Txema Blasco. Actor: Soy un privilegiado, porque de cada tres actores solo uno vivimos de la profesión

2005-04-15

DIAZ DE MENDIBIL, Ismael

El actor vitoriano Txema Blasco ingresó en el mundo cinematográfico cuando ya contaba con 50 años de edad. Antes hizo sus pinitos en grupos aficionados de teatro y payasos donde cultivaba su verdadera pasión: La interpretación. Decidido, en 1992 abandonó su estable vida de contable en una empresa metalúrgica para dedicarse plenamente al cine, el teatro y la televisión.

¿De pequeño ya tenía madera de artista?

No sé si tenía madera de artista, lo que sí tenía era la locura de ser artista. Anda que no me he ganado broncas en casa por lo del teatro, lo de los payasos... Mi primer recuerdo es del Colegio Samaniego, aquí en Vitoria, donde el resto de chavales me preguntaban: “¿Qué? ¿Vas a hacer hoy función?”. Toda la clase se iba a la calle Rioja, donde yo vivía, se sentaban en las escaleras del portal, y yo les hacía algo, no sé lo que les hacía, aplaudían, armábamos el cisco y nos echaban. Es una vocación, nace uno así, y eso que no hay antecedentes familiares, pero, no sé, siempre me ha gustado.

Sin embargo, empieza a trabajar, y no de actor precisamente.

Entré a trabajar a los 13 años, porque murió mi madre, y en casa hacía falta dinero. Dejé los estudios y empecé de botones en la empresa. Todos los estudios posteriores los hice de noche, el bachillerato, psicología, comercio..., salir de trabajar y a estudiar. Estuve en la empresa donde entré de botones hasta el 92, que pedí la cuenta para dedicarme por completo a esto. ¡Claro! Y ya no era botones, sino contable.

Sin olvidar que también era payaso.

También compaginándolo con el cine y el teatro. Además, trabajando en la empresa hice varias películas como “La fuga de Segovia”, “Tasio”, “Alas de mariposa”, “Terranova”...

¿Qué queda de aquel payaso?

Queda un enorme agradecimiento y en cierto modo también nostalgia, porque fue muy bonito. El hacer el payaso nadie sabe lo bonito que es, el hacer reír a la gente. Sobre todo las actuaciones en las que vas a sanatorios, residencias, centros para niños discapacitados..., el ver que puedes hacerles felices un ratito, eso es grandísimo. Además, el payaso me ha enseñado todo, me ha dado tablas ante el público, la expresión corporal, vocalización, improvisación... Todo esto se lo debo al payaso, porque me lanzo al ruedo.

¿Aquel payaso lo pasaba mal entre las cuatro paredes de la oficina?

No lo pasaba mal, porque la rutina te hace mecanizarlo todo, vas unas horas determinadas y no piensas en más. Para mí, ser actor, la otra personalidad que tenía, era la válvula de escape.

¿Cuándo decide dejar la empresa para dedicarse por completo a la interpretación?

No hice ninguna previsión económica, no sabía qué podía ganar en esto. En el 92 reuní a la familia y les dije que quería ser actor profesional, que no quería dejar la oportunidad de intentarlo. Que verdaderamente era lo que me gustaba, que era mi vocación. También les prometí que en casa nunca faltaría un sueldo. Terminé “Vacas” de Julio Medem, y no tenía nada. Fue un salto al vació, una locura. Yo creo que esta profesión tiene mucho de loco. Mis hijos eran mi preocupación, porque yo no sabía cómo iba a salir aquello. Soy muy cabezón. En esta profesión no es oro todo lo que reluce, a pesar que algunos dicen que vivimos muy bien, y ganamos mejor. Hay mucho tiempo en el que no estamos haciendo nada. El otro día leí que solo uno de cada tres actores vive de la profesión. Yo afortunadamente me considero un privilegiado, con altibajos, pero puedo vivir de esto.

¿Qué sintió al cerrar para siempre la verja de la que fue su empresa durante décadas?

Una sensación muy extraña. Me preguntaba: “¿Qué va a pasar ahora?”. Di que tenía una carga muy fuerte de ilusión, de ganas de trabajar. Además, no iba a un terreno totalmente desconocido. Pasé cinco o seis meses de incertidumbre. Cuando veía que la vaca se iba secando, pensaba: “Esto va a fallar, esto no sale, pues tiene que salir”. En cuanto me enteraba que iban a hacer una película, allá que iba. Y así me presenté en Madrid, donde trabajaba Enrique Urbizu en la que iba ser su siguiente película. Le conocía de su anterior trabajo, “Todo por la pasta”. Al verme me comento que ya tenía a los protagonistas, pero cuando le dije que aceptaba cualquier papel, fusionó dos papeles en uno, y trabajé en “Cómo ser infeliz y disfrutarlo”. Yo quería trabajar. Hay actores que una vez que han sido protagonistas ya no quieren ser secundarios, algo que me parece una tontería. A mí me parece que no hay personaje malo, ya que cada personaje tiene sus características.

¿Quién le ayudó más a la hora de tomar aquella decisión?

Evidentemente me apoyó la familia. Del mundo del cine sentí el apoyo de Julio Medem, que es mi director, es mi kilómetro 0. Por otra parte, con el paso del tiempo, veo que tengo muchos amigos en el mundo del cine, que me he integrado en este mundo tan complicado y que soy uno más. El año pasado mismo, que grabé con Fernando Fernán Gómez, pensaba: “Es increíble, trabajo con actores que he admirado”. Eso es muy grande.

En el panorama actual, ¿Qué se considera? ¿Un obrero del cine?

¿Un obrero? Yo diría un trabajador. Creo que los directores cuentan conmigo. No me gusta hablar de proyectos, porque alguno pensará “qué fantasma es este tío”, pero ahora mismo tengo cinco guiones sobre la mesa. Eso sí, es más fácil trabajar con directores noveles o jóvenes, porque son más valientes, arriesgan más, que con directores mayores, porque son más segurolas, tienen su cuadro de actores, gente conocida... También he trabajado con directores consagrados como Berlanga o Juan Antonio Bardem. Me considero un todo terreno. Hago lo que sea, teatro, cortos, largos, televisión... Aunque la televisión no me gusta, pero hay que vivir, claro. A mí me preocupa solo trabajar. No me preocupan ni las fiestas ni los actos sociales. Si tengo que acudir por motivos de trabajo, bien, pero ir por ir ni hablar.

¿Ya no tendrá que llamar a las puertas de los rodajes para que le contraten?

Va cambiando un poquito la cosa. Al tener un representante que se preocupa de buscarme cosas, ya me van conociendo directores, y entonces me llaman directamente. Además, yo no quiero tratar la cuestión económica. Yo bastante tengo con el personaje, con lo que ya no tengo que zapatear. Es más, si va a hacer la película una persona que conozco, no la visito, no quiero que pueda sentir una presión especial. Este es el caso de Julio Medem. Sigue llamando gente y sigue habiendo proyectos, afortunadamente.

Apostó por ser feliz con su quehacer profesional, pero ahora no tiene una contrapartida que sí que le iba a ofrecer la empresa Aranzabal: La jubilación.

Ya estaría prejubilado, porque ha habido prejubilaciones y esa es una de las cosas que a veces en esos momentos bajos que tienes, piensas. Pero si hubiera esperado a la jubilación no habría hecho lo que he hecho. Hay gente que me dice: “Si hubieras empezado antes...”, y yo digo: “No, yo empecé cuando tuve que empezar”. Me gusta mirar hacia adelante, nunca hacia atrás. Se trata de empujar, no de estar viviendo del pasado.

Ya no se jubila.

No, en esta profesión es difícil jubilarse, porque si hace falta un personaje de 80 años..., aunque yo estoy haciendo de abuelo desde hace un montón de años.

¿Cree que le queda por hacer todavía la película de su vida? La película que igual no es la mejor, pero si la que más vende.

Pues hasta hace unos meses yo decía que no. Pero hay guardadita una historia que me han dicho que va a ser la bomba dentro de dos años. Sí, hay algo por ahí, confió muchísimo en el director, pero no puedo decir el nombre y, además, me han dicho estas palabras: “Txema, te va a cambiar la vida después de esta película”. Vamos a ver qué pasa. Yo tengo parte del guión, es muy buena, me encanta..., y ahí estamos con toda la ilusión, y los años no cuentan para la ilusión.

¿Qué argumentos emplean para generarle esa ilusión?

La base está en el director. No ha hecho todavía ningún largometraje, pero va a ser un buen director, va a ser por decirlo así, un Montxo Armendáriz del cine. Porque he trabajado en cuatro cortos con él, sabe lo que hace y lo tiene muy claro. ¡Hombre!, corrió el riesgo de hasta hacer un corto que le costó 22 millones de pesetas, y no es un loco ¡eh!, y es de muy cerquita de aquí.

¿Con 80 años bajará el pistón?

Supongo que lo bajaré, aunque de momento no lo estoy bajando. A veces cuando termino la ultima historia estoy agotado, pero miro a la gente joven y está tan cansada como yo. Esta profesión es de “Quijotes”, porque cada trabajo es un nuevo reto. Así que estás mirando siempre no lo que has hecho, sino lo que vas a hacer.

Por otra parte, el cine español pierde espectadores. ¿Le preocupa dicha situación?

Evidentemente, si estás trabajando en una empresa y la empresa no vende, todos los trabajadores estarán preocupados, porque pueden darse regulaciones de empleo. No sé cuál es la solución. Está el problema americano que es el gordo. Todo el mundo ve cine americano antes que el español. Si en Estados Unidos las películas españolas se dan en versión original subtituladas, por qué aquí no hacen con las americanas lo mismo. Otro gallo nos cantaría. Además, está el tema de la cota de pantalla, que si quieres exhibir un número uno del cine norteamericano te obligan a comprar un lote de películas, con obligación de exhibirlas... Entonces hay que quitar otras películas de la cartelera y ¿qué es lo más fácil?, quitar las españolas. No digo que todo el cine español sea bueno, porque hay cada cosa por ahí que también se debiera cuidar. El éxito no está en la cantidad sino en la calidad. No se puede hacer por hacer. Junto a esto, en el cine se vive una situación similar a la de la televisión, porque lo de la televisión es caso aparte. Hay un montón de programas que no sé para que sirven. Lo que sí que quitan son buenas series, en una de las que participé para el sexto capítulo ya la habían quitado de la parrilla. Acaban de quitar otra al cuarto, como quitaron “El pantano”, “Un lugar en el mundo”... Todo ello en una misma cadena que no para de dar morralla, venga morralla... Esta es nuestra talla cultural, con lo que estoy desconcertado.

Julio Medem fue condenado. Mire por donde Txema, se me ha olvidado la condena y quién era el juez.

Incluso cuando hizo “Vacas” ya le condenaban. Ponían una problemática en sus manos, la del “conflicto vasco”, cuando realmente aquella película de “Vacas” no tenía nada que ver. En “La pelota vasca” le condenaron porque era absolutamente sincero. Planteó una problemática que existe, preguntó a todos y quien no quiso responder, no lo hizo. A esos seudo jueces les preguntaría: “¿Qué motivos tienes para hablar en contra, cuando tú podías haber defendido tus argumentos?”. Es una cosa que Julio la lleva dentro, y que le podía perjudicar muchísimo. Yo me preocupé mucho, porque a raíz de toda la problemática y la polvareda que organizó pensé... “en Madrid le van a cerrar las puertas”. Yo creo que él estuvo al margen, cada uno respondió lo que tenía que responder, y punto. Cada uno que saque sus conclusiones, que yo creo que es una de las cosas bonitas en el cine. ¿No? Que cuando salgas del cine, sigas comentando la película, estés o no estés de acuerdo, que haya polémica... Eso es como el teatro, si sale el espectador y no se habla de la obra, sino de fútbol... eso no es bueno. Si el espectador sigue hablando de la película, eso es buena señal, es que ha causado impacto. Julio causó inquietud.

¿Qué supuso para él aquella polémica?

Lo pasó muy mal pero él sabe que le apoyamos y le queremos. Lo pasó mal, pero creo que afortunadamente ya está todo superado.

Hablando de “pelotas”, bien sean vascos o españoles. ¿A quién hay que hacerle la pelota en esto del cine? En eso soy bastante ignorante. Aun así, yo creo que todos los empresarios buscan buenos trabajadores, con lo que el que hace la pelota al final se queda en un rincón. Txema Blasco 58 largometrajes, 106 cortos, decenas de series de televisión y obras de teatro... Estos son algunos de los datos del currículo profesional de este actor, nacido en 1941 en Vitoria-Gasteiz. Quijote unas veces, aizkolari y abuelo otras, u Olentzero en alguna ocasión, el es Txema Blasco.
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