Amaia Gabantxo: "El traductor es, a fin de cuentas, una especie de autor, porque reinventa la obra que tiene entre manos"

2004-03-19

EZKERRA, Estibalitz

Amaia Gabantxo

Traductora "El traductor es, a fin de cuentas, una especie de autor, porque reinventa la obra que tiene entre manos" Estibalitz Ezkerra

Traducci?n: Koro Garmendia

Jatorrizko bertsioa euskaraz El municipio de Norwich, donde desde hace ya varios años reside Amaia Gabantxo, se encuentra a dos horas de tren de Londres. Se trata de una ciudad llena de construcciones de estilo gótico que confieren al ambiente un aroma de la Edad Media. Gabantxo trabaja en la Universidad del citado municipio, y también como traductora. La tesis doctoral que está preparando versa sobre la relación entre los campos de la traducción y de la literatura. Con la cantidad de traducciones que leemos, qué poca atención concedemos al traductor. Es bastante habitual. Cuando era más joven y leía obras de Oscar Wilde o de Nabokov, tampoco yo me daba cuenta de que estaban traducidas. Pero cuando una empieza a hacer traducciones se percata de que hay una segunda persona entre la obra original y la traducción. ¿Y qué le hace pensar la intervención de esa segunda persona? Que no creo en la humildad de los traductores. El traductor es a fin de cuentas una especie de autor, porque reinventa la obra que tiene entre manos. Evidentemente, se basa en el texto original, pero le va sumando todo cuanto ha leído, toda la experiencia que ha ido acumulando. Cuando empiezas a traducir un texto, te conviertes en un "lector al cuadrado", en algo más que un mero lector; tienes que adentrarte en las entrañas del texto y descubrir detalles que a simple vista resultan imperceptibles, como por ejemplo errores que ha cometido el escritor, desequilibrios que tanto el escritor como el editor han pasado por alto, etc. Siempre vas buscando soluciones creativas. Una traducción realizada al pie de la letra, palabra por palabra, nunca será una buena traducción literaria; gramaticalmente estará perfecta, pero carecerá de sentido literario. Cuando un traductor reconoce que su labor es creativa, la calidad de sus traducciones aumenta, porque de tal forma serán ejercicios de creación, y no meras traducciones de un idioma a otro. De vez en cuando también yo me pongo a escribir, por lo que conozco perfectamente la diferencia entre escribir y traducir, que, de hecho, no es tan grande. A la hora de escribir, tienes que llevar lo que se encuentra en el aire al papel, mientras que al traducir se hace justamente lo contrario: llevar lo que se encuentra en el papel al aire, y volver a pasarlo al papel. El movimiento, a fin de cuentas, viene a ser el mismo. Precisamente ése es el aspecto que estoy analizando en mi tesis doctoral: en qué aspectos coinciden y en qué otros difieren la traducción literaria y la escritura. Los traductores literarios actuales así es como contemplan su oficio, a diferencia de los de edades más avanzadas, que valoran mucho más la discreción y la invisibilidad. Respeto su opinión, pero no la comparto. Menciona la invisibilidad. Al traductor se le suele exigir precisamente que no destaque demasiado. Se supone que la más alta cualidad de un traductor es la invisibilidad, es decir, que su presencia pase desapercibida. Hay un dicho italiano muy conocido, “tradutore traditore”, que viene a decir que el traductor, en cierto modo, traiciona el texto original del escritor. Yo no creo que sea cierto. El traductor está cumpliendo un deber, y, al igual que el escritor, se encuentra solo en su misión. Acumula experiencias y lecturas que, a la hora de realizar la traducción, necesariamente afloran. Al hilo de la traición, el protagonista de la obra de Saramago, Historia del cerco de Lisboa, introduce unos cambios en la novela que está traduciendo. En ese caso, sí que está cometiendo una traición. En una conferencia celebrada hace dos años en Italia sobre la traducción, Lorence Benuti nos contó que en cierta ocasión un traductor de Derrida halló entre los papeles del autor una nota en la que indicaba que el sentido que le daba era imposible de traducir, y que, ante tal situación, el traductor optó por cambiarlo. ¿Hasta dónde llega la libertad del traductor? Eso depende de cada persona. Siempre habrá quien declare que un traductor no puede tomar esa clase de decisiones. Yo, sin embargo, veo al traductor como una especie de actor: los actores reciben un guión e interpretan a un personaje; lo mismo hacen los traductores con los libros. Su materia prima es el texto que tienen entre manos, lo cual no significa que puedan hacer lo que les plazca. En determinadas ocasiones, yo misma me suelo ver obligada, dentro de los límites de la libertad artística, a modificar ciertas cosas, porque, aunque estén bien expresadas en la lengua de origen, puede que en la lengua traducida no surtan el efecto deseado. La presencia del traductor es otra historia. Surgen anécdotas muy interesantes en la relación entre el escritor y el traductor. El director de mi tesis doctoral, Peter Bush, es el traductor al inglés de las obras de Juan Goytisolo. Pues bien, tiene la costumbre de guardar todo el material que ha empleado para realizar una traducción: cartas, notas, etc. Goytisolo, presionado por las prisas que le estaba metiendo la editorial, escribió la última novela que ha publicado en Inglaterra en muy poco tiempo, y cuando Peter Bush empezó a traducirla, al ver que algunas partes del libro no estaban nada claras, se vio asaltado por montones de dudas. Ante tal situación, decidió recurrir al propio Goytisolo, y éste le explicó lo sucedido. Pero, además, aprovechó la ocasión para introducir algunos cambios en la obra. Por ello, la edición inglesa se basaba en la nueva versión, mientras que en la edición española los cambios no se introdujeron hasta la tercera edición. La cuestión es que el periodista del Times Literary Supplement que escribió la crítica literaria sobre la novela de Goytisolo se había leído la obra original, la que todavía no había sido corregida, y lanzo durísimas críticas a la traducción de Bush, afirmando que había cambiado la obra original de arriba a abajo. Claro, él no sabía nada de lo pactado entre el autor y el traductor. Lo más interesante de todo este asunto me parece el hecho de que las incertidumbres del traductor llevaron al autor a replantearse su obra. Es usted de la opinión de que las traducciones no son objetivas. Sinceramente, no creo que ninguna traducción sea objetiva. Como venía diciendo, el traductor es una persona con una forma de ser y experiencias propias que resultarán decisivas a la hora de traducir y escoger una determinada palabra en lugar de otra. Cada cual interpreta de una manera muy personal. La forma en que yo interpreto la obra Esos cielos de Bernardo Atxaga y la manera en que lo hace un lector de Inglaterra no tendrán absolutamente nada que ver, porque yo ya conozco los lugares en los que se desarrolla la acción (Bilbao, Arriaga), pero la gran mayoría de los ingleses no. Las traducciones del castellano al inglés de las obras de Atxaga las realiza Margaret Jull Costa, una excelente traductora. También ha traducido unos poemas de Atxaga que en su día yo misma traduje. Pues bien, si pusiera un texto junto al otro, vería que son completamente diferentes; tanto, que no se repite ni un solo verso. Ella tiene otro estilo, emplea más palabras. Cada traductor, como cada escritor, es todo un mundo. En lo que respecta a las traducciones, hay algunas anécdotas francamente curiosas. Por ejemplo, que las novelas de Marguerite Yourcenar fueron traducidas al castellano por Julio Cortázar. La propia Yourcenar tradujo las obras de Virginia Woolf al francés, y sostenía que las traducciones eran parte de su creatividad literaria, una afirmación con la que estoy totalmente de acuerdo. Muchas veces se suele decir que el traductor es un escritor frustrado. Puede que sí. Susanna Basso nos indicó en la Escuela de Traducción de Verano de Cambridge que el traductor es traductor por decisión propia, que es un escritor que ha elegido entre las distintas formas de escribir la vía de la traducción. Pensé que tenía toda la razón. Muchos traductores que yo conozco no son escritores. Yo sí lo soy, pero porque vengo escribiendo desde que era pequeña. En cualquier caso, todos son/somos escritores. A ningún traductor se le puede despojar de su arte de expresión. He empezado a considerar la traducción como género literario. ¿Por qué no? Estoy de acuerdo con Susanna: el traductor ha hecho una elección literaria. Muchos de los poetas ingleses traducen obras clásicas. Don Patterson, por ejemplo, ha traducido una obra de Machado y en la cubierta del libro aparece como autor de la misma; unas páginas más adelante señala que se ha basado en los poemas de Machado. Para algunas personas, tal proceder denotaría una profunda vanidad, pero para Patterson, el hecho de presentar su trabajo como una mera traducción, suponía menospreciar la obra. Por eso ha decidido presentarla como una nueva versión. A fin de cuentas, todo buen traductor siempre realizará una nueva versión, especialmente en el género de la poesía, donde no cabe traducir los poemas verso a verso. Lo resultante no sería poesía, sino uniones de palabras dotadas de sentido. En un poema intervienen muchos más factores que el lenguaje, como por ejemplo la musicalidad, el ritmo, las imágenes, etc. En tales casos, no se puede hacer una traducción literal. Es más, creo que nunca procede. Teniendo en cuenta que cada idioma tiene su propia realidad, ¿cómo lleva lo de traducir del euskera al inglés? Bastante bien. Probablemente mucha gente estará en desacuerdo con lo que digo, pero, en mi opinión, el inglés y el euskera tienen muchas cosas en común. Son dos lenguas bastante comprimidas que cuentan con un riquísimo diccionario en lo referente a la naturaleza. En ese aspecto, forman una combinación perfecta. ¿Resulta complicado introducir la literatura vasca en el mundo anglosajón? Sí, es bastante difícil, sobre todo porque prácticamente no se traduce nada. El 15-25% de los libros que circulan en Europa son traducciones, mientras que en Inglaterra y en los Estados Unidos de América la cifra se reduce a un 3-4%. Hay una gran diferencia. No es nada fácil conseguir un contrato de traducción, pero, afortunadamente, parece ser que las cosas han empezado a cambiar. En cualquier caso, considero que el País Vasco debería dotarse de infraestructuras que le permitieran promocionar su literatura en el extranjero. ¿De qué sirve tener a escritores de talla en casa si luego no los damos a conocer? Deberíamos seguir el ejemplo de Cataluña, que cuenta con un instituto dedicado a promocionar a los escritores locales en el extranjero. Atxaga, en una conferencia que impartió aquí mismo, en la Universidad de Norwich, hace cinco años, hizo alusión a las situaciones intramuros y extramuros. Pues bien, en el País Vasco vivimos intramuros, y creo que ya va siendo hora de empezar a mirar hacia fuera. Lamentablemente, en Europa no saben casi nada sobre el País Vasco, y lo poco que saben tampoco es que sea muy halagador. Sólo nosotros podemos cambiar esa imagen. Nadie lo hará en nuestro lugar. Amaia Gabantxo

Bermeotarra de nacimiento, Amaia Gabantxo es licenciada en Traducción Literaria por la Universidad de East Anglia de Norwich, donde reside en la actualidad. Traduce del euskera al inglés, imparte clases de literatura en la citada Universidad, y escribe críticas literarias en el Times Literary Supplement.

Entre las obras que ha traducido cabe destacar las de Bernardo Atxaga y Anjel Lertxundi. Asimismo, ha participado en la antología de cuentos vascos que, bajo la dirección del Departamento de Euskera de la Universidad de Reno, próximamente se publicarán en inglés. Menu ELKARRIZKETA Inicio > EM 247 > Elkarrizketa -->

2004/03/18-26
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