Jorge Oteiza. Artista: He sabido vivir (Entrevista publicada en el número 1 de Euskonews)

2008-10-10

VELEZ DE MENDIZABAL AZKARRAGA, Josemari

Jorge Oteiza Enbil nació en Orio (Gipuzkoa) en 1908. Desde su infancia sintió especial atracción por la arquitectura, si bien fueron las artes plásticas las que acabarían por forjar su personalidad. En 1933 consiguió su primer premio, en Gipuzkoa, y dió comienzo su periplo de exposiciones, tanto en el País Vasco como en Suramérica. En 1950 ganó el concurso que le permitía llevar a cabo el conjunto estatuario de la Basílica de Aránzazu. En 1957 consiguió el Primer Premio de la Bienal de Sao Paulo, en escultura. Es uno de los emprendedores más destacados en favor de la Escuela Vasca de Arte. Fue miembro promotor de los grupos de artistas vascos GAUR, EMEN y ORAIN. En 1963 publicó su “Quosque Tandem... Ensayo para la interpretación del alma vasca” y en 1983 “Ejercicios espirituales en un túnel”. En 1985 el Ministerio de Cultura español le concedió la Medalla de Bellas Artes y en 1988 fue premiado con el Premio Príncipe de Asturias, en el apartado de arte. Jorge Oteiza es uno de los artistas plásticos vascos más apreciados en el mundo. Merecedor en 1996 del Premio Manuel Lekuona de Eusko Ikaskuntza, dos años más tarde, a finales del pasado mes de julio nos acercamos hasta Jorge Oteiza, en su casa de Zarautz, para poner en sus manos el reportaje gráfico confeccionado el día de la entrega del mencionado galardón. Nos recibió con la misma amabilidad que siempre ha demostrado con la Sociedad de Estudios Vascos, en una mañana calurosa, dos días después de haber sido distinguido con el título Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

He querido transcribir una parte de la conversación informal que mantuvimos en su despacho de trabajo; tertulia que giró alrededor de temas ludico-epicúreos. La primera reacción de Oteiza ante el material fotográfico que le entregó “Kote” Ormazabal fue un recuerdo para con la persona que dió nombre al galardón.

El Premio Manuel Lekuona es uno de los más entrañables que he recibido. Estimaba profundamente a Don Manuel —nos confiesa Oteiza— Nuestra relación fue entrañable... El color sonrosado de su piel denotaba una manera de ser pacífica, siempre abierto a la comunicación... De vez en cuando sabía ser provocador...

Analizando el material gráfico que le entregamos, se da cuenta de que en la mesa presidencial del acto de homenaje no coincidían algunos de los carteles identificativos de los allí presentes. Así, delante de Sainz de Oiza aparecía el cartel con el nombre de Gregorio Monreal y viceversa.

Está muy bien así, ya que de vez en cuando hay que cambiar el órden de las cosas; si no, la vida sería muy monótona. Mirad este retrato —señalando uno en el que aparece él— Mi cara es sinónimo de paz y hermandad... justo lo contrario de lo que normalmente se me achaca. En esta foto, por tanto, se puede apreciar la cara oculta de Oteiza!

Habiendo superado el momento crítico del mediodía, y como si nuestras mentes y estómagos hubieran adivinado la aproximación de la hora de almorzar, la conversación toma tintes gastronómicos netos. Por si ello fuera poco, se nos une a la tertulia Joseba, propietario del restaurante “Zubi Ondo”, quien ha traído para Jorge una docena de ostras. A Oteiza se le iluminan los ojos ante el regalo. Joseba y Jorge comparten gustos y una pequeña biblioteca sita en el mismo restaurante, con libros sobre el artista y unas cuantas pequeñas esculturas estilizadas.

Están atornilladas. ¡Por si acaso!... Las ostras y en general el marisco me han gustado siempre. Ya sabeis... ¡Uno es de Orio! Me las traen de Holanda, y son de la máxima garantía... A mi edad hay que cuidar bien el estado de los alimentos. Fuí campeón de comer ostras en Chile y en Río de Janeiro. Y para acompañar a las ostras nada mejor que txakolí de Getaria. Getari, ezkutari!

En ese momento interviene Juan Garmendia Larrañaga, amigo desde hace muchos años de Jorge, subrayándole al artista su afición a la buena mesa... pero también al deporte. Y surgen una serie de anécdotas vividas conjuntamente en Alzuza y alrededores, a donde se desplazaban en el viejo 2CV de Oteiza.

Juan —le sale a Jorge del alma— ¡Tú si que eres más que buena persona! ¡Y además te conservas muy bien! ¿Cómo lo haces? Yo, en cambio, aquí me teneis, sin dientes... ya que todo lo artificial que hasta el ombligo había en mi cuerpo lo he echado a la basura. Lo que haya del ombligo para abajo... ya caerá por sí solo... aunque no tengo ninguna prisa por perderlo. Estoy delicado de salud; pero, ¿cómo no voy a estarlo si, a mi edad, me fumo tres puros todos los días? Ciertamente, ¡he sabido vivir!

Y a continuación busca en las estanterías de su despacho, hasta dar con una caja medio escondida. En ella guarda sus pipas de fumar, modelos inventados y patentados por él en Londres y Buenos Aires. Pipas que dejan boquiabierto a cualquier especialista, al haber sido concebidas justamente de forma contraria a las habituales.

Por lo que dice de Vd. Juan, también ha sido deportista...—le recordé—.

Admiré profundamente al boxeador Uzkudun, y muestra de ellos es la cabeza que esculpí en piedra. En cierta ocasión hice una apuesta, en la que retaba a cualquier boxeador de mundo, siempre que el ring fuera redondo. Para nosotros los vascos, la forma redonda es sagrada. Recuerda el cromlech. Además del boxeo, me gustan las regatas de traineras. He realizado diseños especiales de traineras.

Una vez que ha concluido el repaso de la fotografías, lee el dossier de prensa que le hemos entregado, relacionado también con el acto de entrega del Premio Manuel Lekuona. Una de las noticias decía que Eusko Ikaskuntza había premiado el esfuerzo humanístico de Oteiza. No parece que Jorge esté muy de acuerdo con ello...

Yo no sé que es esfuerzo... ya que toda mi vida ha sido un continuo trabajo. El esfuerzo me conquistó desde un principio y, por tanto, nunca surgió en mí conciencia de esforzado.

Con una taza de café en la mano y el cigarro puro en la boca, Jorge Oteiza ríe a gusto con las anécdotas que va desgranando Juan Garmendia Larrañaga. Ambos han tenido amigos en común, y así surgen comentarios sobre Don José Miguel Barandiarán, Julio Caro Baroja y otros.

Quien me impactó de forma especial, habiéndole visto una sola vez, fué Pío Baroja —nos dice Oteiza— Estaba él muy enfermo y su casa de Madrid era un auténtico archipiélago de visitas, siempre llena de gente. Yo no tenía intención de visitarle pero un amigo recién llegado de Chile me pidió que le acompañara. Allá fuimos y cuando nos acercamo al lecho de Don Pío, alguien que allí estaba le preguntó acerca de las esculturas de Aránzazu. ¡Las burradas que sobre mi obra dijo Baroja! Y, claro, me dejó aplanado. Pero, una vez que salimos de aquella casa me pregunté: ¿Por qué tiene que saber Baroja de escultura? Y me quedé mucho más tranquilo...

Permanecimos en agradable conversación durante hora y media. Justo hasta que su médico Alberto Guisasola hizo acto de presencia para someter a nuestro anfitrión a su sesión diaria de masaje. Nos retratamos por última vez y brindamos juntos por que Jorge Oteiza pueda seguir desarrollando su obra con tranquilidad. Jorge Oteiza (Orio, 1908) Escultor, poeta y artista contemporáneo y uno de los referentes de las vanguardias artísticas contemporáneas. Autor de una importante obra escultórica, que resuelve formalmente en los últimos años de la década de 1950, ha recibido por ella varios reconocimientos, entre éstos el gran premio internacional de Escultura en la IV Bienal de Sao Paulo, Brasil (1957). Su propósito experimental y vanguardista se manifiesta en los primeros años de la década de 1930, cuando, junto a otros creadores vascos como el pintor y esteta Nikolás Lekuona o Narkis Balenciaga, conecta con los movimientos y corrientes más progresistas e innovadoras del arte, que, en el plano ideológico y político, le enfrenta a la ideología nacionalista que prevalece en ese tiempo en Euskadi, y particularmente en San Sebastián. No obstante, Oteiza va conformando un pensamiento mítico y simbólico, que hace referencia constante a aspectos antropológicos, étnicos y de tradición asumida de lo vasco, debiéndose buscar uno de sus grandes logros en la constante invitación que ha hecho para que todos esos referentes se sitúen en la modernidad. Jorge Oteiza falleció en Donostia-San Sebastián el 9 de abril de 2003.
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