Áurea Díaz de Guereñu. Niña de la guerra: No recuerdo nombres, ni muchos sitios, ni fechas, pero la angustia la recuerdo muy bien, todavía la siento

2006-03-24

SILLERO ALFARO, Maider

Aprovechamos el 70 aniversario del comienzo de la Guerra Civil Española, para charlar con Áurea Díaz de Guereñu (Pasai Antxo,1926). Esta mujer que a los 9 años de edad tuvo que separarse de su familia, nos cuenta cómo fue su experiencia durante esos años que pasó lejos de su casa. Escapando de una guerra, Áurea llegó a la Unión Soviética donde se topó con otra, esta vez con la Segunda Guerra Mundial. De allí volvió veinte años más tarde cargada de recuerdos y de historias para ser contadas. Se empeña en repetir que hay muchas cosas de las que no se acuerda, pero como ella dice, “podía haber prestado más atención de haber sabido que aquello que estaba viviendo entonces formaría parte de la historia”.

Comienza la Guerra Civil y deciden enviar a gran parte de los niños fuera del país...

Fue en el años 1936, en junio. Yo tenía alrededor de 9 años y viajaba con una hermana mayor y otra menor. Mis padres nos habían apuntado para ir a Francia, pero resultó que el cupo estaba completo y no había sitio para todos, así que finalmente, tuvimos que viajar hasta la Unión Soviética.

Han pasado unos cuantos años, pero ¿recuerda cómo fue el viaje?

Sí. Mis padres nos llevaron hasta Santurce, de donde salió el barco a Francia. Recuerdo que el nombre del barco era La Habana. La verdad, fue un viaje morrocotudo. En Francia vimos como algunos de los niños desembarcaban y pasamos mucha envidia porque allí había familias recibiéndoles y todavía no sabíamos qué iba a pasar con nosotros.

Así que comenzaron otro viaje, esta vez desde Francia hasta Rusia.

Sí. Esta vez el barco se llamaba Sontai, creo, era un barco de carga y el viaje, si cabe, fue todavía peor. En La Habana aún comimos algo, pero en este nada, hicimos toda la travesía sin comer nada y todo el día devolviendo, no te lo puedes ni imaginar. Así que cuando llegamos a Leningrado (hoy, San Petersburgo) parecíamos pajaritos.

¿También os esperaban para recibiros como a los niños que habían llegado a Francia?

Sí, nos estaban esperando. Cuando llegamos nos recogieron y nos condujeron hasta una casa enorme, una de esas Casas Infantiles para Niños Españoles que nosotros llamamos “casa de niños”. Fue gracioso porque era época de “las noches blancas”, esa temporada en la que es de noche pero todavía no ha oscurecido. Por gestos nos decían que teníamos que ir a dormir, pero nosotros veíamos que estaba de día y no entendíamos nada. Pensé, ¡qué gente más rara!

¿Cuánto tiempo les tuvieron allí en esa “casa de niños”?

La verdad es que no lo recuerdo exactamente pero después nos llevaron a Crimea. Fue una travesía catastrófica. Sólo comían los chicos, los mayores, que eran los que tenían fuerza y se cogían toda la comida para los suyos, fue un desastre. Menos mal que no lo recuerdo mucho porque sé que lo pasamos fatal.

¿Pudieron permanecer las tres hermanas juntas?

Del 37 al 41, cuando éramos más niñas, sí, mientras vivíamos en “la casa de niños”. Allí estuvimos bien comidas, bien atendidas, íbamos todos vestidos con uniforme... Esa época fue muy buena. La recuerdo muy bien y con mucho agrado. Además, nos dieron una muy buena educación, pero...

¿Qué pasó después?

Después empezó la guerra, en junio del 41. Al poco tiempo, no recuerdo cuanto, decidieron evacuarnos y entonces vino lo peor. Empezó el peregrinaje, fue espantoso. Nos metieron a todos en un tren que no era de pasajeros, sino que estaba preparado para llevar ganado. Se nos hizo eterno porque a medida que avanzábamos un poco teníamos que detenernos en vía muerta para que pasaran las tropas y después reanudar el viaje. Creo recordar que en ese viaje murieron algunos de los niños que venían en el tren.

¿Hacia dónde se dirigían?

Uy, no sabíamos hacia donde nos llevaban, no nos decían nada. La cosa es que llegó el mes de enero, estaba todo cubierto de nieve y seguíamos en ese vagón, sin ropa ni comida. Lo único que nos daban era un trozo de pan y si querías beber agua tenías que esperar a que el tren parara y bajarte, pero no te atrevías porque en cualquier momento echaba a andar y te podías quedar allí, sola.

¿Dónde pasaron los años de la Segunda Guerra Mundial?

Finalmente, caímos en una ciudad llamada Saratov. Fue tan duro, tan duro... Todos los años de la guerra los pasamos allí en otra “casa de niños”. Para ir al comedor había que salir a la calle y no teníamos calzado y para desayunar nos daban una especie de papilla horrible.

¿Pudieron estudiar durante esos años?

Algunos sí y otros no. Durante los años de la guerra, los hombres fueron a luchar y los niños que eran algo mayores que yo, por ejemplo mi hermana que tenía un par de años más, tuvieron que ir a las fábricas a cubrir los puestos de aquellos hombres que habían marchado. Comprendo que era una necesidad, pero fue un abuso muy grande. Fue todo muy duro, sobre todo los años de la guerra. Una experiencia muy dura y muy angustiosa. No recuerdo nombres, ni muchos sitios, ni fechas, pero la angustia la recuerdo muy bien, todavía la siento.

¿Qué pasó cuándo finalizó la guerra en 1945?

A muchos de nosotros nos llevaron a Moscú. Era momento de empezar a estudiar la carrera y yo quería estudiar medicina, pero no había plazas, así que tuve que hacer Química. Estudiábamos a unos kilómetros de Moscú y al finalizar me quedé allí mismo trabajando en un laboratorio. A los dos años de terminar una mujer me propuso irme a trabajar con ella a los Urales, y así lo hice. Mi hermana Carmen estaba casada en Moscú y la otra hermana que había estado trabajando en Tbilisi estaba estudiando biología, así que me fui.

Claro, había que trabajar, seguir con la vida...

Claro, sí. Pasé tres años en los Urales del 53 al 56 hasta que un día fui a llamar a mi hermana por teléfono y me dijo “¿sabes qué?,están apuntando gente para volver a España y te hemos apuntado”. Mi contestación fue un “no” rotundo, no quería volver. ¡Menudo disgusto le di a mi hermana!

¿Después de tanto tiempo no sentía la necesidad de volver con los suyos?

Había hecho buenas amigas, tenía un trabajo en el laboratorio que me gustaba, toda la miseria había pasado ya, y estaba asentada por completo. Realmente no quería volver, pero ya me habían arreglado todos los papeles, así que al final tuve que venir.

Al regresar aquí todo era nuevo para usted, ¿le costó adaptarse?

Me costó mucho, muchísimo adaptarme. Además se me había olvidado hablar el español, lo tenía dormido. Recuerdo que en un principio como no sabía hablar sólo me reía, ¡me conocían como la hermana simpática!

¿Sintió alguna vez la necesidad de volverte a Rusia?

Sí y de hecho llegué a hacer la solicitud para volverme. El golpe fue tan fuerte, tan fuerte... Cuando llegué aquí era ya una mujer hecha y derecha, con 28 años, con mi carrera, mis hermanas estaban casadas y ya tenían su vida y yo... Allí tenía todo solucionado. Además, la convivencia en casa era difícil, porque vienes de otro país completamente distinto y no estás en tu ambiente, no son tus costumbres. Una de las cosas que me sorprendió fue el tener que dar el sueldo en casa. Por lo visto aquí se solía hacer eso.

Es sorprendente que pasaran tantos años desde el fin de la guerra hasta que la Cruz Roja pudo organizar las primeras expediciones de vuelta, en el 56.

Sí, mis padres nos reclamaron durante muchos años, por Francia, y por Inglaterra y por Bélgica. A pesar de todos los esfuerzos no hubo manera. Mi padre gastó mucho dinero intentando que volviéramos. Tengo otras dos hermanas que marcharon a Inglaterra, pero en menos de un año pudieron venirse.

Así que finalmente, usted estuvo fuera de su casa desde 1936 hasta 1956, 20 años. Nadie podía saber que iba a ser tanto tiempo...

A mis padres les dijeron que nos íbamos para tres meses, así que imagínate. Seguro que si hubieran sabido que iba a ser para más tiempo, como finalmente fue, nuestros padres se lo hubieran pensado un poco más antes de mandarnos en ese barco.

Áurea, ¿mantiene usted el contacto con gente rusa, con el idioma...?

Sí, una vez aquí me junté con amigas que había conocido allí y con otra gente que también había marchado como yo, con la que no había coincidido. Nos juntábamos y siempre hablábamos en ruso. Yo hablo el ruso perfecto, porque me he criado entre rusos, estudiando, trabajando yo era la única española. Además, no se me ha olvidado nada porque siempre que tengo la oportunidad lo hablo. Las rusas me dicen que lo hablo muy bien.

¿Ha tenido la oportunidad de volver a ese país?

Sí. Cuando estaba Franco quise ir de visita con mi marido y me costó un triunfo hacer lo papeles del permiso para ir. En el 85 volví y ahora, tengo encargado un viaje para ir este año. Eso sí, en verano, ¡qué no me apetece pasar frío!.

¿Visitará alguno de los lugares de los que nos ha estado hablando? En este viaje que voy a hacer ahora no lo creo. Prefiero conocer sitios en los que no he estado. Quiero ver no sólo la capital, que aunque ya la conozco dicen que ha cambiado mucho, sino también me interesa ver sitios de alrededor, las ciudades Medievales, por ejemplo. Áurea Díaz de Guereñu (Pasai Antxo, 1926) Josefa Áurea Díaz de Guereñu nace en Pasai Antxo en noviembre de 1926. Cuando todavía no había cumplido los 10 años viaja hasta la Unión Soviética, de la que no volverá hasta 20 años más tarde. Estudió Químicas y ha trabajado en un laboratorio hasta su jubilación. Es una mujer amable, con ilusión y que tiene mucha historia en su cabeza, y eso que se empeña en decir que no se acuerda ni de una mínima parte de lo que pasó. Como curiosidad nos cuenta que tuvo que esperar a volver a casa, con 28 años, para conocer cuál era su verdadero nombre y su fecha de nacimiento. En las escasas cartas que recibía se referían a ella como “Aurita” y siempre pensó que era el diminutivo de Aurora. Sus amigos todavía la siguen llamando así. Le gusta viajar y ahora que tiene tiempo se dedica a estudiar inglés y a conocer ciudades. Sus viajes más recientes han sido a Praga, Viena, Budapest, Mallorca e Ibiza de donde ha llegado hace unos días. El próximo Rusia, pero esta vez sólo por unos días.
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