Arantzazu Amezaga. Escritora: La vasca es una sociedad en debate continuo

2010-12-10

VELEZ DE MENDIZABAL AZKARRAGA, Josemari

Son múltiples las razones que una persona tiene para considerarse de un lado o de otro, aun habiendo nacido y crecido en lejano escenario. Qué decir tiene que, a pesar de la distancia geográfica, la persona puede crecer desde el primer momento abrazada a una causa ajena al lugar en que se desenvuelve. Y hay muchísimas razones para que dicha persona se implique activamente en el desarrollo y vivificación de la razón existencial que ha movilizado su entorno familiar, haciendo de ello el leitmotiv de su vida.

Vd. es hija del exilio vasco de la posguerra, nacida en Argentina, ¿por qué no nos hace un breve resumen de su vida hasta llegar a Alzuza?

Es difícil resumir brevemente 67 años. Nací en Buenos Aires en 1943. Mis padres habían salido en 1941 de Marsella, en el último barco mercante que pudo surcar el Mediterráneo en plena guerra mundial, el Alsina, y después de quince meses, que son muy comentados en el mundo del exilio, y tras dos barcos más, llegaron a Buenos Aires en el vapor Río de la Plata. Solían decir mis padres que yo nací a los nueve meses de tocar ellos tierra firme. Yo era la tercera de sus hijas y habían dejado las dos primeras en Europa, con mi abuelo y tíos. A los nueve meses de edad mis padres se trasladan a Montevideo, Uruguay, porque allí se celebra la Gran Semana Vasca. Fue un evento cultural muy importante para los exilados, porque por vez primera van a desfilar por las calles de una ciudad americana con la ikurriña, junto a las banderas de Uruguay, Chile y Argentina. Son recibidos por el Presidente de Uruguay, Juan José Amezaga. Fue un acto muy interesante para la autoestima tan frustrada, tan derrotada del pueblo vasco en ese momento.

Se exponen libros de la editorial Ekin, se presenta el libro del Lehendakari Aguirre, “de Gernika a Nueva York, pasando por Berlin”, que se agota, se hacen exposiciones, mi padre da conferencias sobre cultura vasca... Es decir, salíamos del patrón de pastores que teníamos en América del Sur, para convertirnos en una colectividad con cultura propia y al mismo tiempo con un exilio claramente político. Los vascos que habían llegado antes, con motivo de las carlistadas, habían ocultado ese carácter de su exilio.

Viví trece magníficos años en Uruguay. He escrito el libro “Memorias de Montevideo” donde expongo mi agradecimiento por haber vivido en libertad. En el año 1955, viendo quizás lo que se avecinaba para aquellos países, mi padre decide trasladarse a Venezuela y allí viví mis siguientes diecisiete años, también extraordinarios, porque conocí la libertad venezolana. La salida de la dictadura de Pérez Jiménez a la hechura de la democracia. Fue una enseñanza de primer orden. En el Centro Vasco de Caracas conocí a Pello Irujo, me enamoré y me casé con él. Tuve mis primeros tres hijos y allí tengo mis primeros amigos con los que todavía me relaciono por Internet. En Venezuela estudié Biblioteconomía, con curricula sajones, en régimen nocturno, en la Facultad de Humanidades de la Universidad Central. Yo para entonces trabajaba de día como oficiala en una biblioteca, y a las cuatro de la tarde comenzaba en la Universidad y llegaba a casa a las once de la noche. Tenía veinte años. Suelo decir que mi licenciatura me la gané de verdad. Y ejercí mi carrera. Trabajé en la Embajada de Estados Unidos, en el programa específico del Presidente Kennedy “La alianza para el progreso”. Fue una labor extraordinaria, a través de la cual distribuíamos libros a granjas escuelas del interior de Venezuela, organizando sus bibliotecas. Tuve una oferta para trabajar en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, a la sección de libros vascos, que estaba por organizar. Dije que no. Tenía mi novio, tenía mis padres, y rechacé. Hace pocos días, viendo un programa de televisión acerca de esa Biblioteca, cuando ya no tengo ni a mi marido ni a mis padres, pensé “ahora es el momento de ir para allá...”, pero ya no puedo.

La vida es elección constante y en aquel entonces Vd. primó la familia sobre todo lo demás. Ha pasado muy por encima por la figura de su padre, Bingen Amezaga, hombre de vasta cultura, vascófilo, escritor... No se puede negar que dejó una impronta en Vd...

Muchísima. Mi padre fue mi tutor. El exilio es muy duro en el plano emotivo, aún más en gente que lo ha intelectualizado, como era el caso de mi padre. Era abogado y dominaba siete idiomas. Económicamente también era duro. Mi madre tuvo con cuarenta años sus tres últimos hijos, ya que después de mí vinieron dos hermanos. Y ello supuso que mi padre me llevara con él a todas partes. Él daba sus conferencias en el Euskal Herria de Montevideo, y hacía también panegíricos de exiliados vascos de la última carlistada que morían en Uruguay deseando que alguien pronunciara la elegía fúnebre en euskera. Plantaba retoños del árbol de Gernika en los asentamientos vascos. Yo le acompañaba casi siempre.

Cuando más adelante las monjas dominicas del Colegio donde yo estudiaba le dijeron que en mí veían una cierta inclinación a la escritura y a la lectura, mi padre se alegró muchísimo, y fui su alumna. Era como tener la universidad a los diez años. Es curioso, porque él me introdujo en la literatura femenina. Me hace conocer a Jane Austen, a las hermanas Brontë,... pero también a Sor Juana Inés de la Cruz, poetisa mexicana hija de vasco, Asbaje, autora en el XVII de las famosas redondillas, auténtico manifiesto femenino. Y a la Monja Alférez. Mi padre me regaló a los diez años un libro preciosísimo de edición del año 1810, libro sagrado para mí por su valor sentimental, con la supuesta biografía de la Monja Alférez. Me enseñó a leer los griegos. Me hablaba, porque los traducía al euskera, sobre Hamlet, Macbeth,... sobre Shakespeare; saltábamos a Oscar Wilde, a John Keats etc. Aquello para mí era magnifico. Fui una niña movida, que me gustó correr, jugar y sobre todo andar en bicicleta. Pero mi parte cultural la ocupaba fundamentalmente mi padre. Y eso sucedió hasta que lo perdí, cuando yo tenía veinticinco años. Pero él ha seguido conmigo.

Como sigue con Vd, desde el momento que lo conoció en Caracas, su marido. Él la entronca a Vd. con la familia Irujo y la convierte en una observadora y testigo más cercano aún del acontecer en nuestro país, por lo menos políticamente hablando y la introduce en lo que podríamos denominar resistencia vasca...

Estoy viendo a Pello, el día que le conocí. Venía yo de Uruguay y subía por primera vez las escaleras de Eusko Etxea de Caracas, del Centro Vasco, que es arquitectónicamente hablando un caserío erigido en un cerro venezolano. Lo vi allí, y creo que me enamoré en el mismo instante. Yo tenía quince años y tuvimos un noviazgo largo y luego un matrimonio que a mí me ha parecido corto. Pero han sido cincuenta años de una convivencia total. Con una gran comunicación y la entrega absoluta en llevar adelante a nuestros hijos. Los tres que nacieron en Caracas y el “tardanico” que nació en Iruña.

Al conocer a Pello Irujo mi vida se enriqueció notablemente porque era un hombre de una fuerte personalidad, que decía lo que creía. Estaba involucrado en la causa de la resistencia vasca. Yo en el exilio contemplo tres obras básicas: el mantenimiento del Gobierno Vasco, que fue realidad gracias a la contribución monetaria de los vascos de América; la segunda es la Editorial Ekin, que se funda con Ixaka Lopez-Mendizabal y Andrés Irujo; y la tercera es Radio Euzkadi-Euzkadi Irratia, sita en Venezuela, que la funda y la conforma un grupo de jóvenes del exilio, pertenecientes a la siguiente generación. Allí estaba mi marido, junto a Iñaki Anasagasti, Jokin Intza, Jose Joakin Azurza, Joseba Elosegi y Xabier Leizaola. Es el grupo nuclear que continúa hasta que trece años después se dan los primeros pasos de libertad en Euskadi, y la última emisión se produce desde el Polideportivo Amaya de Pamplona. Le corresponde a Pello, que era su gran locutor, dar por finalizada aquella Radio Euzkadi, clandestina emitiendo desde la selva venezolana, con el beneplácito de las autoridades venezolanas. Fue una actividad tremenda, ya que hubo que trabajar en una hacienda abandonada, que hubo que desarbolar para montar las dos columnas inmensas donde se radiaban los mensajes hacia la Euskadi sometida a la dictadura. Desde allí se promueven los Aberri Eguna, se publican libros, se emite propaganda que se trae a la península, se edita por primera vez en castellano el libro de George Steer “El arbol de Gernika”...

Por lo que sé, Vd. también participó de alguna manera en aquella radio, si bien en labores de detrás del micrófono, para que su acento no les delatara...

Absolutamente. En la primera prueba caí y entonces me tocó escribir, que es lo mío. Sobre todo en ese tiempo tuve más contacto con Elosegi, que era, digamos, el director intelectual de la radio. Iñaki Anasagasti era el periodista, y yo colaboraba cuando me lo pedían. Radio Euzkadi, y lo digo ahora sin rubor, fue algo de un idealismo, de un valor, de una generosidad sin límites. Lo dieron todo desde el lado intelectual... y físico, porque aquellas torres las erigieron ellos. Además del aspecto económico, que también había que procurarse. Se le llamó “La Txalupa” porque se hizo correr el bulo de que emitía desde un barco que andaba por el mundo. La Embajada de España se quejó una vez más de las actividades de los vascos y una vez más el gobierno de Venezuela apagó aquella voz de malquerencia con que siempre nos han perseguido. Porque también debo decir que los vascos en su exilio debían enfrentarse a la fama que la Embajada de España trababa de endosarles, de rojos, de masones. Algo que repercutía en temas como alcanzar un empleo. ¡Como si esa característica tuviera algo que ver con ser o no buena persona! En algunas ocasiones tuvieron éxito esas campañas.

Son muchos años de exilio. ¿Es más duro mirar a Euskal Herria desde América o es más difícil vivir aquí?

El exiliado vasco debe tomar una decisión dura: quedarse e integrarse —decisión muy respetable- o partir e instalarse e integrarse en Euskadi. Tengo que decir que soy una enamorada de América, la quiero. He estudiado humanidades, con lo cual me he integrado más en la personalidad cultural y anímica de América. Yo dejé llorando Uruguay y llorando dejé Caracas, porque veía lo que dejaba, y lo apreciaba. El vasco que se queda en América se queda añorando, y para él Euskadi es perfecta. Desde allí, las galernas son galernas... pero no tanto. No hay nada más rico que la manzana de un caserío vasco... ni tradiciones mejores que las vascas. Él se queda con esa añoranza, con esa idealización. Nos ven hacer política —y ahora hablo desde mi posición actual— y lo ven con dolor. No entienden que nos peleemos entre nosotros. Esa es una óptica.

La otra es que, cuando llegué en 1972 y venía con treinta años de América en mis espaldas, con mi añoranza de mi padre ya fallecido y la de mi propia familia Irujo, muy importante en mi vida, yo tenía que ser vasca del todo. Pero no podía ser, porque el país no te deja completar esa otra fase de tu personalidad. Y pensé que mis hijos lo iban a lograr. Y así ha sido: los cuatro son euskaldunes, sueño que tanto Pello como yo manteníamos y que, por supuesto, era el delirio de mi padre. Y es difícil vivir en Euskadi, pero también tiene cosas muy buenas. Cuando has conocido otros mundos estás siempre comparando, y dices “esto en Venezuela o en Uruguay no ocurriría”, pero pienso que la vasca es una sociedad en debate continuo y creo que hemos logrado bastante sobre lo que habían perdido nuestros antepasados, y creo que el camino está en marcha. Y si el proceso de paz que estamos viviendo logra un final feliz donde no haya ni vencedores ni vencidos, creo que podremos vivir en Euskadi. Siempre con debate, porque al vasco le gusta debatir. Pero, eso sí, con un debate menos agrio, donde no tengamos enemigos, en todo caso adversarios.

Vd. vuelve y no lo hace a Bilbao ni a San Sebastián, sino a Navarra. Estamos a las puertas de 2012, que —entre otras— conmemora la conquista de Navarra por el Rey Fernando... y su incorporación a Castilla. ¿Hay algo que recordar?

Hay que recordar todo. Porque pienso que lo que se ha escrito sobre historia de Navarra, excepto Campion, Montiano —en algún libro— no es la verdad. Hay que recordar cómo fue invadida Navarra por un ejército ajeno, aprovechando la debilidad del Reino de Navarra, a quien ya Castilla le había arrebatado el mar, a través de Bizkaia y Gipuzkoa, se quedó con Alava, además. No son conquistas anexionadas alegremente, y si lo fueran seríamos el primer caso en la historia mundial. Esto hay que recordarlo, hay que hacer vivencias, hay que dar testimonios, de lo que fue para Navarra su conquista. Era un reino, casi el primero de Europa, que nace contra las apetencias imperialistas de Carlomagno. Nace casi en la batalla de Roncesvalles, de Orreaga, la única gran derrota de Carlomagno. Es un reino que tiene su lengua, su peculiar sistema de fueros, aspectos sociales que en muchos aspectos, al producirse la revolución francesa, los vascos ya los teníamos asumidos a través de nuestros fueros.

A Navarra la pierde, no solamente la falta de mar, sino la falta de conocimiento de guerra que sí tiene Castilla, que es un pueblo guerrero. Y superpoblado. Castilla ya estaba avezada, había conquistado Granada. Había conquistado América. Y viene con unas armas de guerra, una preparación militar de las que Navarra carecía: Se estaba defendiendo en sus castillos, imposible de defender ante los cañones. Intenta sublevarse. Sus reyes Catalina y Juan van llorando desde Iruña hasta Donibane Garazi, y se refugian en la parte norte de Navarra donde perdura el reino hasta Enrique III de Navarra y IV de Francia. Se dice que en el casamiento de Juana de Albret, madre de Enrique, se utilizaron monedas representativas de las merindades navarras, que querían demostrar la querencia de reunificación del Reino de Navarra.

Vd. está escribiendo sobre ello ¿Es más fácil escribir historia novelada que transmitir la historia a las nuevas generaciones?

Los que trabajamos en la historia novelada acudimos a la historia. Por defecto profesional, yo hago línea de tiempo. Tengo un archivo con fichas de los temas que me ocupan en mis novelas, que han sido el siglo XVIII y XIX. Prácticamente tengo día por día del siglo. De ahí trabajo mis novelas. Esas fichas están elaboradas a partir de lo que me ofrecen los historiadores. Creo que lo que tiene de bueno la novela histórica es que hace más fácil para la gente de hoy, que no tiene tiempo, saber algo de historia. La novela histórica es un recurso, fácil. Pero tienes que tener fe en lo que te procuran los historiadores. A mí no me han cogido un gazapo. Luego se pueden novelar determinados aspectos, como los amoríos que tengan determinados personajes, a los que mezclas con personas reales. Yo tengo como personaje de mis novelas a Simón Bolivar, porque lo conozco muy bien. O a Humboldt. Y los voy introduciendo dentro de personajes de ficción, pero siempre pensando cómo comían, cómo vestían, cómo era la vida cotidiana. Eso hay que estudiar, y la base son los historiadores.

Me ha llamado la atención, y me ha hecho sonreír, que en su novela “Paraquaria” diga que en las misiones jesuíticas de América del Sur —Paraguay, Uruguay, Argentina...— sólo se hablaba guaraní y euskera. ¿No es un poco novelesco?

¡No! ¡Es verdad! Paraquaria es un lugar donde se encuentra Mesopotamia, en Entrerríos, Argentina- y Paraquaria se denomina a la provincia jesuítica, orden religiosa fundada por el vasco Ignacio de Loyola. Y vascos son los que la conforman en grado fuerte. Allá en Paraquaria los jesuitas fundan unas misiones, con un gran contenido religioso, pero también con un gran contenido económico. Por eso las liquidan los reyes de España y Portugal, ya que habían crecido demasiado. El tráfico era de Filipinas al Perú, por el Pacífico; del Perú al Paraguay, y de aquí, a través de los ríos que llevaban al río de La Plata, que era el Parana Guazu, se embarcaban a Europa. Sedas, cacao, especias y demás productos. Ese tráfico estaba en manos de los jesuitas. O sea que no era solo una misión religiosa. ¿En qué hablaban? Si eran vascos hablaban en euskera. Y además respetan la lengua guaraní, que es preciosa, y que dicen que tiene concordancia con la vasca, cosa que yo no lo sé. El padre al que llaman el apóstol de Brasil, José de Anchieta, era primo de Ignacio de Loyola, y hace un diccionario en guaraní y observa que hay semejanzas con el euskera. En las misiones no se hablaba en castellano, lo que se tradujo en queja ante el rey de España. Se hablaba en euskera y guaraní, y esto lo leí en los libros de historia del Uruguay, que no son susceptibles de ser tildados de libros nacionalistas vascos. Eso fue un primer aldabonazo que recibí, cuando estudié la historia de las misiones. El guaraní se mantiene como idioma oficial.

Lo que no es novelesco es su implicación por la libertad de Euskal Herria. Por la justicia para un país que pretende desarrollarse integralmente... Pero no sé si no hay algo de utópico en ese proceder.

A mí me han preguntado en alguna ocasión si creo en el reino de los cielos. Y yo he dicho que sí. Las utopías no sirven cuando no se trabaja por lograrlas. Los vascos no tenemos una utopía. Partimos de una realidad. Tuvimos un autogobierno mediante los fueros, tuvimos un Reino de Navarra, que integraba todos los pueblos vascos. Ahora está el tema de la región de Aquitania y País Vasco, a la que Navarra está tan reacia a entrar en lo que conforma una región de tipo económico dentro de Europa. A mí no me parece una utopía. Si aquí estuviera Simón Bolivar, que por cierto está presente siempre en mi casa, nos diría que cuando él forja la independencia de Venezuela muchos le tildaron de utópico. Estados Unidos rompe con Inglaterra porque no tenía la suficiente representación en el parlamento inglés y por un impuesto que les pareció desorbitado. Y porque tenían una utopía libertaria.

Yo creo que la libertad, la independencia, se da en el hombre y la mujer en cuanto a una realización personal. Por eso no creo que los pueblos, conjunto de hombres y mujeres, podamos dejar de lado ese deseo. Otra cosa es cómo lo realicemos. Creo en la voz, en la palabra. En convencer, no en vencer. Y eso es parte de una educación, parte de lo que he aprendido a lo largo de mis sesenta y siete años de vida. Pienso que Euskadi no se conforma con lo que tiene. Quiere más. ¿Por qué no? Ahora bien, ese más hay que trabajarlo desde la paz, desde el convencimiento.

Foto: Andres Espinoza.

Yo le quería preguntar por la utopía bolivariana, pero se me ha adelantado. Está claro que en esta casa de Alzuza vive el espíritu de Bolivar, amante e impulsor de los pueblos libres. Simón Bolivar, con pasado vasco de quinta generación. La verdad es que la visión actual bolivariana deja que desear, ¿no?

No es una visión. Es un delirio. Es agarrar una figura que quizás ha sido sacralizada y convertirla en un ariete para una dictadura, que es a lo que va Chavez. Pero lo que subrayo de Simón Bolivar, de quinto abuelo vasco efectivamente —“el viejo Bolivar” como le dicen— es que aunque no hay otro entronque vasco que sepamos, ese abuelo vasco perdura y perdura tanto en la familia Bolivar, una de los mantuanos de Caracas, es decir los criollos elitistas con minas, cacao etc. que Simón Bolivar viene a Bilbao donde está año y medio. Y los que escriben sobre él apuntan que era el ejemplo clásico de un perfil vasco. ¿Por qué? Porque mejor situados de lo que estamos hoy, el ser vasco significaba libertad. Bizkaia y su fuero tenía impronta dentro de América, como algo libertario. Estamos a principios del XIX; ya se ha producido la revolución francesa, se ha creado la república de Estados Unidos, las ideas de la ilustración han tenido influencia en el hombre, devolviéndole su dignidad y ofreciéndole conocimiento. Bizkaia para el mundo americano es un ejemplo de libertad, aunque formaba parte del imperio español. Y eso es lo que Simón Bolivar intenta llevar en sí, el espíritu libertario. Fue una guerra muy difícil, que la gana, pero que la pierde luego, ya que él no quiere ser otra cosa que el ciudadano Bolivar. Muriendo en Santa Marta dice “me va antes el título de ciudadano que el de libertador” Eso es el ejemplo de un hombre que ha tenido que hacer la guerra y que una vez ganada pretende llevar la libertad a través de la justicia.

Me va a permitir volver a un punto anterior. Tuve un gran amigo, que había sido jesuita y a quien de alguna manera la Compañía había enviado al exilio por hablar euskera, —me estoy refiriendo a Iokin Zaitegi, con quien colaboró su padre en la revista Euzko Gogoa, editada en Guatemala— quien me contestó en cierta ocasión al escribir su biografía que Guatemala era un gran país con un gran futuro... No sé si se equivocó Zaitegi o fue la propia realidad del país la que le hizo equivocarse. Desde su experiencia ¿cómo ve Vd. América del Sur?

En este momento la veo con dolor. Veo con dolor ese tren de mercancías que desde Guatemala intenta cruzar la frontera de México con Estados Unidos, donde son muertos en cantidades que desconocemos. Veo con dolor la evolución de Venezuela. No es justa para una Venezuela como la que yo vi en los años sesenta. Argentina, Chile y Uruguay parece que están saliendo y redimiéndose de los pecados militaristas. Pero siempre hay esperanza. La persona tiene que renovarse, la humanidad ha de salir adelante y yo creo que en América hay un problema, que quizás lo encarna Evo Morales, y es la América india. Esta no ha existido en América. Recuerdo todavía estupefacta que en mis clases en la Universidad Central de Venezuela, fue el profesor gallego Santiago Magariños, el que nos trajo el conocimiento de la cultura maya. Nos enseñó una tumba y la momia de un jefe maya, con su collar de jade y su máscara. Yo entonces supe que aquello existía en América, en mi América. Para mí fue una especie de sopor. Tanto lo fue que Pello me llevó a Chichen Itzá, en lo que había sido el reino maya, y me quedé pasmada. Luego estuve en México y en el Machu Picchu, e iba creciendo mi admiración por un pasado americano desconocido. En mi tiempo no se estudiaba eso. Eso es grave. Y el elemento indígena tiene mucho que aportar a América, integrándola. Están las grandes élites blancas, la parte negra que es importante y riquísima en folklore y tradición. Una de mis minitesis que hice en mi carrera fue sobre los instrumentos musicales de Venezuela, donde hay variedad infinita, y por ejemplo en el tambor todos son de origen africano y mantienen el nombre original.

América tiene que recobrar el alma india, el alma negra y el alma blanca, pero en una conjunción. Y ese es el futuro. Yo lloro con Venezuela hoy en día, porque me parece terrible que se tenga que hacer una huelga de hambre como la que lleva el jesuita Jose Maria Korta, a quien conocí allí, para reivindicar una ley india. El indio tiene su ley y hay que armonizarla con la ley general. Para eso están los políticos y los legisladores, para que los seres humanos podamos vivir conforme a nuestras creencias, adaptándonos también por nuestra parte. El indio de Venezuela está muy mal, perseguido. En mi tiempo existía la caza del indio, y supongo que seguirá.

Y trasladándonos a Euskal Herria, ¿hacia dónde cree Vd. que camina este país, que también es cambiante, ya que ni política ni socialmente es el mismo que el que Vd. encontró hace treinta y tantos años?

Una cosa es lo que yo quisiera, que es una Euskal Herria. Quisiera una Navarra identificada en esa Euskal Herria, con Lapurdi y Zuberoa, que tienen también una magnífica historia libertaria. Mi padre era bizkaino puro y mi madre gipuzkoana. Conocí mucho Alava, cuando trabajé en la Biblioteca del Parlamento Vasco. Yo quisiera ese conjunto, unido en progreso social, económico, político. Entiendo que estamos en la Europa de los Pueblos. Por eso quiero para el mío una parcela en esa Europa. ¡Ya está bien de rogar de rodillas que nos den transferencias! ¡Ya está bien de una negativa constante a la unión vasca! Eso no es terrible, sino el anhelo que llevamos durante generaciones. Eso es lo que yo quisiera. No digo que por eso vamos a ser más felices. La felicidad es algo muy extraño de lograr en esta vida.

¿Qué veo? Soy optimista y pienso que vamos un poco por ese camino. Hemos sufrido mucho como Pueblo. En el XIX hubo dos guerras carlistas terribles, una revolución industrial en Bizkaia y Gipuzkoa, desarmados de la ley foral y con inmigración foránea y emigración propia hacia América; luego tuvimos la dictadura militar de Primo Rivera, una guerra civil y franquismo por cuarenta años... Son heridas muy graves a nivel social. Hay pus, todavía. Viendo este proceso de paz actual, vamos a ver si lo podemos lograr. Por eso es importante que no haya vencedores ni vencidos, sino un cierto pacto social de convivencia. Y cada uno de nosotros guardar nuestros fantasmas negativos, que todos los tenemos. Intentar poner la paz por delante, porque en cierto sentido somos privilegiados, estamos mejor que otros pueblos. Armonizar este conjunto de heridas que tenemos presente: las familias de los presos a los que se aplica un castigo injusto, el que tiene algún familiar muerto en la guerra, y como esa tantas y tantas heridas. Debemos poder convivir, hablando. Otros pueblos lo han logrado. También nos vendría bien poner una nota de humor a la acidez. Arantzazu Amezaga Iribarren (Buenos Aires, 1943) Escritora de novelas y ensayos de tema vasco. Hija del escritor y traductor Vicente Amezaga, nació en Buenos Aires (Argentina) en 1943 porque sus padres se exiliaron tras la guerra civil. Estudió en Uruguay y Venezuela licenciándose en Biblioteconomía y Técnica de Archivos. En 1965 se casó con Pello Irujo Elizalde con quien tuve 4 hijos. Vive en el País Vasco desde 1972 y ha sido fundadora del servicio de Biblioteca, Archivo y Documentación del Parlamento Vasco. Es vecina de Alzuza (Navarra) y ha participado en 2003 en el congreso: “Los hijos del exilio vasco: arraigo o desarraigo”. Es autora de los títulos: Chispas de felicidad. Cuentos para niños, Caracas, 1972, La mujer de Euzkadi, Geu, 1977 y La mujer vasca. (Entrevistas), Editorial Geu, 1980, Pasajeros de la libertad. El Alsina, editorial Ekin, 1983 y Bustiñaga, Ekin, 1985. Manuel de Irujo. Un hombre vasco, editado por la Fundación Sabino Arana/Sabino Arana Kultur Elkargoa. En 1999 publica Veinticinco cartas para una guerra, novela histórico-romántica ambientada en la Primera guerra carlista, editada por Ttarttalo. La novela histórica Rebelión contra la guipuzcoana, que se desarrolla en la Venezuela del siglo XVII (Ttarttalo, 2003). En 2004 publica Vademécum, novela ambientada en la Gipuzkoa del siglo XVIII. En 2008 publica otra novela, Niebla de Batallas. Ese mismo año, el 7 de septiembre fallecía su marido Pello Irujo.
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