¿De qué trata su último libro, El ecologismo de los pobres?
Estudia los conflictos relacionados con el medio ambiente, tanto los actuales como los que se han producido a lo largo de la Historia. Hace más de un siglo, por ejemplo, se produjeron altercados en las minas de Cobre de Río Tinto (Huelva), con motivo de la contaminación producida por el dióxido de sufre, y, en aquella ocasión, en febrero de 1888, el regimiento de Pavia provocó una tragedia en la que varias personas perdieron la vida. También hoy en día hay conflictos de ese tipo, como por ejemplo en Ilo (Perú). A destacar, además, que la demanda de cobre sigue aumentando.
Sostiene usted que en el origen del conflicto se encuentra nuestro modelo económico...
En efecto. Nuestra economía no se está “desmaterializando”, sino justamente lo contrario. La cantidad de carbón que actualmente se extrae en el mundo es siete veces mayor que la que se extraía hace cien años. Aun así, las extracciones en Europa han disminuido. Hay veces en las que los materiales en cuestión resultan imprescindibles para la economía, pero no siempre lo son. Surgen conflictos en las minas de carbón y de cobre, en torno a la extracción y transporte del petróleo, en las minas de oro, en la defensa de los manglares, en contra de la exportación industrial del camarón, etc. Los compradores de oro o del camarón no saben, y tampoco les importa, de dónde proviene lo que están consumiendo.
¿Es difícil alcanzar un equilibrio?
A veces se emplea el lenguaje de la compensación económica. Tengo que construir un embalse, conque debe usted abandonar su hogar. Pero no se preocupe, que no hay ningún problema: le voy a pagar una indemnización y voy a comprarle una casa. De este modo, los pobres del mundo recurren muy a menudo a los lenguajes extraeconómicos. Luego dicen que los derechos humanos son inherentes a la persona, y que todos somos iguales en cuanto a la dignidad humana. Cuando Ghandi fue expulsado en Sudáfrica de un vagón de primera clase por ser un hombre “de color”, no se le podía argumentar que, viajando en segunda o tercera clase, el viaje le fuera a resultar más barato. La pérdida de la dignidad humana no se puede resarcir con una indemnización.
Algunos linajes, al arremeter contra las grandes compañías petrolíferas o mineras, defienden que la tierra es sagrada. El valor monetario no se puede equiparar al valor ecológico, ni tampoco la supervivencia, los derechos y la sacralidad de un grupo o de un individuo. Es decir, la valoración monetaria no es sino uno de los múltiples lenguajes que se pueden emplear. Pese a que el análisis en función del binomio beneficio/perjuicio se decante por un determinado proyecto, hay otros argumentos. ¿Y a quién corresponde determinar cuál es el método a aplicar?
¿Qué es exactamente la ecología de los pobres?
Dentro del ecologismo, hay varias escuelas. En los Estados Unidos existe la llamada “ecología profunda”, que se ocupa exclusivamente de la naturaleza. Son capaces de luchar en defensa de una foz que se pretende cubrir por un embalse. Alguno incluso ha asegurado que está dispuesto a morir allí mismo. A mí eso me parece admirable. Luchan exclusivamente por la naturaleza, no por las personas. Otros, sin embargo, replican que no se debe distinguir entre la naturaleza y el ser humano. Mucha gente defiende el patrimonio natural, no porque sean fervientes ecologistas, sino porque necesitan ese patrimonio para sobrevivir. Ése es el ecologismo de los pobres. Hay quien opina que el ecologismo es un lujo de los ricos, porque empiezan a preocuparse de la naturaleza cuando ya tienen su casa bien abastecida. Pero existe también el ecologismo popular de los pobres.
A pesar de tratarse de un fenómeno mundial, afecta sobre todo al Tercer Mundo...
Teniendo en cuenta que el Norte, los ricos, consumimos tanto, las fronteras de la extracción de la materia prima se han extendido a todas partes. La frontera del petróleo, por ejemplo, ha llegado hasta Alaska y Amazonas. Pero hay resistencias. Podemos llamarlo ecologismo popular, ecología de los pobres o movimiento a favor de la justicia medioambiental. Son resistencias que, aparentemente, siguen el sentido opuesto al de la historia contemporánea. ¿Y cuál es esta dirección? Pues el continuo triunfo del capitalismo y la expulsión de los pobres de sus moradas. Los dirigentes de estas luchas suelen ser muchas veces mujeres. Los colectivos recurren a diversas alternativas para defenderse a sí mismos: reivindican el Convenio 169 de la OIT (Organización Internacional del Trabajo), pidiendo que los derechos territoriales de los indígenas sean respetados –como en la Sipacapa de Guatemala-, u organizan referéndums contra la minería del oro, en algunos casos con gran éxito, como por ejemplo en Tambograndde (Perú) o Esquele (Argentina). En otros países, como por ejemplo en la India, en Indonesia o en Thailandia, se sirven de otras acciones o planteamientos legales contra el comercio, las presas, la destrucción de los bosques o la plantación de árboles (eucalipto, palmera, etc.).
¿Esta serie de movimientos están coordinados entre sí, o se trata más bien de iniciativas locales?
Algunos opinan que estas luchas son del tipo NIMBY (“no en mi patio trasero”), meras intenciones de mostrar la identidad colectiva, pero, en realidad, son manifestaciones locales de un movimiento internacional a favor de la justicia medioambiental. Luego, de estas luchas surgen redes. La red Oliwatch, por ejemplo, surgió a partir de iniciativas que tuvieron lugar en Nigeria y en Ecuador, en 1995. Algunas redes solicitan ayuda a los grupos del Norte, que es de donde proceden las compañías. Yo creo que es precisamente de este tipo de protestas o resistencias de donde surgirán alternativas, no de un libro escrito por un intelectual, ni de un partido político.
Su libro versa sobre la economía ecológica y la ecología política, esferas ambas bastante novedosas. ¿De qué tratan exactamente?
El ecologismo de los pobres parte del metabolismo social. Tenemos que entender que la economía es un sistema que absorbe cada vez más energía y materia prima, y genera cada vez más residuos (dióxido de carbono y otros tipos de contaminación). La dimensión física de la economía va creciendo. No nos estamos desmaterializando.
Sin embargo, la ciencia económica ordinaria no estudia la economía en función del metabolismo social. Tanto en la contabilidad de las empresas como en la contabilidad macroeconómica, no se presta atención a los ”pasivos medioambientales”. Son invisibles para los economistas. No obstante, la economía ecológica sostiene que los aspectos biológicos, físicos, químicos y sociales deben tenerse en cuenta. Es decir, que si el año pasado la economía creció un 3%, que digan también cuánto ha aumentado la contaminación, qué ha pasado con los ríos, con los bosques, con la salud de los niños... No se trata de meras reflexiones de un profesor universitario. Se protesta porque la economía está destruyendo la naturaleza. Hay veces en las que los perjudicados son las futuras generaciones. Ellos no van a protestar, porque todavía no han nacido. Tampoco las ballenas, que seguirán sin poder hablar. Pero, en ocasiones, los desastres ecológicos afectan a las personas de hoy en día, y éstas sí que pueden protestar. Así es como surgen las luchas por la justicia medioambiental. Ésos son los conflictos que estudia la ecología política.
En un extremo están, por tanto, los pobres. ¿Y en el otro? ¿Las grandes empresas?
Las empresas tienen una gran responsabilidad. Su contabilidad, como decía, no presta atención a los enormes pasivos medioambientales, a las deudas ecológicas. ¿Cuánto debe Repsol-YPF por los pasivos ocasionados tanto en el ámbito medioambiental como social en el territorio mapuche de Argentina? ¿Cuánto debe Chevron-Texaco por los daños ocasionados a la selva del Ecuador? ¿Cuánto Dow Chemical-Unión Caribe por los gravísimos perjuicios causados en 1984 en Bhopal? En muchos lugares se están pidiendo cuentas a las empresas, aunque, por lo general, sin éxito.
Ha mencionado la deuda ecológica, un concepto que se asocia al Tercer Mundo desde hace una década, pero que resulta bastante reciente en los países ricos, donde está siendo difundido, entre otros, por los grupos ecologistas. ¿En qué consiste?
La economía humana aumenta el consumo de la biomasa, del combustible fósil y del mineral. Además, nos apoderamos del entorno, destruimos los ecosistemas y marginamos las especies. Por tanto, no sólo estamos causando un grave perjuicio a las generaciones del futuro, sino que incluyo hoy en día tenemos conflictos medioambientales cada vez más severos. La economía, a medida que crece, emplea más materia prima y más energía. Óscar Carpintero, tras estudiar el caso de España, ha llegado a la conclusión de que, durante los últimos 50 años, el consumo de la energía y de la materia prima ha crecido prácticamente en la misma medida que la economía. Y, a veces, la presión sobre el medioambiente se traslada a otro continente. En cuanto a las materias primas, el primer socio comercial de España en lo tocante a las importaciones (gas, fosfatos, petróleo) no es la Unión Europea, sino África. Importamos mucho y barato; exportar, sin embargo, poco y caro. Como bien se puede apreciar, los daños ocasionados al medioambiente siguen la dirección de Norte a Sur. Los EE.UU. importan más de la mitad del petróleo que consumen, y tanto Japón como Europa viven físicamente en dependencia de las importaciones. Si calculamos el flujo de materia prima, podemos observar que Latinoamérica exporta en toneladas seis veces más de lo que importa: minerales, soja, petróleo, carbón... La Unión Europea, sin embargo, importa cuatro veces más de lo que exporta. Desde el punto de vista de la ecología, por tanto, tenemos un comercio que no hace sino aumentar las diferencias.
¿Y es así como surge la deuda?
Sí. En las emisiones de dióxido de carbono, causa principal del cambio climático, podemos detectar la misma diferencia. Gran parte de las materias primas que empleamos son combustibles fósiles: carbón, petróleo y gas. Cuando se queman, liberan dióxido de carbono. Pero la cantidad de dióxido de carbono que produce cada persona es muy distinta en unas zonas y en otras. El dióxido de carbono, de por sí, es bueno para las plantas, ya que éstas la absorben para realizar la fotosíntesis. Pero los ricachones del mundo estamos emitiendo cantidades que las plantas y el mar no son capaces de absorber. De este modo, la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera va en aumento, y esto provoca el cambio climático. ¿De quién es la atmósfera? ¿De quién son los mares? ¿De los que llegan primero con su dióxido de carbono? ¿No es eso una grave injusticia medioambiental? Un ciudadano medio de los EE.UU. emite, por término medio, veinte veces más que un ciudadano de la India. Deberíamos preguntarnos quién ostenta la propiedad de los desagües del carbono (el mar, la nueva vegetación, el suelo). ¿Quién es el propietario de la atmósfera, hasta el punto de tener derecho a depositar en la misma el dióxido de carbono sobrante? Sabemos que el Protocolo de Kyoto es mejor que la política de Bush, pero no soluciona ese tremendo conflicto ecológico.
Por eso se pide que el Norte liquide la deuda ecológica del Sur. Se trata de una deuda que ha sido originada por las desigualdades ecológicas, los cambios climáticos, la biopiratería, la exportación de residuos tóxicos, etc. La deuda ecológica es monetariamente cuantificable, pero incluye aspectos morales que no son económicamente evaluables.
¿De qué aspectos se trata?
En la extracción y transporte de la materia prima o en los conflictos medioambientales provocados por la contaminación se emplean distintos lenguajes. Es posible que los poderes públicos y las empresas quieran imponer el lenguaje económico, donde todo sea económicamente evaluable. Además, realizarán estudios para calcular el impacto medioambiental, y de tal modo decidirán si construir una polémica presa o abrir una mina. Pero puede que los afectados, a pesar de entender ese lenguaje y pensar que es mejor recibir una compensación económica que no recibir nada, recurran a otros lenguajes de su cultura. Pueden decir, al igual que lo hicieron los miembros del linaje colombiano U´Wa a Occidental Petroleum y a Repsol, que el suelo y el subsuelo son sagrados, y que la cultura personal no tiene precio. En un conflicto medioambiental intervienen varios factores: los ecológicos, los culturales, los que afectan a la supervivencia de las comunidades, etc. También factores económicos, algunos de los cuales no son evaluables.
Así las cosas, parece harto difícil que los conflictos ecológicos puedan llegar a solucionarse, siendo tan antagónicas las distintas posturas... Como anteriormente le decía, mi libro versa sobre la economía ecológica y la ecología política. La economía ecológica explica el conflicto entre la economía y el medioambiente, y duda que el mismo se pueda solucionar mediante el “desarrollo sostenible”, la “ecoeficacia” o la “modernización ecológica”. La ecología política analiza los conflictos medioambientales, y demuestra que las partes intervinientes pueden emplear distintas valoraciones lingüísticas. Hay valores que no se pueden medir. El hecho de evaluar todo económicamente no es sino un ejercicio de poder. Todo necio/confunde valor y precio. ¿Quién tiene el poder de imponer un determinado medio para solucionar los conflictos medioambientales? ¿Sirven de algo los referéndums populares basados en las democracias locales o en los derechos territoriales de los habitantes? ¿Cuánto valor tiene la reivindicación de la sacralidad? ¿Los valores ecológicos sólo tienen valor cuando se traducen en dinero, o es un valor intrínseco que se calcula en unidades de biomasa y de biodiversidad? ¿Nada tiene más valor que la contabilidad de la economía? Toda esta serie de preguntas son consecuencia de la observación y participación en los conflictos medioambientales de diversos lugares del planeta. Precisamente de ahí deriva la pregunta con la que el libro concluye: ¿quién tiene el poder político y social de simplificar la complejidad imponiendo un determinado lenguaje de valoración? Joan Martinez Alier (Barcelona, 1939) -Catedrático del Departamento de Economía e Historia Económica de la Universidad Autónoma de Barcelona. -Miembro del Comité Científico de la Agencia Europea de Medio Ambiente. -Presidente de International Society of Ecological Economics. -Director de la revista Ecología Política. -Autor de las siguientes obras: . La economía y la ecología (1991, Fondo de Cultura Económica, México) . De la economía ecológica al ecologismo popular (1994, Icaria) . Economía ecológica y política ambiental (2000, Fondo de Cultura Económica, México) . El ecologismo de los pobres. Conflictos ambientales y lenguajes de valoración. (2004, Icaria)