Hasta ahora ha vivido en Madrid, pero ha vuelto a Irun, su pueblo natal.
Llevo ya casi tres años en Irun. No estaba muy bien de salud y aquí me siento más segura. Me gusta mi pueblo y la vida aquí no me resulta aburrida. Si quiero pasear es más ameno que Madrid, aunque yo vivía cerca de El Retiro. Pero Madrid es una ciudad muy grande.
Desde que ha venido ha recibido ya varios premios: La Medalla de Oro de la Diputación Foral de Gipuzkoa, La Medalla de Oro de Irun y el premio Manuel Lekuona de Eusko Ikaskuntza por su trayectoria.
Estoy muy agradecida. El premio Manuel Lekuona ha sido el premio a toda una vida, y me parece muy bien. Es un gran reconocimiento.
Toda una vida dedicada a la pintura.
Sí. Y no ha sido fácil. El principio de mi carrera fue muy duro. Me fui a Madrid, no conocía a nadie, era muy joven y me sentía perdida, como en el mar. La lucha era durísima. Tendría unos veinte años, y en aquel entonces había menos mujeres que ahora. Mujeres que pintaban sí que había, pero que estudiaran en academias o que se dedicaran profesionalmente a la pintura, no.
Entró en el mundo de la pintura siendo una niña; primero en Irun con Gaspar Montes Iturrioz y después en París.
Sí. No sé si fue por la vecindad, será porque los de aquí somos muy afrancesados, pero allá cumplí los 15 años, era muy joven, pero me desenvolví muy bien. Estuve durante un año, pero luego he vuelto muchas veces. La ultima vez fuimos a ver una exposición de Monet, preciosa. Hace tiempo que no he ido y tengo que volver, me gustaría volver.
Antes de eso, en 1932, le dieron el Premio a los Artistas Noveles de Gipuzkoa ¿Es evidente que tenía mano de pintora?
Mano de pintora no sé. Madre era lo que tenía. Porque fue mi madre la que tuvo la idea de que me fuera a París. Además no les daba miedo. A mí me daría miedo mandar a una niña de quince años sola a una ciudad tan grande.
¿Qué recuerdos le trae aquella época?
Yo vivía en un barrio bastante cerca de Montparnasse, donde están las academias y el ambiente artístico. Me hice bastante pronto a esa tremenda y hermosísima ciudad, nunca me sentí atemorizada. Estuve en un estudio donde iba gente muy selectiva y muy selecta, las dos cosas. Gente mayor. Yo era la más pequeña (acababa de cumplir los 15), y allá había hombres de más de sesenta. Había norteamericanos, alemanes y franceses, por supuesto. Yo era la única española. Me acuerdo que el profesor era muy duro; hasta nos corregía los sábados por la mañana, todo muy solemne; a las 12 en punto. A mí siempre me decía: “¡Aaaai! Ceux espagnols, ceux espagnols...”. Porque me corregía y volvía a cometer los mismos errores. Pero estuvo muy bien.
A parte de eso, solía ir mucho a Montparnasse. Me acuerdo que un día que andaba por ahí deambulando, vi que en una galería había muchísima gente, y como no tenía ningún apuro a esas edades, me fui directa para dentro. Era una exposición de Matisse; nada más y nada menos que de Matisse. Anduve divinamente, había un cóctel y todo. Pero al final me echaron, porque no estaba invitada. No tenía ni idea de que aquello era con invitación y yo andaba tan fresca. Pero no me importó, porque ya había visto la exposición; había curioseado, incluso había participado del cóctel y salí encantada de la vida. Había gente muy importante, pintores muy conocidos del momento que ya ni me acuerdo. Pero la exposición, preciosa.
Después se fue a Madrid para seguir estudiando. ¿Cómo fueron aquellos años?
Maravillosos. Estudié en San Fernando y me encontré muy a gusto allá. Tuve, entre los profesores, al pintor Arteta, que ya era muy mayor, pero encantador. Una persona suave, que además corregía casi como pidiendo perdón, andaba callando-callando. Hacíamos desnudos, muchos desnudos. Me acuerdo cuando una vez me salió un desnudo un poco torcido y para corregir le puse un palo; bueno pues le hizo muchísima gracia, le gustó la idea de dibujar el palo para que el desnudo no se cayera. Volví a hacerlo alguna otra vez, pero entonces me dijo que lo del palo ya no colaba, que no funcionaba. También tuve como profesor a Vázquez Díaz. Era muy simpático. Veraneaba en Fuenterrabía y había como un compañerismo regional entre los dos.
La verdad es que estuve muy a gusto en Madrid, no me resultó nada penoso el trabajo y el estar en la academia. Teníamos clases de modelado, de desnudo... Era muy intensivo; comenzábamos a las nueve de la mañana y salíamos de la escuela hacia las nueve de la noche. Además creo que era la única chica, todos los demás eran hombres. El ambiente en la academia era agradable, pero lo que más me divirtió fueron las clases en la Grande Chaumière. Eran unas clases libres donde no había profesorado ni nada. Pero hacíamos desnudos y era estupendo. Podías ir a la hora que querías, pagabas una entrada y ya está. Me pareció muy interesante.
En aquella época fuiste miembro de La Escuela de Madrid.
Sí. Era la única mujer, y nos llamaban Blanca Nieves y los siete enanitos, porque justo eran siete los pintores. Lo pasé muy bien, pero a veces era muy duro porque a lo mejor nos íbamos a pintar a sitios perdidos, alojándonos en pensiones de mala muerte... y yo entre los siete pintores. Nos reíamos mucho, la verdad, siempre me hacían bromas. Pero no creas que me trataban de otra manera por ser mujer; ni me cedían sitio, ni nada. Aquello sí que era un “¡sálvese quien pueda!”.
Trabajábamos mucho, la verdad. Yo vivía en el mismo estudio donde trabajaba. Primero estuve viviendo en una pensión pero decidí pasarme al estudio porque la pensión dejaba mucho que desear; hasta tenía a los chinches como compañeros de piso. El estudio en cambio era precioso. Arriba tenía una terraza hermosa, con piscina. ¡Fíjate que lujazo! El estudio sólo era un cuarto con un baño, pero lo de arriba... No sabes lo bonito que era terminar de pintar con aquellos calores madrileños y subir arriba. Me subía en traje de baño y me metía directamente a la piscina... Estaba tan alto que casi me parecía que estaba en el cielo. La vista llegaba hasta Vallecas. ¡Cómo me acuerdo de aquellos atardeceres tórridos... ! Madrid no fue duro conmigo, no.
¿Pero los de la posguerra fueron tiempos duros para la pintura?
Sí. Durante la guerra yo estuve refugiada en Francia. Cuando volvimos a Irun nos encontramos con la casa destrozada. Aquello fue terrible y viendo el panorama decidí irme a Madrid. Fue entonces cuando creamos La Escuela de Madrid. Éramos siete, y dos de ellos vascos, Luis García Ochoa y yo. Fue una experiencia muy bonita. De todos modos, entonces era un milagro vender un cuadro y cuando hacíamos alguna venta nos llamábamos entre nosotros. Era un acontecimiento, algo insólito, vender un cuadro después de la guerra. Yo creo que para los otros fue un poco más fácil, porque yo tenía que vivir en una pensión horrible. Los demás vivían con su familia y yo en cambio estaba sola, en aquella pensión con chinches. Los primeros tres años fueron duros, pero luego tuve mucha suerte. Entré en la Galería Biosca, que era el mejor que había en aquella época.
Ha centrado su trabajo, sobre todo, en el paisaje. ¿Qué es lo que le aporta o te inspira el paisaje?
Me atrae. Es tan variado, lo puedes mirar de tantas maneras... es fenomenal. La luz te cambia y es precioso. Yo antes pasaba todo el día en el campo. Me llevaba la comida y solía estar viendo como iba cambiando la luz. Terminaba casi de noche, pintando nocturnos. Por otra parte nunca he pintado la calle, no me atrae para nada. Siempre he tirado más hacia el campo. He trabajado más el paisaje, en principio, porque me gusta mucho y me parece más fácil.
¿Por qué?
Por que no le tienes que pedir a nadie que te pose para el cuadro. Vas y campas como quieres, es muy agradable. Pero yo he tragado más lluvia y viento... Ahora hace tiempo que no salgo a pintar.
¿Pero sigue pintando?
Sí, sí. Sobre todo in mente. Sigo con el mismo interés, incluso tan dentro de la pintura como cuando empecé, o quizá hasta más, fíjate. La verdad es que yo no concibo mi vida sin la pintura. Aunque no la ejercite y simplemente la mire, soy una observadora y lo paso muy bien. Siempre voy a museos nuevos, tanto en España, como en Londres, Paris, Nueva York...
Con toda esa trayectoria y su propio talento llegó a ser la primera mujer en recibir el Premio Nacional de Pintura, en 1959.
Sí. Fue muy importante e inesperado. Soy la primera mujer a la que le han otorgado el Premio Nacional de Pintura y no sé si hasta ahora ha habido alguna más. Fue muy bonito. Cuando me llamaron para darme la noticia, me quede sin respiro. Yo entonces vivía en Madrid, pero como era Navidad estaba en Irun y el pueblo respondió de una manera increíble. Inmediatamente Oteiza, que entonces vivía aquí con Basterretxea en la Avenida Francia, organizó una cena inmensa... Estaba emocionadísima pero con un dolor de muelas... me tomé como siete pastillas, y al día siguiente tuve que ir al dentista. Pero no me importaba porque estaba tan contenta... Tengo un recuerdo muy bonito de aquel día.
Aparte de todos los premios que ha recibido, ahora el museo que pronto abrirán en Irun llevará tu nombre: Museo Menchu Gal de artistas del Bidasoa.
Me hace mucha ilusión, muchísima. Y pienso llevar lo mejor de mi obra allí. Espero que lo abran pronto, porque a estas edades la puedes diñar en cualquier momento. Y, no. Yo quiero verlo abierto.
Se puede decir que la vida le ha premiado.
Sí, y yo estoy muy agradecida con eso. Es difícil vivir de la pintura pero a mí me lo han premiado con premios y con los cuadros que se valoraban.
¿Qué ha sido la pintura para Menchu Gal?
Todo. Lo más importante. La razón de mi vida. La verdad es que de pequeña estuve una temporada obsesionada con ser bailarina, me encantaba. Y yo no sé quien fue, pero alguien importante, que me dijo: “¡Pero mujer tú cómo vas a ser bailarina si pareces un fantasmón!”. Era muy alta y entonces las bailarinas de ballet eran pequeñitas. En seguida abandoné la idea.
Te apasionan los colores, ¿no es así?
Sí. Me acuerdo que en la academia de París nos quitaban todos los colores y solo nos dejaban el blanco, el negro y las tierras. Yo sufría muchísimo. Fue una época atroz que abandone enseguida, claro. A mí me gusta mucho el color, disfruto con el color. A veces hasta me lo comería, fíjate.
En estos momentos, ¿de qué color es tu vida?
Bueno, no sé. A mí me gusta mucho pintar fuera y ahora casi no salgo. Pinto desde aquí pero no es lo mismo.
¿Y que color tiene lo que ves desde aquí?
Dominan el verde y el gris; los árboles son verdes, y el suelo es gris. Las casas son como ocres. No tiene mucho color. Pero me encantan las Peñas de Aia. Las he visto de todos los colores. San Marcial y las Peñas de Aia han primado mucho en mis cuadros. Pero algunos ya ni los tengo. He vendido muchos cuadros y ahora no los tengo para poder verlos. ¡Ojalá, no hubiera vendido tanto!
¿Y Madrid, de qué color es?
Es ocre claro.
¿Y París?
Gris. Gris y azulado. Completamente distinto, pero muy bonito también.
¿Cómo es un día en la vida de Menchu Gal? Pues, ahora bastante gandul, bastante “alferra”. Pero estoy pintando in mente. Es muy pedante esto que digo, pero es la verdad. En realidad yo estoy pintando siempre. A las noches me vienen todas las ideas. Soy muy nocturna. Si pintara todo lo que me viene a la mente... Durante el día veo, voy absorbiendo, tragando y a la noche lo realizo. Es cuando mejor estoy y casi nunca me voy a la cama antes de las tres de la mañana. Estoy pintando durante todo el día, pero in mente: veo un sitio que me gusta mucho y me imagino con el caballete, ahí pintando. Menchu Gal (Irun, 1918)
Nacida en Irun, en 1918, comenzó desde niña a despuntar como pintora entre los jóvenes de su edad y, con 14 años, resultó premiada en el Concurso de Nuevos Artistas de Gipuzkoa. Su primer profesor fue el artista Gaspar Montes Iturrioz y, al igual que él, la madre de Menchu Gal también se apercibió enseguida de que la pintura era la gran pasión de su hija. Un año después, la joven Menchu se encontraba en París, recibiendo clases del maestro del cubismo Amadee Ozenfant. Allí pasó un año y, posteriormente, continuó sus estudios en la escuela de Aurelio Arteta y en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid. Después de la guerra, comenzó a abrirse camino en la capital de España y formó parte del movimiento denominado Escuela de Madrid. Sus trabajos han sido expuestos en las más importantes salas españolas e internacionales: Pintores españoles en la feria de Nueva York (1964); “El paisaje en la pintura española contemporánea”, realizada por la Fundación Gulbenkian de Lisboa (1971); “Las mujeres en el arte español”, en el centro cultural Conde Duque, y “La Escuela de Vallecas y una nueva perspectiva del paisaje” (1990). Sus obras también pueden contemplarse en el Museo de Bellas Artes de Bilbao y en el Reina Sofía de Madrid. En 1959 consiguió el Premio Nacional de Pintura, siendo la pintora irunesa la primera mujer en conseguir el citado galardón. Posteriormente ha sido merecedora de diferentes premios en reconocimiento al inmenso trabajo realizado en favor de la cultura vasca, los más importantes de los cuales los ha recibido este año: Medalla de Oro de la Diputación Foral de Gipuzkoa, Medalla de Oro del Ayuntamiento de Irun y el Premio Manuel Lekuona, que otorga Eusko Ikaskuntza.