Blanca Gómez de Segura. Directora del Museo de Alfarería Vasca: Los alfareros estamos recuperando una sabiduría

2010-09-24

VELEZ DE MENDIZABAL AZKARRAGA, Josemari

BELAXE. ITZULPEN ZERBITZUA

Los oficios pueden convertirse en arte, y así se abre el camino de la artesanía. En Euskal Herria estuvo muy extendido el oficio de alfarero y, en general, el relacionado con el tratamiento del barro. El sector de la cerámica conforma una parte importante del patrimonio vasco. Y ahora, cuando, en nombre de la modernidad, este oficio había desaparecido del paisaje cotidiano en nuestros pueblos y ciudades, ha resurgido de nuevo la afición por la cerámica popular y se ha convertido en afición.

¿Alguna vez tuvo tanto prestigio como ahora la cerámica popular?

Supongo que hace unos cuantos siglos este era un oficio imprescindible. Era totalmente distinto, ya que los productos eran necesarios para la vida cotidiana. La gente no se paraba a pensar qué tipo de trabajo era. Es en la actualidad cuando nos damos cuenta de eso, ya que ahora no hacemos recipientes que sean indispensables. Ha llegado la hora de ver qué es lo que tenía el oficio tradicional a su alrededor, su historia, etc. Tal vez por eso dice que la alfarería goza de prestigio...

Estamos en el museo de la alfarería —cerámica— popular... ¿Nos podría explicar en qué consiste ésta?

En todas las culturas ha existido la cerámica y el barro ha sido un elemento básico en todas sus formas. La cerámica es barro cocido y en cada sitio el recipiente es distinto, aunque se trate sólo de un tazón. Por eso se puede decir que la cerámica vasca tiene sus propias características y, claro, sus diferencias con respecto a otras cerámicas.

¿Y cuáles son esas características de la cerámica vasca?

Es muy sencilla. Lo que caracteriza a la cerámica vasca es el barro rojo, esto es, el barro que contiene hierro. Cubierto parcialmente con esmalte blanco, queda muy elegante. Lo que más distingue a nuestra cerámica es su sencillez, pero moldeada con una limpieza natural.

¿Se puede hacer un mapa geográfico con la alfarería vasca?

Sí. Enrike Ibabe lo hizo hace tiempo. La misma naturaleza marca dónde se sitúan los centros de alfarería, en función del barro. Para eso Araba ha sido y es especial. Si vamos a Gipuzkoa, por ejemplo, encontramos menos sedimentos. En cambio en Araba, como hay tanto barro, es normal que haya existido una mayor actividad, y hasta la segunda mitad del siglo XX se ha trabajado mucho en este territorio. La última alfarería que se cerró fue la de Narbaiza, hacia 1970.

Aunque parezca un tópico, es cierto que convirtió su afición en oficio, ¿no? ¿Cuestión de suerte?

Eso no es suerte. No sé si existe la suerte... pero, en cualquier caso, si no la ayudas con el trabajo, no hacemos nada. Nosotros hemos conseguido tirar para adelante a base de esfuerzo. Yo estaba en paro y vi que esto era posible. Por eso he trabajado con ahínco...

De Markina a Ollerías... un gran salto.

Yo nací muy cerca de aquí. Mi padre era guarda forestal, y vine al mundo en Zubizabal, en la casa forestal. De pequeña iba a la escuela en Ubidea, pero pronto nos trasladamos a Markina y por eso digo muchas veces que soy markinarra, ya que crecí allí. Pero la vida da muchas vueltas, y ahora casi-casi he vuelto a mi lugar de origen, a mis ancestros.

Foto: Jose Mari Ruiz de Viñaspre

¿Alguno de sus antepasados era alfarero?

¡Qué va! Yo vine aquí porque el último alfarero, José Ortiz de Zarate, estaba aquí. En aquel tiempo mirábamos este oficio con un punto de romanticismo, ya que estaba a punto de desaparecer. Y por eso estoy aquí. Vine con la intención de aprender de José y aquí sigo. Los alfareros de antes empezaban como yo, de aprendices, y pasaban un montón de años hasta que aprendían bien el oficio. José era muy bueno en su oficio, pero no tenía experiencia como maestro. Ser pedagogo es otra cosa. Tuvimos que conseguir una metodología, y ahora puedo decir que en cinco o seis años se puede llegar a ser alfarero.

Hubo una época en la que unos alfareros alaveses daban clases en la Escuela de Artes y Oficios de Gasteiz.

Así es. Una vez cerrada la última alfarería de Narbaiza, Federico Garmendia comenzó a dar clases en la Escuela de Gasteiz.

En la historia de la cerámica vasca ha habido verdaderas sagas familiares, ¿no es así?

Sí. Jose López de Zarate también era miembro de una saga, pero sus descendientes no continuaron con el oficio. Federico Garmendia, en cambio, empezó como yo, de aprendiz, ya que en su familia no había alfareros.

Y también ha habido, por decirlo de alguna manera, quien se ha desplazado de un sitio a otro llevando las bases tecnológicas del oficio. Las sagas se han diversificado en un entorno geográfico más extenso...

Es normal. Muchos alfareros alaveses han salido históricamente a Bizkaia y a Gipuzkoa a poner sus talleres. Por ejemplo, Enrike Ibabe dice en su libro “Cerámica popular vasca” que de Elosua se marcharon diecinueve alfareros a otros lugares, para seguir allí con sus negocios.

La artesanía, en general, ¿es arte?

Actualmente se puede hablar de eso sin ningún problema. Cuando empecé hace treinta y dos años, la gente me preguntaba si había meditado bien la decisión. Yo ya sabía lo que quería. Como lo sabían otros, por ejemplo Ángel Garraza. Un trozo de barro te permite hacer las piezas que quieras, con distintas formas, y a cada una de ellas le puedes dar tu toque personal. Cada persona puede seguir su camino en este oficio. De todas formas, dejando claro que se puede hacer arte, nosotros, los alfareros, lo que estamos haciendo ahora es recuperar una sabiduría, una sabiduría que tiene miles de años. Y eso es muy hermoso. “El futuro de la cerámica no está tanto en el oficio como en las personas”

La tradición ceramista vasca ha estado relacionada directamente con los hombres. ¿Han existido mujeres en este oficio?

Documentalmente recogidas, mujeres alfareras no existen. De hecho, los alfareros que sólo tenían hijas, su negocio terminaba con ellos. En otras regiones de la península ibérica sí han existido, trabajando con el torno manual, con la denominada torneta. De todos modos, pienso que en esto ha sucedido lo mismo que con los ganaderos, con los agricultores etc. La mujer trabajaba tanto o más que el hombre, pero el titular era el hombre. Con la alfarería sucedía lo mismo. Ahora, afortunadamente, eso ha cambiado.

En el campo de la investigación, ha ocurrido lo mismo ¿no? Ahí están los nombres de Leandro Silvan, Enrique Ibabe, Juan Garmendia Larrañaga. Y en estos momentos tenemos a Blanca Gómez de Segura...

Gracias a los investigadores que has citado sabemos un poco de la cerámica vasca. Yo llevo treinta y tantos años en esto, diecisiete con el Museo. Cada año pasan por aquí los estudiantes de la UPV-EHU de arqueología y de historia, de primero y de cuarto curso. Les insisto en que se debe de seguir investigando en este campo. Y la verdad es que se van viendo los frutos. Ya se ha leído una tesis doctoral brillante por José Luis Solaun, “La cerámica medieval en la Edad Media”, y existen otras en marcha. El mundo académico se ha acercado, por fin, a algo considerado hasta hace bien poco como un arte menor. En el poco tiempo desde que Enrique Ibabe publicó por primera vez su trabajo en 1980 y su reedición en 1995, nos encontramos con que habían desaparecido todos los alfareros, como tal. “He escrito un libro de difuntos” me decía Enrique. No teníamos a nadie que nos pudiera transmitir su conocimiento. Nos pasa igual en arqueología en el mundo rural, ya que no se ha mantenido la memoria de las tejerías o alfarerías existentes en el pasado. En algunos casos estamos llegando a tiempo, pero en otros se nos han perdido las referencias para la investigación. De todos modos tengo esperanzas de que mejoremos en el aspecto investigativo.

Ha dicho que llevas diecisiete años en el Museo. Pero... ¿cómo se te ocurrió la idea?

Nace en un momento en el que en el Pais Vasco había ilusión por los museos. En Alava, por ejemplo, con el nuestro nacen otros ocho. Los oficios, la etnografía, la historia,... estaba ahí, y de pronto descubrimos que todo ello merecía la pena, aunque aún no veíamos muy claro el turismo como un valor económico. Se abrieron, como digo, esos pequeños museos, con mucha ilusión. El nuestro fue un sueño. Yo conocía esta casa donde estamos, antiguo taller de Jose Ortiz de Zarate, que se encontraba en ruinas. Vivíamos en Markina, y vendimos nuestra casa habitable de allí para comprar... una ruina. Sólo nosotros veíamos el objetivo final. Nos ha salido bien la apuesta. Sin embargo, en estos diecisiete años todos los otros museos excepto uno han cerrado. Ha sido un gran esfuerzo por nuestra parte, pero ha merecido la pena, ya que estoy segura de que si no lo hubiéramos hecho nosotros hoy este Museo no existiría. Ahora sí, el mérito de los grandes proyectos no está en ponerlo en marcha, sino mantenerlos. Y al final, este es mi modo de vida, lo que me obliga a estar buscando constantemente vías de viabilidad.

Foto: Jose Mari Ruiz de Viñaspre

Desde su experiencia ¿cuáles son las piezas que distinguen de manera más fiel la cerámica popular vasca?

La cerámica popular vasca está caracterizada por el barro rojo, el esmalte blanco, piezas sencillas, sobrias, utilitarias. Una de las piezas más populares es el “katilu”, el pequeño recipiente para beber. Otra muy interesante es la jarra de txakoli, rectilínea en sus formas y propia de nuestra cerámica, ya que la jarra de sidra, que se da también en otras regiones, es más redondeada. Por ultimo, yo diría que la “pegarra”, utilizada para transportar por parte de las mujeres el agua en la cabeza. Se utiliza tanto en el norte como en el sur del País Vasco, si bien en Iparralde no se esmalta. También se le conoce como cántaro vizcaíno.

Recuas y recuas de mulos han transportado durante siglos por los caminos de nuestro País la producción que salía de las ollerías a los puntos de comercialización. ¿Cómo se procede actualmente?

Efectivamente, antes se llevaba desde el lugar de producción al lugar de consumo, hasta el consumidor final. Ahora es más normal que el cliente venga al punto de producción. Durante años, y para darnos a conocer, hemos solido salir a ferias. Últimamente entre los alfareros hemos organizado eventos que nos sirven de escaparate. Hemos salido al exterior... pero no tenemos cobertura para hacer frente a los grandes gastos. Seguramente nos falte a los ceramistas del País un lugar donde podamos vender. De todos modos, hay que poner imaginación.

Esa imaginación para la comercialización también es la que cada uno de los artistas del barro pone en su trabajo. ¿Es cierto lo que decís de que sois capaces de distinguir una pieza salida de vuestras manos hace muchos años entre miles de la misma forma pero realizadas por diferentes artesanos?

Sí es cierto. Es más, yo distinguiría las mías, y las de José Ortiz de Zarate e incluso las producidas por antiguos alfareros de Ollerías. Los diferentes talleres tenían su impronta particular. Lógicamente, estoy hablando de distinguir piezas de los últimos cien años, aproximadamente. Para otras épocas hay que basarse en las investigaciones universitarias correspondientes. Te diré que en mi caso, me sorprendo de cómo he evolucionado en mi manera de trabajar las piezas...

Hablando un poco de todo: ¿el esmalte era de producción local?

Era, sí. Se molía la arena de sílice, que se traía del puerto de Bernedo, entre Alava y Navarra. Para fundir la arena se le echaba recortes de tubería de plomo. El estaño se importaba de Inglaterra.

¿Cómo ve la cerámica popular a medio plazo?

Si no viera futuro no estaría aquí. Pienso que los futuros no están en los oficios sino en las personas. Todos los que estamos en este sector aprendimos de un alfarero. Hoy no podemos garantizar que vayamos a dejar cada uno de nosotros nuestro testigo a alguien que viene por detrás. Todavía no hemos podido hacer eso. Se nos tiene que ayudar, para formar profesionales. Existen en Europa modelos válidos. ¡Adaptémoslos! Blanca Gómez de Segura (Zeanuri, 1952) Blanca nace en Zeanuri (Bizkaia) en 1952. Ella se define marquinesa, porque fue en Markina (Bizkaia) donde vivió su niñez y juventud y cursó estudios de Técnico administrativo y Delineante. En 1978 enfoca su preparación profesional hacia la cerámica. Primero en Madrid y posteriormente en la escuela Kresala de Ondarroa. De 1979 a 1986 eealiza cursos especializados en cerámica en escuelas de Madrid, Barcelona, La Bisbal (Gerona) y Sargadelos en Galicia. En 1979 forma parte del equipo fundacional de Arte Eskola de Markina. De 1982 a 1987 imparte clases de cerámica artística en Arte-Eskola, desarrollando Programas Didácticos para Centros de Enseñanza Primaria de la comarca de Lea-Artibai. Durante estos años en Arte-Eskola, Blanca enseña cerámica mientras sigue asistiendo a cursos de especialización para ampliar sus conocimientos. Así fue como conoció al último alfarero de Ollerías. Con la curiosidad de indagar sobre lo que quedaba de la cerámica tradicional vasca obtiene una beca de la Diputación de Bizkaia y se traslada a Ollerías para conocer al último alfarero que quedaba José Ortiz de Zarate. A partir de ese momento tiene claro que su profesión cerámica irá por esta especialidad, la alfarería. Desde 1987 a 1993 trabaja en el taller de Ortiz de Zarate. En 1993 junto con su familia rehabilitan la antigua ollería de José Ortiz de Zárate y la convierten en el Museo-Taller de alfarería Vasca.
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