Félix Linares. Periodista y crítico de cine: Los festivales de cine aportan encanto, pero, ¿verdaderamente aportan cine?

2006-09-22

BREA, Unai

Félix Linares es del centro de Bilbao. Y en el centro de Bilbao está, precisamente, la que a esta alturas no sabemos si es su primera o segunda casa: Radio Euskadi. Allí nos ha recibido este periodista sin carrera, amante de la cultura en general y de las letras y del cine en particular, que entró en la radio gracias a un timbre de voz ciertamente atractivo y a una buena dosis de casualidad, como verá quien llegue al final de esta entrevista. La frase anterior tiene algo de advertencia, y es que la conversación con Linares ha resultado ser larga, muy larga. Una hora aproximada de charla, que nos ha dado para preguntarle sobre el Zinemaldia de Donostia -objetivo principal de esta entrevista-, y sobre muchas cosas más, siempre con el cine como telón de fondo. A nosotros la “película” se nos ha pasado volando, y esperamos que lo mismo le suceda al lector que decida seguir adelante. Claro que nosotros teníamos una ventaja: la versión original. Hemos podido disfrutar de la excelente voz de Linares, mientras que ustedes tendrán que conformarse con los humildes subtítulos que a continuación vienen. Creemos, en todo caso, que el guión merece la pena.

¿De dónde le viene a usted eso de dedicarse a temas culturales? Porque eso no se estudia en ningún sitio…

Es de pequeño. Mi madre asegura que cuando no tenía casi ni idea de leer, me abalanzaba sobre los libros de forma insensata, o sea que supongo que viene impreso en mi ADN. Y mi afición por el cine es de toda la vida también. A mi madre le gustaba mucho el cine, y me llevaba.

¿Y a qué cines iba de niño?

Yo nací en la calle Zugastinovia, en La Casilla. Así que de pequeño me nutría de los cines de alrededor, además de los de catequesis que había por aquel entonces, y había muchos. Los domingos yo iba a ver la matinal al Olimpia, calle Iparragirre, y a las tardes me iba a la sesión doble del Abando, que estaba justo enfrente de La Casilla. Ahora hay un hotel. Y había otros que me pillaban en mi radio de acción: el Colón, incluso el Vizcaya. Todos desaparecidos. Yo, para amortizar, iba a los de sesión doble.

¿No fallaba una?

Todos los domingos veía tres películas, y entre semana cuando podía también.

Off the record, me ha dicho que es usted cinéfilo de los de cine club…

Sí, bueno, en realidad no iba mucho al cine club, pero sí era de aquellos que discutían apasionadamente sobre el free cinema, la nouvelle vague y todo ese tipo de cosas.

Hablando de cines que se cierran... En Bilbao todavía está sin cicatrizar la herida que ha supuesto el cierre de los Mikeldi…

A mí eso me ha dolido mucho, pero es que además era mi cine de barrio, el que más cerca tenía de casa. Junto con los Ideales, que desaparecieron hace poco también, eran los cines que más a mano tenía, esos que estás en casa y de repente dices: “Me voy al cine”. Que a mí era un arrebato que me da con frecuencia [durante la entrevista, Linares ha mezclado los tiempos verbales correspondientes a presente y futuro para referirse a su costumbre de acudir al cine día sí y día también]. Te ibas a la última sesión y estupendo. Me duele sobre todo por lo que significa la desaparición de un sistema de cine que, de alguna manera, es el mío. Porque yo me lo “curré” en esos cines. De hecho, con los Ideales tenía una relación más estrecha, porque cuentan mis padres que es el primer cine al que me llevaron. Creo que monté un escándalo espantoso, y dijo mi padre: “A este niño no le va a gustar el cine”, (risas).Y lo recuerdo con cariño porque…

¿Cuantos años tenía usted?

No tengo ni idea, supongo que dos o tres. Era muy pequeño. La primera constancia que tengo es de que me llevara mi abuela, ya en el año 53 o así. Y me llevaron al Olimpia, ya digo, a las cercanías.

Hablaba de recuerdos cuando le he interrumpido…

Sí. Por ejemplo, en los Ideales me dejaban entrar con pantalón corto a ver las películas de mayores, y aquello era rarísimo… Ya con el pantalón largo no había problema, porque yo siempre he sido altito, y pasaba por tener dieciséis años cuando no los tenía, pero con pantalón corto… Y en el Ideal me dejaban. En fin, que la desaparición de los cines es un drama.

Pensándolo fríamente, también se podría decir: los Mikeldi han cerrado, pero qué más da, si en cada gran centro comercial hay una docena de cines… Usted, evidentemente, me va a decir que no es lo mismo.

Claro.

¿Por qué?

Porque yo tengo que coger el coche para ir a esos sitios.

Pero también había quien tenía que coger el tren, o más recientemente el metro, para venir a Bilbao, a esos cines que están desapareciendo. Quiero decir que una vez asumido el hecho de tener que usar algún tipo de transporte, el hecho de ver la película será igual, ¿no?

Entiendo eso que dice usted, pero es que la idea del macrocentro no es la idea del cine. Al centro comercial se va a pasar el día, y accidentalmente se acaba en el cine. Pero igualmente se te puede cruzar el cable y acabar en la bolera, por ejemplo. Luego comes comida rápida en cualquier esquina y solucionado. Pero no, el cine es otro concepto, cuando se va al cine se va solamente al cine. Y más yo, que soy de los que no comían palomitas ni tomaban refrescos dentro, que me iba al cine como si tuviera que analizar cada plano de cada película, siempre con el mismo entusiasmo juvenil, y luego muchas veces salir diciendo: ¿para qué me habré esforzado? Pero bueno, tenía un rito cinéfilo de viejo cuño. Entonces, yo iba al cine casi entrando en un lugar sagrado donde se iba a reproducir un espectáculo que para mí tiene connotaciones de muy diferentes raíces, desde las culturales –cada vez menos, desgraciadamente- hasta las del espectáculo, que sí se mantienen. Y creo que ya se había perdido esa tradición cuando la gente que iba al cine veía las películas como si estuviera en el salón de su casa, comentando: “Pues mira, al chico este le ha dejado la novia en la vida real”, etc. Y perdiéndose momentos de la película, cuando yo creo que una película se tiene que ver fotograma a fotograma. Ya sé que ahora no es necesario, que las películas son mas tontitas y todo eso, pero hay momentos en algunas películas, que si te los pierdes has perdido a veces parte de la historia, y desde luego parte de la emoción. Y en ese sentido, creo que la filosofía del centro comercial y la del cine convencional no son la misma, aunque las películas sí sean las mismas.

Deduzco que cada vez le gusta menos el cine que se hace hoy, comparado con el que veía en su adolescencia, por ejemplo…

No necesariamente. Cuando eres un crío te tragas todo con entusiasmo, y hay otros elementos que te seducen: la emoción de la historia, etc. No te fijas en defectos. Yo sigo viendo estupendas películas ahora mismo, y hay cines en Bilbao, por ejemplo los Multicines o los Renoir, que siguen proporcionando interesantes películas. Lo que si noto, y es con respecto estrictamente al cine comercial estadounidense, es que se ha perdido la tendencia a hacer buenas historias. Creo que la gran diferencia entre el cine que yo veía de niño y el que se ve ahora es que el de ahora es repetitivo, y me explico: antes se consideraba a una película como una unidad, y el guionista, el director, todos los responsables… hacían que fuera creciendo y creciendo hasta la apoteosis final. Ahora, la apoteosis final acostumbra a caer aproximadamente a la mitad de la película, porque el cine es muy diferente. Antes había planos largos y ahora hay planos cortos, con un montaje frenético. Las cosas se cuentan mucho más rápido y luego se repiten. Por mencionar una película reciente, Piratas del Caribe, es una película que está acabada a la hora de proyección; podría terminar tranquilamente, pero se prolonga. La historia se acaba inmediatamente porque va muy rápida, y al ir muy rápida no puede incluir subtramas ni personajes secundarios medianamente interesantes… Va todo directamente al hecho concreto y así se pierde intensidad. Cuando se llega a la hora de película resulta que ya la has visto, y el resto es repetición. Sigue el espectáculo, pero eso ya resulta aburrido. Al menos resulta aburrido para mí, que soy un espectador al viejo estilo, digamos.

Sin embargo, alguna vez he oído comentar a cinéfilos empedernidos que una característica del buen cine de Hollywood de mediados del siglo XX es el laconismo. Empezaba la película y en dos minutos te habían presentado a los personajes, el argumento principal… Ahora, para cuando se sabe quién es quién, pasa mucho más tiempo…

El problema está en que ahora no hay. Pondré un ejemplo con un remake: El vuelo del Fénix, de 1966, y El vuelo del Fénix, de 2004. En la versión de 1966 todos los personajes tenían una psicología, unas características y una forma de actuar. Independientemente de que los actores eran ciertamente buenos. En la de 2004, todos los personajes son intercambiables, todos hacen prácticamente lo mismo, no tienen una psicología diferente. Se ha perdido eso.

En cuanto a la presentación de las situaciones y los personajes, es que antes se jugaba con estereotipos: empezaba la película y ya sabías que éste era el gangster, aquella la mujer fatal, el otro el detective. Pero eran personajes que iban creciendo a lo largo de la historia. El espectador sabía quiénes eran, pero cada uno de ellos iba evolucionando, si es que conseguías librarte del embrujo del actor. Si veías a Humphrey Bogart, ya sabías quién era, te hacías una idea. Pero es muy diferente el Bogart de El halcón maltés al de El tesoro de Sierra Madre, y no digamos al de La Reina de África. Y en este sentido, aunque el estereotipo funcionaba más porque los actores creaban más su propio estilo -eran más presencias que buenos actores-, la verdad es que sus personajes sí iban evolucionando después.

¿Y por qué ha cambiado tanto el cine?

Eso se debe fundamentalmente a que, en Hollywood, los viejos productores querían pasar a la historia. Lo que el viento se llevó es en realidad una película de Selznyck; la hicieron quince directores, y a todos los iba despidiendo. Era un hombre que quería ganar dinero, pero además quería hacer cine. Eso ha pasado con mucha gente: eran negociantes, pero al mismo tiempo sentían la grandeza del cine. En cierto momento entraron las nuevas generaciones, que pasaban olímpicamente del cine, y que sólo estaban obligados a tener una saneada cuenta de resultados. Lo mismo podían vender refrescos que rotuladores o películas; la verdad es que, salvo excepciones, es gente que no cree en el cine como algo que pueda merecer su atención.

No obstante, siempre ha habido buenos cineastas, buenos directores, buenos guionistas…

Y ahora mismo los hay estupendos, eso está claro. Pero digamos que antes, como se veía cine de diferentes sitios, el cine americano que se veía era el mejor. Ahora el problema está en que sólo vemos cine americano, y en consecuencia vemos de todo, y mucho malo. Películas que incluso en EEUU van directamente al vídeo, aquí nos las tragamos en el cine. Los mercados son totalmente diferentes y aquí, como está tan colonizado por el cine estadounidense, ya vemos hasta lo indescriptible, los mayores horrores. En aquella época veíamos sólo lo mejor de Hollywood, y veíamos al mismo tiempo lo mejor del cine francés, alemán, italiano, inglés…

Por eso esa sensación de “¡qué cine se hacia antes en Hollywood!”

¡Claro, porque era el mejor! El malo no se veía…

La famosa serie B…

Bueno, la serie B era buena, lo peor era la C, la D… y hasta la Z. Ahora por ejemplo, si ves algunas películas que pasan en la tele, algunos westerns, etc, dices: “Dios mío, pero qué es esto?”. Claro, aquí antes veías a Ford, a Hawks…

Cuando dice aquí se refiere usted a Europa…

Sí.

Sin embargo, hay países que tienen medidas contra el exceso de cine estadounidense, como Francia…

Sí, Francia protege, y obliga a un 50% de producción estatal. Y tienen muy buen cine. Pero para ver el otro lado de la moneda, en Alemania al final han acabado imitando a los americanos. “Ya que no podemos competir contra ellos, vamos a hacer las películas como ellos”. Tienen un consumo interno, pero de cine que al final es muy parecido al de EEUU. De hecho, y curiosamente, en EEUU triunfan los alemanes. Roland Emerich o Wolfgang Petersen son gente que hicieron sus primeras películas en Alemania, y visto su acercamiento al esquema estadounidense, acabaron llevándoselos a los EEUU.

Parece que para ser un buen cinéfilo hay que haber visto muchas películas iraníes o polacas.

(Risas). No, yo el cine fundamentalmente lo veo como entretenimiento y como proveedor de emociones. Y luego, si eres un poco “albardado”, acabas viendo el montaje, los planos, el movimiento de cámaras, la planificación general y todo este tipo de cosas. Pero para ser un buen cinéfilo hace falta disfrutar con el cine. Nada más.

Entonces, cualquiera es cinéfilo…

Por supuesto, yo es que jamás discuto con nadie sobre “oye, esta película que tú has dicho que es buena a mí no me ha gustado”. ¿Qué valor tiene mi palabra frente a la de otra persona cualquiera? Ninguna. Simplemente, habré visto más películas. Contra lo que tenemos que luchar los críticos es contra nuestro propio gusto. Si nos dejamos guiar exclusivamente por nuestro gusto, estamos perdidos. Y hablo del gusto más elemental. A mí, que soy un poco agorafóbico, me gustan las películas claustrofóbicas. Me encantan las películas de submarinos. Pero entiendo que es por una cuestión personal. Y también viene dado porque en pro de definir mejor a los personajes, las películas con pocos personajes tienen más posibilidades que las otras. Estoy hablando de un tipo de cine donde priman los personajes por encima de la historia.

Retomando lo anterior… El espectador común no sabe qué son, o al menos no se fija, en los travellings, en si el plano es americano, si es corto… No se está atento a eso.

No, es cierto lo que dice usted.

¿Y sería conveniente estarlo? Es decir, ¿se disfruta más del cine apreciando ese tipo de detalles?

Yo sí, y creo que todo el mundo podría hacerlo. Lo que pasa es que hay que estar atento, y si no te ha llamado la naturaleza por ese camino, pues no pasa nada. Tú no sabes, cuando empieza una película, cuánto va a durar el plano. A mí me pasa. Y la verdad es que algunos cineastas tienen la costumbre de empezar con planos largos. Y dices: caramba, pues sí que lleva tiempo este plano. No has contado exactamente cuánto, pero bueno, te fijas en este tipo de cosas. El cinéfilo se da cuenta de cosas así. ¿Qué importancia tiene? Ninguna. Pero sí disfrutas más. Son pequeñas satisfacciones intelectuales, es poder decir “yo sé”. Luego resulta que los cinéfilos somos poseedores de una gran cantidad de conocimientos inútiles, porque todo ese tipo de cosas no sirven para nada.

Al menos pueden servir para disfrutar más del cine, como afirma usted…

Habrá para quién no. Ahora, por ejemplo, se ha puesto de moda, y nosotros –me refiero a La noche de…- somos culpables de ello en gran medida, el asunto de los gazapos. Al final, si estás pendiente de los gazapos igual no disfrutas de la película. Yo trato de convencer a la gente de que no es bueno ponerse a buscar… Vamos a ver, hay gazapos obvios que saltan a la vista, pero eso de estar pensando en si el vaso está medio vacío en el plano y totalmente lleno en el contraplano, a mí me parece un actividad verdaderamente… no sé cómo definirla.

Pero para esto hay que pulsar continuamente la tecla de pause…

Ya, pero en el cine no puedes, y yo soy de cine. A eso me refiero.

Por otra parte, es prácticamente imposible que una película no tenga fallos de raccord…

Es imposible, no hay película sin fallo. Howard Hawks era el rey de los fallos de raccord, y le importaba un pimiento. Y sus películas son famosas. En Río Bravo hay una escena en la que un actor tiene, en el plano, el pie subido en una silla, y en el contraplano lo tiene abajo. No pasa nada. En otra película, el protagonista saca un paquete de cigarrillos tres veces seguidas en tres planos consecutivos. Te llama la atención, pero nada más. No afecta a la historia, no afecta a los personajes. Son errores, y hay quien les da importancia y hay quien no. Yo creo que los gazapos, como detalle para ver en un programa de televisión, están muy bien, porque te hacen mucha gracia y van tres o cuatro seguidos. Pero para ver en el cine, absténganse.

Se supone que nos hemos citado para hablar, sobre todo, del Zinemaldia de Donostia, así que ya es hora de empezar a hacerlo. En este contexto que estamos describiendo, en el que Hollywood impone su ley, ¿qué función tienen los festivales de cine, que por otra parte también se van institucionalizando? Donostia, Berlín, Cannes, Venecia…

Está claro que el festival de cine aporta prestigio, glamour y buen rollito. Y si no, sólo hay que ver cómo crecen los festivales por todas partes. Ahora a Venecia, por ejemplo, le ha salido un competidor: Roma. Y en nuestro entorno más cercano, pues de largometrajes no, pero es que de cortometrajes abundan en todas partes, empezando por Bilbao. Y en cada esquina hay uno.

Incluso en la misma Donostia está el de cine fantástico y de terror…

Sí, sí, sí… Al final, aportan más encanto, pero ¿verdaderamente aportan cine? Es una buena pregunta. Yo, por ejemplo, estoy encantado de ir a festivales, porque veo películas que, si no, no vería. La mejor película de la sección oficial a concurso del Zinemaldia del año pasado no se ha estrenado, a pesar de estar dirigida por Michael Winterbottom, que es un director famoso del que se estrena prácticamente todo. Si no la hubiera visto allí…

Dice que es la mejor película, pero no fue la que ganó, ¿no?

¡Qué va! No le dieron ni un premio.

O sea, que es la mejor película según Félix Linares…

Sí, sí. Yo veo siempre la sección oficial entera, y fue la mejor película con diferencia, pero no se la consideró con vistas al palmarés. Ocurre así. Bueno, el caso es que veo algunas películas gracias al festival, e incluso menos de las que quisiera, porque al estar un poco obligado a acudir a la sección oficial, me pierdo películas de Zabaltegi, u otras secciones. Desde ese punto de vista, me interesan los festivales, pero hay que reconocer que es un arrebato circunscrito a la época de celebración. No tiene mayor interés como difusor de cine. Porque la gente puede ir a ver una película chechena a las 12 del mediodía de un miércoles, encantada porque está en el Zinemaldia, ¡oh, qué maravilla!, y luego no ir al cine el resto del año.

Sí, parece un contrasentido: ¡qué éxito el Zinemaldia!, pero luego se cierran los Mikeldis…

Efectivamente. Y esto no pasa sólo con el cine. La gente pierde la vida por ir a ver una actuación de un festival de jazz, y luego no se vende un disco, ni se va a los conciertos fuera de los festivales. No nos equivoquemos. Al final, los festivales de temática cultural, sean de lo que sean, atraen a un público que no consume ese producto fuera de esos mismos festivales. Es decir, que tenemos que entender que lo que le mola al personal no es el cine, ni el jazz, ni la fotografía, ni nada. Lo que le mola es acudir a eventos donde se va a encontrar con gente, donde supone que hay personas encantadoras, maravillosas estrellas fantásticamente vestidas…

Entonces, ¿qué sería de Donostia sin esas estrellas que vienen, y que al final son la imagen que permanece del Zinemaldia? No se sabe qué películas han dado, pero sí quién ha estado sobre la alfombra roja…

Eso pasa en casi todos los festivales de cine. Más en Cannes, que es sobre todo un mercado del cine. Venecia, que este año ha tenido una sección oficial impresionante, al final se ha vendido también al lujo estadounidense: ha abierto Brian de Palma, ha venido Scarlett Johanson… Las estrellas. ¿Por qué? Porque Roma quiere llevar a mucha gente a golpe de talonario, que serán estadounidenses, y a la hora de llevar a gente famosa, tienes que recurrir al cine estadounidense, porque ya no quedan estrellas fuera de él. En el Zinemaldia nunca le dan un premio al cine estadounidense, eso es una costumbre, pero cuando viene alguien de allí la gente se vuelve loca, y si es Mel Gibson ya es lo más de lo más. En cambio, a los europeos que se pasan por allí nadie los conoce, salvo que sean Catherine Deneuve o alguien así. Las grandes estrellas europeas ya desaparecieron: Mastroianni, etcétera. Cuando se quiere reconocimiento social hay que recurrir a los cineastas y actores estadounidenses. Y en ese sentido, en referencia al cine español hay que decir que muy poca gente genera interés. Si aparece Almodóvar –que sí suele aparecer-, estupendo, pero muy poquito más. Hay que rendirse a la evidencia: si sólo se consume cine estadounidense, las estrellas son estadounidenses, y en Venecia han tenido que pasar por ello. Lo que ocurre es que, milagrosamente, con unas películas extraordinarias según todas las crónicas.

¿Y le gusta al público en general el cine que se trae al Zinemaldia?

No, eso está claro.

Pero siempre hay éxito de público…

Hay éxito de público en las sesiones clave, que son las de las nueve o las diez de la noche. Pero yo he visto sesiones del festival a las cuatro de la tarde de un miércoles, cuando la sección oficial se desmanda un poco, y va poca gente. Por eso se ponen a la noche las películas con mayor tirón. Y es que el pase de las siete y media tampoco suele estar lleno.

El caso es: ¿son buenas películas?

No. Seamos serios. El Zinemaldia tiene buen cine fuera de la sección oficial. La sección Zabaltegi, por ejemplo, es inmejorable; puedes ir prácticamente a todas las sesiones pensando que tienes un notable como mínimo. Pero en la sección oficial, de dieciséis películas, tendrás cuatro buenas, ocho mediocres y cuatro horribles, de las que te dan ganas de abandonar la proyección, cosa que a veces ocurre.

¿Y eso los saben los organizadores?

Sí, supongo que sí.

¿A qué se debe, entonces?

Ellos dicen que es lo que hay en el mercado. Y lo cierto es que es verdad. Por otra parte, siempre se dice que el gran problema de Donostia es que es el último de los grandes festivales, pero eso no quiere decir que sea el último eligiendo películas. Las películas se presentan en función de su fecha de estreno, cuando están acabadas... Y luego, hay ese sentimiento antiestadounidense de los festivales, en contra del sentir general, lo cual es curioso.

¿Algo así como “aplaudimos a Mel Gibson cuando camina sobre la alfombra roja, pero no lo premiamos”?

Sí. Donostia tiene una historia, la del año 1990, en la que dos -por otra parte excelentes- cineastas se negaron a premiar a Muerte entre las flores, de los hermanos Coen, y tuvo que salir el presidente del jurado diciendo que como no podían premiar a Muerte entre las flores iban a premiar a otra. Fíjate tú qué papelón para todos: para el que premiaban en lugar de, para los hermanos Coen, -que sin embargo al año siguiente volvieron a presentar una película fuera de concurso-, y para esos mismos cineastas que yo aprecio particularmente, como son Axel Corti, ya fallecido, y Ken Loach. Pero tú no puedes negarte a premiar a una película por el hecho de que sea estadounidense, si es la mejor película que hay en la sección oficial. Eso deja en muy mal lugar al jurado. Y eso pasa, y choca con la realidad: que luego el público sólo ve películas de EEUU.

¿A esas películas mediocres, o malas, que dice que se exhiben en la sección oficial, qué destino les espera luego?

Bueno, se estrenan un 30% aproximadamente.

¿Y los premios sirven para algo?

Entre otras cosas, para que muchas películas se estrenen. Las nominaciones a los Oscars venden mucho, desde luego, y los premios europeos venden menos. Pero a algunas películas les ha servido el premio para que, en el mismo festival, un distribuidor diga: bueno, pues me quedo con ella. En el festival también hay un juego, digamos subterráneo, de compra-venta.

¿Pero los premios, al fin y al cabo, sirven para que una película se vea?

No. Bueno, los Oscars sí, y también los Goya en su ámbito de influencia.

¿Y la Palma, la Concha, el Oso, o sea, los de los festivales más conocidos?

También, pero menos. La Palma vende más que las otras, y el Oso no vende prácticamente nada. Pero tampoco se puede generalizar. Hay películas que han ganado la Concha de Oro y han funcionado, otras que no, y algunas que ni siquiera se han estrenado.

Hemos mencionado los cuatro grandes festivales, y todos ellos son europeos. Pero EEUU tiene los suyos, claro está…

Sí, está Sundance, y están otros festivales independientes. Pero en EEUU, más que festivales competitivos, lo que tienen son festivales de muestra. Es decir: esto es lo que hay, esto es lo que hacemos, vayan ustedes viéndolo. También en Europa hay festivales representativos de la industria de EEUU. En Francia, por ejemplo, hay bastantes festivales donde se exhiben películas americanas como muestra: vayan ustedes viendo lo que les vamos a desembarcar aquí se pongan como se pongan. Y creo que lo hacen en Francia por eso de la protección. “Ustedes protegen mucho, pero yo me traigo aquí a Tom Cruise a presentar Misión Imposible 3, para que ustedes se enteren”.

¿En EEUU reciben alguna atención los festivales europeos?

No. Hay un cine independiente que sí los sigue. Y Woody Allen también sigue con atención lo que se hace en Europa, porque en EEUU no vende una entrada, y su mercado es europeo fundamentalmente. Pero la gran industria sólo nos ve como un enorme mercado. No está interesada en qué cine está haciendo absolutamente nadie. En lo único en que piensan es en cómo colocarnos más películas, y a mayor precio.

Para cerrar el capítulo de festivales: ¿Cómo será el Zinemaldia este año?

No tengo ni idea. Como los demás, creo. Una vez mas tendremos más malas películas que buenas en la sección oficial –ojalá me equivoque-, y una magnífica posibilidad para cualquier aficionado al cine de ver películas magníficas en las secciones periféricas.

¿Ve usted cine en casa?

Prácticamente no, solamente esas películas que dan a las cuatro de la mañana en La 2 y que puedo grabar.

En casa del herrero, cuchara de palo… A fin de cuentas, presenta usted un programa donde se emite cine por televisión.

No tiene nada que ver. Yo disfruto con el cine, insisto. Lo que pasa es que yo voy al cine prácticamente todos los días, con lo cual mi cuota ya esta cubierta. No tengo necesidad de ver más cine en casa.

¿Y a qué cines va? Retomando la conversación del principio, cada vez quedan menos salas a las que ir…

Bueno, sigo yendo a Bilbao. Voy mucho a los Multis y los Renoir, que se han metido en una historia de cine minoritario. Lo paradójico es que en Bilbao, dentro de poco, va a haber más cines raros que de los otros, porque los que van a poner en la Alhóndiga también son de Alphaville, o sea que supongo que serán de los “raritos”… Van a quedar dos cines de los estándar, Capitol y Zubiarte –y que duren mucho-, y tres de los raros. De los que dan en versión original y todo eso.

Ya que lo menciona… Hay países donde en los cines no se emiten películas que no estén en versión original. Aquí, en cambio, no es así. Y hay cinéfilos que dicen que no se puede ver una película que no esté en versión original. ¡Es pecado, para un cinéfilo, ver una película doblada!

Hombre, sí, un cinéfilo dirá ese tipo de cosas con total tranquilidad…

¡Pero usted también lo es!

Sí, pero digamos que no de los radicales (risas)… Quiero decir que si tú vas a ver una película de Schwarzennegger, ¿para qué te sirve que esté en versión original? ¿Para descubrir el acento austriaco de Schwarzennegger? Es que me da igual.

Ah, ¿pero usted va a ver películas de Schwarzennegger?

He visto muchas, y hasta de Stallone, que es peor. En ese sentido tengo un historial un tanto discutible. Lo que quiero decir es: las películas de entretenimiento, ¿por qué no van a estar dobladas? Yo no hago más discusión sobre eso. Luego, las películas “raritas”, por favor, que me las pongan en versión original subtitulada.

¿Qué tipo de cine pretende emitir La noche de…?

La idea es dar películas que tengan un plus. Pero hay que poner de todo; esa es una disputa que tenemos con el programador. Él nos dice: hay que poner de todo, y yo entiendo su postura. Pero tenemos un acuerdo con él, y le hemos pedido películas que él no estaba muy decidido a poner allí. Le hemos dicho: venga, atrévete, que nosotros podemos con esto, y al final se ha demostrado que nuestra intuición era buena. Tenemos buen rollo con él, aunque a veces nos ponga alguna que…

… que no encaja en el estilo del programa…

Eso es. No obstante, entiendo que él se maneja por las audiencias.

Creo que las suyas no son malas. La primera media hora del programa, previa a la película propiamente dicha, es un buen gancho para los espectadores, ¿no?

Sí.

Pero también tengo entendido que suele bajar la audiencia en cuanto empieza la película…

Normalmente sí, salvo que sea un gran crack. Es natural que baje en número, porque a las diez de la noche es cuando más gente hay viendo la televisión, pero es cierto que el porcentaje también suele bajar. Sin embargo, a veces hemos puesto películas “difíciles” y hemos tenido resultados tremendamente buenos.

¿Le gustaría que en La noche de… hubiera algún tipo de análisis cinematográfico, digamos… más sesudo? Sería otro programa. Yo creo que, como decía Billy Wilder, el mayor pecado es aburrir. Y al final, ¿qué se gana haciendo mayor hincapié en la cinefilia? Nosotros hemos dado lecciones de cine explicando qué es un travelling o una steady-cam, y cosas por el estilo, y la gente lo ha aceptado bien. Creo que la conjunción entre diferentes cosas funciona bien porque está bien equilibrada, y en ese sentido yo, que tengo tendencia a la cinefilia, agradezco que me digan de vez en cuando: ¡quita, quita! Felix Linares Jaca (Bilbao, 1947) A Félix Linares lo llevó a la radio un cazatalentos, aunque en realidad no era un cazatalentos profesional, “sino mi profesor de instituto”. El crítico y presentador desempolva recuerdos y nos relata cómo, un día cualquiera, estando en el pasillo, un compañero de clase se dedicaba a tocar la flauta, y aquel profesor, “que no sé ni qué daba”, captó por azar algunas notas. “Después, ya dentro de clase, nos preguntó qué sabía hacer cada uno. ‘Yo toco el txistu’ dijo uno; ‘pues yo cuento chistes’, terció otro”. Al profesor, según parece, le gustaba mucho la radio y les propuso hacer un programa. “Trajo un magnetófono enorme -estamos hablando del año 64- y dijo: ‘Necesitamos un presentador’. Casualmente, todos los de mi fila salieron, y yo no me iba a quedar sentado. Luego, leyendo el fragmento que me tocó en suerte, aquel profesor me dijo: ‘Oye, tú tienes muy buena voz’. ‘Pues vale’, pensé yo. Sólo tenía dieciséis años”. El profesor tenía un amigo que trabajaba en Radio Bilbao, y Linares acabó recibiendo clases de dicción de aquel profesional; José Manuel Sánchez se llamaba. “Me aguantó durante casi dos años –rememora el periodista- , y luego me presenté a un cursillo con posibilidad de acceso a Radio Popular”. Linares quedó tercero en aquella especie de cursillo-concurso, y pronto pudo entrar a formar parte de la plantilla de la emisora episcopal. Más tarde empezó también a estudiar periodismo, pero pronto lo dejó, desengañado. No importaba demasiado. Ya se había subido al tren de la radio, y no se ha apeado de él hasta hoy. En 1984, dejó Radio Popular para ingresar en Radio Euskadi, donde permanece aún. Actualmente dirige el informativo cultural cultura.com, y colabora con el vespertino graffitti. Además, claro está, de participar en el legendario programa sobre literatura Pompas de papel, que alcanza ya su vigésima temporada en antena. Desde 1980, Félix Linares ha compaginado su labor en la radio con colaboraciones de mayor o menor enjundia en prensa escrita y televisión. Primero escribió sobre cultura, literatura, cine… en las páginas de Egin y El Correo Español, a la par que hacía algunos trabajos para TVE. Ya en 1992 comenzó a presentar películas en ETB, y tres años después nació La noche de…, el programa que ha dado a su rostro la fama de que ya gozaba, con todo merecimiento, su voz.
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