición de las Actas de las Juntas y Diputaciones de Gipuzkoa (1550-1700), que suma ya 32 volúmenes, y la edición de la documentación medieval de diversos municipios guipuzcoanos publicados por Eusko Ikaskuntza en Fuentes Documentales Medievales del País Vasco.Sin dejar de avanzar en tales líneas, actualmente desarrolla, además, una importante labor en las Instituciones culturales del País. Así, es miembro de la Sociedad Española de Estudios Medievales; es miembro Correspondiente por Gipuzkoa de la Real Academia de la Historia; es miembro de número de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País, actuando como Vocal y como Directora de su Boletín; es miembro de la Junta Permanente de Sociedad de Estudios Vascos/Eusko Ikaskuntza, y Directora de su proyecto emblemático Colección de Fuentes Documentales Medievales del País Vasco; es miembro y Secretaria de la Fundación para el Estudio del Derecho Histórico y Autonómico de Vasconia (FEDHAV) y, como tal, de su revista Iura Vasconiae; es miembro de la Academia Vasca de Derecho; y colabora con el Boletín de Estudios Históricos sobre San Sebastián, de la Fundación Kutxa.Actualmente también se ha vinculado a la docencia virtual, a través de la participación en el Curso Open Course Ware (OCW) de la UPV/EHU, con la asignatura Fuentes Normativas y Documentales del País Vasco, y de la edición de fuentes documentales en su propia página web.
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