Urteko galdera

Fernando Escalante Gonzalbo / Sociólogo

19/07/2017

Fernando Escalante Gonzalbo / Sociólogo

La pregunta me rebasa. También me inspira curiosidad. No puedo dar una respuesta, ya lo sé, y eso me tranquiliza de alguna manera. No voy a intentarlo. Pero se me antoja darle vueltas a la pregunta. Leo algunas de las respuestas de estos meses anteriores, bastantes, y las encuentro todas sensatas, inteligentes, bien tramadas, como se decía antes: muy puestas en razón. Y verdaderamente, no se me ocurre que pudiera yo añadir nada -salvo que mi retraimiento también tuviese algo de interés. Me distraigo mirando algunos libros. Casi al azar, abro uno de Santayana. Y en la primera página, esto: "El ser humano está prejuiciado contra sí mismo: cualquier cosa que sea obra de su mente le parece irreal o relativamente insignificante. Sólo nos sentimos satisfechos cuando nos hacemos la ilusión de estar rodeados de objetos y leyes independientes de nuestra naturaleza. Nos hace falta todavía reconocer en la práctica que el gran mundo de la percepción deriva todo su valor de nuestros menospreciados sentimientos. Las cosas son interesantes porque nos ocupamos de ellas, y son importantes porque las necesitamos..." Es verdad, o eso me parece, la necesidad de contar con algo más, fuera de nosotros. No estoy seguro de que sea un defecto. Al lado está Cioran (¿y por qué estaba ahí al lado Cioran?), lúgubre: "En sí misma, toda idea es neutra o debería serlo; pero el hombre las anima, proyecta en ella sus llamas y sus demencias [...] Idólatras por instinto, convertimos en incondicionados los objetos de nuestros sueños y de nuestros intereses. La historia no es más que un desfile de falsos Absolutos, una sucesión de templos elevados a pretextos, un envilecimiento del espíritu ante lo Improbable... Su capacidad de adorar es responsable de todos sus crímenes..." El tono es enteramente otro. Y sin embargo, hay la resonancia de un mismo motivo: la necesidad de algo más, ajeno, superior -absoluto, dice Cioran. De nuevo, pienso que tiene razón, pero no estoy seguro de que sólo sea posible la conclusión que imagina. Es posible que esa capacidad de adorar, llamémosla así, sea responsable de innumerables crímenes, pero acaso no de todos los crímenes de que la humanidad es capaz, y acaso no sólo de crímenes. Ahora sí, tratando se seguir el hilo de una idea que se me escapa, busco a Bataille: "Todo comienzo supone aquello que lo antecede, pero hay un punto en que el día nace de la noche, y aquél cuya luz, en Lascaux, llega hasta nosotros, es la aurora de la especie humana [...] El 'hombre de Lascaux' creó de la nada ese mundo del arte, en el que empieza la comunicación de los espíritus. El 'hombre de Lascaux', de esta manera, se comunica incluso con la distante posteridad que para él es la humanidad actual". La palabra arte me resulta insuficiente. A menos que con ella digamos algo más, otra cosa. La experiencia de Lascaux -y de Altamira, Villiers, Font de Gaume, Pech Merle-es absolutamente singular, y a la vez, cercanísima. Sin duda, es la experiencia de un exceso: la experiencia de un más allá. Pero no hay nada superfluo allí, nada que sea inútil. Me conmueve especialmente el recuerdo de la palma de una mano, en negativo, en una de las paredes de la gruta de Pech Merle. Alguien, hace catorce mil años, se ocupó en dejar ese rastro de sí: no la imagen de un bisonte, un ciervo, sino su mano, perfilada en rojo. Sigo con Bataille: "Si entramos en la caverna de Lascaux nos sentimos poseídos por una poderosa sensación que no experimentamos frente a las vitrinas en las que están expuestos los primeros restos de hombres fósiles o sus instrumentos de piedra. Es esa misma sensación de presencia -de clara y ardiente presencia- la que nos provocan las obras maestras de todos los tiempos. Aun cuando no lo parezca, es a la amistad, a la dulzura de la amistad, a lo que la belleza de las obras humanas se dirige. ¿No es la belleza acaso lo que amamos? ¿No es la amistad la pasión, la interrogación siempre recomenzada cuya única respuesta es la belleza?". Desde luego, entiendo que el deíctico de la pregunta busca algo distinto: algo que corresponda al presente. Pienso en trasplantes, vacunas, inteligencia artificial. No puedo ver más que prótesis, de significado irrelevante en comparación con los recursos que necesitó el hombre de Lascaux. Pertenecemos al mismo presente. Me doy cuenta de que tengo apenas un puñado de palabras. Apertura, comunicación, exceso. Y se me ocurre que si eso es lo humano, ese tender hacia fuera, esa necesidad de apertura, ese intento de alcanzar algo que está siempre más allá, su primera expresión es sin duda el parentesco: la forma básica de nuestra comunicación con los demás -el gesto que dice un exceso, y una carencia. Parentesco, dice Marshall Sahlins, "es una 'mutualidad del ser': personas que son intrínsecas a la existencia una de otra" -personas que se pertenecen recíprocamente. El parentesco se puede construir de muchas maneras, la filiación puede imaginarse de muchas formas distintas: "el nacimiento de un ser humano nunca es un hecho pre-discursivo; y toda una serie de personas pueden encarnarse en el recién nacido, incluyendo los ancestros del clan o el linaje..." Es siempre un ser en otros, que nos ampara y nos obliga. Esa primera ilusión, esa primera demencia, es la conciencia de que somos seres humanos, es decir, que somos con otros. Eso a lo que tendemos son los otros. Otros a veces cercanos, a veces remotos -como soy yo para ese que dejó la impresión de su mano en Pech Merle. Insisto: la apertura es un exceso, y signo de una carencia. Y recuerdo de pronto la limpia definición que daba Alasdair MacIntyre: somos animales dependientes y racionales. Y el reconocimiento cabal de nuestra mutua dependencia es tan indispensable como la racionalidad -y el único fundamento posible de una vida humana.
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