Jesús María Ugalde. Catedrático de Química Física: No es lo mismo proyectos de mucha ciencia que grandes proyectos científicos

2009-05-01

SALABERRIA, Urkiri

BELAXE. ITZULPEN ZERBITZUA

Hemos quedado en la Facultad de Química de Ibaeta. Llueve a mares y hace mucho viento, y llegamos empapados a la cita. Preguntamos al portero por el despacho del doctor Jesús María Ugalde y nos manda atravesar un laberinto de pasillos. Cuando llegamos y se abre la puerta, nos encontramos en un espacio grande, acogedor, muy ordenado y pacífico. Algo parecido nos ocurre con el propio señor Ugalde, que es un hombre apuesto, directo, pacífico y, sobre todo, alegre.

¿Qué le llevó a estudiar Química?

No sé, no hay ningún misterio en eso. Lo que sí tenía claro es que tenía que estudiar ciencias.

¿Por qué?

En mi época había dos posibilidades de estudiar en Bergara: una era hacer “elemental” y la otra bachiller, en el Seminario. Yo elegí “elemental” y cuando terminé era oficial (sonríe). Mi título es uno de esos de colgar en la pared, firmado por Franco: “Oficial instalador montador de primera de alta y de baja...” (ríe), es cierto que aprendí mucho y que salíamos muy cualificados, lo que me sirvió posteriormente de gran ayuda.

¿Y su pasión por ingresar en la Universidad?

Aunque en aquella época en Bergara no faltaba el trabajo y se necesitaba gente de elemental para trabajar en las fábricas, no sé de dónde me vino la idea de que había otro mundo, que existía la posibilidad de saber más, y se me ocurrió seguir aprendiendo.

Entonces me enteré de que había unas becas, gestionadas entonces por las denominadas “mutualidades laborales”. Entonces, me presenté en sus oficinas y me enteré de que, siendo oficial, tenía la oportunidad de estudiar lo que se llamaba “pre-COU”, y que al terminarlo podía hacer COU. De esta forma, cuando tenía 17 años me concedieron una beca para estudiar como interno en la Universidad Laboral de Eibar, y en un año no tuve que hacer más que cuatro asignaturas: Matemáticas, Física, Química e Inglés. Fue un curso verdaderamente estupendo.

O sea que cuando estudió COU tenía claro que iría por ciencias...

Por supuesto, después de pasar un año tan bueno, ¿cómo iba a empezar a estudiar Literatura, Lenguas...? Me acuerdo que había algunas asignaturas optativas y yo, además de las Matemáticas obligatorias, escogí Matemáticas especiales y Matemática lógica... y fue así como decidí estudiar Química, pero podía haberme decantado igualmente por estudiar Matemáticas, Ingeniería, Física... o algo por el estilo. Al final fue Química, y no te puedo decir porqué.

Una vez en la carrera, ¿qué tal le fue?

Pertenecíamos al distrito de Valladolid y allí me fui a estudiar. La verdad es que en aquella época te podías matricular en tantas asignaturas como quisieras para hacer la carrera y, en segundo curso, además de las asignaturas de la carrera de Química, me matriculé también en las asignaturas de primero de Física. Y así estuve durante toda la carrera, entre la Física y la Química.

Y ya puestos en marcha, el Doctorado vendría de modo natural, ¿no?

Bueno, el tema de la tesis también fue algo curioso.

El Doctorado también lo hice con becas del Ministerio y del Gobierno Vasco. Yo estaba en Valladolid y el director de tesis que tenía, el doctor José Largo, decidió abandonar la Universidad (la verdad es que en aquella época el ambiente de los catedráticos de Valladolid era bastante malo, y a mi director le hicieron unas cuantas faenas y por eso decidiría irse)... Pero te lo voy a contar desde el principio.

La verdad es que parece bastante curioso...

Todo empezó cuando terminé la carrera. Me surgió la oportunidad de presentar el tema de la tesina en un congreso internacional, y me fui a Uppsala (Suecia) a presentar un póster, y de repente se me acercó un tío muy alto que se quedó delante de mi póster y lo leyó de arriba abajo sin decir nada. De repente, me miró a los ojos y me dijo algo así como (ríe) “Didyou-riferid-mai-peipa?”, la verdad es que no le entendí nada porque mi nivel de inglés por aquella época no era especialmente bueno. Y de forma instintiva, con el inglés aprendido de memoria, se lo expliqué. Eso sí, me quedé con su nombre: Russell Boyd.

¿Y quién es Russell Boyd?

Espera un momento... cuando volví a Valladolid le expliquen a mi director lo sucedido y, en una de estas, leímos en una revista de Química llamada “Journal of Chemical Sciences” un artículo de Russell Boyd y entonces entendí lo que me había dicho en el congreso: que a ver si había hecho referencia a su investigación en mi póster. Estaba claro que los dos habíamos llegado al mismo lugar cada uno por su lado. Poco después, recibí una invitación: Russell Boyd me invitaba a integrarme en su equipo. Y así fue como aparecí en Dalhausie.

¿Y el inglés?

(Ríe) Lo aprendí en cuatro meses... porque era necesario. Cuando llegué allí, andaba como sordo y mudo. Luego cambié de cliché y listo.

¿Y la tesis?

Me la dirigió Russel Boyd, pero la presenté aquí.

¿Cómo así?

Porque en aquellos tiempos hacían falta unos cuantos años para convalidar el título de doctor en España y por eso decidimos presentarnos directamente aquí.

¿Y al revés? Es decir, el título de doctor sacado en España, ¿había que convalidarlo en el extranjero?

Ellos son civilizados... (sonríe). Ellos no te piden ni que les enseñes el título, es suficiente con tu palabra.

¿Cómo fue la trayectoria hasta llegar a ser profesor de la EHU-UPV?

Pues una vez que hube terminado, me enteré de que había un concurso de méritos, me presenté y saqué la plaza. Pero enseguida me surgió la oportunidad de hacer un post-doc y salí fuera de nuevo.

¿Para qué sirven los post-doc?

Para profundizar más en tu especialidad. En una tesis desarrollas los recursos de investigación dirigido por alguien, pero en un post-doc buscas tu propio camino, profundizas en un tema de tu interés, no solamente cómo investigar, sino qué tema de investigación es importante. De todas formas ya he hecho varios de esos, en Bélgica, en Dalhausie... Hablando de esa época, recuerdo que a finales de la década de los ochenta salí al extranjero y el doctor Pedro Miguel Etxenike dio mis clases. Otra vez que fui a Cornell como profesor visitante, estuve con el premio Nobel Roald Hoffman y aprendí muchísimo con él... Fue una época muy bonita.

¿Y en la actualidad? ¿A qué se dedican en el equipo de investigación?

Aquí, dale que te pego. Administrativamente nos han situado en el Departamento de Ciencia y Tecnología. Yo me dedico sobre todo a la química cuantitativa: a estudiar las características de la estructura química de las moléculas. Nada más que eso...

¡Nada más! ¿Y cómo se estudia lo que no se puede oler, oír, ver o degustar?

Se estudian muchas cosas invisibles o que no se pueden oír. No se pueden ver como yo te estoy viendo a ti ahora, pero se perciben. Puedes experimentar muchas consecuencias de algunas de las características de la estructura electrónica. Es decir, tú no ves la velocidad, lo que ves son sus consecuencias. Tampoco la fuerza...

Pero si nos basamos en las consecuencias, todo son suposiciones...

Eso está dentro de la estructura de la ciencia. Aceptamos los axiomas y basamos en ellos nuestras explicaciones.

Sí, pero ¿cómo se puede saber que ángulo hay en una molécula de agua?

Eso es muy sencillo, solo hay que medir el momento de inercia. Es un sencillo experimento de espectroscopia. Si fueran planos los átomos del agua, los resultados serían totalmente distintos.

De todas formas, hacen falta técnicas desarrolladas para hacer eso, pero ¿cómo hacemos para contrastar los resultados?

Utilizamos diferentes técnicas y todas ellas deben coincidir con nuestras suposiciones.

¿Hasta qué punto es importante conocer el “nano-mundo”?

Para empezar, saber es importante. Y luego, prever las características de un material basándonos en su estructura electrónica también es muy importante. Existe una gran belleza platónica en ello. Por otra parte, ahora estamos analizando, por ejemplo, el mundo de las encimas, y sabemos que las encimas cumplen su función porque tienen una estructura y no otra. No solamente por el hecho de saber, sino para impedir o acelerar las reacciones.

¿Eso quiere decir que si yo conozco las características de una pequeña molécula, conoceré también las características de ese material, es decir, como los “fractales autosemejantes”?

No es tan sencillo, porque existen las denominadas “propiedades emergentes”. Es decir, las características de un grupo de moléculas iguales no son las mismas que las características de una sola molécula. Al ser muchas, crean nuevas propiedades. El comportamiento de las moléculas individualmente o en grupo es totalmente distinto.

¿Por ejemplo?

La superportabilidad (superconductividad).

Sin embargo, hablando de esto me parece que en ciencias se investigan siempre los “acontecimientos” y no las cosas...

¿Cómo?

Que siempre hay consecuencias...

Piensa: el mismo hecho de observar es un acontecimiento...

¿Y no está eso relacionado con la física cuántica?

(Sonríe) Sí, ese es el principio de indeterminación de Heisenberg.

Tenemos excelentes artistas, santos, marinos vascos... pero, ¿investigadores y científicos?

Para empezar, tenemos a los hermanos Elhuyar. Lo que hicieron ellos no es ninguna broma. En su época, sobre todo Juan Joxe, era el químico más apreciado en Europa. Y descubrir el wolframio con los medios de que disponían no era nada sencillo. Lo más importante es que en 1783 sospecharon que había algo nuevo y acertaron.

En la actualidad, ¿es necesario saber sobre ciencia para ser culto?

Como decía Mitxelena, “además de latín, hay que saber cuál es el 2º principio de la termodinámica”. No entiendo la división que se hace entre la cultura humanista y la cultura científica. Cuando me dicen “yo soy humanista”, yo les contesto “¿y nosotros qué somos, marcianos o así?”. Lo que nos ocurre es que para conocer la ciencia hay que aprender (y recuerda que para aprender siempre hay que estudiar...) y aprender exige un esfuerzo. Y lo que exige un esfuerzo normalmente genera una actitud en contra.

Antes ha mencionado la belleza platónica. ¿Existe poesía en la química?

La poesía es hablar con palabras que saben unos pocos sobre lo que sabemos todos, y la ciencia es hablar con palabras que sabemos todos sobre lo que saben unos pocos. A decir verdad, para dedicarse a la ciencia es necesario un gran nivel de abstracción y eso es muy retórico.

Jakiunde

¿Cómo son las sesiones de Jakiunde? Viniendo de campos tan distintos, ¿en qué idioma hablan los “sabios” de la academia? ¿Cómo se entienden?

Bueno, (ríe) los idiomas de Jakiunde son el euskara, el inglés, el francés y el español. Pero sobre lo que me pregunta, hay que decir que Jakiunde es una academia muy joven y que todavía no hemos entrado en temas profundos. Otras academias tienen más de doscientos años y, en ese sentido, nosotros somos como recién nacidos. Es muy importante hacer saber que estamos en proceso de construcción y que nuestras discusiones no son sobre el tamaño del Universo... En este momento, en Jakiunde nos centramos en saber cómo podemos ayudar de la mejor forma posible a la sociedad vasca.

¿No sólo a los que viven aquí?

No, a la sociedad vasca de todo el mundo, ya que el haber mucha gente de diferentes disciplinas no es un problema, sino una virtud. La misma cosa se observa desde distintos puntos de vista, pero no solo se observa o se imagina, sino que los objetivos también son diferentes. Y eso nos enriquece mucho. En Jakiunde andamos despacio pero sin pausa, un pie después del otro y no los dos al mismo tiempo. En frases En el mundo de la ciencia no publica quien quiere, sino quien puede. Cualquiera sabe cuál es el idioma del investigador. El nuestro es el euskara. En nuestro grupo de investigación todo lo hablamos en euskara. No son iguales los proyectos de mucha ciencia y los grandes proyectos científicos. Para los primeros hace faltan infraestructuras especiales, mientras que los segundos no precisan más que de papel y lápiz. Yo no sé euskara: No, no es eso. Eso es una consecuencia de no saber, y lo de no saber viene de no aprender. Yo no sé euskara: No. Tú no has aprendido y por no aprender no sabes. Y como no sabes, no se te puede hablar, y como no se te puede hablar no te sirve, y como no te sirve no aprendes. Aprender exige esfuerzo. Fue un honor recibir el premio Euskadi. Y doble, porque lo recibí junto con Jesús Altuna. El trabajo del investigador es duro, pero más que duro diría que es intenso. Siempre tienes que estar ahí y siempre estás.

Para atraerle es necesario: Llamarme.

No puede soportar: La tristeza. No puedo soportar a quien siempre anda triste.

La felicidad es: ¿Y qué es el olor de la rosa?

El regalo más maravilloso que ha recibido: Todos han sido buenos.

Lo que le desea a su hijo: Que viva y sea feliz. Jesús María Ugalde (Bergara, 1957) Es catedrático de Química Física. Se licenció en la Universidad de Valladolid en 1981 y es doctor en Química por la misma Universidad. Realizó estudios postdoctorales en 1986 y en 1989 en la Dalhousie University de Canadá y en 1984 en el Oak Ridge National Laboratory de Tenessee. Es profesor de la Facultad de Química de la Universidad del País Vasco desde 1994 hasta la actualidad. Ha sido profesor visitante en las universidades Cornell University de Ithaca (New York, 1992) y Notre-Dame de la Paix de Namur (Bélgica, 1991). Ha publicado más de 200 trabajos científicos y 20 ensayos de divulgación científica durante su trayectoria profesional. Ha supervisado los trabajos de 9 alumnos de doctorado, de los cuales 6 son doctores europeos. Ha organizado 9 Congresos Científicos Internacionales. Como miembro de la academia Jakiunde, organizó el primer simposio internacional de la academia, en agosto de 2008, titulado “The role of scientific adademies in modern socienties”. Ganó el Premio Euskadi de Investigación de 2003. Además, ha sido galardonado con el Premio de Investigación X. M. Munibe (1997), el Premio Internacional de Intercambio Científico National Sciences and Engineering Research Council of Canada y el Premio Killam Post Doctoral Fellow Award de 1989, en Halifax (Canadá). En 1985 recibió el Premio Extraordinario de Doctorado.
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