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Francisco Luna Arcos / Exdirector del Instituto Vasco de Evaluación e Investigación Educativa (ISEI-IVEI)

22/01/2020

Francisco Luna Arcos / Exdirector del Instituto Vasco de Evaluación e Investigación Educativa (ISEI-IVEI)

Cada dos años se reúne la Cumbre Mundial para la Innovación en Educación (Wise, en inglés), un think tank formado por miles de especialistas y promovido por la Fundación Qatar. El foco de este encuentro se centra en los desafíos a los que se enfrenta un mundo global y diverso en favor de la construcción de sociedades prósperas y seguras a través de la educación. En uno de sus últimos informes sobre la educación del futuro señalaba que, entre otros avances, en 2030, solo dentro de diez años, los cerebros humanos se conectarán a la nube y el uso de imágenes cerebrales nos permitirá adaptar con mayor precisión la metodología que mejor funciona con cada estudiante e incluso predice que en 2036, es decir en apenas en 16 años, veremos cómo desaparecen todas las instituciones educativas tal y como ahora las conocemos. En este mismo ámbito de cambios futuros, hace poco leía que es probable que en no demasiado tiempo Google Translate haga innecesario el aprendizaje de lenguas, ya que será capaz de traducir la voz en tiempo real.

En 2020 se crearán alrededor de 1,7 megabytes por segundo por cada ser humano prodecentes de los datos de todos los sensores por los que estamos rodeados (smartphones, tablets, televisiones, relojes, contadores, bombillas...); de hecho, en este mismo año se calcula que habrá más de 50 mil millones de aparatos conectados a lo que se denomina Internet de las cosas. Un Big Data inmenso, que crece exponencialmente y que aparentemente está disponible con un solo click. Si juntamos el Big Data con el aprendizaje automático y la inteligencia artificial, podemos percibir que estamos a punto de ver y vivir un mundo completamente nuevo.

Y junto a todos estos cambios tecnológicos, con todas sus potencialidades y todos sus enormes riesgos, que están transformando nuestra vida y cambiarán radicalmente nuestra profesión, percibimos cómo las grandes empresas mundiales han puesto el foco en la educación. Google, Microsoft, Apple, Samsung, Cisco, IBM, Telefónica, múltiples fundaciones  (Gates, Qatar...), cualquier empresa y grandes organizaciones públicas y privadas de todo tipo aspiran a ser importantes agentes educadores mundiales e invierten cantidades ingentes de dinero –y de talento- en el ámbito educativo. Hasta la revista Forbes habla de educación, señalando que la industria del IQ (de la inteligencia) será el próximo negocio del “billón de dólares”. Incluso el poderoso grupo Pearson, que en estos momentos está detrás del estudio PISA, vendió la mitad de The Economist para invertir lo obtenido en educación, donde ya es líder mundial. Además, es fácil darse cuenta de que cada vez los economistas de la educación tienen más espacio y más voz en el mundo educativo.

El premio nobel (de economía, no de educación) Joseph Stigliz señala que “lo que distingue a nuestro tiempo de los tiempos pasados es la importancia del aprendizaje”. Vivimos una auténtica revolución educativa a nivel mundial, una revolución casi mareante. Todas las organizaciones internacionales y nacionales están pensando en la educación, hay infinidad de propuestas sobre las competencias educativas y profesionales del siglo XXI, cada vez más informes y documentos nos muestran por dónde parece que irá la educación del futuro (la propia OCDE publicó en 2019 el Informe Trends Shaping Education en el que examina las principales tendencias que afectan al futuro de la educación y señala los retos inminentes).

Mientras tanto la insatisfacción con y en nuestras escuelas es cada vez más creciente y nuestros escolares soportan cada vez peor el aburrimiento. No sabemos con seguridad qué hacer y qué pasos dar para cambiar la educación. El pasado año escuché decir a una analista senior de la OCDE que, como consecuencia de los resultados de la evaluación PISA, se habían llevado a cabo en decenas de países de todo el mundo cientos de reformas de todo tipo, pero su percepción es que ninguna de estas reformas había tenido éxito. En este momento, todos somos nómadas en busca de respuestas.

Vivimos en un mundo volátil, incierto, complejo y ambiguo y todos estos adjetivos se pueden aplicar plente al mundo educativo. Como es conocido, los centros educativos actuales tienen que preparar a los estudiantes para un cambio más veloz que nunca, para aprender trabajos que aún no se han creado, para enfrentar desafíos sociales que aún no podemos imaginar y para usar tecnologías que aún no se han inventado. Como suele decir Castells, el nuevo ministro de Universidades, no vivimos una época de cambio, sino un cambio de época.

Y en este mundo proceloso se encuentra el sistema educativo vasco, con 40 años de competencias plenas en educación, tiempo en el que ha sido capaz de construir un sistema educativo potente, bien valorado socialmente, con indicadores internacionales, en muchos casos, de excelencia y que, partiendo de una situación muy frágil y débil, ha sido capaz de levantar un sistema de educación bilingüe. Es, además, un sistema educativo que dispone, como nunca hubiéramos soñado, de un auténtico océano de datos, un big data inmenso que hemos de saber aprovechar.

Y entonces, ¿qué podemos hacer? La respuesta es relativamente “fácil”: solo nos queda todo por hacer. Pero mientras vamos descubriendo, junto con otros sistemas educativos, nuevos caminos, sería interesante tener en cuenta de manera inminente algunos retos claves de nuestro sistema:

  • Hemos de repensar y reformular el sentido de nuestro sistema bilingüe porque en muy poco tiempo habremos llegado al objetivo soñado y superado los modelos lingüísticos: hoy el sector público es prácticamente todo modelo D y en el sector privado concertado a corto plazo quedará un modelo D potente y un pequeño modelo A de carácter selectivo o ligado a proyectos específicos de carácter preferentemente lingüístico. Pero cuando lleguemos al punto de llegada, será necesario repensar el modelo D que, según los datos de las últimas evaluaciones, no es capaz de aportar al alumnado las competencias suficientes en euskara para desenvolverse con su eficacia en su aprendizaje.
  • Nuestro sistema presenta graves problemas de inequidad interna y situaciones graves, casi escandalosas, de segregación. No conseguimos reducir la distancia entre alumnos y alumnas de niveles socioeconómicos extremos, nuestra inversión en educación no parece ser eficiente si observamos los resultados en evaluaciones externas, nuestro sistema vive realidades de guettización de centros y de alumnado, el reparto de responsabilidades en el acogimiento de todas las diversidades no es equilibrado...
  • Es imprescindible repensar en profundidad nuestro actual currículo, pensado más en el pasado que en las necesidades futuras de nuestro alumnado y que hoy es más una fuente de distracción y de excusas permanente que una ayuda. La educación es ahora mucho más que acumular y reproducir contenido temático, es preciso preparar al alumnado para un mundo interconectado en el que los estudiantes entiendan y aprecien diferentes perspectivas y cosmovisiones, interactúen con los demás de forma satisfactoria y respetuosa y tomen medidas responsables con respecto a la sostenibilidad y el bienestar colectivo. Hoy en día, cuando podemos acceder al contenido mediante motores de búsqueda y cuando las tareas cognitivas rutinarias se digitalizan y externalizan, el enfoque debe cambiar para permitir que las personas se conviertan en estudiantes permanentes.
  • Los centros deben organizarse de manera diferente, hay que acabar con el aislamiento del trabajo en el aula, con la opacidad de los centros y la asfixiante carga burocrática, madre de todas las disculpas y padre de tantas inercias y tanto conservadurismo. Hablamos de la apertura del centro a la sociedad, de la opción por un poder distribuido y un funcionamiento más horizontal, pero también de dotar de competencias reales a los equipos directivos, de la generación de espacios de colaboración entre todos los sectores educativos.
  • La función del docente debe cambiar y debe ir haciéndolo poco a poco. Todos los estudios de predicción del futuro de la educación coinciden en que el maestro ya no ejercerá como transmisor de conocimientos, sino que tendrá como misión principal guiar a su alumnado a través de su propio proceso de aprendizaje. Un guía que les empuje a hacerse las preguntas adecuadas y a encontrar por sí mismos las respuestas. Todo esto exige que la formación de profesorado se reconfigure, que los procesos de selección docente se transformen radicalmente y que la formación permanente se renueve y perfeccione (evaluación de la práctica, colaboración docente, procesos de investigación...)
  • Es necesario ir los centros en entornos interactivos que transformen las formas tradicionales de aprendizaje, es urgente empezar a crear nuevos espacios educativos, transformar el diseño de las aulas, entendiendo que los años de aprendizaje no terminan en la escuela, sino que duran toda la vida, que el periodo escolar no es el fin de nada, sino la preparación para otro tipo de educación continua, el denominado lifelong learning o la learning society.
  • Hemos de seguir trabajando en el reto de educar y guiar a los estudiantes a través de las ventajas y desventajas del mundo virtual y en el uso de la ingente información disponible. El Big Data no sirve de nada si no sabemos irlo en información útil y conocimiento, pero con el peligro que señala D. Innerarity de que el “exceso de datos no nos deja pensar. En la sociedad del conocimiento, tenemos que desarrollar habilidades muy diferentes, propias de una época de hiperconectividad”. De hecho, los sistemas educativos tendrán que adaptarse para hacer frente a cuestiones como la disminución de la capacidad de atención y los riesgos cibernéticos como el acoso en línea y el fraude.

Queda muchos otros aspectos que atender, pero desde mi punto de vista hay una herramienta imprescindible, casi vital en estos momentos: priorizar, priorizar y priorizar, saber seleccionar lo importante, dejarnos de una permanente oferta de pequeños programas que acosan a los centros y agotan al profesorado.


Eusko Jaurlaritza

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