Asistimos a una proliferación de alternativas al sistema socioeconómico, con la consiguiente dispersión de modelos y de propuestas prácticas. ¿Es posible una transición coherente hacia lo que se ha dado en llamar ‘el postcapitalismo’?
Mari Jose Aranguren (M.J.A.): En mi opinión, es necesario impulsar la proactividad en cada lugar, para que los actores correspondientes decidan qué tipo de desarrollo desean. Esto implica que esos modelos, esas alternativas o esas transiciones coherentes, deban ser definidos en cada lugar por sus propios actores. Como consecuencia de la globalización, nos llegan diferentes tendencias del mundo, y si los que vivimos en cada lugar no tenemos una postura activa sobre qué tipo de desarrollo queremos impulsar y si no elaboramos entre nosotros ese modelo de desarrollo, pues al final serán esas tendencias las que nos arrastren. Para mí, un mensaje importante es el de que no hay un modelo único, sino que en cada lugar hay que buscar un modelo propio y que para ello es necesario tener una actitud proactiva, lo cual implica, por lo menos, disponer de unas políticas propias, más allá del mercado, sobre todo trabajando en red.
Helena Franco (H.F.): Un poco en esa misma línea: en cada lugar y de forma colectiva. Aunque sea difícil, yo creo que es importante ponerse de acuerdo, que exista una especie de consenso en la necesidad del cambio y en las ventajas que ese cambio debe aportar. Hoy en día hay una serie de elementos que pueden marcar esa transición y lo que vaya a venir después, como son por ejemplo los temas medioambientales, en torno a los cuales hay un montón de propuestas, la economía verde, la circular, el decrecimiento, los relativos al reparto de la renta, otros elementos que pueden ser más sociales... Quiero decir que hay una serie de elementos que están ahí, en el aire, que son aportaciones de mucha gente con diferentes puntos de vista y que, si bien no concitan un consenso total en torno a ellos, sí que pueden servir para marcar unas direcciones concretas. Lo que pienso es que esos factores, el medioambiental y el relativo al reparto de la renta o a la reducción de la desigualdad, deben ser algunos de esos elementos básicos. La igualdad y el respeto a los límites de la naturaleza, y también, como dices tú, en cada lugar y dentro de una actitud colectiva. En definitiva, las políticas concretas expresan una determinada posición política y, también dentro del mundo de la empresa, los distintos agentes, tanto los dueños del capital como los equipos directivos y los trabajadores, necesitarán lograr unos consensos en este escenario complejo, incierto y globalizado, para poder desarrollar otros sistemas más justos, equitativos y sostenibles.
M.J.A.: Estoy de acuerdo contigo en esto, Helena. Son dos retos importantes. Por un lado, está la igualdad o la inclusión. Si nos fijamos en nuestro territorio podemos ver que la última crisis trajo consigo un aumento de las desigualdades y, si queremos mantener a largo plazo lo que ha sido en Euskadi nuestro modelo inclusivo, deberemos hacer frente a este importante reto. Luego, por otro lado, está el medioambiente, el cuidado del medioambiente para las siguientes generaciones, ya que es muy importante disponer de un entorno sano, en buenas condiciones y sostenible para todos.
Estoy de acuerdo en que es difícil lograr consensos, pero sí, son necesarios unos acuerdos de mínimos en un sentido amplio, y también entre los distintos partidos, ya que muchos de estos retos son estructurales y, si no se hace así, cabe el riesgo de comenzar una serie de reformas en una legislatura y que haya que cambiarlas totalmente en la siguiente. Por lo tanto, me parece que estos consensos deben abarcar una gran pluralidad, para que lleguen a ser apuestas a largo plazo.
H.F.: Seguramente más que en los partidos habrá que impulsar estos consensos desde otras dinámicas. Los acuerdos entre partidos son verdaderamente difíciles, ya que al final las elecciones lo condicionan todo. Yo creo que puede haber una estructura económica, una estructura social y unos movimientos populares para poner sobre la mesa otro tipo de exigencias y necesidades, que sean los que muevan a nivel político esos acuerdos mínimos necesarios. Pienso que hay que funcionar así, porque una democracia se construye desde abajo, y los partidos, en definitiva, son un instrumento para eso, para encauzar todas esas sensibilidades existentes y esas perspectivas generales.
“Es necesario impulsar la proactividad en cada lugar, para que los actores correspondientes decidan qué tipo de desarrollo desean”.
Dada nuestra pirámide demográfica y dada la precarización y devaluación del factor trabajo, ¿podrá sostenerse el Estado del bienestar tal como ha funcionado hasta ahora?
H.F.: Esos miedos y alarmas que surgen de vez en cuando en torno al Estado del bienestar son muy interesados. Yo estaría realmente preocupada si el Estado del bienestar estuviera en peligro, porque eso querría decir que es la propia economía la que está en peligro. ¿Qué es el Estado del bienestar? El Estado del bienestar es, en definitiva, un instrumento para distribuir y para posibilitar un encauzamiento más estable de la economía. Si la economía no funcionara, si no produjéramos nada, si no creáramos riqueza, entonces estaría en peligro el Estado del bienestar. Y, al revés, si la economía sigue adelante, si estamos creando riqueza, ¿qué será el Estado? Pues un instrumento para distribuir la riqueza. Al fin y al cabo, las prestaciones sociales y los servicios sociales (salud, educación...) son instrumentos para el reparto de la riqueza. O sea que, si se está creando riqueza ya hay una base para el mantenimiento del Estado del bienestar. El tema es cómo se reparte esa riqueza que se está generando. Si la distribución de la riqueza es cada vez más dispar y la parte de la tarta que corresponde a las rentas de trabajo es cada vez más pequeña, ahí puede haber un problema. Si el Estado del bienestar se financia únicamente a cuenta de las rentas de trabajo, entonces tendríamos que pensar en otros términos. Si está creando riqueza, distribuyamos esa riqueza de un modo más adecuado para que pueda proveer la financiación y los recursos que necesita el Estado del bienestar.
En los términos actuales es cierto lo que se plantea en la pregunta. Los actuales términos no son los mismos que los de hace 50 años, cuando en la posguerra mundial se sentaron las bases del Estado del bienestar. La financiación era entonces mucho más igualitaria, las rentas del capital y los grandes patrimonios aportaban mucho más. Pero todo eso se ha “descafeinado” en estos últimos años y ahora son las rentas de los trabajadores el principal soporte del Estado del bienestar. Tal vez deberíamos replantearnos la financiación del Estado del bienestar, para que esté basada en todas las rentas, en todas las riquezas.
Si hay riqueza, esto es, si hay dinero, se trata de ver cómo se reparte ese dinero para que sea beneficioso para todos. Y seguramente habrá que replantearse también el empleo. Hay que crear empleo y hay que repartir el empleo, igual que hay que repartir el trabajo, pero también la riqueza, poniendo límites a esa concentración creciente y excesiva. Y hay que hacer eso por dos razones, en mi opinión. Por un lado, por cohesión social, ya que todo el mundo necesita unos mínimos para ser y sentirse partícipes de la sociedad. Y, por otro lado, para asegurar el crecimiento y el desarrollo económico. Si ese dinero se reparte entre la gente, ese dinero se gastará en la economía real, pero si no se reparte, ¿dónde se queda? ¿Dando vueltas en los mercados financieros? ¿En esos mercados en los que no se produce nada? Yo creo que ambos elementos, el social y el económico, deben llevarnos a la defensa del Estado del bienestar.
M.J.A.: El Estado del bienestar se asienta actualmente sobre una base no tan sólida. ¿Por qué? Porque, al final, existen dos tensiones a la hora de crear esa riqueza. Por un lado, los procesos de envejecimiento provocan un aumento de los gastos sociales y, al no ser esas personas parte de la población activa, tampoco participan en la creación de esa riqueza. Eso está creando una tensión en el futuro de nuestro Estado del bienestar. Y, por otro lado, las propias crisis económicas en las cuales las tasas de desempleo se incrementan notablemente y, en consecuencia, se crea otra tensión, ya que las necesidades sociales también aumentan.
Estoy de acuerdo en que hay que conseguir una buena redistribución de la riqueza que se genera, pero esos dos factores que he mencionado pueden poner en entredicho nuestro nivel de bienestar de cara a los próximos años. Entonces, para mí el eje central en el que hay que incidir para hacer frente a ese problema es la creación de empleo, la empleabilidad, además de impulsar la innovación también en ese ámbito. Por ejemplo, en el caso de las empresas y sus estrategias empresariales, más allá de la búsqueda del negocio o la rentabilidad, en sus valores debería figurar el compromiso de impulsar el desarrollo territorial y de dar respuesta a las necesidades sociales. Aquí, en Euskadi, hemos tenido muchos ejemplos de esto que estoy diciendo, muchas empresas que han mantenido un compromiso muy serio. Si se incide adecuadamente en este valor, se dará una cumplida respuesta a muchas necesidades sociales.
Por lo tanto, en lugar de dejar la situación tal y como está, es necesario un debate sobre el modelo de bienestar, cuál va a ser el modelo de bienestar de la Euskadi de hoy y de mañana. Lo que tenemos hasta ahora funciona, pero muchas cosas están cambiando, los procesos de envejecimiento y demás tienen su efecto, y yo ahí veo el peligro de que no se lleve a cabo un debate serio sobre este aspecto y no se tomen determinadas medidas. El mismo proceso crea nuevas oportunidades para buscar nuevas actividades económicas. Hay que pensar qué actividades pueden ser estas, cómo tenemos que preparar a las personas para ellas, qué cosas nuevas podemos crear... Me parece que ahí hay nuevas oportunidades que deberíamos tomar en consideración y darles una adecuada respuesta.
H.F.: Hablando del proceso de envejecimiento y del desempleo, el problema es que hay mano de obra, lo que no hay son oportunidades de empleo. No es que no haya una base para que la gente trabaje y gane un sueldo, sino que no se generan oportunidades de empleo para ello. ¿Y por qué no se crean oportunidades de empleo? Pues, seguramente, porque la riqueza que se crea no se invierte en la economía real, de aquí, sino que se invierte en otras cosas.
Tú has mencionado ahora mismo que hay necesidades. Por ejemplo, en ese gran colectivo de la tercera edad las necesidades son enormes, en aspectos como el de los cuidados, donde se generan nuevos servicios, igual que se generan nuevos servicios en aspectos relacionados con el medioambiente: reciclaje, aprovechamiento... Hay ámbitos de creación de empleo, lo que ocurre es que no se destina dinero a ellos. Así que tenemos, por un lado, necesidades, y por otro, mano de obra, gente que está dispuesta a trabajar, pero no se crea empleo porque el dinero se destina a los mercados internacionales, sobre todo a los mercados financieros. Esto es lo que crea preocupación, es una de las principales preocupaciones en torno al Estado del bienestar: cómo conseguir que las ganancias se queden aquí y alimenten la economía de aquí, para que luego esto tenga consecuencias en la recaudación de impuestos y, a través de ellos, en los servicios y prestaciones públicas.
Está claro que no es un tema sencillo sino que es bastante complejo. Hay oportunidades y también problemas, pero es preciso hacer una reflexión en torno a esto. Lo que no se puede plantear es lo que plantean determinadas voces del neoliberalismo más extremo: esto se va a desmontar y que cada cual haga lo que pueda. Eso es totalmente insolidario y, además, no es real y es muy peligroso, porque podría llevarnos a una polarización social creciente y a un enfrentamiento en el seno de la sociedad que quién sabe en qué podría terminar. Creo que a todos nos interesa que la sociedad esté cohesionada y que se cumplan unas mínimas condiciones, para que todos vivamos tranquilos y con una mínima seguridad.
M.J.A.: Uno de los aspectos que has mencionado es el de adónde va el dinero, ¿a la especulación, a los mercados financieros?, ¿o a crear verdadero valor y riqueza para el bienestar humano? Ahí tenemos un compromiso de verdad con el cambio, con el desarrollo territorial, etc. El desarrollo de esos valores y de esos compromisos puede ser de ayuda también a la hora de decidir para qué se utilizan esas fuentes de dinero en el territorio.
H.F.: Seguramente hay que aprender cosas de otras empresas, como por ejemplo de las cooperativas o de las empresas de economía social. Estas empresas tienen compromisos internos para desarrollar otro tipo de experiencia que a lo mejor habría que llevar al sector público. Por lo tanto, necesitaremos echarle un poco de imaginación para conseguir un planteamiento colectivo, amplio y solidario, pero que sea al mismo tiempo eficiente y eficaz, para aprovechar bien esos recursos existentes. Eso, en definitiva, daría legitimidad al Estado del bienestar que hoy en día se está tambaleando en muchos sentidos. Un servicio público que funcione, un gasto social.
“Tal vez deberíamos replantearnos la financiación del Estado del bienestar, para que esté basada en todas las rentas, en todas las riquezas”.
Somos un país pequeño, ¿qué limitaciones y —si las tiene— qué potencialidades entraña esa dimensión para competir globalmente?
M.J.A.: En mi opinión, ser un país pequeño tiene sus ventajas. En el modelo de desarrollo en el que nos encontramos actualmente, una de las claves importantes es la capacidad de crear conocimientos y cosas nuevas. El conocimiento exige muchas veces trabajar con otros, colaborar y desarrollar relaciones de confianza para la colaboración. El trabajo en red con otros es muy importante, por eso la proximidad y el tamaño pequeño proporcionan flexibilidad para crear pequeñas cosas y compartirlas con otros... Aquí deberíamos colaborar mucho más de lo que lo hacemos, si bien cuando contamos nuestra historia en el exterior siempre se comenta que les da un poco de envidia nuestra cultura de la colaboración.
Creo que el ser pequeños proporciona ciertas ventajas. Y también desventajas, ya que al ser tan pequeños, los servicios y productos que creamos también tienen un mercado pequeño y por eso tenemos que estar abiertos al mundo. Pero esa apertura también nos trae muchas ventajas. Es muy positivo estar obligados a abrirnos a la innovación, a hacer cosas nuevas. En definitiva, yo veo más ventajas que desventajas, aunque nos exija trabajar con otros y abrirnos.
H.F.: Totalmente de acuerdo. Por un lado, ese pequeño tamaño no sé hasta qué punto es así. Tenemos complejo de ser un país pequeño, pero hay Estados que no son mucho más grandes que nosotros. Por ejemplo, Finlandia tiene cinco millones de habitantes y Euskal Herria tres millones. No estamos tan lejos. Además, el tamaño es bastante adecuado por los aspectos que has mencionado: la confianza, el conocimiento mutuo, me parece una dimensión adecuada para este marco. Como geográficamente el territorio no es muy amplio, las relaciones entre personas, incluso físicamente, son muy sencillas. Y compartimos una cultura común en muchos aspectos: tenemos nuestros propios valores, tanto culturales como en muchos elementos de la cultura productiva, que deberíamos defender y preservar. Creo que si no cuidamos la ventaja que nos proporciona esta cultura de la innovación, del acuerdo, de la cooperación, esos valores que han sido siempre tan nuestros, estaremos en una situación mucho más desfavorable dentro del panorama internacional competitivo. Esto se considera hoy en día un valor muy importante en la economía del conocimiento y de la innovación. Y tenemos que mantenerlo y promoverlo.
Al mismo tiempo debemos estar abiertos. Por un lado, porque es sano tener una perspectiva abierta y no cerrada de cara al mundo, y por otro, porque para el conocimiento y la innovación es fundamental saber qué se está haciendo por ahí y cómo se está haciendo. Tenemos que saber aportar y recibir aportaciones, también porque debemos buscar nuestros mercados internacionales para determinados productos. Eso sí, seremos un mercado pequeño, de tres millones de personas, y para algunos productos la dimensión óptima del mercado es mayor, pero actualmente el mercado no es una limitación. Por lo tanto, esa apertura la veo en dos aspectos: las relaciones comerciales y las relaciones científico-tecnológicas.
Luego están las armas financieras, y ahí también tenemos lo que hay, pero sí creo que hay que poner unos límites, no solo desde Euskal Herria, sino en general, a nivel mundial. Necesitamos armas financieras y ahí están, pero en este momento el mercado financiero y la globalización de productos financieros constituyen una variable que hay que tener bajo control.
“El trabajo en red con otros es muy importante, por eso la proximidad y el tamaño pequeño proporcionan flexibilidad para crear pequeñas cosas y compartirlas con otros...”.
Aunque ambas son “de números”, no dejarán de admitir que vivimos bajo la dictadura de la ‘cuantitofrenia’: todo el conocimiento está basado en el cálculo y todo el progreso, en el crecimiento económico. ¿Estos parámetros bastan para construir un futuro sustancialmente más justo y, sobre todo, más humano?
H.F.: Yo, en principio, no les tengo ningún miedo a los números, creo que los números deben existir y que ciertas cosas hay que contabilizarlas. No puedes hablar sobre la renta, sobre la distribución de la renta, sobre productos financieros, sobre balances de empresa... sin utilizar números. Por tanto, los números están ahí, pero es verdad que los números y las cosas cuantificables no son los únicos elementos que definen el desarrollo de un país, sino que hay otros.
Además, es cierto que lo cuantificable con números muchas veces deja al margen elementos muy importantes, como nos recuerdan una y otra vez desde la economía feminista. Por ejemplo, se quedan fuera los frutos de las labores domésticas. Los productos y servicios que generan estas labores no se contabilizan. Pero, al mismo tiempo, para el desarrollo de un país, de las personas, está claro que son elementos fundamentales. Igualmente, hay otro problema importante que es difícil de contabilizar, como el daño que se inflige a la naturaleza, al medioambiente, ¿cómo se mide eso? Claro que hay elementos que deben ser tenidos en cuenta desde el punto de vista económico de la sociedad, pero que son difíciles de contabilizar. He mencionado los dos ejemplos más claros, pero hay otros, por ejemplo los que provienen de las relaciones de poder, de los valores, otros elementos que pueden ser un poco más espirituales y que están relacionados con el desarrollo...
Entonces, respondiendo a la pregunta, por supuesto que los números no bastan, pero ¿son necesarios? Sí. Yo creo que esa parte que se contabiliza es necesaria. Pero, tal vez, algunas cosas que no se contabilizan pero que se pueden traducir fácilmente a números, como por ejemplo las labores domésticas o algunas estimaciones en torno al daño medioambiental, habría que incluirlas en ese esquema. Luego hay otros elementos que nunca podrán ser contabilizados y que hay que tener en cuenta, como por ejemplo cuando hablamos del desarrollo de un país todo lo relacionado con la felicidad, lo relacionado con la conflictividad, con las relaciones de poder, ya que todos estos aspectos también definen la salud de un país en un sentido integral.
M.J.A.: Sí, estoy de acuerdo con tu punto de vista. Yo pienso que muchas cosas pueden medirse y que es bueno medirlas, porque así puedes ver cómo estás evolucionando en ese aspecto, pero otras muchas cosas son muy difíciles de medir: el compromiso, los valores, la cultura, los aspectos identitarios... es dificilísimo expresarlos en números, pero también hay muchos elementos, como los que tú has mencionado, que inciden claramente en el desarrollo.
Muchas veces se valoran únicamente los números, pero culturalmente debemos intentar valorar también aquello que no se puede medir, valorar lo intangible. Por ejemplo, la base de nuestra economía ha sido la industria, las máquinas, etc. En ese sector hemos tenido una gran fortaleza. Luego, cuando hablamos de innovación, lo más evidente es la innovación tecnológica, la que se ve. Tú puedes ver qué es lo que ha cambiado en tecnología, lo ves físicamente, pero hay otras muchas innovaciones que no son tecnológicas, relacionadas con la organización, como los nuevos modelos de organización de las empresas o la participación de los trabajadores en la empresa... Hay otras muchas innovaciones que no son tan tangibles y nos cuesta valorarlas en nuestros programas, en nuestros desarrollos, porque no se ven ni se tocan. Creo que es un elemento que tenemos que trabajar. Nuestra cultura siempre ha sido muy tangible, la industria, el hierro, el metal... lo que se ve, eso es lo que está en nuestros esquemas, diría que en nuestra atmósfera. Entonces, valorar eso que no vemos, eso que no medimos, nos cuesta más. Pienso que debemos introducir eso en nuestra cultura, porque temas como la innovación social son muy importantes hoy en día y muchas veces no los valoramos adecuadamente. Ahí es donde yo veo el reto.
H.F.: Es verdad que en estas últimas décadas las visiones dominantes de la economía han marginado todas estas cosas, y ahora estas voces han vuelto del mundo de la organización industrial, de las nuevas teorías empresariales, de las teorías del desarrollo regional, pero no del mainstream, ¿no? Se han dejado de lado estos valores intangibles y estos elementos de la economía, y creo que ahora se está haciendo una reivindicación en este sentido: devolvamos la economía a esa visión más general y más amplia.
“Hay elementos que nunca podrán ser contabilizados y que hay que tener en cuenta, como por ejemplo cuando hablamos del desarrollo de un país todo lo relacionado con la felicidad, lo relacionado con la conflictividad, con las relaciones de poder, ya que todos estos aspectos también definen la salud de un país en un sentido integral”.
Ante la ola de proteccionismo que parece avanzar: ¿creen que la globalización necesita un efecto corrector? En tal caso, ¿de qué tipo?
M.J.A.: Yo creo que este es un tema que puede abordarse desde diferentes puntos de vista. Uno de ellos sería el proteccionismo de los mismos productos y servicios, como este fenómeno que está ocurriendo ahora en Estados Unidos con Trump. Creo que se trata de un paso atrás evidente para el desarrollo de los países y que hay que hacer frente a eso. No sé cómo ni por dónde, pero me parece que hay que darle la vuelta a eso. Luego, por otra parte, está el tema de las personas, las dificultades que existen para la movilidad de las personas. Yo creo que en los países desarrollados existen grandes facilidades para la movilidad entre ellos, pero entre los países desarrollados y los que se encuentran en vías de desarrollo, en cambio, ponemos muchos más límites. Eso es un fenómeno que va totalmente en contra de las personas y del desarrollo humano. No hay más que ver todas estas miserias e insolidaridades que se están dando en torno a los refugiados. En un mundo solidario, esas son unas claras injusticias, a las que hay que hacer frente. En este aspecto también en los países desarrollados deberíamos trabajar con mucha más apertura y mayor base de solidaridad con los países que se encuentran en vías de desarrollo.
H.F.: Cuando se habla sobre proteccionismo hay que fijarse que la globalización ha tenido diferentes ritmos. Uno de los primeros fenómenos acaecidos dentro de la globalización ha sido el proceso de internacionalización del comercio hasta alcanzar una dimensión global. Más tarde llegaría la globalización de la producción y la financiación al mismo tiempo, con lo que la financiación ha explotado y ha arramblado con casi todo. Y la globalización de las personas llega más tarde, pero también viene, y con ella se evidencian las contradicciones en eso que se denomina mundo avanzado. Hasta que no ha llegado aquí, no se ha puesto ese elemento encima de la mesa.
Yo creo que la globalización está claramente dirigida en función de los intereses de las grandes economías de Occidente, de los intereses de Estados Unidos, de Europa y, especialmente, de las grandes empresas transnacionales. En estos momentos parece que, como consecuencia de las crisis y de los problemas internos de algunos países, se quiere poner un límite a esto. Por eso se utiliza el tema de la movilidad de las personas de un modo cicatero, para hacer frente a la globalización.
Pero es mucho más evidente el daño que ha causado la globalización financiera a todas las economías, incluidas las avanzadas, que el que nos han causado los movimientos de las personas. Es decir, que se está creando riqueza, pero esa riqueza no se dirige a los países, no se queda en ellos, cada vez se queda más en ese casino gigante a escala mundial, sin producir absolutamente nada, utilizando el dinero para producir dinero. ¿Por qué no nos metemos con esa globalización? ¿Por qué no lo hacen los que están en el poder o esas voces que pretenden debilitar la globalización? ¿Dónde está el verdadero problema? Por ejemplo, en África debería haber y se necesita una vía de inversiones para el desarrollo: empezando por el agua potable, la energía, las infraestructuras, las empresas... ¿Por qué no se dirige el capital a estos países? Pues porque gana mucho más en los mercados financieros. Esa es la auténtica perversión.
Impulsemos verdaderas soluciones para que los países avancen en su desarrollo, para que de esta forma disminuya también ese flujo migratorio de los países en vías de desarrollo a los países desarrollados. Porque, al final, va a parecer que la migración es un lujo. Los emigrantes seguramente preferirían quedarse en sus países, pero para eso se tienen que dar las condiciones adecuadas.
Creo que es un problema complejo. Es cierto que si al menos todo esto sirve para darle una vuelta al tema de la globalización, bienvenido sea, pero no en el sentido más restrictivo, porque no se puede ir en contra de la historia, no podemos ir hacia atrás, hay que ir hacia adelante, pero estableciendo una bases más justas.
“En los países desarrollados deberíamos trabajar con mucha más apertura y mayor base de solidaridad con los países que se encuentran en vías de desarrollo”.
Un tema de preocupación actualmente: la educación. ¿Qué está fallando o qué nos está faltando?
H.F.: El actual sistema educativo es mejor que el de hace treinta años, lo que pasa es que a veces también es desequilibrado. Se concede importancia, por ejemplo, a la formación técnica, de cara al mercado o a las necesidades del mercado, pero tal vez se olvidan lo que son las competencias básicas. Las competencias básicas son fundamentales para ir por el mundo tanto cuando actúas técnicamente como cuando actúas de forma personal o colectiva. Creo que en ese aspecto tal vez se haya perdido algo. Se ha perdido una parte fundamental, por ejemplo el entender, el escuchar, el tener un sentido crítico, el poder analizar tanto un texto como una entrevista sonora, esas bases son las que se han perdido. No se trabajan las lógicas, las relaciones, sino que se aprenden las cosas de carretilla... Y luego se nos pide que seamos innovadores, que trabajemos en las redes, que relacionemos cosas para ser innovadores, pero el sistema educativo ha debilitado todo eso. Creo que faltan capacidades de comprensión, se han visto debilitadas, al igual que las lógicas. Las lógicas son, al fin y al cabo, las relaciones entre conceptos, ideas, afirmaciones y aplicaciones. Yo así lo entiendo y eso vale tanto para las matemáticas como para leer un texto y tener una conversación. Ahí es donde veo un poco la actual carencia.
M.J.A.: Yo añadiría que la educación, tanto en la universidad como en la escuela y demás, debe estar conectada con las experiencias reales. Me parece que en ese proceso de aprendizaje la teoría, los conceptos, deben estar unidos a una visión crítica y a unos retos reales. Para ello, la universidad y la misma escuela deben desarrollar una colaboración mucho más estrecha con el resto de los actores del sistema: con los actores sociales, con las empresas, con los gobiernos, etc. Para mí, eso exige una evolución y un impulso a la formación dual.
Y lo mismo que hablamos de la formación dual en la economía del conocimiento, también las empresas deben impulsar la colaboración entre ellas y debe haber un trabajo entre empresas y gobierno; especialmente en la educación, tanto en la universidad como en las escuelas, se debe impulsar también la colaboración entre los distintos agentes. Por ejemplo, en el mundo de la investigación: yo ahora estoy en Orkestra, y me parece que la investigación que llevamos a cabo en la universidad puede aportar mucho si trabajamos en clave de responder a los retos concretos de la sociedad. Crear conocimiento nuevo a través de la investigación, sí, pero ¿para responder a qué problema? ¿A qué desafío? Si trabajamos con los mismos actores, con gobiernos, empresas, organizaciones sociales, esa investigación estará más conectada para responder a los problemas que tenemos actualmente.
Eso es lo que yo echo en falta en el sistema educativo, un impulso para trabajar más con los demás. Ahí están, por ejemplo, los pasos adelante dados en Euskadi por la formación profesional en cuanto a formación dual. Creo que en los demás ámbitos de la enseñanza, tanto en la escuela como en la universidad, se crearán enormes oportunidades si se trabaja aprendiendo de la experiencia real, con esa conexión. Me parece que tenemos grande oportunidades. Y en relación con otra pregunta que hemos comentado antes, el ser una economía pequeña, un país pequeño, nos otorga un montón de oportunidades para hacer eso. Hay varias iniciativas en ese sentido y se están dando pasos adelante. Creo que dar un impulso a eso nos ayudaría mucho de cara al futuro.
H.F.: Y en una economía como la nuestra también hemos tenido esa cultura de la educación y las empresas, y en el caso de la industria, un vínculo entre ambas. Pero necesitamos herramientas. Tenemos que avanzar en el autogobierno, en la soberanía. En ese sentido, la educación está muy condicionada, por lo menos en Hego Euskal Herria, a lo que hay a nivel estatal, y avanza mucho más despacio en estos temas. En ese tema también tenemos que hacer una reflexión desde Euskal Herria y para Euskal Herria, ya que, al fin y al cabo, cuando hablamos de educación, estamos hablando de nuestro presente y nuestro futuro, tanto a nivel personal, como social y económico, puesto que es un tema sumamente importante.
M.J.A.: Totalmente de acuerdo. El eje principal de cara al desarrollo educativo es trabajar la formación de las personas y las competencias, y sería importante dar un impulso a eso.
“El actual sistema educativo creo que ha perdido una parte fundamental, por ejemplo el entender, el escuchar, el tener un sentido crítico, el poder analizar tanto un texto como una entrevista sonora, esas bases son las que se han perdido”.
Helena Franco Ibarzabal (Getxo, 1967)
Doctora en Ciencias Económicas y Empresariales.
Profesora de Economía Aplicada en la Facultad de Economía y Empresa, sección de Gipuzkoa, en San Sebastián.
Diputada de Hacienda y Finanzas de Gipuzkoa entre 2011-2015.
Ha pertenecido desde su creación a Gaindegia, el observatorio para el desarrollo socio-económico de Euskal Herria.
Sus prioridades de investigación, estudio y publicación se sitúan en la especialidad de Economía Regional y Urbana, cobrando especial interés su aplicación práctica al caso del País Vasco.
Mari Jose Aranguren Querejeta (Urrestilla, Azpeitia, 1969)
Doctora en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad de Deusto, donde imparte como Catedrática de Economía.
Directora general de Orkestra.
Reconocida experta en el área de competitividad y estrategia territorial, clústeres y redes y el análisis y evaluación de políticas, temas sobre los que ha publicado numerosos libros y artículos en revistas especializadas nacionales e internacionales de impacto.
Cuenta con una amplia experiencia liderando proyectos nacionales e internacionales y ha trabajado estrechamente con diversos agentes del País Vasco.
Es miembro del Consejo Asesor de la Comisión Europea en el programa Horizon 2020 en el Societal Challenge 6 ‘Europe in a changing world – Inclusive, Innovative and Reflective Societies’ y en el reto de ‘Spreading Excellence and Widening Participation’.
Evaluadora de proyectos de investigación europeos y de varias revistas científicas nacionales e internacionales. Miembro del “Hall of Fame” del Instituto de Estrategia y Competitividad de la Universidad de Harvard.