Alicia Amatriain. Bailarina: En el mundo de la danza la perfección es el horizonte permanente, pero es imposible llegar a él

2007-09-21

BREA, Unai

La donostiarra Alicia Amatriain es una de las muchas bailarinas y bailarines que tuvieron que emigrar muy pronto del País Vasco para poder seguir progresando en el mundo de la danza. Lo hizo a los 14 años y su destino fue Stuttgart (Alemania), ciudad en cuyo ballet encontró acomodo tras varios -y muy duros- años de aprendizaje. Actualmente es una bailarina muy bien considerada por la crítica especializada, y ocupa un lugar destacado dentro de su compañía. Sin embargo, no es muy conocida en nuestro país, donde ha actuado en contadas ocasiones.

Empezó usted a bailar siendo muy pequeña, a los cuatro años. ¿Qué se puede hacer a esa edad?

En realidad, nada, ja, ja, ja... Yo empecé en una academia de San Sebastián, que ya no existe, y estuve allí un año. A los cinco o seis años fui a otra academia privada, y a los ocho, más o menos, entré en el Conservatorio de San Sebastián.

Allí estuvo con Peter Brown...

Sí, me dejó un gran recuerdo, es un profesor impresionante. Y aparte de ser muy buen profesor, era, y sigue siendo, muy buena persona. Era muy bueno con nosotros, siempre sabía cómo hacer que nos divirtiéramos. Me acuerdo de que teníamos ensayos los sábados para preparar los espectáculos que hacíamos a final de año, y nos lo pasábamos muy bien. Foto: Sebastien Galtier.

¿Y de allí fue a Stuttgart?

Efectivamente, vine a la escuela de aquí.

Stuttgart es la ciudad donde usted vive actualmente, pero llegar ahí con 14 años no sería fácil...

La verdad es que no. Bueno, a mí no me empujó nadie, fue mi propia decisión. Mi madre me preguntó a ver si yo quería, después de haber hablado con Peter, y la decisión fue mía, en mi mano estaba irme o no. Al final decidí que sí, porque debido a las circunstancias era el mejor momento. Fue Peter Brown quien se dirigió a mis padres. Recuerdo que nos reunimos en casa de Peter mis padres y yo, y también Jorge Nozal y sus padres; allí estuvimos hablando, y Peter dijo que nosotros dos en San Sebastián ya no íbamos a poder hacer mucho más, y que si queríamos llegar a algo, o aunque sólo fuera seguir con la danza, teníamos que salir fuera. Y que él personalmente no nos recomendaba ir a Madrid.

¿Por qué?

Porque no había salidas. Había escuelas, sí, ¡pero es que no hay compañías! Y en Alemania hay una compañía casi en cada ciudad

No obstante, debe ser una decisión muy dura ir a vivir a Alemania, lejos de la familia, con tan sólo 14 años...

Sí. No tengo claro qué sentía, si miedo o qué... Al principio quería ver qué había. Luego, llegar aquí, no hablar el idioma... y la cultura es muy diferente, los alemanes son muy diferentes. Me entró bastante miedo. Y quería volver a casa, ja, ja...

¿Cómo se las compuso para aprender alemán?

Lo aprendí rápido, porque tuve que ir a la escuela. Y yo, que tampoco hablaba inglés, sólo me las podía arreglar aquí aprendiendo el idioma. Y a marchas forzadas. A los tres meses más o menos ya podía mantener conversaciones con la gente. ¡Es que era imposible quedarme callada! El caso es que fue bastante difícil, pero vaya...

Una experiencia así debe marcar bastante...

Te deja rastro, sí.

Por lo demás, ¿cómo era su vida?

Estuve dos años en la residencia de la escuela de John Cranko. Normalmente, se puede estar allí hasta los 16, luego ya no. Y a los 16 cogimos un piso Jorge Nozal, Iker Murillo y yo. Vivimos los tres juntos en Stuttgart mientras terminábamos nuestra formación en la escuela. Foto: Stuttgarter Ballett 2007.

¿Qué nivel de danza encontró usted en Alemania?

Uno mucho más alto. Y la disciplina era mucho mayor. En San Sebastián también teníamos disciplina, por supuesto, pero no era lo mismo que llegar aquí, a una escuela donde todos los que están quieren llegar a ser profesionales.

¿Y todos lo consiguen?

¡No, no, qué va!

Entonces la apuesta de ir a vivir al extranjero con 14 años es doblemente arriesgada, porque ni siquiera hay garantía de que eso vaya a permitirle a uno dedicarse profesionalmente a la danza...

En realidad, nunca se sabe lo que puede pasar. Hay lesiones, etc. Y además puede suceder que no estés en el sitio justo en el que tienes que estar, que casualmente ese año en las audiciones no haya sitio... cualquier cosa.

¿Tuvo que cambiar su manera de bailar a raíz de ir a Stuttgart?

Tuve que cambiar mucho la disciplina: cómo vestirse en clase, cómo peinarse... Era como si nos hubiéramos metido en la escuela de Baganova, en San Petersburgo.

El caso es que ha hecho carrera. Siendo muy joven aún, es bailarina principal del Stuttgarter Ballett. Al parecer, hizo usted un salto en el escalafón para llegar ahí...

Sí, pasé de segunda solista a principal, saltándome el paso intermedio.

¿Y eso cómo se consigue?

La verdad es que no lo sé. Para mí también fue una sorpresa, no me lo esperaba para nada. En el mundo de la danza no es para nada habitual una cosa así. Además, fue la primera vez que se hizo en el Stuttgarter. El año pasado un bailarín hizo lo mismo, pero no suele pasar casi nunca.

De cualquier manera, antes tuvo usted que formar parte del cuerpo de baile, naturalmente... ¿Es fácil destacar en ese apartado?

Depende de lo que uno quiera. Yo, personalmente, nunca he sido una persona que empuje mucho; tampoco pensaba que iba a llegar a donde estoy ahora. Más bien me divertía, hacía lo que podía, y era yo misma. Lo disfruté mucho, desde luego. Ahora, muchas veces, veo a los bailarines del cuerpo de baile, y me gustaría volver, poder estar en el escenario haciendo algo en Romeo y Julieta, por ejemplo, mientras están haciendo el segundo acto. Foto: Urtich Beuttenmueller.

Por cierto, ¿cuándo supo que iba a ser profesional?

¡Buff! Yo, personalmente, no me di cuenta hasta que entré en la compañía, con 18 años. Era muy diferente a la escuela. Cuando entré en la compañía y empecé a hacer mis primeros espectáculos, fue cuando en realidad comencé a disfrutar bailando. Porque la escuela es otra cosa, no hay tanta libertad como en una compañía.

Todos los bailarines vascos que destacan hoy en día, y no son pocos, desarrollan su carreras en el extranjero. Y todos tuvieron que emigrar en su momento, más o menos a la misma edad en que lo hizo usted. Se percibe un gran vacío en Euskadi, ¿no es cierto?

Sí. Aparte de que eso te obliga a pasar la adolescencia lejos de tu familia. Yo, en la época en que más necesitaba a mi madre, la tuve sólo por teléfono.

A pesar de todo, muchos decidieron en su momento dar ese paso... ¿Empujan ustedes desde fuera para que aquí se llene ese vacío que hemos mencionado?

Como dijo hace poco Igor Yebra, esto tiene que ir paso a paso. No se puede decir de repente: vamos a abrir la compañía más grande del mundo, vamos a traer a todos los españoles que están fuera... No se puede, porque los que están fuera ya están establecidos en sus respectivos lugares. Entonces, hay que empezar desde cero, con una base, con escuelas buenas... Y que luego dichas escuelas tengan las compañías donde puedan audicionar en España. Entonces, se puede formar un mundo de ballet impresionante.

¿Usted volvería?

¡Claro que volvería! Pero creo que para mí va a ser demasiado tarde. En todo caso, no creo que me quede a vivir en Alemania.

Permanece usted en la misma compañía, por cierto... ¿Es habitual ir de una a otra?

Se hace, pero yo personalmente no estoy pensando en ello ahora. Estoy muy a gusto aquí.

¿Cómo es la vida diaria de un profesional de la danza?

Dura, pero compensa el poder estar en un escenario, bailar, dar todo lo que puedes, todas tus emociones. Sí, compensa. Pero también es mucho trabajo, mucha disciplina... Quitas mucho de tu vida. De tu vida privada, más bien; es muy difícil llenarla. Pero a mí, al menos hasta ahora, la danza me ha compensado.

En toda su carrera, sólo ha bailado dos veces en Euskadi, ambas recientemente. ¿Qué tal fue la acogida del público?

Impresionante, tanto en San Sebastián como en Bilbao. No me lo esperaba. Foto: Unai Brea.

En Euskadi, por tanto, hay público y hay escuelas... y salen bailarines buenos, y muchos, ¿no?...

Sí, hay muchísimos.

Entonces, ¿qué se necesita, quién debe dar el empujón, para llenar eso que falta?

No sé quién debería hacerlo. Pero hay que intentar formar una compañía, como teníamos antes el Ballet de Euskadi, que el gobierno... Es que ese el problema; el Ballet de Stuttgart, por ejemplo, es del gobierno. Nosotros no tenemos que estar como en Estados Unidos, intentando conseguir espónsores. Y eso tampoco viene bien en España. Tiene que ser el gobierno quien dé un empujón, y más dinero para ese tipo de cultura.

El año pasado recibió dos premios...

Sí, Danza Futuro, en Alemania...

O sea que es usted bien conocida allí...

Bueno, después de doce años... Y el otro fue el Premio Revelación en Gipuzkoa. Me hizo mucha ilusión, porque no me lo esperaba para nada. La verdad es que el otro tampoco, pero es diferente, porque yo bailo en Alemania y allí me conocen, aunque yo no me lo esperaba ni me lo mereciera. Pero es más normal. En cambio, en Gipuzkoa no me conoce nadie, no saben ni quién soy.

De hecho, en Euskadi, excepto Igor Yebra, Lucía Lacarra, y poco más, a la mayor parte de la gente no le suena el nombre de ningún bailarín, sea vasco o no... En Alemania, ¿ser Alicia Amatriain es ser alguien conocido por el gran público?

Depende en qué grupo. Creo que siempre es lo mismo. Depende en qué mundo ande la gente de fuera. Los que se interesan por la ópera, el ballet y el teatro sabrán quién soy. Los que no se interesan, imagino que no sabrán mi nombre, no lo sé. De cualquier manera, la danza clásica tiene mayor prestigio aquí. Si dices que perteneces al Stuttgarter ballett ya es otra cosa, indica que tienes un nivel. Pero tampoco utilizo eso, o sea que...

¿Cómo describiría su estilo como bailarina?

Desde luego, no soy de las de 32 fouettes... Soy más... ¿cómo le diría? Aparte de ser más lírica, yo prefiero papeles donde le pueda contar una historia al público, transmitirles mis emociones. Actuar, además de bailar. Para mí es muy importante, porque el público se va a ir a casa, o a cenar, y al cabo de una semana no se van a acordar de si has hecho 32 fouettes o no los has hecho. De lo que sí se acordarán es de si les has hecho llorar o reír. Eso, para mí, es más importante. Foto: Unai Brea.

¿Hacer danza clásica es un castigo muy duro para el cuerpo? Hay lesiones, etc.

Creo que danza moderna y danza clásica están a la par. Nosotros hacemos mitad y mitad, y más o menos sé las dos cosas. El clásico sí, tiene otra manera de trabajar, pero el moderno... Sobre todo los coreógrafos nuevos de ahora, que quieren experimentar, te quieren llevar hasta todos los extremos de tu cuerpo, y hay veces que el cuerpo dice que no, que no puede ser.

Algún bailarín de danza contemporánea ha declarado que aprender de muy niño danza clásica provoca cierta falta de libertad de movimientos, para hacer, posteriormente, danza contemporánea...

No. Yo conozco a muchos bailarines que han tenido la base clásica, y han bailado clásico, y son impresionantes en movimiento contemporáneo. Yo personalmente creo que el movimiento viene de la mente, y que tienes que dejar llevarte. Para el contemporáneo hay que dejarse llevar, olvidarse del clásico, dejar libertad.

¿Y es fácil ese cambio de chip, al que usted, por cierto, está tan habituada?

A mí muchas veces me dicen: ¿cuál te gusta más, el clásico o el contemporáneo? Tampoco voy a decir cuál me gusta más, porque hago los dos. El clásico es más... ¿cómo diría? Es así, y no se puede cambiar. En el contemporáneo, cada coreógrafo tiene su manera de moverse, y su vocabulario.

¿Eso quiere decir que la danza clásica está totalmente cerrada a inventar cosas nuevas?

Así es.

¿Le preocupa lo que los críticos digan de usted?

No soy de las bailarinas que leen las críticas, porque esa es la opinión de una persona. Me interesa más lo que me dé el público al final de la actuación, que lo que me diga un crítico al día siguiente.

Sin embargo, se supone que el crítico sabe más...

Sí, pero no siempre ocurre así.

¿Qué hará cuando deje la danza? ¿Ha pensado en algo?

Todavía no sé lo que haré. No se si me gustaría quedarme en el mundo este, o preferiría salir al mundo de fuera. Foto: Stuttgarter Ballett 2007.

El mundo de la danza, ¿es un mundo muy cerrado?

Muy cerrado y muy pequeño. Compuesto por bailarines, coreógrafos, directores, y pare usted de contar.

¿Qué añora del mundo “exterior” que menciona?

El horario. Poder decir: la semana que viene me voy. Aquí no tenemos horario. Yo, por ejemplo, acabo de recibir el plan para mañana [la entrevista tiene lugar por la noche], y acabo de saber a qué hora acabaré.

¿No llega uno a cansarse de esta vida?

Sí, y ese es el momento en que lo dejas. Por lo demás, sí he sentido alguna vez esa sensación de decir “ya vale, no puedo más”, pero más bien es porque el cuerpo llega a un punto en que dice: tómate una semana, porque si no, no vas a poder. O mentalmente ya estás muy cansada. Para mí personalmente es bastante duro, porque es muy difícil hacer amistades fuera. Entonces, lo que tienes son 24 horas al día de ballet, ballet, ballet... Y para mí, eso es muy cansado y monótono. Llega un momento en que dices: ya vale de ballet, no puedo más.

¿Se sigue aprendiendo cuando se ha llegado a donde está usted?

Sí, sí, sí. Si dejara de aprender, dejaría de bailar. Porque eso significaría que sería perfecta, no podría aprender más, y dejaría de bailar.

Es de suponer que no existe el bailarín perfecto...

No creo.

¿Y la pieza perfecta?

Tampoco. Hay muchas piezas master, y hay bailarines increíbles. Pero perfectos no. Personalmente, no lo creo.

¿En su mundo, es un anhelo la perfección? Es una cosa a la que se quiere llegar. En el mundo de la danza la perfección es el horizonte permanente, pero es imposible llegar a él, seguimos siendo humanos. Alicia Amatriain Berdegué

(Donostia, 1981) Ingresó con ocho años de edad en el conservatorio de Donostia, donde hasta 1994 recibió clases de Peter Brown. Con 14 años entró a formar parte de la escuela de John Cranko, en Stuttgart, y desde 1998, es miembro del ballet de esa ciudad alemana. Desde 2002, lo es además en calidad de bailarina principal. En 2006 obtuvo el Premio Futuro, en Alemania, y el Premio Revelación que concede la Asociación de Profesionales de la Danza de Gipuzkoa.
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