Jose Miguel Larrañaga. Presidente de la Sociedad de Ciencias Aranzadi: Si te pierdes, busca el río y síguelo. Ya verás cómo llegas

2005-10-14

SALABERRIA, Urkiri

GARMENDIA IARTZA, Koro

Nos hemos citado en la sede de Aranzadi, en Zorroaga, en lo alto de un respetable repecho. Hace unas pocas semanas, Larrañaga recibía, en representación de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, la Medalla de Oro de la Ciudad de San Sebastián. Asegura que en ese “maravilloso” momento, sus pensamientos se dirigían a “todos” los que conforman Aranzadi, pero puntualiza que la Medalla no le fue concedida a él, sino “a toda la Sociedad”. Nos hemos acercado a él con la intención de conocer a la persona que se esconde tras el cargo de Presidente en la Sociedad de Ciencias Aranzadi, Jose Miguel Larrañaga. Nació hace casi 80 años en Sukarrieta, Bizkaia, pero precisa que vino a Usurbil “enseguida”. “Yo soy de Usurbil. Indicadlo claramente...”. Ante la pregunta de si prefiere ser entrevistado en euskara o en castellano, responde que “mejor en euskara, que me resulta más cómodo. Aunque el euskara que yo hablo es el estilo popular de Usurbil”. Hemos conversado sobre su infancia, su juventud y el trayecto que ha seguido la Sociedad hasta nuestros días.

¿Cómo era “Jose Miguel” hace... ?

¡Uf! Tengo casi ochenta años. Imagínese cuánto he cambiado.

Sus recuerdos de la infancia, la casa…

Yo soy el tercero de ocho hermanos. Cada día, todos cumplíamos con nuestros deberes en el caserío. Y yo, además, estudiaba. También iba al monte, que me ha gustado desde siempre.

¿Dónde realizó sus estudios?

De la cuadrilla de amigos de Usurbil, el único que tiene estudios soy yo. Hubo algún otro que se fue a estudiar a Lekaroz. Todos los días, cogía el tren, que solía estar lleno a rebosar, y acudía al Instituto Peñaflorida. En el tren me reunía con gente de Orio, de Zarautz, de Deba... Unos iban a la Escuela de Comercio, otros a aprender Artes y Oficios... Día a día nos juntábamos en el tren una cuadrilla muy bonita... Aquellos años entre 1938 y 1945...

Chicas y chicos, ¿iban juntos a clase?

¡Claro! Imagínese: ya en cuarto curso de bachiller, en 1942, nuestro grupo era mixto. ¡Estábamos muy adelantados!

¿Cómo vivió los años de la guerra durante su infancia?

Bueno, ya sabe, nosotros tampoco nos enterábamos de mucho. Que si habían tomado Málaga, que si otra ciudad... nosotros hacíamos fiesta. De pequeño, a los diez u once años, no te enteras de casi nada...

¿Y tras finalizar el bachiller?

En 1945 me fui a Zaragoza, a estudiar la carrera de Ingeniería.

¿Ingeniería?

Sí. Yo soy ingeniero de profesión. Tengo la oficina en Usurbil. Una fábrica de plásticos. Primeramente estuvo ubicada en Lasarte, y luego la trasladamos a Usurbil. Y ahí seguimos. Todavía sigo trabajando. Ya sabe que quien tiene una vaca tiene que darle de comer, la tiene que lavar y debe cuidarla todos los días.

Entonces, ¿la arqueología y todo el tiempo que ha invertido en Aranzadi...?

Por afición. Como si de un juego se tratara...

¿De dónde saca el tiempo?

Quitándoselo a mi familia. Estoy casado y tengo cuatro hijos, y lo cierto es que para poder trabajar en esto he tenido que quitarles su tiempo...

¿Qué hay de su relación con la arqueología y la naturaleza?

Siempre he sido montañero, pero, además, es que me quedaba mirando y remirando a las piedras, a las plantas, a los árboles... Y no paraba de preguntar “¿esto qué es?”.

¿Qué es lo que nunca se debe dejar de llevar al monte?

El hamaiketako... ¡Pero el de verdad! ¡El auténtico bocadillo de chorizo! (risas). Algo de comer, y la máquina de fotos. Curiosidad, paciencia. Luego está el trabajo de estudio que se hace en casa...

Durante varios años ostentó usted la Presidencia de la Sección de Micología de Aranzadi...

Siempre me mantuve en contacto con la Sociedad, sobre todo desde que vine a vivir a San Sebastián.

En los años 40, un grupo de amigos que se reunió en el refugio de Igaratza, en Aralar, decidió formar una institución dedicada al estudio y defensa de la naturaleza y del patrimonio. Las distintas Secciones internas de Aranzadi se crearon pasado un tiempo desde su fundación. Yo entré a formar parte de la Sección de Micología, como presidente, hacia el año 1946. Los miembros de esta Sección nos solíamos reunir los lunes, y es una costumbre que todavía hoy se mantiene.

Al pertenecer a la Sociedad desde sus comienzos, habrá tenido la suerte de conocer a personas como Barandiaran, Altuna...

No conocí demasiado a Barandiaran, porque venía pocas veces. A Altuna sí, claro. Pero la relación más estrecha la tuve con Jesus Elosegi... Él fue el auténtico artífice...

En su cargo actual, que viene ocupando desde 1999, gobierna usted una institución que se divide en múltiples secciones...

Antes de ser presidente, fui tesorero y secretario general. Por aquel entonces sí que metía horas. Todos los días, al salir del trabajo, venía hacia aquí. Usted habla de “gobernar”, pero yo, lo que hago, es colaborar. Aprobar, orientar, cursar las peticiones... en términos generales, trabajo de gestión. Hace poco he firmado una solicitud para una Auditoría. Cada Sección de Aranzadi goza de una gran autonomía, y toma sus propias decisiones. En el puesto que vengo ocupando me siento más tranquilo. Sólo vengo cuando hace falta.

Aranzadi se dedica especialmente a la investigación. ¿De dónde le viene ese afán explorador?

¡Pues no lo sé! Tiene que ver con la curiosidad, con la naturaleza que nos rodea... ¿A qué obedecen las diferencias? ¿Por qué son las cosas de un modo y no de otro? ¿Por qué tiene el acebo espinas en sus hojas inferiores, y no en las superiores? ¿Cómo sabe un árbol todas estas cosas? Nosotros hacemos, sobre todo, lo que se viene en llamar “trabajo de campo”, y, luego, analizamos y difundimos la información recabada.

Un buen investigador tiene que...

No basta con tener intenciones y ganas; hay que trabajar concienzudamente.

¿Lo más hermoso que le haya pasado en la vida en el ámbito de la investigación?

El descubrimiento del cromlech de Adimendi, en Navarra. Estando yo allí, vi que había algo. Miré en los libros que tenía en casa, pero no encontré ninguna referencia, por lo que finalmente decidí llevar a unos expertos y confirmar mis sospechas... ¡Encontré un cromlech! Lo registré con mi nombre.

¿Y lo más desagradable?

Nada... Bueno, perderme en el monte... Pero ya sabe: si se pierde, busque el río y sígalo. Ya verá cómo llega. Todos los ríos que tenemos en Euskal Herria descienden hacia los valles; quizá no al valle que uno esperaba, pero al menos llegan hasta la civilización... El agua siempre tira para abajo...

Los investigadores actuales...

Están mejor preparados; la mayoría tiene una carrera. Tenemos una estrecha relación con la Universidad; concedemos la posibilidad de obtener créditos. Cualquier persona puede acudir a nosotros, presentar su proyecto y desarrollar su investigación en el seno de Aranzadi... Normalmente, la “red” se extiende entre amigos.

¿En Aranzadi tienen personal contratado, o son todos voluntarios?

Las personas que se hacen cargo de la administración tienen un contrato, y también los investigadores de las distintas Secciones. También los amateurs son contratados por la Sociedad.

Al recibir hace unas pocas semanas la Medalla de oro de la Ciudad de San Sebastián... ¿A quién llevaba en el recuerdo?

A todos, a todos. A los que ya no están, a los que están y, sobre todo, a los que vienen a trabajar. La Medalla no me la otorgaron a mí. Ha habido presidentes más “importantes” que yo, ¡pero me ha tocado a mí recogerla!

¡Así es el destino! Para terminar, ¿hay algo que le gustaría comentar a nuestros lectores? Pues mire, diría a los jóvenes, a los aficionados a la naturaleza, que vengan a visitarnos, que se hagan socios. La cantidad a pagar es muy pequeña. Además, recibirán los libros que la Sociedad vaya editando. Pero lo más importante es que se van a encontrar con un ambiente fabuloso.
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