Empecemos por el final, por su último libro: “Mi extraña amiga Katalina”, en el que en 2008 una escritora, inmersa en un momento difícil de su vida, tiene la posibilidad de descubrir las razones que pueden llevar a una mujer del siglo XVII, concretamente a Katalina de Erauso, a decidirse por el travestismo, la ocultación y a emprender una vida insólita. ¿Cómo le llegó la inspiración para escribir esta historia?
Yo podía haber estudiado Historia, pero finalmente me decanté por la Filología Románica. Siempre me ha gustado la mezcla de la historia y la literatura. Da la casualidad de que llevo viviendo 22 años en la calle Catalina de Erauso de San Sebastián. Cuando mis hijos eran pequeños hacíamos intercambio de casas para poder viajar a otros países. Así, visitamos muchos lugares. Cuando dejamos aquello, recibí una llamada desde Canadá, de unas personas interesadas en visitar nuestra casa, simplemente porque se encontraba en la calle Catalina de Erauso. A raíz de aquella anécdota empecé a investigar la historia del personaje, y me encontré con muchas sorpresas.
Pero el libro llegaría más tarde.
Sí, llegó más tarde. A mí me encanta escribir. Es mi gran afición, me lo paso en grande. Soy como un chaval con su videojuego, que se mete en esa otra realidad y se olvida de todo. En mi casa hay mucha música, pero a mí no me importa en absoluto, me abstraigo, me meto en mi mundo y escribo, me pongo a soñar y me resulta muy gratificante. A raíz de algunas cosas que escribí surgió la novela.
Es una novela, además, que mezcla varios géneros, y en la que también hace acto de presencia el Realismo Mágico, ya que mezcla varias épocas.
Me di cuenta de que Katalina de Erauso era un personaje sin descubrir, y se me ocurrió establecer un diálogo con ella, desde la época actual. Dice un indio que no se puede juzgar a nadie sin estar tres días en sus mocasines, yo creo que eso es verdad. Así, intenté descubrir por qué Katalina hizo todas las cosas que hizo, qué podía estar pasando por su cabeza para actuar de aquella manera. Establecí un diálogo entre una mujer actual en un momento complicado de su existencia (crisis conyugal, indecisión...) y Katalina. Para nosotras, las mujeres, es mucho más difícil decidir qué vamos a hacer con nuestra vida. Consciente o inconscientemente la sociedad nos asigna un rol y la decisión es mucho más complicada que para los hombres. Hay cosas en común entre esa Katalina que decide escapar y mujeres del día de hoy que se lo tienen que pensar mucho, y a quienes les duele la decisión.
Ha vuelto a abordar la realidad de la mujer y algunas problemáticas relacionadas con su condición.
Es que soy mujer. He leído novelas escritas por hombres, con cuyos protagonistas hombres me he sentido identificada. Sí me da un poquito de rabia que se nos etiquete a las mujeres que escribimos historias de mujeres, como si estuviéramos en un lugar aparte. Hay un momento en la vida en el que el tiempo te echa el guante, es entonces cuando descubres que tienes fecha de caducidad y que lo que quieres hacer tiene un plazo. Esto es algo que nos ocurre a todos, a hombres y mujeres. En este sentido, algunas problemáticas son específicas de las mujeres pero otras son comunes al género humano.
Se trata de decidir.
Eso es, y es entonces cuando llega la angustia. Tenemos que optar por un camino, y al decir sí a algo decimos no a miles de opciones. En el caso de la mujer, cuando decide ser madre, esto es algo que se complica muchísimo.
¿Diría que reivindica a través de la literatura?
Yo reivindico desde mi puesto de mujer la situación de mujer. Creo que hay que reivindicarla y estoy convencida de que hay cosas que cambiar. No creo que la sociedad mime la posibilidad de los hijos que podríamos tener como se debería de mimar. Ahí habría que cambiar varias cosas, y nosotras mismas deberíamos de cambiar. Yo creo que mis pensamientos están mediatizados por mi circunstancia de ser mujer. Reivindico porque estoy contando lo que vivo.
Usted es una mujer que trabaja como profesora, ha formado una familia, cuida de ella y, además, escribe.
Y tengo la ventaja de contar con un trabajo que me permite compaginar otras cosas. Creo que eso debería de ocurrir en muchos empleos. A nosotras todavía se nos genera un conflicto importante cuando trabajamos durante toda la jornada y apenas vemos a nuestros hijos, es algo muy complicado. En este sentido, yo hago reivindicaciones explícitas e implícitas. Pero al escribir, mi objetivo no es sólo reivindicar. Yo no escribo para reivindicar, yo reivindico porque escribo.
En una ocasión comentó que se siente muy cómoda en el género histórico. ¿Se siente más segura escribiendo desde la distancia?
Sí, es cierto. Empecé a escribir cuando tenía 28 años, entonces me sentía muy mayor. En aquella época se llevaba un tipo de literatura muy intimista, las escritoras hablaban mucho de sí mismas y contaban cosas duras o dolorosas. Entonces tenía dos hijos pequeños y decidí que no podía escribir más, no seguí adelante. Me dediqué a la enseñanza, trabajé en la Administración en un cargo de responsabilidad y me di cuenta de que la política no me va nada. Cuando dejé el cargo empecé a escribir. No sé qué razones me impulsaron a escribir “Oria, la Sultana Vascona”, pero entonces me di cuenta de que escribiendo sobre un personaje desde la distancia, escribía con mucha tranquilidad, más serenamente. Aunque escribas una novela histórica te escribes a ti misma. En “Domenja de Oñate” hay parte mía, y también la hay en “Mi extraña amiga Katalina”. En el género histórico me siento cómoda y escribo con paz. Si me ocurriera una tragedia personal importante nunca escribiría sobre ella.
El periodo de documentación antes de escribir la novela importante. ¿Cómo es su proceso?
Primero busco un personaje que me atraiga, o del que me hubiera gustado saber más. Entonces dedico un año a la documentación. Algo que ahora, con Internet, es muchísimo más fácil. Una vez tengo toda la documentación hago un plan. En esto soy muy germánica (sonríe). Me hago el plan en mi cabeza y en un papel. Y a partir de ahí empiezo a escribir. Esto no quiere decir que necesaria y obligatoriamente esté sujeta a ese plan, porque a veces la propia escritura toma su propio camino y lo voy cambiando.
¿Es muy metódica?
Totalmente. Además, creo que si me pusiera a escribir alterada, al día siguiente mi creación me parecería una mierda. Yo me siento y me pongo a escribir con la cabeza fría. Cuento cosas más o menos pasionales, pero con la cabeza fría. Salvo cuando tengo trabajo de instituto, escribo todas las tardes de cuatro a ocho, así, a palo seco. Y, por supuesto, muchísimas veces no me apetece nada. Sin embargo, también es verdad, que cuando me pongo me enredo enseguida.
Y, si está inspirada ¿puede alargar el tiempo que dedica a escribir?
La verdad es que no, y por razones familiares. Aunque mis hijos estén fuera de casa, yo cumplo el horario de cena etc. Además, una vez transcurridas las cuatro horas ya no rindo tanto.
“Salvo la lista de la compra, nadie escribe para sí solo”, manifestó en una entrevista.
Claro, yo escribo para que me lean. Yo creo que un libro no está acabado si no lo lee nadie. Las novelas están hechas para que las lean. La novela es el resultado de la mezcla de impresiones del escritor y el lector. Entre tanto no es nada, para mí no tiene sentido. Siempre digo que el resultado final de una obra es como una barra de labios. Cogemos una misma barra de labios, te la pones tú y me la pongo yo, y el color será distinto. Una novela tendrá éxito en la medida que sea capaz de levantar dentro del lector pensamientos, sensaciones o reflexiones propias.
¿Nunca ha escrito diarios?
Cuando tenía 15 años, luego los leí y los rompí, completamente avergonzada. No he vuelto a hacerlo.
¿Es muy exigente con su trabajo? ¿Se corrige y se relee mucho?
La verdad es que sí. Leo, releo, se lo doy a mi príncipe para que lo lea. La leen más personas antes de que se publique. Tengo tal obsesión con las erratas que me pongo límites a mí misma. Es que si vuelvo a releerla la volvería a escribir.
¿Diría que escribe por necesidad?
Sí. Disfruto mucho escribiendo, me siento bien. Me tranquiliza. Unos dicen que soy terca, yo creo que soy tenaz. Necesito expresarme.
¿Le gustaría dedicarse a la escritura de forma profesional?
Si te soy sincera, hace unos años si me hubiera gustado. Pero dedicarse a la escritura de forma profesional supone mucha dedicación. Indudablemente, me dan envidia los escritores que tienen éxito. Aunque no sé hasta qué punto me gustaría llevar el tipo de vida que supone eso, porque significaría moverme mucho, estar siempre ocupada. No, no me gustaría. Me gusta llevar una vida tranquila y escribir sin tener demasiado éxito.
Pero en 2007 logró el Euskadi de Plata por “Domenja de Oñate”. ¿Cómo recibió el premio?
Me hizo una ilusión tremenda. No me lo esperaba para nada. Estaba en el instituto, cuando salí de clase encendí el móvil y tenía un mensaje de mi marido, él me dio la noticia. Bernardo Atxaga ganó el de euskera y yo el de castellano, fue algo muy especial, un orgullo. “Petriquilla, Graciosa y el verdugo negro” (1995) me la presentó el propio Atxaga, así que le conozco desde hace más años que ni sé y conservo orgullosa una foto con él recibiendo el premio. Me sentí muy feliz, como si me hubieran dado el Nobel. El primer premio de mi vida lo gané con el cuento “Cuando hablaba con Buffalo Bill”, y cuando me llamaron para darme la noticia me quedé pegada. El cuento lo había mandado mi marido a un concurso sin decirme nada y ganarlo fue algo totalmente inesperado e igual de magnífico.
Cuando se retire de la enseñanza, ¿le gustaría dedicarse completamente a escribir?
No lo sé. También me gusta mucho leer, compagino ambas cosas. Lo que sí sé es que, lógicamente, tendré mucho más tiempo, y quizá cambie mi rutina para escribir por las mañanas.
¿Qué es lo más satisfactorio de escribir?
Yo disfruto cuando estoy escribiendo en mi casa. Cuando sale el libro disfruto muchísimo también. Verlo ahí, con los demás, es una aventura. Y disfruto con esa aventura, con la de no saber si se leerá, si gustará...
¿Y lo más difícil? ¿Sufre en el proceso de creación?
No. Cuando escribo sé que estoy en mi casa y que no me pasa nada. No cuento cosas que me crean sufrimiento personal. Creo que mis novelas son positivas, y en ese sentido no sufro. Además, no quiero sufrir. Disfruto escribiendo y escribo porque disfruto, si no disfruto no escribo. Por eso no puedo hablar de desgracias o tragedias personales. Me meto mucho en lo que escribo, he sido Katalina durante un año. Todavía recuerdo cómo, cuando leí La peste de Camus con 18 años, estuve sumida en una gran depresión durante dos semanas.
¿De qué escritores ha bebido? ¿Quiénes son sus fuentes?
Proust me encanta, aunque no tenga nada que ver con lo que yo hago, y El libro del desasosiego de Pessoa me acompaña constantemente, lo leo, lo vuelvo a releer y no me canso. También he leído muchísimos clásicos, pero siempre he leído de todo, desde que era pequeña. Me lo he pasado en grande leyendo El código da Vinci o la saga Millenium de Larsson. Devoro los best seller. Acostumbro a leer tres libros a la vez: algo de documentación histórica, algún súper ventas y otro libro que me gusta de verdad o algo de poesía.
¿Trabaja por encargo? ¿Cuando termina un libro empieza con otro o espera una temporada?
Ya me estoy documentado sobre otro, pero sin saber si se va a publicar o no. No sé si se va a publicar hasta que lo termino, no tengo esa suerte. Yo lo hago y lo presento, a ver si gusta o no.
¿Al principio no le dio miedo la posibilidad de no publicar?
Escribí “Oria, la Sultana Vascona” (1994) totalmente entusiasmada, con el personaje y con lo que descubrí. Fue algo fantástico. Me enteré que había una sultana vascona y eso fue magnífico. Lo escribí y lo empecé a enviar a editoriales pero me lo rechazaban en todas. Me puse terca y un domingo le dije a mi marido que le iba a llamar a Carmen Posadas, conseguí su número. Hablé con ella, fue muy amable me pidió que le mandara el libro, se lo envié con un ramo de flores, me respondió amabilísima y mostró mi trabajo a su agente. No me lo aceptaron. Más tarde llamé a Rosa Montero, que nació el mismo día que yo, el 7 de enero de 1951. Le escribí una carta contándole cómo éramos del mismo día y pidiéndole ayuda para publicar el libro. Me recomendó Ediciones Libertarias y allí sí me lo publicaron. Como se vendió bien, luego publiqué más. Más tarde con Ediciones B, que no me salió tan bien. Mi extraña amiga Katalina es la segunda que publico con ediciones Ttartalo.
¿Escribe siempre?
Sí, siempre estoy escribiendo. Ahora estoy metida en otra historia. Descanso del hecho de escribir, pero no de documentarme, de pensar qué voy a hacer.
¿Acepta bien las críticas?
No hago ni caso. Al principio sí me afectaban. Las de los amigos las acepto muy bien. Es que estoy en una fase buena de la vida. Creo que, como decía Dámaso Alonso, llega un momento en la vida en el que miras para atrás sin ira, porque las asignaturas que tú crees que tenías que aprobar están aprobadas, y si no lo están hiciste todo lo que pudiste. Yo estoy en esa época en la que creo que mis proyectos más importante se han cumplido, con lo cual, lo que me digan me da un poco lo mismo. No digo que no tengan razón, pero no me importa. Yo me siento bien.
¿Tiene alguna historia que le gustaría trabajar?
En A la sombra de las muchachas en flor, de Proust, se ve cómo detrás de la historia real hay siempre muchas historias. Hay muchas mujeres que han vivido historias “invisibles”, me gustaría escribir sobre mujeres que han vivido la historia, han peleado y han sufrido. Ahora estoy leyendo cosas. Mila Beldarían (Donostia, 1951) Licenciada en Lengua y Literatura Románicas, es profesora de Lengua en un instituto de Donostia. Tras sus primeros escritos, Cuando hablaba con Buffalo Bill y Memorias de la inacción, publicó en 1994 Oria, la Sultana Vascona. En 1995 Petriquilla, Graciosa y el verdugo negro, y en 1997 El examen. Le seguirán Kursaal y Enigma. En 2007 logró el Euskadi de Plata con Domenja de Oñate.