Una geóloga del futuro estudia los estratos de nuestra era y encuentra una fina línea en la cual se reduce significativamente la presencia de unas rocas denominadas plastiglomerados. No es casualidad, esto coincide con la ralentización de varios procesos: el calentamiento global que se estaba produciendo en el planeta desde el siglo XIX, la estrepitosa carrera de extinción de especies, ... Se sienta sobre una roca mirando al bosque autóctono restaurado por una iniciativa ciudadana y esgrime una sonrisa pensando en lo felices y empoderadas que tuvieron que sentirse las generaciones que consiguieron dar respuesta a estos retos globales. Me despierto, tan solo ha sido un sueño de una noche de verano.
Un siglo es un periodo de tiempo a escala humana, en 2019 y aunque la COVID-19 haya podido trastocar un poco el dato, la esperanza de vida de una mujer de la CAPV era de 86,6 años, cerca de los 100, del siglo. A pesar de ser insignificante en la historia de nuestro planeta, el comportamiento de una sola especie, la nuestra, en poco tiempo está influyendo en diversos procesos de la biosfera. Esta es la razón por la que, a falta de la aprobación de la Unión Internacional de Ciencias Geológicas, la propuesta del químico Nobel Paul Crutzen de utilizar el término Antropoceno para denominar a la nueva época geológica que sucede al Holoceno cuente con un alto respaldo de la comunidad científica; esta es la dimensión de nuestra huella. Somos responsables de la supervivencia de otras especies y también de nuestros semejantes, y la escuela del siglo XXI debe de repensarse en estos términos, consciente de que la crisis global tiene una dimensión social ineludible.
El Sistema Educativo ha estado enfocado a satisfacer las necesidades de una sociedad desarrollista cuyo modelo socio-económico se basa en el consumo, y por lo tanto con altos niveles de producción de bienes y servicios. Hemos sido educados para desempeñar los trabajos que requiere el actual modelo económico capitalista. Pero esto ya no sirve, la producción se va automatizando cada vez más, los contenidos se almacenan en memorias digitales, disponemos de inmensas cantidades de datos, las Big Data, y hemos desarrollado nuevas tecnologías que superan algunas de nuestras habilidades y destrezas, y la robótica e inteligencia artificial empiezan a ocupar nichos profesionales que pertenecían a personas bien formadas. Vivimos una realidad compleja y cambiante, nuestro futuro es cada vez más incierto e impredecible y desconocemos los retos que nos aguardan como sociedad, pero hay evidencias de que o cambiamos de rumbo o se avecinan años duros y difíciles en muchos sentidos.
Ante este panorama y estando yo muy lejos de ser una experta en el conocimiento del Sistema Educativo, como intérprete y educadora ambiental, me atrevo a sugerir ideas con la esperanza de que alguna de ellas sea compartida por alguno de los lectores:
- Diseñar los currícula poniendo el foco en las personas como individuos, todos por igual y con derecho a vivir plenamente, como miembros de colectivos y sociedades con sus propias culturas e idiosincrasias y como seres pertenecientes a una especie que es parte implicada tanto en la provocación de la crisis global y como en su posible solución. Ayudar a que el alumnado desarrolle un sentimiento de pertenencia a un estatus biológico superior, y a un ecosistema igualmente cultural propio, el vasco, poniendo en práctica la máxima ecologista Piensa global y actúa local.
- Impulsar la autonomía y la responsabilidad. Necesitamos personas que sepan tomar decisiones de manera democrática ante los problemas que se vayan presentando a escala personal, comunitaria e incluso planetaria, y esto se ensaya desde la niñez, para lo cual familias y profesorado deben de respetar los ritmos y el derecho de experimentar, jugar y elegir de cada persona.
- Poner el foco en la empatía y la generosidad para entender otros puntos de vista y estar dispuestos a dar, a aportar al grupo, ya que estamos advocados a trabajar y funcionar de manera interdisciplinar, en comunidades en las que la diversidad deberá de ser asumida como un valor de fuerza ante la adversidad. Para ello habría que reducir las ratios, lo cual permitiría el debate, la colaboración y el seguimiento personalizado. La empatía debe de darse igualmente desde una visión no tan antropocéntrica, debemos de ser cada vez más ecocéntricos.
- Dar alas a la creatividad, fomentar el pensamiento crítico y crear laboratorios de experimentación: imaginar primero, soñar y creer que mucho de ello es realizable, explorar nuevas formas de gobernanza y nuevas maneras de vivir, ensayar formas de resiliencia para ir adaptándonos a los cambios que ya se están produciendo. Crear cultura y arte para transmitir conceptos y emociones y para impulsar el cambio.
- Necesitamos que las escuelas que están derrumbando las paredes físicas de sus aulas, traspasen igualmente las paredes o barreras psicológicas y entiendan que los contextos educativos están fuera. En las ciudades vivas podrán reclutar a gente dispuesta a compartir como educandos, encontrarán recursos culturales y sociales que les ayudarán a entender la realidad de sus comunidades. El medio rural les acercará a sus fuentes de alimentación y a las raíces de su cultura, les permitirá entender la necesidad de ordenar el territorio y negociar los usos del suelo. Y la Naturaleza, les hará entender su propia esencia. La naturaleza compleja y fluctuante, les presentará retos de todo tipo que deberán superar. La inmersión del y de la alumna en esta realidad va a ser más necesaria que nunca en estos tiempos en los que lo virtual nos confunde y nos es difícil discernir qué es fantasía y qué no. Como leía hace poco en el ensayo Acabo de llegar de Stephen Jay Gould (2002): "… no hay ningún lugar como el hogar planetario".